Perversa obsesión II: La morenita sometida
Debido a los estudios se me dificultó escribir otro relato de aquel publicado por febrero de este año. Pero he decidido tomarme ciertos permisos para poder leer sus publicaciones y continuar con este hobby. Cualquier consejo, reproche o sugerencia alguna será agradecida. Desde ya gracias
Lisandro estaba tendido boca arriba en su cama, pensativo, dejando correr los segunderos de su reloj de pared. En ese instante el incesante campaneo de su teléfono lo sacó de aquel ensimismamiento. “Demonios”, replicó, “¿quién podrá ser a esta hora?” Pues las agujas del reloj daban exactamente las 23 en punto. Descolgó, y una voz que le resultó familiar se oyó al otro lado: “Lisandro, se que eres tú, maldito imbécil…piensas q no me he olvidado lo de nuestra primera y última cita cochino infeliz…” Estaba claro, era Sandra. “¿Qué querrá esta prostituta de mí?”, pensó.
“Escúchame atentamente, digamos que me importa un comino en este momento lo que sucedió aquella noche”, replicó Sandra, “no es a ti a quién busco, más bien digamos que deseo contratar los servicios de tus generosos dotes”, dijo con un tono que dejó escapar cierta lujuria.
“Pues bien, seré clara. Anoche han contratado mis servicios un sujeto que me ha ofrecido 10000 dolares a cambio de cierto trabajito para el cual he pensado que eres el tipo indicado”.
“Bien, dime que debo hacer entonces”, respondió Lisandro, imaginando que haría con tamaña suma de dinero, aunque le correspondiera nada más que la mitad.
“Deberás venir mañana a las 20 horas al hall del edificio cuya dirección te confirmaré minutos antes por mensaje de texto. Deberás aguardar que yo llegué, y ante una leve señal que yo he de hacerte, tendrás que dirigirte a toda velocidad hacia mi, con una capucha o una cofia, da igual ¿Has entendido?”
“Si, por supuesto”, indicó Lisandro. “Ahora, ¿de qué clase de trabajo estamos hablando?”
“Pues bien, el sujeto me ha dicho que no hay nada que le excite más en el mundo, qué ver a su hijita adolescente, violada por una pajera sin escrúpulos”
Un leve “ufff…”, dejó oír Lisandro, quién ya empezaba a vislumbrar ciertas cosas en su mente. “Digamos que estaba esperando algo así”, dijo finalmente.
“¿A poco que te has excitado cabrón? Viste lo mucho que te conozco a pesar de lo poco que hemos de habernos visto…Ja, todos son iguales. Una cosa más, esta vez estaré más atenta imbécil, así que nada de juegos o no hay paga. ¿Me oíste bien?”
“Por supuesto divina, por supuesto”.
El humo de su cigarrillo invadía el interior del coche de Lisandro. Aguardaba pacientemente el arribo de Sandra. “Bien, tranquilo hombre. No es la primera vez que lo haces, aunque no de esta forma…”, se decía a sí mismo. En ese momento, vislumbró la figura de la susodicha. Tan sexy como siempre, parecía emanar de ella un aura de lujuria y goce. “Es perfecta”, repetía para sus adentros el joven.
Se apresuró a salir del vehículo y colocándose la mascara, se acercó hacia donde se hallaba Sandra, mirando a derredor para saber si no había alguien en las cercanías.
“Aquí me tienes”, le dijo.
“Bien, no esperaba menos. Eres un idiota, pero un idiota puntual…y al que hoy quiero ver con todo su potencial”, dijo Sandra entrecerrando uno de sus párpados, un guiño complaciente que pudo distinguir aún cuando ésta tuviera su rostro cubierto con un pasamontañas.
El joven no podía despegar sus ojos de la mujer. El perfume de ésta, lo hacía suspirar. Por más que un tapado negro ocultase su silueta, intuía que por debajo de este, un brasier de fina lencería apenas podía contener en su sitio sus turgentes senos, y una tanga minúscula se abría paso por entre sus carnosas nalgas, escabulléndose por entre los labios de su risueña vagina.
“Dios”, pensaba Lisandro. “Espero concentrarme en el trabajo, espero…”, decía para sus adentros, al mismo tiempo que se detenía a contemplar los carnosos labios de Sandra, que de un estridente rojizo, sobresalían por entre el corte del pasamontañas.
“Entremos, antes que alguien nos vea y alerte a la policía.”
Ingresaron al interior del edificio, y sin que se vea al portero, tomaron el ascensor. El departamento se ubicaba en el tercer piso. Cuando llegaron, tocaron la puerta con precaución. Un sujeto de mediana contextura, moreno y atrajeado con una bata de seda, les abrió la puerta. “Pasen”, les dijo. “Pónganse cómodos”.
Antes que los invitados dijeran palabra alguna, el tipo replicó: “Los hice venir con capuchas, porque no quiero que sus rostros sean descubiertos. Las cámaras están filmando. Pero el vigilante no se haya hoy presente. Más bien lo está, pero en la terraza, en una fiesta que organizó el consorcio del edificio. Por eso no se cruzaron nadie en los pasillos. Es el día perfecto ¿no? Para aquello por lo que los contrate, me refiero. No se quiten aún sus atuendos ni capuchas. Quiero que sea una sorpresa para ella.”
“Menuda sorpresa”, pensaron tanto Lisandro como Sandra.
“Mi hija ha sido invitada a dicha fiesta, y ha pesar de eso ha decidido no verme”, dijo el sujeto. “En un instante la llamare para que baje con la escusa de que debo hablar con ella urgentemente. Ha estado caprichosa últimamente. Eso, y también el hecho de haberme avergonzado públicamente ante mi ex mujer…” Cuando pronunció esto último, un ligero odio cruzo por sus ojos, y su rostro adoptó una expresión extraña. Algo muy profundo se advertía en sus dichos.
“Bien”, pensó Sandra, “esto se va a poner bueno.” “La odia”, se dijo para sus adentros Lisandro. “Espero que esto no se convierta en una locura…o más bien que se así…da igual.”
“¿Están preparados?”, dijo el sujeto del cual Lisandro ignoraba aún el nombre.
“Siempre lo hemos estado”, replicó Sandra en un tono cortante, que hubiese sorprendido al macho más bravo.
“Ok, ok…solo decía. Aquí tiene su paga. Son 10000 dólares en efectivo, como me habías dicho preciosa.”
“Llámeme simplemente Sandra…ahórrese sus piropos. Yo cumplo con lo pactado, usted también. Simple. Así me manejo con mi socio.”
Esto sorprendió a Lisandro: “¿Socio? Ja, con que somos parte de una empresa ahora. Linda y extraña empresa.”
“Ok, ok. Espero que todo salga como tiene planeado. Hoy será el día más placentero de mis últimos 10 años. O tal vez de mi vida”, dijo el sujeto.
Diciendo esto, tomó su celular, realizó una llamada y luego cortó.
“Dice que viene para acá. Cree que será rápido. Ja, pobre niñita consentida. Ubíquense detrás de la puerta. Y que sea una sorpresa. Una forzada sorpresa.”
Oyeron pasos presurosos en el pasillo. La puerta se abrió de repente y observaron entrar a una joven vestida con un vestido de encaje rosado y un amplio escote en la espalda. El rosa parecía contrastar con una piel morena que a Lisandro ya se le tornaba apetecible de recorren en toda su plenitud.
“¡Papá! ¿Qué haces en la oscuridad? ¿Es una tomada de pelo? Me dijiste que querías hablar seriamente y esto parece una simple y tonta escena para conmoverme ¿no?”
“Pero hija mía, si lo único que quiero es…¡verte retorciéndote de dolor y placer bañada con mi semen como una buena cerda que eres!”
Al decir esto su padre, la joven no supo que contestar. ¿Sería una broma? ¿Qué demonios le pasaba a su padre?
“Pero papá…¿Qué idioteces dices? ¿Te has vuelto loco?”
“Siiiiii, ¡loco desde que me humillaste perra sucia!”, y diciendo esto hizo un gesto con la mano, desde el sillón donde estaba recostado.
La puerta se cerró de repente y la oscuridad invadió completamente el departamento. La joven sólo distinguió a derredor unas siluetas al encenderse la nítida luz del velador que se ubicaba por encima del sillón donde se hallaba su padre.
“¡Papááááááaaa!”, exclamó la joven, mientras su grito se apagaba por la música que tronaba desde la terraza. Sintió cómo una mano se aferraba a su cuello y otra daba un tirón a su brazo. Giró como pudo su cabeza, y contempló dos figuras que la observaban fijamente, con sus rostros cubiertos.
Quiso gritar nuevamente pero quien la tenía tomada por su cuello tapó su boca con la mano restante. Sentía el frío de los guantes negros colarse por la comisura de sus labios. “¡Dios, que está pasando!”, pensó.
“Silencio, perrita”, le dijo quien estaba junto a ella apoyándola por atrás y aferrándola por la cintura. “O no queremos que papito se enoje, ¿verdad?”
La joven no entendía nada: ¿Su padre estaba asintiendo esto? De no ser así, porque no actuaba. ¿Y si lo habían amenazado antes que ella ingrese? Y de ser así, ¿por qué la miraba con esa sonrisa tan complaciente y maliciosa?
Lisandro tenía ambas manos en la cintura de la joven. La había observado atentamente antes, de frente y de reverso. Había contemplado sus pechos, erguidos y sus pezones, que se traslucían por la fina tela del vestido. “No lleva sostén, menuda puta”, pensó. Deseaba comérselos, lamer esos senos hasta no poder más. Había visto su rostro, de una enorme belleza. Tan infantil, tan morboso. Deseaba cubrirlo de esperma. “Cómo su padre, ja.” Mientras pensaba esto, instintivamente mordió con suavidad el lóbulo izquierdo de la joven. Al oído le decía: “Lo que te espera putita, lo que te espera…” Sintió como la piel de la morenita se erizaba, mientras recorría su espalda con su boca.
“Está aterrada”, pensó Sandra al momento de dejar que la jovencita tomara un poco de aire aflojando la mano que rodeaba el cuello de ésta. Pero al instante, la sujeto del mentón y contemplándola fríamente, le propinó un cachetazo que retumbo en la habitación.
“Sigan así…”, dijo el padre, mientras empezaba a acurrucarse en el sillón, desabrochándose su cinturón y tomando el pene entre sus manos.
“Papáááá!”, exclamó la adolescente. Pero al unísono, otra cachetada que hizo bambolear sus cachetes, al tiempo que un hilillo de sangre se desprendía de su labio inferior.
“Trata de relajarte, cariño”, dijo Sandra. “No te queda otra que disfrutar… o sufrir”. Tomó entre sus manos el rostro de la jovencita y le propinó un beso salvaje y húmedo, colando su lengua en la boca de ésta, e inundándolo de saliva, sin dejar tampoco de morderle los labios con furor y pasión. La joven no tuvo tiempo ni de pensar. Parecía como si el cuerpo se dejase llevar. Sentía al mismo tiempo cómo unas manos férreas, desprendían con furia los breteles de su vestido, para acto seguido, tomar sin delicadeza alguna sus pechos y amasarlos en toda su plenitud. “Ahhhh…”, definitivamente se estaba dejando llevar por el placer que inundaba su humanidad.
Lisandro presionó con fuerza los pezones de la joven, mientras besaba su cuello, al tiempo que Sandra parecía disfrutar los tiernos labios de la muchachita.
A poca distancia, el padre castigaba su miembro, sin dejar de decir: “Más…hagánla sufrir por favor…”
Esto no le gustó para nada a la adolescente, que al instante se veía arrojada hacia el sofá, cayendo sobre un cuerpo, al tiempo que su rostro era acercado sin contemplaciones hacia otro rostro cubierto por una capucha, que dejaba entrever ojos y boca. Nuevamente sintió como su lengua entraba en contacto con otra, pero era una sensación distinta, no menos placentera. El extraño (no tenía dudas de que era un hombre, advertía un bulto que aún oculto por los pantalones del sujeto, se clavaba en su vientre), tan sólo dejaba de comerle la boca para arremeter contra sus senos, cubriéndolos de una espesa saliva. Lisandro los degustaba de tal manera que hasta sentía sus propios gemidos, o gruñidos, o lo que fuera. Sandra, sin dejar de contemplar la morbosa escena, levantó la parte inferior del vestido de la chiquilla para sujetar entre sus manos, el trasero de la joven en toda su magnitud. Las nalgas estaban separadas por una fina y minúscula tanga de animal print, la cual ya estaba empapada. Se le antojo delicioso, y arremetió el coño de la joven, corriendo un poco la tanga, e incrustando su lengua en la cavidad vaginal: “Argggg….Diossss míoooo!”, dejó oír la jovencita.
Esto pareció despertar todo el frenesí de Lisandro, que apuró a bajarse sus pantalones, sin dejar de lamer los pezones de la morenita, que parecían estallar, y sacando su pene, lo colocó en la entrada de la vagina de la joven, y sin miramientos, empujó con todas sus fuerzas: “Ahhhhh…”, el grito de la adolescente inundó la habitación, haciendo que su padre incrementara el ritmo de su masturbación.
La escena para Sandra era idílica: unos turgentes senos juveniles impactando contra el cuello de una adolescente desconocida, el rostro de ésta desfigurado por el placer, ojos en blanco, boca jadeante, sonidos guturales, una tierna vagina conteniendo a duras penas el pene de Lisandro, que arremetía sin parar, los labios vaginales de la chiquilla rompiéndose contra los testículos de éste, el culo de la joven apuntando hacia ella con esas medidas tan lujuriosas. Estaba excitadísima. Por eso se apresuró a tomar las bolas del muchacho, y comenzar un recorrido con su lengua, pasando por el coñito de la jovencita, e incursionar entre las nalgas de esta, hasta llegar a su ano. El olor que emanaba del cuerpo de los dos, se le antojó a Sandra absolutamente delicioso. Descorrió la minúscula tanga del orificio, y lo lamió con desesperación, tornándose la situación, cómo si fuera una penetración más, un tanto más débil, pero ocasionando tan sensación en la jovencita, que de paso, jamás había experimentado algo así, que el cuerpo de ésta entró a convulsionar, a agitarse, hasta inundar de jugos el pene de Lisandro, que con esta lubricación extra incrementó notablemente sus embestidas. La joven no pudo reprimir tal orgasmo: “¡Ahhhhhhhhrrrrggggg…papito queridooo!”
A esta altura, el padre, viendo cómo su hija, era empalada vaginalmente, y su ano era explorado por la lengua de una mujer, sintió que no podía más, que sus testículos iban a estallar literalmente hablando. Se levantó y caminó hacia el sofá, y posándose por detrás de su hija, justo a la altura de las nalgas de ésta, que estaban siendo devoradas por Sandra, dejando una estela de saliva, que no pudo dejar de excitar aún más al sujeto, acabó. El reguero de semen abarcó desde la espalda de la joven, a medio erguir, siguiendo por las nalgas de ésta, mientras algunos hilillos de esperma, se adherían a la tela de la capucha de Sandra. “Argggg, tomá putitaaa!”, decía mientras vaciaba todo lo que hubieran podido contener ambos testículos.
El calor que recorría la piel de la muchachita, a raíz de los charcos de semen que se estancaban en los rincones de su espalda y se deslizaban por entre sus nalgas, hasta depositarse en su ano, cayendo una vez más hasta su coñito; lejos de impacientarla, la excitó aún más. Su cuerpo no entendía de moral ni tabú. Sólo deseaba disfrutar esta nueva experiencia absolutamente morbosa e impredecible.
La capucha sofocaba a Sandra. Eso, y el morbo que se desprendía de aquello que estaba contemplando. Jamás se había sentido así, tan excitada. Pero había algo más. Observó con detenimiento el cuerpo de Lisandro. “Dios, que figura!”, pensó. Piernas torneadas, abdominales trabajados, brazos marcados, un físico envidiable en suma. Pero un detalle no menos importante, era el tamaño de su pene. Lo veía absolutamente erguido, con las venas rodeando su carne a punto de romperse, sus testículos estrellarse contra la vagina de la jovencita, y el sin inmutarse, sin detenerse, lleno de vigor. “Odio a esta pendeja”, pensó. Porque lo que transmitía Lisandro no era un salvajismo sádico, había algo más. Deleite tal vez, por la muchachita, por su juventud, por su esplendor. Esto lo comprobó cuando Lisandro se despojó de su pasamontañas y sus ojos se juntaron con los de la joven. Había deseo, pasión, mutua e irremedible. “Ya veremos quién te hace disfrutar más, ahora vera esta idiota”, se dijo a sí misma. Quería que de una vez por todas sufriera. Detestaba esta pasión que estaba surgiendo entre su “socio” y la jovencita.
Por eso, repartió a diestra y siniestra cachetazos sobre el trasero de la muchachita. Las nalgas de esta, de un precioso tono ébano, que parecía brillar ante la tenue luz del único velador encendido en la habitación, cubiertas de sudor, se bambolearon en todas las direcciones ante el fulgor y el sadismo que colmaban el ánimo de Sandra. “Aiii, para, detente…o sííííi, sigue por favorrr!”, exclamaba la joven, llena de contradicciones, llena de placer y dolor, una frontera indistinguible aquella noche.
Sandra, sin dejar de enrojecer las nalgas de la morenita, y mientras ésta era penetrada aún vaginalmente por Lisandro, contempló al padre de la joven. Allí estaba, parado a su lado, disfrutando cada detalle de la escena, con su pene a medio flácido aún, desprendiendo de su glande, un hilillo de esperma, mientras el sujeto comenzaba a masturbarse de nuevo, diciendo cientos de groserías para con su hija: “Síííí, tomá putita…dale cabrón, rómpele su coño, inúndaselo, préñaselo, como buena putita que es, oh sí!”.
El sujeto, notó de repente, cómo la figura que estaba a su lado, se levantó, se quitó su capucha, y dejó al descubierto su rostro. Una rubia cabellera se deslizaba hasta los hombros de la mujer, unas pestañas delineadas de un negro azabache, contrastaban con la claridad de un tono azulado de los ojos de ésta, que a esa altura le parecieron celestiales. Sus labios, parecían aún más carnosos bajo el recubrir de un rojo fuego del rush. La mujer, se desprendió los botones del tapado que cubría su figura hasta las rodillas, y dejó entrever unos senos firmes terminados en punta, con unos pezones de idéntica dureza, que el brasier apenas podía contener. “Mamita, que cuerpo!”, pensó.
Sandra se acercó al sujeto, y sin mediar palabra, tomó su miembro con ambas manos, y luego de lamer con ímpetu sus bolas, se tragó literalmente, el pene de este, pero por más esfuerzo que hacía, nomás le cabía hasta la mitad. Mientras jugaba con su glande, se desprendió el brasier, dejando sus tetas al aire. Sabía que esto haría que el tipo explotara de placer. Lo confirmó en la expresión de sus ojos, que no parpadeaban, extasiados por semejante visión, y el tamaño de su miembro, que comenzaba a acrecentarse hasta límites insospechados. Se le estaba tornando dificultoso contener tamaña cantidad de carne en su boca; el glande tocaba su campanilla y aún se agigantaba. Tuvo una súbita arcada, pero la contuvo, y adoptando la expresión más promiscua posible, lo miró a la cara, sacó el pene de su boca, lo escupió cubriéndolo de saliva y esperma (una combinación blanquecina y bien viscosa), para luego engullírselo nuevamente. “Arggg, mamá!”, dijo el sujeto. Sandra sabía que el tipo estaba alcanzando el clímax, y antes de que las manos de éste la tomasen de sus cabellos para penetrarla bucalmente (cómo sabía que ocurriría), tomó el miembro y lo aproximó al orificio anal de la jovencita. Abrió las nalgas de la muchacha con todas sus fuerzas, y de un solo y bravo impulso, clavó literariamente, el pene del sujeto, que debido a su descomunal tamaño, sólo entró hasta la mitad. Padre e hija, el mismo sonido gutural, en ella pareció más bien un chillido y en él, un estruendoso rugido: “Ahhhhhhrrrggg!”
La jovencita sintió que su humanidad se quebraba al tiempo que las piernas le temblaban. Jamás había experimentado dolor igual. Era cómo si le hubiesen enterrado un bate de beisbol, al cual lo intentaban quitar por unos instantes, para con mayor impulso, clavarlo más adentro suyo. Sentía el pene de su padre (¡Si!, su propio y odioso padre, el que la había entregado a dichos sujetos), llegar hasta sus propios intestinos. Las fricciones provocadas por las penetraciones de Lisandro ya no surgían efecto. Desde el ombligo para abajo, había perdido toda sensibilidad, o no, porque un nuevo calor la empezó a invadir desde lo más profundo de su ser. “Ahhhhh”, gritó. Sentía que algo vertía desde alguna cavidad. Pensó que era otro orgasmo, o que se había orinado, o peor aún, que el líquido que se deslizaba por sus piernas era su propia materia fecal. Pero ya no le importaba. El dolor había empezado a dar lugar al placer infinito que provoca un desvirgamiento anal. O el morbo que provoca un desvirgamiento anal por el propio padre.
El padre, no podía entender lo que estaba viviendo. Tres cuartas partes de su miembro incrustadas en la cola de su hijita. Mientras con una mano intentaba abrir lo más que podía la nalga derecha de la jovencita, con la otra tiraba de la cabellera de ésta, que abría su boca y mostraba lengua y dientes al dificultársele respirar, como si de una yegua en pleno relinche se tratase. El morbo borraba su instinto paterno, y clavaba su miembro en el ano de la muchachita, tratando de ganar centímetros. Quería llegar a lograr que sus testículos impactasen contra las nalgas de su propia hija, mientras la vagina de ésta era taladrada aún por Lisandro, en una doble penetración que irradiaba lujuria.
Por esos momentos, el propio Lisandro sabía que no aguantaba más. Había estado más de media hora sintiendo cómo las paredes de la cavidad vaginal de aquella morenita, comprimían su miembro. Pero a pesar de esto había resistido. Una energía rara lo llevaba a tal frenesí. No había dejado de contemplarla ni un segundo. El pubis angelical de la jovencita, la suavidad de su piel, sus joviales y turgentes senos bamboleándose sin dirección alguna, su rostro absolutamente perfecto, con esos ojos de un negro profundo, que llegaban a intimidar y eran capaz de hacerte enamorar perdidamente de ese magnífico ser. Hasta el sudor que corría por el cuerpo de ésta, y e inundaba el suyo propio, se le antojaba plenamente bello.
Sandra contemplaba todo con una sonrisa perversa. La jovencita no paraba de gemir, gritar, maldecir: “ammm…sííí…más papito querido…¡no, no se vengan!, aguanten…¡dénmen mássss!...pártanme!”
“Parece que estamos haciendo un buen trabajo: ella tiene su merecido, el sujeto tiene lo que siempre ha querido, Lisandro parece agradarle el empleo, sólo falta que yo obtenga lo que he deseado…” Los pensamientos de Sandra fueron interrumpidos. Dos gruñidos estallaron al unísono: “Arggg”, seguidos de un prolongado gemido: “ammmm…”
La escena que siguió le pareció digna de una película de Mario Salieri: la jovencita tenía la espalda arqueada, el trasero lo más elevado posible, las manos clavadas al sofá. De su vagina, aún con el pene de Lisandro dentro, dejaba escapar por los labios, cantidades inimaginables de semen, que recorrían los contornos de sus piernas y la de Lisandro, depositándose en el escroto del joven, cómo si de un charco se tratase. Entre las nalgas de la muchachita, estaba aún incrustado el descomunal miembro de su padre, que había logrado clavarlo hasta los testículos. Un sonoro “ploppp…”, se dejó oir, al momento en que el sujeto, iba retirando de a poco el pene del ano de su hijita, que giró su cabeza, tratando de vislumbrar lo que en ese instante sentía: el vertido de semen contenido en su cavidad anal.
Espero tener la continuación dentro de poco tiempo.