Perversa pasión

Las tetas, cubiertas con un corpiñito naranja, si que eran una extraordinaria obra de la ciencia. El ombliguito al aire pedía besos y lenguas. Vestía una minifalda de cuero negro cortisima. No usaba medias y las piernas, preciosas, parecían tan suaves como las de cualquier mujer. Pero era un travesti. Algo en ella delataba al macho. Algo declaraba que debajo de la pollerita había un bulto que no debía estar ahí.

PERVERSA PASION

Lo conocí o la conocí en una manifestación. Estaban protestando contra la promulgación de la ley contra la prostitución.

Prefiero pensar que "la" conocí.

Prefiero hablar de "ella".

Medía un metro setenta, pero con esos tacos crecía unos diez centímetros.

La cara era una maravilla de la naturaleza o la cirugía. La nariz fina, los ojos rasgados, los labios carnosos, el mentón delicado y los pómulos salientes rivalizaban en belleza. Llevaba el pelo negro largo hasta los hombros. Las tetas, cubiertas con un corpiñito naranja, si que eran una extraordinaria obra de la ciencia. El ombliguito al aire pedía besos y lenguas. Vestía una minifalda de cuero negro cortisima. No usaba medias y las piernas, preciosas, parecían tan suaves como las de cualquier mujer.

Pero era un travesti.

Algo en ella delataba al macho. Algo declaraba que debajo de la pollerita había un bulto que no debía estar ahí.

Debí quedarme embobado mirándola. Ella se dio cuenta y dejó de gritar insultos al gobierno y me sonrío y yo me le fui al humo, sin pensar.

  • Hola. - Le dije.

  • Hola, ¡como me mirabas!

  • ¿Cómo te llamas?

  • Lola, ¿y vos?

  • ...Raúl

  • ¿Por qué me mirabas así?

  • Me gustas mucho.

  • ¿En serio?

Fuimos a un hotel a cinco cuadras de ahí.

Me importó un carajo que nos miraran en el camino.

Me importó un carajo la sonrisita apenas disimulada del conserje del hotel.

Entramos a la habitación, un cuartito que lo único bueno que tenía era una gran cama, y nos empezamos a sacar la ropa.

  • Me quiero descargar de toda la mierda de este día puto. Así que, ya te dije que esto es gratis. - me dijo ella, con esa voz particularmente excitante que tienen estos raros machos. Mientras, hacía volar los tacos y se quitaba la minifalda de un tirón sensual. Tenía una minúscula tanga naranja que no podía disimular el bulto. Antes de mostrármelo, mandó a pasear el corpiño y liberó esas hermosas tetas con pezones filosos.

  • Ahora viene lo mejor. - Siguió diciendo.

Se bajó la tanguita lentamente, dándome la espalda primero, para mostrar el más soberbio culo que jamás hubiera visto, y luego giró suavemente hasta dejar al descubierto un pedazo casi tan grande como el mío. Cuando quedamos frente a frente, ahora sí completamente en bolas, y vio el tamaño y el estado de mi instrumento, su trozo se le puso duro y los ojos se le abrieron en excitada sorpresa.

La idea de hacerle el culo a un macho tan delicadamente sensual, tan femenino, a pesar de esas bolas y esa pija, me volvió loco.

Ella se sentó en la cama y me invitó con un gesto, mientras se pasaba la lengüita por los labios y con una mano se acariciaba las tetas y con la otra se manoseaba la verga.

Me le fui encima y caímos en el lecho, con las bocas unidas y los cuerpos aferrados por brazos y piernas sedientas de placer.

Rodamos en la cama salvajemente. Ella era una hembra brutal, pero también un macho que parecía querer asumir el control. Logré sentarme encima de su pecho, con mi pija entre sus tetas. Jugué con esas ubres redondas y carnosas.

  • Te la quiero chupar...- Rogó.

Se la clavé en la boca y me entró a lengüetear y a sorber con fruición. Con una manito me tenía agarrado de la pija y las bolas. Era algo fuerte. Me estaba haciendo la chupada de mi vida, mientras se pajeaba con la otra mano. Llevábamos un ritmo sensacional. Parecía que ella, por ser también un macho, sabía como le gustaba que se la chuparan al otro, mejor que cualquier mina. Me estaba haciendo acabar, y con una presión de sus dedos en mi verga, me frenaba la leche. Quería darle por el culo, darle y darle por ese hermoso agujero y llenarlo de un torrente de guasca caliente. Que gritara de placer. Que no lo olvidara nunca. Que conociera a un verdadero macho bien caliente por ella. Quería hacerlo sentir bien hembra. Bien llena de leche de hombre. Bien feliz de ser puto.

Saqué mi fierro de su boca y nuestras lenguas se buscaron, ansiosas. Después le chupé la nariz, los párpados, las orejitas...

  • ...Tu culo, dame el culito...

  • ¿Me lo queres romper?...

  • Si...si...ya...- Le contesté.

  • Tocame la pija, dale...

Dudé un segundo, y después comencé a acariciarle la verga, que estaba al palo, como la mía. Luego seguí con los huevos.

  • Haceme la paja.... - Me pidió.

Tendidos de espaldas y con las piernas bien abiertas, nos pajeamos mutuamente. Nos conocíamos los tiempos. Parecía que hubiéramos cogido juntos toda la vida. Sabíamos cuando apurar y cuando parar. Nos llevábamos y nos traíamos la leche. Gemíamos a dúo. Ella era algo grandioso, con esas tetas de pezones parados y ese fierro parado, duro y caliente.

Nos dábamos mano sin asco, meta y meta, sin pausa. Nos agarrábamos las pijas como solo saben hacerlo los machos. Ella me pajeaba como solo yo hubiera podido hacerlo, pero, además, me regalaba el contacto de una manito de piel suave y delicada como la suya. Varias veces creí que se me saltaba la guasca.

  • No puedo más...

  • La última chupada...

  • Siii...

Nos soltamos las vergas y Lola se vino entre mis piernas. Tomó mi palo en su boca, se lo tragó bien adentro y, sin chuparlo, me lo empapó de saliva. Después me lo soltó y me miró a los ojos. Le chorreaba saliva por la boca.

  • Ahora me lo tenés que hacer.

  • No quiero usar forro...

  • Cogeme así...¡Dale!

La abracé y la tiré de costado. Me le puse en la espalda y busqué el culo. La aplasté boca abajo con el peso de mi cuerpo.

  • Abrite...asiiií...

Mi verga tanteó el agujero.

  • Chupamelo....

Complaciente, fui bajando por su espalda, besándolo y besándolo, hasta llegar al culo. Su agujero olía a sexo. Le metí la lengua y se lo mojé todo.

No podía más.

La cubrí con mi cuerpo y se la metí, despacito, apenas la puntita de mi pija, que estaba más dura que nunca. Retrocedí un poquito y la metí más y otra vez para atrás y otra vez más y así y así y más y más y más fuerte y más fuerte y con todo y mi amor por ella iba entero en esa pija que le estaba enterrando más y más profundo y ella se retorcía y gritaba y gozaba y pedía que fuera más y más fuerte, más y más adentro, con más y más ganas, con más y más pasión y que le diera toda mi lechita, fuerte, fuerte, con todo y que fuera su macho, su macho, su macho, y ya la tenía bien adentro, toda toda adentro y le daba y le daba y gemíamos, felices, hasta que ya no pude más, no pude detenerme más, no pude parar el momento más y con un alarido le largué un chorro de leche para que tenga y lo sienta para toda la vida...

Quedamos quietos un buen rato, jadeantes y exhaustos. Cuando al fin se hizo silencio, yo seguía con mi verga en su culo. Todavía no se me había ablandado el palo.

  • Te quiero...- Le dije

  • Yo también.

  • Sos lo mejor.

  • Dame más leche.

  • ¡Siii bebeee...! - La pija se me puso como piedra.

  • Yo también quiero sacar la mía.

Con cuidado, nos fuimos levantando para que él se pusiera "en tres patas", porque se sostuvo con las rodillas y la mano izquierda. La derecha fue a su entrepierna.

  • Quiero que guasquiemos juntos. - Me pidió.

Aplastado sobre su espalda, me aferré a sus tetas y empecé a darle palo. Ella entró a pajearse y enseguida acomodamos nuestros movimientos, arriba y abajo, mi fierro en culo y su mano en su pija. La tenía bien adentro de ese orto que me apretaba como una mano de seda y le di y le di porque sentía que yo era el macho que ese macho-hembra quería desde siempre y que yo siempre había querido cogerme una cosa tan bonita, tan fabulosa, tan caliente como Lola, tan dulce, tan suave, tan fuerte y tan grande. Era mi puto, mío, mío, yo se la daba, yo lo llenaba y le retorcía los pezones y la hacía aullar y pedirme más y la sentía tan potente y entregada bajo mío y ella se pajeaba con fuerza y gemía y suplicaba más y exigía más y estaba feliz y seguíamos y seguíamos y el placer me estallaba en la pelotas y subía y bajaba por todo el cuerpo, por las piernas, por el pecho, por la nuca...

  • Siiií...

  • Siiiiiíaaaahhhh...

Explotaron mis entrañas, voló el dique y mi leche la bañó por dentro y ella gritó y también largó la suya. Nos derrumbamos en el lecho y ella se restregó en la sabana para mancharse con su guasca de macho hermoso.

  • ¡Abrazame! - Gritó.

Desenterré mi lanza de un tirón. Ella gimió y se dio vuelta y nos abrazamos y nos besamos con lenguas desesperadas y nos aplastamos una contra otra las pijas sucias de leche. Rodamos en la cama, refregándonos los chotos hasta que se volvieron a poner bien duros y nos seguimos restregando y acariciando y chupando y amando hasta que acabamos largando la guasca otra vez los dos juntos.

Su leche y la mía me bañaban el abdomen. Ella me mordisqueaba débilmente una oreja. Nos musitábamos al oído todo nuestro amor.

  • Te quiero, bebito...

  • Sí amor...tu lechita...

  • Bebe...amor...como...

  • Si ...siii...

Quiero su culo y sus tetas y su cara y su voz y su pija. Ninguna mujer me hizo gozar como él. La amo y lo amo y no me importa nada.

Cuando nos separamos nos dimos los teléfonos y nos prometimos un encuentro para el día siguiente.

Al llamarla al otro día, comprobé que me había dado un número falso.

Creí volverme loco. La deseaba con desesperación.

¿Dónde buscarla?.

Fui a varios lugares donde a la noche solían ofrecer sus servicios las travestis pero no la encontré.

Necesitaba su cuerpo con locura. Pasé dos semanas tremendas.

No podía sacármela de la cabeza.

Una noche sonó el teléfono. Era ella.

  • Te engañé- Me dijo.

  • Si, ya lo sé.

  • ¿Me llamaste?- Pareció sorprenderse.

  • Claro que te llamé.

  • ¿Por qué?- (¡Como si no pudiera imaginárselo!)

  • Porque te deseo.

  • ¿En serio?.

  • Sabes que estoy loco por vos. Sabes que te tengo más ganas que nunca.

  • Eso que me decís es muy lindo. ¿Qué me queres hacer?

  • Te quiero...vos sabes lo que yo quiero.

  • No, no sé...decime, dale...

  • Te quiero chupar toda...

  • ¿Sí?

  • ¿Y que más?

  • Y te quiero hacer el culo hasta morirme. Te quiero llenar de leche, mi leche. Mucha leche.

  • ¿Queres que nos pajiemos juntos?

  • No, no quiero hacerme la paja por teléfono.

  • ¿Quién te dijo por teléfono?

  • ¿Dónde...donde estás?

  • En mi casa. Anotá la dirección...

Quedaba en la otra punta de la ciudad, pero creo que batí un record de velocidad.

Ella vivía en un departamento de dos ambientes. Cuando me abrió la puerta estaba descalza y llevaba una bata semitransparente y debajo se veía un corpiño y una bombachita calada rosa, con encajes.

No alcancé a cerrar la puerta y ya nos estábamos chuponeando y buscándonos las vergas a manotazos impacientes. Voló su bata y mi camisa. Le arranqué el corpiño y me bajó los pantalones. Después lo siguieron zapatos y medias. Solo restaba su bombacha y mi slip. Nos desprendimos de ellos para poder exhibir dos regias pijas en toda su plenitud. Ahí en el estrecho y alfombrado pasillo de entrada del departamentito, ella hizo que nos arrodilláramos y luego nos acostáramos boca arriba, uno al lado del otro, con las cabezas en direcciones opuestas. Entonces, ella cruzó su pierna derecha sobre mi pecho y yo hice lo mismo con la mía. Las manos fueron a la verga contraria y empezamos a pajearnos con dulzura y perversa lentitud hasta ir subiendo el ritmo, poco a poco.

Nos dábamos y nos dábamos, era hermoso. Las pijas estaban durísimas y paradas como lanzas. Varias veces creí que explotaba, pero sabíamos frenarnos a tiempo. Por fin, largamos la guasca caliente a dúo. El torrente de leche nos bañó y nos llenó de placer. Descansamos un rato y ya estábamos duros de nuevo, tantas eran las ganas que nos teníamos. Buscábamos vaciarnos, dejarnos secos. Lola se puso encima mío y, ofrendándome su fierro, se puso a pajearme y a chuparme la verga con pasión. Yo metí mano a la suya y ya así volvimos a ordeñarnos mutuamente.

  • Siii mi amor- Me decía ella.

  • Dale guachita, dale, maaaas.

  • ¿Así lo queres?

  • Siii...

  • ¿Asiii, asiii?

  • Aaahhhhh

Mientras la pajeaba, ella puso su culo para que pudiera chupárselo, cosa que hice con adoración. Eso la puso muy loca y me empezó a lengüetear la verga con fervor. Yo le di mas fuerte a la paja, porque la quería hacer guasquear a toda costa. Quería que soltara la leche sí o sí. Quería hacerla aullar. Quería que derramara antes que yo y ella parecía querer que yo largara mi guasca antes que ella. Ahora ninguno trató de parar la explosión del otro. Al final, ella guasqueo primero y su chorro me empapó el pecho y el abdomen y yo entonces largue todo lo mío y ella empezó a lamer mi leche hirviente como si fuera un helado y aplastó su bellísimo cuerpo contra el mío y se refregó sobre si guasca mientras sorbía la mía.

Quedamos desparramados unos minutos, pero la cosa no podía terminar ahí. Su olor a macho y hembra me provocaba lo indecible y ella sentía algo parecido por mí. Faltaba que nuestras bocas y nuestras pijas se uniesen.

Mientras nuestras lenguas se entrelazaban y nos abrazábamos apasionadamente, las vergas, más duras que nunca, se acariciaban, se rozaban, se frotaban y se refregaban en una contienda de exquisita sensualidad.

Yo estaba encima de Lola, besándola y revolviéndole el cabello. Ella gemía y se retorcía del placer. Estaba a punto de soltar mi leche, cuando su mano fue a mi verga y con un toque sabio en el lugar indicado, ella evitó mi disparo.

  • No, - me dijo. - quiero...

  • ¿Qué, bebe, que?

  • Huummm...

Lola abrió y extendió las piernas hasta tocar las paredes del estrecho pasillo y, arqueando el cuerpo, me entregó su culo. Hembra antes que nada, se rendía al macho para que se la diera bien dada.

Le clavé mi palo y empecé a darle bomba mientras le chupaba las tetas y ella gritaba de excitación. Me sentí el más macho entre los machos mientras me la cogía. Pija y pija le enterré, cada vez más profundo.

  • ¿Té gustaaaahhh, té gustaaahhhh...?

  • Siiii.....

Y le di y le di y le di y me figure que yo era Dios cogiéndome al Universo y ella gemía y gritaba y disfrutaba y me decía que yo era su macho, su machito, su machazo y que quería más y que me la cogiera bien y más y mucho y que no pare y que le dé y le dé y así hasta que largué un chorro de guasca que la dejó completamente llena.

Después de esa vez, fui yo el que la evité durante una semana.

Me sentía enfermo. Más me la cogía, más loco por ella estaba. Quería tener mi pija clavada en su culo por toda la eternidad y, al mismo tiempo, me veía como un degenerado.

¿Qué era Lola?. No era una mujer. Había nacido macho. Pero no era un hombre. Su piel no era de hombre, su entrega no era de hombre, sus ganas de pija no eran de hombre. Pero tenía un trozo tan duro y tan grande como el mío y largaba tanta guasca como yo. Pero me daba su culo sin condiciones y se calentaba porque yo la hacía sentir muy mujer.

Al final, no aguanté más y atendí el teléfono.

  • ¿Por qué no me queres ver?.-

Fue lo único que me dijo, mientras lloraba. Le dije que viniera a casa, que se pusiera linda y que me perdonara. Me prometió que lo que habíamos hecho las otras veces, no era nada en comparación con lo que se venía ahora.

Cuando abrí la puerta, me di cuenta que no mentía. Se había puesto un muy ajustado vestido negro. Tan ajustado, que se le empezó a notar el bulto apenas nos vimos.

Nos besamos y empezamos a sacarnos la ropa. Así era siempre. No podíamos esperar para coger. Era vernos y querer coger. Debajo del vestido, no llevaba nada. Me desnudé presuroso y quedamos exhibiéndonos nuestras recias vergas, paradas y lustrosas por el sudor.

Ella empezó a mover la pelvis atrás y adelante, como provocándome. Yo me acerque e hice lo mismo. Nos dábamos topetazos con las pijas, primero despacio y lento y luego más y más rápido y más y más fuerte. Nos abrazamos y seguimos nuestro duelo de lanzas, clavándonos y dándonos punzadas de placer y dolor. Nos acariciábamos y nos dábamos vergazos. Nos chuponeabamos y nos dábamos vergazos. Le apretaba las tetas mientras ella me revolvía el pelo y nos seguíamos dando vergazos cada vez más deliciosos. Por fin, mi muslo derecho se aplastó a su fierro caliente y mi verga se enfrentó con su pierna y, abrazados, nos frotamos y nos frotamos hasta soltar el primer polvo conjunto de la noche.

Lo que hizo después, no lo olvidaré jamás.

Mientras yo todavía jadeaba por la paja, Lola se fue hacía una pared, apoyó las manos extendidas en ella y abrió bien las piernas, como si se preparará para una inspección policial. Su delicioso culo se me ofrecía sin restricciones.

  • No quiero mariconadas. - Me dijo. - Culeame a lo macho...

Mi verga se puso de piedra. Me le tiré encima y la empalé de un solo golpe y la sacudí con furia de bestia caliente. La hice aullar y la colmé de guasca y de placer.

La llevé en brazos a mi cama para que se repusiera y me acosté a su lado. Echados de costado, no tardamos en mirarnos con deseo y empezamos a manosearnos las pijas que se habían vuelto a poner de piedra, como si no hubiéramos cogido en un mes.

  • ¡Cómo me tocas la pija, mi amorci...!

  • ¿Te gusta?

  • Siii...dale, daleee

  • ¿Más?

  • Siiii

  • Vos dame también....

  • ¿Así?

  • Si, machito...aaahhh.....

Parecía que echábamos la leche, nomás, cuando Lola detuvo su mano y, sin soltarme la verga, me puso boca arriba y se me subió a caballo. Hábilmente clavó mi lanza en su culo y comenzó a cabalgar. Loco de placer, tendí las manos hacía sus fabulosas tetas, que bailaban ante mis ojos. Ella se inclinó hacía adelante para que pudiera disfrutarlas, pero no disminuyó su marcha, sino que siguió empalándose en mi lanza, más y más. Alcancé a notar que, al mismo tiempo se estaba pajeando con una mano. Gritábamos como poseídos, atravesados por un mar de lujuria. Al final, colapsamos en un mar de leche...

Después de eso, decidimos pasar unos días juntos, en el departamento de ella.

Tal vez algún día cuente esa historia.

(c) Tauro, tauro_ar_2000@yahoo.com