Persuasión a la Perversión (VIII)
Capítulo 8. Al final eso del amigo invisible tampoco está tan mal.
Capítulo 8
Finalmente no tuve que hacer ningún tipo de maniobras con el tema del amigo invisible para regalarle un polvo a Helena. Como me llevaba ella a casa podíamos follar tranquilamente en el coche como el otro día, o ir a un hotel. La posibilidad de repetir con ella me animaba más a ir a la cena. Su culito era mi nuevo reto.
La mañana fue rara. La jornada fue una fantasía permanente corriéndome en la cara de Helena. Cada mirada o cada palabra era un latigazo en el pene, un sufrimiento. Cuando intentaba distraerme me acordaba que tenía un trió pendiente, y hasta me daba ansiedad de todo lo que tenía que follar. Me sonaba absurdo.
Me llamaron del taller. Hasta mediados de la semana que viene no tendrían arreglado el coche, lo cual me fastidiaba pero alegraba, pues alargaba la aventura con Helena. Serían cuatro o cinco polvos más con ella, y luego… ¿se acabaría?
Como era el mismo día de la cena el ambiente de trabajo era más relajado de lo habitual. Antes de comer ya se abrieron dos botellas de champán.
Cuando subí al coche con Helena, solté un largo suspiro. No me la casqué en el baño de milagro.
—¿Qué te pasa?
La miré mientras decidía si disimular o decirla la verdad, que la quería empotrar contra el capo del coche como el policía habría hecho en mis fantasías ayer.
—Te daba tan fuerte ahora mismo...
La miraba con deseo mientras me mordía el labio, saboreándola con mis ojos. Le volvió a salir esa risa de desprecio, como si le molestara la idea de follar de nuevo. Me cogió la mano y la muy hija de todas las putas me empezó a chupar un dedo, y acabó llevándome la mano entre sus muslos, donde noté que también estaba húmeda. Volví a suspirar. Qué tortura.
—Tira pal mirador, o dónde sea. Y no te saltes semáforos.
Se abrochó el cinturón, risueña. El viaje no es largo, serán quince minutos, pero se me hicieron horas. Esta vez no había cortesía de primera vez. La iba a destrozar. Cuando llegamos me bajé del coche directamente, sin mediar palabra, frente a sus estupefacción. Me cercioré que no había nadie por la zona, y fui a su puerta mientras me sacaba el alcoholímetro. Apenas le dio tiempo a desabrocharse el cinturón entre que abría la puerta y le metía la polla en la boca. Sacó las piernas del coche quedándose de lado mientras recibía mis golpes de cadera e intentaba controlarlas con sus manos sin éxito. Dando unos pasos atrás la obligué a levantarse, dando tumbos intentando no caer y mancharse. Seguí mancillando su boca mientras estaba de pie inclinada y apreté todo lo fuerte llegando a lo más profundo de su garganta. Ya la tenía, entre arcadas y con la cara roja, desorientada que no sabía que estaba pasando, pero una ligera sonrisa indicaba que le gustaba. Le di la vuelta y la empujé contra el capo para levantarle la falda y despojarla de sus braguitas. Me puse en cuclillas agarrando sus nalgas, separándolas mientras pasaba mi lengua por todo su sexo. Me apretaba la cabeza con una mano contra ella para que mi lengua llegase más a sus fondos y mi nariz estaba entre sus nalgas, oliendo su ojete. Fui llevando sus flujos hasta allí y lubriqué su ano, antes de darme cuenta le estaba comiendole el culo mientras se masturbaba, en las puertas del orgasmo. Me incorporé detrás suyo, paseando mi pene entre sus nalgas mojadas, y di golpes en su ano, pero enseguida que vio la amenaza me redirigió el incursor a su apretadito coño y se la metió sin mediar palabra, retorciéndose sobre el capo controlando la penetración. Respiraba profundo mientras veía como movía el culo y parte de mi entraba y salía de ese cuerpecito. Solté una dosis de saliva, en otro intento de ir a por su agujerito secreto masajeando el contorno suavemente con el pulgar. Un éxito, pues no me apartó la mano y siguió concentrada en mantener el ritmo, que poco a poco fue aflojando. Tomé el control de la penetración cogiéndola de los brazos y llevándola contra mi pecho cerrando su piernas, lo que hacía su coño más apretado. Era casi como darle por el culo, de espaldas, aguantándola para que no se caiga mientras la embestía fuertemente. Aunque no había nadie, intentaba ahogar sus gemidos.
La cogí y la senté el capo, me abrazó y rodeó con sus piernas como un koala mientras la seguía penetrando lo más fuerte que podía mientras le comía la boca entregándole sus propios fluidos. Su lengua era un torbellino, su aliento me quemaba y notaba sus uñas en mis espalda. Me apretó cada vez más fuerte y su respiración se aceleraba cada segundo. El tiempo se detuvo y el único lugar en el que estábamos era dentro del otro. Ella se corrió mientras yo me corría dentro de ella, un instante hecho eternidad mientras bajábamos del cielo, volviendo a la realidad donde estábamos follando sobre el capó de su coche, disfrutando el momento frente con frente acariciándonos la cara entre largos besos con lengua.
Esto es lo que llaman un polvazo. Me despegué de ella, con las piernas de goma y una sensación pegajosa y desagradable al sacarla de su vagina, con los labios rojos e inflamados casi del doble del tamaño que en reposo. Una mueca de dolor cruzó su cara. Le temblaban las piernas y bajó de manera torpe del coche, tumbándose sobre la barriga primero y deslizándose por el lateral hasta encontrar el bolso y sacó pañuelos para limpiarse y acicalarse. Esta vez era más difícil disimular. Tenía el maquillaje corrido, la falda en parte sucia y con pliegues extraños, pero no era problema mío. Contemplé orgulloso como se limpiaba el coño y se ponía la bragas de nuevo entre sus temblorosas piernas. Podía decir que por fin había encontrado un coño que me gusta, aunque técnicamente, es de otro.
Intentó encanastar los pañuelos, sin éxito. El viento no lo iba a permitir, pero le daba igual.
—¿En qué piensas?— me preguntó cuando me cazó devorándola con la mirada.
—¿Tú qué crees?
—¿No te has quedado a gusto? —preguntó sorprendida.
—Si, pero ello no implica que te follaría otra vez si pudiera.
Soltó su risa estúpida.
—Pues hoy no va a ser por que van a pasar unos días, que ya noto el ardor y el escozor.
—No estás acostumbrada a tanta caña, ¿eh?
—Calla y sube al coche.
Al dejarme en casa hice tiempo hasta asegurarme que Sarah se había ido al trabajo. No tenía ganas de encontrármela, por primera vez, no tenía ganas de follarle el culo al llegar a casa. A lo mejor se iba a extrañar, pero ya se lo partiré mañana. Y pensando en hacer tiempo, me senté a tomar un café y vi que Eri me había escrito.
Hola :)
Qué haces hoy?
Tengo la cena de empresa de los cojones
Pero podemos quedar mañana si quieres
Invito a la amiga si te parece, y lo que surja
Uhh :(
No te vale conmigo?
Claro, como dijiste que si… Has cambiado de opinión?
No sé… ya veremos…
Va, nos lo pasaremos bien
Sarah tenía el día libre, así que no creo que haya problema por ello, y Nacho se pira los findes. Lo peor que puede pasar es que me pase la tarde follándo con Eri. A lo mejor con el cambio de perspectiva le doy un tiento a su coñito.
Eso seguro!
Vente después de comer ;)
Vale
Hasta mañana
xxx
Hasta mañana guapa!
Ah! Por cierto!
Qué
Me ayudas?
Con qué
Tengo una cosa entre manos y…
Me mandas una foto en pelotas? :D
Sé que le encanta ser especial para mí, y aparte así filtro si está de buen humor.
Ahora????
Si por fa… no puedes?
Espera
Pasaron unos minutos hasta recibir mi pedido. Una fotito de Eri desnuda, en el baño fotografiando el espejo, tapándose un poco la cara con el móvil. La verdad es que estaba muy sexy apoyando una pierna sobre el inodoro dejando ver toda su feminidad estirando abdomen y pecho poniendo el brazo tras la cabeza. De algo tenía que servir tanto postureo en las redes sociales.
Me llegó otra de espaldas, con su culo de protagonista.
Tu parte favorita ;)
Espero que te sirva
Por supuesto
Eres la mejor nena
Me muero por tenerlo entre mis manos de nuevo ;)
Cuando quieras, es tuyo
Lo que quieras me lo pides
O me lo coges…
Vale, pues quiero fotitos todos los días
Vale, eso es fácil ;)
Las de hoy ya las tienes
Manda cuando quieras, sin limite :P
Te dejo, que llevo rato en el baño en pelotas…
Xxxxx
Hasta mañana zorrilla
Miré el reloj de nuevo. Las fotitos de Eri me han puesto a cien, no diría que no a una mamada si pillo a Sarah, así que me di prisa en pagar y crucé dedos de pillarla en casa.
—Mira, esta es la chica. Mañana te va bien que venga?
Sarah asintió con la cabeza mientras sus manos me complacían con una paja a dos manos. Estaba chupando en “modo definitivo”.
—Es muy guapa— se apresuraba en decir cuando se sacaba mi polla de la boca.
Tenerla haciéndome una mamada mientras miraba una foto de otra chica en pelotas era inquietantemente excitante. Le estaba costando hacerme llegar, ya que lo había
descargado todo dentro otra tercera chica hace un rato, me encantaría humillarla diciéndoselo, pero no lo sentía correcto. Más adelante tal vez.
Sin perder la compostura, siguió chupando hasta conseguir que me corriera.
—¡Uf! ¡Me ha costado! ¡Casi recurro a las tetas o que me follases!
—Tendrás que practicar más, que estás perdiendo facultades— la vacilé—. ¿No estás llegando tarde?
—Noup, entro más tarde que me debían una hora.
—Oportuna como siempre.
—¿A qué hora vendrás esta noche?
—Ni idea, a saber lo que se alarga con las copas.
—¿Irás a las copas? Lo digo para esperarte limpia o no.
—No te preocupes, ya me reservo para mañana.
—Vale, si no cualquier cosa me despiertas. O no, total.
—Tranquila, haré contigo lo que quiera, como siempre.
Una sonrisa incrédula pero satisfactoria se dibujó en su cara.
—Pásalo bien, me voy ya.
Eso esperaba.
—No te canses.
Helena vino a buscarme a la hora acordada. Estaba preciosa. Llevaba un vestido corto rojo ceñido, con pintalabios a juego y su pelo rubio largo, suelto y planchado. Estaba hecha una diva al lado del pordiosera que estaba hecho yo, con mi camisa y americana de hace cinco años. Me había llevado un par de muestras de lubricante, por si acaso. Es lo mío, hay quien lleva condones, pues yo llevo lubricante.
—¿Cuánto quieres follarme del uno al diez, ahora mismo?
—Pf, 20.
Risa estúpida.
—Esos labios rojos los he visto en otra parte…
—¡Gilipollas!
—Es broma, estás preciosa.
—Aún no has confesado quién es tu amigo invisible?
—Noup. Ni te lo voy a decir.
—Qué tontería. Sabes que por deducción lo puedo saber, ¿verdad? Descartando de uno en uno.
—Adelante, si se acabará sabiendo. Pero no por falta de mi silencio. Tómatelo como una muestra de confianza con lo nuestro.
—¿Lo nuestro? Estás flipando, chaval.
Risa estúpida otra vez.
—Si alguien se entera ten por seguro que no habré sido yo.
—Más te vale. Te la corto como lo cuentes.
—Pos eso, una tumba.
—Entendido, entendido. Ya me meteré contigo más adelante riéndome de tu regalo cutre…
—¿Mientras me la chupas? Adelante.
—No te flipes, que te tengo muy consentido.
—Comparado con tu novio, si.
Se quedó boquiabierta sin saber qué contestar, y acabó, y acabó, cómo no, en su puta risa estúpida.
—¡No me lo puedo creer! ¡El niñato!
No me lo tomaba como nada personal. Tenía una peculiar manera de ponerse cachonda, y era esa, que la vacilaran.
Al llegar al restaurante dejamos los regalos en la mesa. Antes había que poner el nombre y tenía a Helena pipeando a ver cuál ponía. Ya no había manera de disimularlo, el momento en el que lo dejé en la mesa, se abalanzó sobre él como sobre mi rabo ayer.
—Así que Eva, ¿eh?
—¿Contenta?
—Si. ¿Qué es?
—Un disfraz de enfermera.
—¡Qué pillín!—exclamó sorprendida—. ¿De enfermera sexy? Espera. ¿Te la quieres tirar también y disfrazada?
—No, que va. Estaba de oferta en liquidación y no sabía qué comprar.
—Qué pringado. Si te tiras a esa pedorra que sea después de mi y pa siempre— dijo dejando el paquete en la mesa, no sé si medio en broma o qué.
—Si que os habéis hecho amigos— dijo Ángel acercándome una copa—. Parecéis una pareja.
Le clavé la mirada intensamente.
—Que dios me libre. Media hora en coche me es suficiente.
—No te avergüences, media oficina se acostaría con ella. Mira qué culo, ¡qué tetas!
Eso, ¿qué tetas? Pero claro, no debe saber que está fantaseando con un relleno de algodón.
—Me tocó ella en amigo invisible. Le compré unos pendientes… Me dejé un poco más pero vale la pena. Además, tuve una idea genial.
—Ilumíname.
—Le puse una nota extra en secreto, un vale por un polvo. Seguro que cae la muy zorra. ¿Has visto como se mueve por la oficina? Seguro que si nadie se entera se entrega a cualquiera.
No me lo podía creer. Por un momento me estaba viendo a mi mismo y me resultaba tremendamente patético.
—A ver si tienes suerte.
—Ya te contaré.
La cena transcurrió con relativa normalidad. Hasta el postre nadie se subió a la mesa a liarla y llegó el momento de entregar los regalos. Helena me golpeó en el hombre para estar pendiente de J.L cuando abriera el suyo. Se lo quedó mirando y le estuvo dando vueltas un rato sin entender el chiste.
—¡Léelo en voz alta!— le gritó Helena.
—No entiendo… “si quieres entretener a un tonto dale la vuelta”, pero si le doy la vuelta pone lo mis… ¡Ah! ¡Muy graciosa!
Helena se estaba muriendo de risa, y es bastante contagiosa. Esta me gustaba, no su risa estúpida denigrante.
—¿Has sido tú? No podía ser otra.
El pobre J.L. parecía ofendido y sus compañeros vecinos lo consolaban que era una broma e intentaban convencerle de que era divertido.
—Le llegó el turno a Eva, que se avergonzó muchísimo del disfraz erótico. Helena no se cortó en culparme descojonándose. Eva no era una mujer muy agraciada actualmente, tenía problemas de salud y siempre parecía estar enferma. Si no fuera por ello, tendría su punto. Viéndolo ahora me sabía mal estar haciéndole pasar este momento. Un motivo más por el que no me gusta el amigo invisible.
Llegó el momento de Helena. Abrió la cajita y se le escapó un gritito. Un par de pendientes en forma de media luna bañados en oro. Excesivo.
—Pero esto… ¿Quién ha sido?
Ángel se declaró culpable.
—La mujer más guapa de la oficina se merece lo que sea.
—Te lo agradezco, pero no hacía falta… Es injusto para los demás…
—Disfrútalos y ya está— se acercó buscando dos besos y le susurró algo al oído. Seguramente que hay una nota. Sentí condescendencia.
Se volvió a sentar a mi lado, incómoda por el regalo.
—Joder tío, ni mi novio me regala cosas así para que venga el pelonas este… en fin…
—Y no lo has visto todo.
—¿Como?
—Mira bien. ¿No hay una nota?
—Ah, si. Algo dijo, que lo mirara en privado.
Hurgó en la caja discretamente y encontró el “vale por un polvo”. Se le escapó una pedorreta de la risa.
—Genio. A lo mejor se la chupo en el baño.
—No pone con quién— observé.
—Vaya, ahora no sé con quién me vale el polvo— se lamentó echándome una mirada pícara.
—Puedes usarlo conmigo, es un polvo al portador.
—Córtate que van a sospechar.
Y es que disimulamos de puta madre, pasamos de estar de cachondeo a casi ignorarnos de un momento a otro. Ángel había estado pendiente de nuestra pequeña escena y se me acercó, molesto.
—Te la estás tirando, ¿verdad?
—¿Eh? ¡No! ¿Por?
—Venga hombre, te la estás comiendo con la mirada, y ella a tí. Pero ya lo has probado y sabes que te va encantar.
—Que va, te equivocas.
—Tranqui, no diré nada.
—No hay nada que decir…
—Claro, cuéntaselo a otro.
Parecía estar molesto y no terminaba de entender por qué.
En un rincón estaba Eva con las compañeras de cachondeo con el disfraz, intentando animarla que se lo ponga, pero no cedía. De toda la sala debía ser la única que por medicación no había bebido ni una gota de alcohol, y acabó siendo la primera en irse. Me acabó enviando un mensaje diciendo que muchas gracias y que le había encantado el regalo. Un mero formalismo, pero lo agradecí pues sentí que había metido la pata.
Helena lo estaba dando todo en la pista de baile. Entre compañeros y algunos abejorros sueltos intentaban acercarse a la reina, Ángel entre ellos el que más, acercándose a su oído, seguramente intentando persuadirla para usar el vale. Sus tocamientos cada vez eran más intensos, sobándole las tetas excitándose con el algodón y besándole el cuello. No sabía si hacer algo, me parecía inadecuado pero tampoco era el más adecuado para intervenir. El colmo llegó cuando ella le llevó de la baño y se fueron al baño. Me quedé estupefacto. En cierto modo sentía celos, aunque no tenía derecho, pero aunque su risa denigrante no me afectaba, esto si que me estaba haciendo sentir mal. Me levanté discretamente y les seguí a la parte del almacén donde se escondieron.
Podía escuchar babear al cerdo de Ángel. Helena le lo estaba calentando, dejando que apenas captara su aliento. Se rozaba contra su cuerpo y le iba desabrochando la camisa, diciendole que se desnudara mientras se contorneaba sensualmente.
—Cierra los ojos— le dijo. Él obedeció.
Le terminó de bajar los pantalones y su calzoncillos, dejando su pene erecto a la vista. Podía ver la sonrisa de éxito en su cara. No me podía creer lo que estaba viendo. Allí estaba, mi coñito adorado de rodillas terminando de quitarle los pantalones y a punto de comerle toda la alegría.
—No te muevas— le dijo al oído después de incorporarse.
Helena ni corta ni perezosa, cogió la ropa de Ángel y se largó entre risas, dejándolo en pelotas sin recursos.
En cierto modo me sentí aliviado.
Helena apareció en la sala con la ropa y la dejó en la mesa de los regalos, ante la estupefacción de todos.
—Tu si que eres una genia— le dije
—¿Te ha gustado la jugada?
—Por un momento estuve confundido si estabas en tus cabales o demasiado borracha, pero me ha encantado el resultado.
—Oye, ¿no echas de menos tu regalo?
Es verdad, no me habían entregado mi regalo.
—Pues fíjate que ni cuenta me di, como tampoco quería participar…
—Verás, olvidamos meterte en el saco así que al final nos sorteamos quién te regalaba algo…
—Ah, genial. Dame más motivos para que no me guste esta mierda.
—Me toca a mi regalarte algo…
Mi mente ya divagaba por sus fantasías utópicas.
—Vaya… Me dejarás darte… ejem… ¿por detrás?
—¿¡Qué?! ¡No!— exclamó molesta frunciendo el ceño—. ¿No te es bastante indicio que te quite la mano de allí? Gilipollas.
—Tenía que intentarlo.
—Te iba a decir que me pidieras cualquier cosa esta noche.
—¿En serio?
—Menos eso, ¿eres tonto o qué? Mira, si quieres de la frotas con mi culo pero ya está.
—Cuando te metía la lengua no te quejabas tanto…
—No es lo mismo… pero si, estuvo bien.
—Por algo se empieza…
—¡Deja de insistir pesado! Te juro que como me intentes meter algo por allí te la corto a trozos… Excepto la lengua.
—¿Pues a qué estamos esperando? ¿Casa o hotel?
—Qué hotel ni qué nada flipao, al coche.
A veces todo lo guapa que es se le escapa por la boca, pero cuando se la lleno de lefa, se me olvida.
Fuimos a nuestro ya habitual picadero, sin mediar palabra prácticamente. Volví a fantasear con ella siendo abusada por un policía. Si nos paraban ahora, no iba a ser una simple receta y para casa. Me limitaba a rezar para que no pasara nada y consumar tranquilamente. Hacía tiempo que no estaba tan nervioso. Sabía perfectamente qué iba a pasar, y tenía ansia. No tenía tiempo suficiente para hacerle todo lo quería hacerle, además se lo quería hacer ya, se lo quise haber hecho y se lo seguiré queriendo hacer cuando termine. Con las demás no tengo esa sensación de prisa.
De repente empezó a sonarle el móvil que tenía en el bolso e hice amago de alcanzarlo.
—No, será mi novio, suda. Le dije que ya llegaría.
—Qué mala eres. Seguro que lo tienes guardado como churro o algo así.
—No quieras saber como te tengo a tí loco, se te caería el mito.
—Sorpréndeme, chula— arrastraba un poco la voz por el alcohol, que desinhibía más su chulería. En cierto modo me ponía.
—Cállate, que eres muy pesado.
Llegamos al mirador a marcha lenta y de milagro, por suerte, sin incidencias. Nos metimos en la parta de atrás sin mediar palabra, a intercambiar nuestros alientos etílicos mientras nos metíamos mano como adolescentes. Me detuvo para poner una toalla y quitarse el vestido antes de mancharlo, quedándose con solo las braguitas de encaje. Lo guardó en los asientos de delante y retomamos la actividad.
—Entonces… ¿qué quieres que te haga?— me dijo lasciva mientras me desabrochaba la camisa—. ¿Quieres cascártela con mi culo?
Se me escapó un suspiro para controlarme. Me estaba haciendo una paja a dos manos mientras me clavaba la mirada y hablándome de lo que más quería.
—Si solo fuera eso… Déjame comértelo antes, que también te gustó.
Confesó que le gustó, y le conseguí meter un dedo la última vez. Tal vez estando medio borracha consiga meter otra cosa, o al menos, acercar el terreno para otra ocasión. No contestó, soló sonrió levemente y se lanzó a comerme el pene antes de ponerse en cuatro sobre el asiento, meneando suavemente mi regalo para que le quitara ese trozo de tela que se interponía entre nosotros. Poco a poco fue apareciendo ese ojete rosado, y debajo, esos labios perfectos que predominaban el único coño que conseguía satisfacerme. Podía notar el latido en mi pene mientras pasaba mi lengua por sus agujeros. Le masajeaba el clítoris mientras mi lengua invadía su vagina, y discretamente subía hacía el agujero prohibido. No es estaba quejando, todo lo contrario, gemía relajada. Con mi lengua en su culo y un dedo en su coño, notaba sus contracciones de placer. Era el momento, añadí un extra de saliva y empecé a meterle un dedo poco a poco, sin parar de lamer. En un momento le estaba haciendo una doble penetración, con dedos. Entraban y salían de sus cavidades para su regocijo estando al borde del orgasmo. Sus contracciones eran más intensas y aflojé para que no se corriera todavía. Quería que lo quisiera, que lo anhelara y suplicara.
Saqué los dedos y volví a empezar desde el principio, masajeando el clítoris y metiéndole la lengua por el culo, seguido de un dedo, y otro. Estamos haciendo progresos. Hemos pasado de nada a dos dedos. Seguía distrayéndola tocándole el clitoris y dando lengua a su vagina. Todo iba como la seda, estaba a punto de correrse con mis dedos en el trasero, entrando y saliendo al ritmo de sus gemidos. Dejé en paz su sexo y seguí con la penetración anal. Su respiración se aceleraba, aumentaba el volumen, un microsegundo de silencio y… entre gemidos e incredulidad, llegó su orgasmo, su primer orgasmo anal.
Se quedó así, con el culo en pompa y la cara en la tapicería tratando de recupar la respiración. Mientras se recuperaba saqué la muestra de lubricante y la dejé al alcance. Ayudé a Helena a incorporase y la puse encima mío, clásica postura de coche, quedando cara con cara, la suya, roja, entre la respiración agitada. Le aparté el pelo y se asomó una sonrisilla tímida. Nos besamos y se cayó en mis hombros, exhausta. El alcohol y el orgasmo le estaba pasando factura.
—Hazme lo que quieras…—me dijo entrecortada, desistiendo de negarse.
—No me lo digas dos veces… ¿Segura?
—Se limitó a asentir, sin levantar la cabeza.
Volví a meterle un dedo por el trasero, dándole a entender lo que iba a pasar. Se incorporó, apoyándose con sus brazos sobre sobre mis hombros, dándome el consentimiento. Me miraba agotada.
No dude ni un segundo, eché mano al lubricante, lo unté todo bien y apunté maneras. Poco a poco fue entrando en ese agujero que me había prohibido de manera tajante y directa. Poco a poco se sentaba sobre su propia rendición, entregándose a mí mientras recuperaba el aliento. Jugaba al mete saca desde abajo, hasta que su culo terminó bien de acoger al invitado y se animó a montarme, cogiendo el control del ritmo.
—Al final conseguiste lo que querías eh, cabrón.
Sonreí, satisfecho. Mis manos separaban y apretujaban sus nalgas como si fuera la última vez. En el retrovisor del coche podía ver como la invasión se estaba llevando a cabo.
—¿Te está gustando cabrón?— me esputó agarrándome del cuello
—Al final valió la pena jugar al amigo invisible…
—Cállate— me dijo seguido de un morreo.
—Date la vuelta.
Obedeció sin rechistar, y se volvió a sentar encima mío, de espaldas y siguió cabalgando. Ajusté su posición cerrándole las piernas y echándola para adelante, apoyándose entre los dos asientos de delante y allí lo tenía, su magnífico culo subiendo y bajando, dispuesto a llevarme hasta el final. Ya lo veía venir. Helena también comenzó a gemir y a tocarse, incorporándose un poco sobre, quedándose con todo el control de la penetración. Mis manos fueron a por sus pechos y mi lengua a por su cuello. Buscamos nuestras bocas sintonizando nuestros gemidos y juntos llegamos a un intenso orgasmo, que no olvidaríamos jamás.
Nos quedamos en esa posición unos minutos, volviendo a la realidad, poco a poco. Estábamos en una nube de placer, deseando que no se acabara jamás. Las ventanas del coche estaban empañadas, no se veía nada de lo que había fuera, excepto las luces desdibujadas de las farolas de la ciudad. Nos interrumpió el sonido del móvil de Helena, devolviéndonos a la realidad. 3 llamadas y una docena de mensajes.
—¡Mierda mierda, mierda!— se exaltó al levantarse de mi y sacarse mi pene del culo.
—¿Qué pasa?
—Mira, ¡me está haciendo videollamada! ¡No puedo ir así de hecha mierda a casa, con el culo lleno de tu mierda y la cara así!
Se estaba poniendo muy nerviosa, dejó caer el móvil al suelo y se hizo un ovillo en el asiento, a punto de llorar.
—La he cagado… mierda…
La abracé consolándola.
—No te preocupes, mira. Vamos a mi casa, te arreglas, te duchas y como si no hubiera pasado nada. No es para tanto. Luego le devuelves la videollamada desde el coche diciendo que ya vas, que todo bien.
—Eres un capullo.
—Y tu una zorra adúltera.
Me caió una bofetada mientras ponía su cara de indignada.
—¡El niñato!— se rió—. ¿Y acaso eso no te pone?
—Supongo que forma parte de tu encanto— bromeé.
—Pues…— dijo dubitativa— antes de ir a tu casa me lo haces otra vez.
Me sorprendí gratamente ante la oferta.
—¿De verdad me estás pidiendo que…
—¡Que te calles!— mandó mientras se puso en cuatro sobre el asiento, entregándome el premio que había ganado esta noche.
—Vale, pero me quiero correr en tu sucia boca de mentirosa.