Perturbada (3)
Sigo igual, o peor. Con lo ocurrido el sábado estoy sin piso.
Perturbada (3)
Empecé a escribir estas líneas el miércoles, juntando los enojos y desconciertos de estas últimas semanas; ustedes ya saben cómo me siento y porqué: llegó (y pasó) el fin de mes, un plazo, un jefe que me pide, un marido en su mundo, mis valores, mis dudas, mi cuerpo que reacciona, en fin, todo eso que me tiene casi ahogada en un mar de contradicciones. Hoy es sábado. Y con lo ocurrido ayer estoy peor que nunca. Lo odio.
( Lo escrito el miércoles, tal como lo escribí ):
Como ya conté, cambié casi completamente mi ajuar de ropa interior. Aún siendo la misma mujer, me sentí otra, más vital, más mujer. Dos o tres días después de esa compra y llegado el momento de ir a dormir me desvestí - como siempre - en el dormitorio. Mi marido ya estaba en la cama, absorto en un libro de Sebreli. Justo en el momento que sacaba el vestido por sobre mis hombros escucho, con total sorpresa, la voz de mi marido diciéndome "es muy bonita": ¡ había registrado mi nuevo "look", la bombachita roja con brillitos que precisamente había estrenado ese día !!!
Sí, aunque no lo crean, mi marido me registró !!!. Hacía tanto que no me registraba...
Contenta por su actitud y de costado me miré al espejo de cuerpo entero que hay en nuestra habitación; me ví bien, la cintura ya no es la cinturita de mis años mozos, pero me vi y me sentí bien. Siempre de costado también miré a mi marido, tenía su mirada fija en mis espaldas. ¿Te gusta?, le pregunté y moví un poco la cola, meneándola. Ajá, dijo él, para luego bajar la vista y volver dudoso a su libro. Tras ello yo seguí mi rutina, fui al toilette y unos minutos después me metí en la cama y me recosté sobre él, abrazándolo. Esperé, me acomodé más pegada a él... pero ya había vuelto a sumergirse en su mundo. Quiero terminar este capítulo, dijo, sin levantar la vista del libro. Suspiré, desencantada, y tras unos minutos así me desabracé y girando, me reacomodé en la cama boca arriba, en mi lugar, el lugar de nada.
Me sentí enojada pero me forcé a dormir. Al tiempo él cerró el libro y apagó la luz. Un instante después lo sentí sobre mí: me acarició un pecho, me lo besó y con su otra mano llegó a mi entrepierna. No dudé ni un momento, hacía tanto que no lo sentía... me dejé hacer, suspiré - ahora si de contentura (mis pechos son extremadamente sensibles y me encanta que me los envuelva y me los bese) y abrí mis piernas para facilitar más su acceso. No duró mucho mi placer, tras unas caricias maniobró para sacarme la bombacha, colaboré y una vez desnuda se subió sobre mí, sentí su pene duro buscar mi entrada, me abrí un poco más y en un tris tras ya estaba en mi interior, moviéndose. Sentí algo de dolor, irritación, todavía estaba seca; él ni se dio cuenta, se empezó a mover, bombeó tres, cinco minutos y jadeando, eyaculó en mi interior.
Cuando me da placer suelo cerrar los ojos. Esta vez no los cerré. Miré sus ojos cerrados, inmerso en su planeta, como descargaba sin darse cuenta que yo estaba allí, que era persona, que era su mujer. Tras su orgasmo - si es que a eso los hombres le llaman orgasmo - no tardó ni medio minuto en salirse y dejarse caer de costado, acomodándose en su lugar de la cama para dormir. Ni una palabra, ni un gesto, nada. Lo odié, me odié. Me odié porque hubiera querido amor, no un polvo. Me odié porque hubiera querido subirme sobre él y no lo hice. Lo odié por el beso que no me dio, por su egoísmo.
Éste fue todo mi contacto con él durante estas tres últimas semanas. Y sé que algo está fallando en los dos porque no lo puedo, no lo podemos hablar. Por eso mi enojo que - obviamente - no contribuye a mi estado de zozobra y perturbación.
Cinco minutos después mi marido ya dormía mientras que yo continuaba allí, boca arriba en la cama, estática, la vista en el techo. Pasaron los minutos y en algún momento, a tientas, busqué mi bombacha de brillitos para reponérmela; al hacerlo y acomodarla rocé mi vulva y entonces..., entonces...., mi cuerpo reaccionó: sentí calor, mucho calor y... necesidad. Sin pensarlo demasiado me incorporé de la cama, miré hacia mi marido - dormía profundamente - me levanté, fui al baño, me senté en el water, apoyé mi cuerpo sobre el respaldar y bajando mi mano fui en busca de mi, de mi placer. Hacía mucho, mucho tiempo que no hacía eso pero allí y en ese momento sentí que lo merecia.
Aún así no logré que se me pasara el enojo. Y a esto agréguenle el "incidente" con mi hija, incidente del que ella ni se enteró.
Ocurrió casi sobre el final del mes, el sábado anterior. Se quedó a dormir el noviecito (van muchas veces que este chico se queda a dormir los fines de semana, ambos son cuidadosos, no son muy salidores y de madrugada no es bueno que los chicos anden solos por la calle). Hacia la madrugada - supongo serían las cuatro de la mañana - desperté con sed. La pizza siempre me da sed. Fui hacia la cocina, me serví y tomé un vaso de jugo y volví al dormitorio; al pasar frente al dormitorio de mi hija - la puerta no estaba del todo cerrada - me pareció escucharla quejarse. Me detuve y presté atención unos instantes y sí, se quejaba, pero no de angustia ni de dolor; mi instinto me dijo que esos gemidos eran de amor, de sexo. Sé que mi hija lo hace con el novio, sé también que lo hacen en casa, fue algo que me costó aceptar aunque terminé cediendo. Cuando me di cuenta que esos gemidos eran de placer me ruboricé, lo sentí en mi cuello y en mi cara. No pude evitar mirar. Al hacerlo, apenas, por la puerta entreabierta, vi a mi hija sobre el novio, cabalgándolo como una amazona, entregada ella, entregado él, disfrutándose sin reparos ni temores. Ruborizada y acalorada volví a mi cama pensando en cómo ella podía disfrutar con esa libertad y yo aún me inhibía: nunca estuve sobre un hombre.
No me odio por eso. Me da vergüenza admitirlo, que es otra cosa.
Y llegamos ahora al que me quiere seducir, al que quiere tener algo conmigo a cambio de mi seguridad en el trabajo: Alberto.
Tengo de decirlo: Alberto me desconcierta, totalmente. No lo entiendo. Hay días que juguetea conmigo, me pide le muestre que ropa interior llevo puesta, todo en medio de sonrisas y halagos y ambiente de juego. Lo hago y a medida que pasan los días me da menos vergüenza, ya es casi "como natural". Pero, simultáneamente, hay días en que no existe o yo no existo, no me provoca, no me dice nada subido ni me pide nada. No digo que toma distancia pero si, es como si estuviera yendo y viniendo sin lógica ni secuencia. Días que me busca, días que no quiere buscarme. Así transcurrió todo el mes y el calendario corría, inexorablemente.
Y en ese correr de los días mi debate, mis contradicciones, mis miedos, mis enojos, todo junto y al mismo tiempo, entremezclado. Mabel, sos adulta, date el gusto, me dije a mi misma un día. Mabel, sos adulta, sabés que el que juega con fuego se quema, no lo hagas, me decía al otro día o a los cinco minutos de haberme dicho lo anterior.
El fin de semana anterior, con la fecha de pago delante de mis ojos, lo pasé mal, muy mal. Estuve nerviosa, casi histérica. Todo me enojaba, lo más mínimo me sacaba de quicio. Discutí con mi marido, le grité ya no recuerdo por qué tontería a mi hijo, hasta el gato que tenemos sufrió las consecuencias, pobre. En ese estado tomé la decisión: no, no lo voy a hacer. Y si me quedo sin trabajo, ya veré.
Llegó el lunes, 30 de agosto, el día de pago. Ex profeso elegí para ponerme una bombacha de las antiguas. Ex profeso llegué al trabajo con cara de pocos amigos. Hacia las cinco de la tarde me llama Alberto. Hablamos un poco de trabajo, me preguntó si me sentía cómoda, le dije que en general sí y cuando ya me preparaba para lo peor me extendió el sobre con el sueldo y me despidió. Nada, ni una palabra, ni una mención a nada.
Es raro como me siento. Yo esperaba que el me recordara el plazo y volviera a avanzarme, esperaba tener la oportunidad de decirle que yo no quería hacer eso y él me dejó sin esa oportunidad. Pero n o fue "sólo" eso: yo tampoco tomé la iniciativa para decirle lo que había pensado. Y aún así o tal vez, justamente por eso, dudo de mi decisión.
Al día siguiente, el martes (es decir, ayer) Alberto me volvió a pedir que le mostrara lo que traía puesto bajo la pollera. Haciendo el papel de colegiala inocente, le mostré. En ese contexto me dijo "Mabelita, acordate que hay momentos para todo en la vida", mientras me hacía un guiño de ojo de complicidad.
Qué es lo que quiere Alberto conmigo lo sé. Pero no lo entiendo. Tal vez, más adelante, pueda contarles más. A todos los que me escribieron, más que agradecida.
( lo que agrego hoy, sábado ):
¡ Es un hijo de puta!, un cerdo!!. Lo que me hizo ayer no tiene perdón, no se lo voy a perdonar. Ni a Lucía tampoco, es su cómplice. Entre ambos me dejaron desecha. Así estoy, hoy.
Vengo alterada, lo sé, pero lo de ayer no tiene nombre. Apenas llegué a mi escritorio vino con su cucurucho de chocolate para pedirme que le muestre. Fui a su oficina y le mostré; traía la bombachita blanca de encaje. Me silbó aprobatoriamente, me halagó. Luego se puso a hablar de trabajo como si nada. Minutos después yo volví a mi escritorio.
Faltaban veinte minutos para cerrar el día y la semana cuando me volvió a llamar. Primero me comentó que lunes y martes no va a estar en la oficina (viaje de trabajo). Y luego, con cara traviesa me pidió que me saque la bombacha. ¿Qué, qué te pasa?. El diálogo duró como cinco minutos, discutimos, estuve a punto de darme vuelta y dejarlo con la palabra en la boca. Entró Lucía, riendo. Entre los dos, broma va, broma viene, me querían convencer que no tenía nada de malo, que no iba a mostrar nada, que sólo era un juego y por un ratito, que él sólo quería tocar con la yema de los dedos la tela para "sentirla" y adulaciones por el estilo. Cuando me dijo eso de que quería "sentir" la tela en sus yemas no sé qué me pasó, si fue su cara de tierno, su sonrisa cómplice o mi sensación de incomodidad mezclada con cierta excitación, me sentí... como tocada. Me enterneció, no sé, algo así. Le hice prometer que me la iba a devolver antes de irnos y el me prometió y aseguró y juró que así iba a ser. Bajo esa promesa y aún recelosa aunque también algo excitada salí de la oficina, fui al baño y allí me saqué la bombachita. La tuve por un momento entre mis dedos, sentí su suavidad...., la llevé a mi cara, la olí, tomé conciencia de mi propio aroma..., en fin, que caminando mal como si necesitara mantener cerradas las piernas volví a la oficina de Alberto y con mi bombacha en la punta de mis dedos - como si se tratara de algo prohibido - la dejé caer apenas en el borde extremo de su escritorio, lo más alejado de él posible, para luego dar media vuelta y salir casi huyendo de vergüenza.
Ya en mi lugar, Lucía reía y bromeaba. ¿Nunca fuiste a caminar sin bombacha?, me preguntó. No, nunca, jamás hice eso. Siempre en tono jocoso me estuvo diciendo que no sabía lo que me perdía, que ella lo hacía, que le resultaba excitante. Faltaban cinco minutos para las seis de la tarde. Yo miraba el reloj de contínuo, temiéndome a cada segundo lo peor. ¿Qué iba a hacer si el degenerado no me devolvía la bombacha?. En un momento le grité "ya basta!!, ¿sí?".
En ese momento llamó a Lucía que ya se estaba poniendo su chaqueta: "Lucía, por favor, me traerías el último cafecito de la semana?". Lucía llenó un pocillo y se lo llevó. Los escuché reír y bromear. Dos minutos después salen ambos de la oficina, Alberto primero con su saco ya puesto y un poco más atrás Lucía, con el platito y el pocillo de café recién tomado en su mano. Alberto se acercó, me dio un beso y se despidió con un "hasta el miércoles o jueves", yo tartamudié "y... y... mi ropa?", "aquí la tengo" contestó Lucy desde atrás, yo suspiré aliviada, contesté a Alberto mientras lo veía desaparecer tras la puerta que da a los ascensores y entonces Lucía se acerca, pocillo en mano y lo deja sobre mi escritorio. ¿Pero, pero... qué hicieron?. No se si lo grité o si apenas lo pude balbucear. Mi bombacha, mejor dicho, justo la entrepierna de mi bombacha estaba dentro del pocillo, embebida en el café !!!. El resto de la bombacha hacia fuera del pocillo, como colgando de él.
Eso es lo que me hizo el degenerado de Alberto, eso. Me sentí tan... humillada...
Lucía en un tris tras tomó su chaqueta y despidiéndose, también salió. Y yo quedé allí, helada, petrificada, sintiendo como quedaba sola, absolutamente sola, frente al pocillo de café aún humeante y mi bombacha, sí, mi bombacha, en su interior.
Todo lo que ocurrió después no lo puedo describir, es un torbellino que aún tengo en la piel. Sé que me sentí burlada y que lloré. Sé que intenté secar el café con una toalla de papel tratando que no se extendiera al resto de la prenda y que el resultado no fue bueno. Sé que fui al baño y con agua traté de lavar la parte húmeda. Sé que volví a intentar secarla. Sé que pensé en volver a casa sin interior pero que al instante dije no, no puedo, si mi marido se llega a dar cuenta no voy a saber qué decirle. Sé que igual lo intenté, fui hasta la puerta de los ascensores sintiéndome desnuda. Volví, no puede. Sé que fui y vine y que finalmente me puse la bombacha, húmeda. Sé que el frío de esa humedad cuando tomó contacto con mi vagina me estremeció hasta el cuello. No podía contenerme, controlarme. Ya bajando en el ascensor y sintiendo la bombacha húmeda repegándose en mi intimidad, creo que tuve una sensación de orgasmo; o de descarga, no lo sé. Fue tan sólo un instante pero recuerdo que las rodillas casi se me doblan, no se que fue, pero ocurrió. Sé que salí de la oficina tratando de caminar con los pasos más rápidos y largos posibles y que cada paso era un suplicio porque me sentía humillada pero - al mismo tiempo - sin desearlo, electrizada, excitada. Pensé que todo el mundo se daría cuenta de lo que me pasaba, que llevaba mi bombacha mojada. Caminé más despacio tratando de controlarme, fue peor, esa humedad me sacaba. Un muchacho pasó a mi lado y me dijo algo "estás bien buena, mamacita" o algo así. Aceleré mis pasos, llegué a casa envuelta por un sudor frío y hecha un manojo de nervios, entré y saludando apenas corrí a encerrarme en el baño.
De inmediato mi marido llamó a la puerta, preocupado. Le dije que estaba bien, que sólo necesitaba refrescarme por el calor y tratando de no quejarme me largué a llorar. Desconsoladamente. Entre mis sollozos volví a escuchar que mi marido golpeaba la puerta. Con un esfuerzo sobrehumano logré controlarme y dejar de llorar. Luego me saqué la bombacha y la lavé, casi con furia, pero al momento de colgarla en el perchero pensé que mi marido podía verla y hacerme preguntas; la guardé en el mueblecito entre las toallas, ya tendría luego algún momento oportuno para rescatarla. Me lavé la cara con abundante agua, mucho agua, luego me miré al espejo y recomponiendo mi expresión salí del baño y fui al dormitorio.
Mi marido, detrás, preocupado, insistía en saber si me sentía bien. Le dije que había sentido un "golpe de calor" (si supiera.. ¿no?) y le pedí me trajera un vaso de jugo. Apenas quedé sola aproveché para buscar y ponerme otra bombacha. Luego, todo volvió a la normalidad. O casi, porque todavía sentía enojo y todavía también - muy a pensar - me estremecía.
Pasé una noche terrible. No logré dormir cabalmente. No recuerdo lo que soñé pero desperté varias veces con mi vagina empapada. Ya por la mañana - hace algunas horas - mi marido salió rumbo a Pilar, va a estar todo el día allá en la casa de su hermana para ayudarla en no se qué cosa. Mi hijo está en el club con sus amigos. Mi hija está de viaje con su colegio. Y yo, aquí estoy, sola, con todo el día para mí. Decidí venir a escribir ésta parte, la del sábado.
Cuando vuelva a casa me voy a sacar la bombacha y voy a probar cómo me siento, estando así, desnuda, por debajo de la ropa exterior. Sé que la bombacha húmeda me deshizo. Tendré que ver cómo encaro el lunes.
Mabel.