Persuasión a la perversión (VII)

Capítulo 7. Cuando las fantasías se hacen realidad.

Capítulo 7

El ser humano es un ser de costumbres. Era tarde, pero si hubiera sido más pronto le hubiera dado un toque a Eri. La puerta seguía abierta, así que en la pausa laboral, esquivando toda la la alegría navideña de la oficina, le escribí a mi zorrilla pelirroja para hacerle el mantenimiento de la tubería.

Buenos días perra

Pásate por mi casa a las 16h.

Así, imperativo. Teleperra 24h, cuando yo quiera. La respuesta fue escueta, pero concisa.

Ok ;)

(Estoy en clase)

Bastante por culo le iba a dar luego, así que no la molesté más.

Cuando veía a Helena solo veía el lefazo que le había pegado en la cara en mi fantasía. Tenía muchas ganas de hacerlo realidad, pero un sabio dijo una vez: “dónde metes la olla, no metas la polla.”

Me escaqueé de mala manera de la oficina antes de que intentaran engatusarme para ir a tomar algo. El sábado ya iba a ser un sufrimiento, no necesito una previa. Aunque puede que Helena borracha baje al pilón, quién sabe. De repente ante ese pensamiento cogí interés en ir a la cena y como por acto de magia, me apetecía ir. Podría cambiar las tornas y provocar a Helena y buscar  situaciones donde quedarnos solos y echar un polvo secreto. Tu amigo invisible es un polvo conmigo. Podría funcionar.

Lo que aparentemente no iba a funcionar, era mi coche. De repente no da gas y me tengo que parar en el arcén. Una avería motivo de alegría. Llamé al seguro,  me enviaron un taxi y la grúa con su conductor gordo, calvo y peludo para contrastar con mis perversos planes de seducir a Helena.

Con el contratiempo llegué tarde a casa. Sarah ya fue a trabajar y perdió la sesión de mantenimiento. Piqué a la puerta de Nacho a ver si estaba, hasta me asomé. Despejado. Casa sola siempre es una ventaja. Ni hablar quiero de lo pesado que se pondría si me ve aparecer con otra muchacha.

Me apresuré a comer y me di una ducha rápida. Eri llegó tarde, pero me vino bien. Se presentó en mi puerta risueña, carpeta universitaria en mano. Entró de un salto, saludando mientras dejaba la mochila con la carpeta en el suelo.

—¿Qué tal la uni?—pregunté mientras se quitaba la chaqueta y la colgaba del perchero. Llevaba un jersey lila y unos tejanos ceñidos azules que se ajustaban como una segunda piel.

—Bien— contestó mientras se desperezaba el pelo y venía a mí para saludar. Sus labios estaba fríos aún del exterior.

—¿Quieres tomar algo?

Su respuesta no fue oral, de momento. Sonrió mientras palpaba mi paquete, a punto de estar preparada para la entrega. Si era eso lo que quería lo iba a tener. Saqué el contenido y la empujé al suelo desde la nuca. Recibió la entrega obediente, y allí dónde Sarah me recibió de rodillas ahora estaba ella. El recibidor podría ser el nuevo comedor para zorras de la casa. Eri estaba en su zona de confort mamando a su ritmo y placer. Podía notar el frío de sus labios. Sus manos estaban estaban frías, apoyadas sobre mis caderas. Cogí su cabeza, sacándola de su zona de confort y empecé a darle más rápido y profundo, lo que le provocó tos y arcadas manchando su jersey con el exceso de saliva. La cogí del pelo haciendo una coleta y me la llevé a rastras a mi cuarto, entre sus quejidos e intentos por respirar mientras tosía.

—Quítate el pantalón— le ordené mientras me quitaba el mío—. Ponte a cuatro sobre el borde la cama.

Obedeció y me presentó sus agujeros como ofrenda, con una respiración aún agitada. Esta vez traía el conejo perfectamente esquilado. No raspaba nada. Me preguntaba si se habría preparado el trasero también. Mi lengua disfrutaba del sabor sus jugos. Escupí en su ojete y le metí un dedo poco a poco mientras le metía la lengua en la fuente de su lubricación. Eché mano del lubricante anestésico, pero me quedé pensativo hasta qué punto quiero que le duela y acabé optando por el normal. Sin ningún tipo de pudor le empecé a abrir el culo con los dedos. Se quejaba pero se dejaba hacer. No creo que haya practicado estos días para recibirme mejor, pero a partir de hoy creo que lo hará.

Se la metí por el coño en plan sorpresa y sin goma, disfrutando de las primeras embestidas y cambié sin avisar de agujero, entrando bruscamente por la puerta de atrás sin abrir el pestillo. Se le escapó un grito de dolor y alcanzó una almohada para hundir la cara y ahogar sus gritos mientras hundía en ella todo mi peso, poco a poco pero constante invadía su interior abriéndome paso mientras la dominaba cogiéndola fuerte de las caderas. Una vez llegado al fondo empecé a follarmela como si no hubiera mañana. Esto era placer para mí. Quería desahogarme con su trasero y reafirmarme en que podía hacer lo que quería con él, y con ella también. Podía notar como se entregaba a mi voluntad aunque no le gustaba lo que estaba pasando. Antes de que me diera cuenta, se estaba tocando discretamente buscando su orgasmo anal. La incorporé cogiendo su cuello la pegué a mi. Su pelo olía a rosas. Su cara, una mezcla agridulce de dolor por mi brusquedad compensado con el alivio de estar tocándose. Quería acabar en su boca, pero no pude contenerme. Sus gemidos adoloridos me hicieron acabar antes de que quisiera y antes que ella. Silencio. Nos quedamos así unos segundos recuperando la respiración antes de desplomarnos. Sus ojos vidriosos pedían más, y podía pagar el precio. Le abrí las piernas y me terminé el plato que acaba de calentar. De se ano salía parte de mi jugo, que se mezclaba con mi saliva y sus líquidos vaginales. La llevé hasta el final para abordar el siguiente tema: un trío con Sarah.

No di demasiados rodeos, pues sabe que me acuesto con Carol y casi nos montamos un trio detrás del bar, así que fui al grano.

—Nunca me acosté con una chica— me dijo—. No sé, a ver, claro que no me importaría, pero, no sé… Depende supongo.

No me quedaba claro que era un si o un no.

—¿Con Carol te lo montarías?

Me miró sorprendida.

—¿Es con ella la propuesta? No creo que quiera.

—No, era un ejemplo. Aunque no diría que no, eh, para qué engañarnos.

—No sé, no me importaría besarme con una chica o que me lo coman, pero no sé si a mi me termina de apetecer hacerlo, ¿sabes?

—No tienes porqué interactuar con la chica si no quieres. Esas normas se pactan y ya está.

—¿Tienes confianza con ella? ¿O sería buscar a alguien?

—Más que contigo.

—O sea que te la has follado más veces que a mi— dijo con un tono molesto. Se me escapó un resoplido de vergüenza.

—Bueno, si.

—Tampoco es difícil— se lamentó—. No tengo derecho a exigirte nada, pero antes fóllame a mí.

—A la orden capitana— le dije mientras nos arrimamos a comernos los morros y me empezó a tocar el pene buscando una segunda sesión

—Sobretodo antes que a Carol, que ya me contó que ayer os lo pasasteis muy bien.

Ahora me estaba asustando. La broma se estaba yendo de madre y con mi pene en sus manos provocar un ataque de celos podría acabar muy mal.

—Me escribió ella— intenté justificar.

—¿Y te pone más que yo?

Hablaba con un tono condescendiente, rozando la locura y la excitación. Se acomodó delante mío y empezó a lamerme el pene mientras me clavaba la mirada. Me estaba poniendo nervioso. Podían venir dientes.

—La verdad es que no, y no lo digo porqué tengas mi rabo en tu boca. Pero surgió y me apetecía.

Siguió clavándome la mirada, pasaron unos intensos segundos.

—¿Hay algún problema con que me acueste con otras? Porqué si lo hay mejor hablémoslo ya.

—No— contestó seca—. Y me pone que me folles a sus espaldas y que ella no le sepa.

Era una situación tensa, o eso me pareció. Tener una conversación así mientras paseaba la lengua por miembro era inquietante.

—Piensa que a quién le dije de hacer el trío es a tí, y no a la zorra de tu amiga.

Eso parecía haberla complacido, pues de repente se la metió toda en la boca y apretó hasta el final. Y sin dientes.

Como tenía el coche averiado, fui al trabajo en transporte público. Las desventajas de trabajar en un polígono, es que suele estar bastante mal comunicado, y acabé llegando tarde después de coger un tren y dos buses.

—¿Como que no avisas?— Me recriminaron al llegar.

—Avisé que llegaba tarde por ello.

—Nah, eso da igual. Pero seguro que alguien te hubiera podido acercar hombre— dijo Ángel—. Helena me parece que vive cerca.

En oír su nombre, alzó la mirada y a mí me dio un salto el corazón.

— ¿Tu no vives cerca del melón este?

—En el pueblo de al lado. ¿Por?

—No te molestes, es que se me averió el coche y…

—¡Ah!— exclamó al por fin entender a cuenta de qué venía todo—. No te preocupes. Luego te acerco.

—Eh, vale, gracias— contesté dubitativo y un poco avergonzado.

—Habérmelo dicho hombre y te pasaba a buscar— dijo guiñándome un ojo.

“Te pasarías a buscarme el rabo”, eso es lo que quería decir con el guiño que me había hecho.

—No quería molestar, pero gracias.

Llegó la hora de plegar, y me avisó que se iba a ir con una cariñosa palmadita en el hombro.

Me quedé sorprendido ante el monstruo de coche que tenía, un Jeep Cherokee.

—Pedazo carro.

—Es de mi padre. A mi me no me gusta, chupa muchísimo.

“Espero que tu también”, pensaba.

—Normal, como para mover el armatoste este.

—¿Qué le pasó  a tu coche?— preguntó mientras emprendíamos la marcha.

—No lo sé aún, supongo que el embrague o algo. Espero que no sea grave.

—Pues sí. Mientras tanto no sufras, te hago de taxi. Ya me invitarás a comer o a algo, no te preocupes.

Claro que la iba a invitar a comer, pero no sé si lo que hay en el menú le iba a gustar. Arrancamos la marcha. A cada giro que hacía el coche parecía que iba a volcar. Iba agarrado de la maneta del techo con las dos manos, como si eso iba a solventarlo algo. Helena me miró divertida.

—¡Cuidado! ¡El semáforo está en rojo!— dije alterado al acercarnos y viendo que no reducía velocidad.

—Tranqui, no pasa nada— dijo despreocupada y chula.

Y si que pasaba. De repente empezó a sonar una sirena y un policía motorizado nos dio el alto. Me miró avergonzada. El policía se acercó, ella bajó la ventanilla y saludó simpática.

—¿No ha visto usted el semáforo?

—No, iba despistada, lo siento… no volverá a ocurrir.

—Apague el motor y deje las llaves sobre el salpicadero.

Cumplió las órdenes temblorosa.

—Déjeme su documentación y los papeles del coche.

—Ay, por favor no me multe, que mi padre me mata.

El agente hizo caso omiso.

—La documentación por favor.

—La tengo en el maletero.

El agente hizo gesto que fuera a buscarlo.

Mientras ella suplicaba que no lo multara poniendo su lado más sexy y travieso, mi cabeza se montó su propia película, donde ella seducía al agente,le hacía una mamada y este se follaba a la zorra s altasemáforos como castigo, y por el culo para que le duela. Podía ver por el retrovisor como ella tímida, se quitaba la ropa y se entregaba al agente para evitar la multa.

El golpe de la puerta me desveló de mi fantasía. Helena volvió al coche, mosqueada. Yo no sabía qué decirle.

—¿Cuánto es la broma?

—Cien euros—dijo rabiosa— y la bronca de mi padre.

—No hacía falta que te saltaras el semáforo para impresionarme.

—¿Cómo? —respondió estupefacta.

—Lo que oyes. No hace falta que hagas eso para impresionarme. Si quieres echar un polvo conmigo, llevas el coche por allí, escondido, echamos un polvo y no ha pasado nada y no tiene porqué saberlo ni tu novio ni nadie.

—No me lo puedo creer— esputó nerviosa entre una risa incrédula usando un tono bastante despectivo—. Te equivocas, chaval.

—Lo que tu digas, pero veo como me miras en la oficina y como te contorneas, no soy gilipollas. Solo te digo que estoy dispuesto. Ahora ya lo que tu digas.

Resopló, orgullosa haciéndose valer queriendo ponerse por encima de mí infravalorándome al decir que no quería acostarse conmigo. El resto del camino seguimos en silencio. Cuando llegó nuestra salida, giró para el lado contrario en la rotonda y subió a un mirador abandonado, dónde no había nadie. Le eché una mirada traviesa, porqué acerté de pleno, pero ella no lo iba a admitir.

—Ni una palabra a nadie, ¿me oyes?

—Soy una tumba— dije cerrándome la boca con cremallera.

Si algo tiene el Jeep es espacio en la parte de atrás, así que nos empezamos a enrollar allí mientras nos quitábamos la ropa con ansias. Me llevé una pequeña decepción al quitarle la blusa y el sujetador, pues esos pechos con los que había soñado no existían, eran relleno y estaba al borde de estar plana. Superada la sorpresa me lancé a comérselos como si no pasara nada. Esa chica estirada de hace un momento que negaba el querer follarme, estaba ansiando quitarme el pantalón para comerme la polla y saciar esas fantasías con las que se masturba o en las que piensa mientras se folla a su novio.

Mientras disfrutaba de mis líquidos preseminales, tumbada de lado, me dediqué a sobarle el trasero y sus partes, que estaban ya lubricadas.

Cuando se sació se quitó la falta y las bragas preparándose para montarme, momento en el que me percaté de un importante problema.

—¿Tienes condones?— le pregunté.

Me culpó con a mirada.

—No, no uso. ¿Tú no llevas, tío?

—Pues no, no acostumbro a llevar condones al trabajo.

—No me jodas, ¡qué cortada de rollo!— exclamó cabreada tapándose la cara.

—Hacemos un apaño hoy y otro día…

—De otro día nada tío. Joder. Mira, da igual.

— ¿Da igual?— tampoco quería quedarme a medias.

— Si. Tomo la pastilla, no me quedaré preñada. ¿Tienes algo?

—Que yo sepa no…

Hacía como un año desde las últimas pruebas, y la verdad dadas las circunstancias no estaría mal volver a hacérmelas.

Sin dudarlo se subió encima mío y se preparó para la cabalgada. Poco a poco nos fundimos en uno mientras invadía su cuerpo. Podría haberla dilatado antes un poco mientras me la comía, pero estaba disperso en mis placeres con su culo. Poco a poco fue bajando mientras le agarraba y estrujaba las nalgas.

—¿Te gusta mi culo?

Me limité a asentir. Era consciente que si pudiera apoderarme de él en el algún momento, no sería este, pero tanteaba su ojete con un dedo en saliva, pero me lo apartaba.

Me montaba usándome como un juguete hasta correrse. Tenía el coño tan apretadito que casi me corrí con los espasmos de sus paredes vaginales, llega a no pararse y lo consigo. Intenté seguir el ritmo pero lo perdí.

—No te corriste, ¿verdad?— preguntó cuando recuperó el aliento.

Negué con la cabeza y volví a tantear su ojete. Me volvió a apartar negando con la cabeza.

—Ahora te la chupo, dame un momento.

—Eso o el culo— intenté una vez más.

—¿A que te quedas sin boca por gilipollas?

No dije nada más. El coche era lo bastante grande como para que se pusiera de rodillas y comérmela bien y poder controlarle la cabeza. Me hubiera encantando follarle la boca como en mis fantasías, aunque ahora mismo las instalaciones no invitaban a ella, así que solo hice realidad parte de ella y me corrí en su cara. Era mucho mejor en la realidad, ver su cara manchada con mi leche y su sonrisa risueña, se lo recogió con los dedos para lamérselos mientras vigilaba que la estuviera viendo bien. Le ayudé con los restos que se iba dejando y dejé que me chupara los dedos.

Su carita de ángel tragón me encantaba, ya no me importaba que apenas tuviera pecho. La siguiente base era, bueno, ya deberíais saberlo.

—¿No se ha manchado nada, no?— se preocupó de repente—. Eso y la multa ya me puedo despedir de la vida…

—No, te lo has comido todo.

—Y más que me comería— insinuó mirándome el paquete, flácido y complacido.

—Cuando quieras, estoy disponible.

—Ay, calla— esputó tonta intentando esquivar sus propios deseos.

La contemplé mientras se vestía y arreglaba, como si no hubiera pasado nada, como si no fuera una zorra infiel.

Me llevó a casa, y nos despedimos arreglando ya el encuentro hasta que vuelva a tener el coche.

—¿Seguro que no quieres subir a chupármela otra vez?

Respiró hondo tratando de controlar sus impulsos. Llevé su mano a mi paquete.

—No me hagas esto… va vete antes de que me pierda.

Al llegar a casa, estaba Sarah en la cocina, acomodada, con una coleta, una camiseta escotada y pantalón largo.

—¿Estás sola?

—Si— dijo haciendo un amago de bajarse los pantalones o ponerse de rodillas, no parecía tenerlo claro y dubitaba sobre qué parte de su anatomía entregarme. Haga lo que haga se llevará bronca. No hay elección correcta. Optó por bajarse los pantalones lo justo por debajo de las nalgas e insinuarse con un sensual contorneo sobre la mesa, mirándome de reojo con una sonrisa pícara mientras meneaba su trasero juguetón. Me la saqué mientras me acercaba a ella, se preparó para recibirlo todo.

—Así, ¿sin chupar?— le recriminé mientras tiraba de su pelo hacia mi. No dijo nada, se giró y arrodilló obediente a relamer el sable a acabarse lo que no había terminado Helena. Tenía dos maneras de chupar. Una cuando quiere que le llene esa bocaza con mis vitaminas y otra simplemente por diversión. Estaba aplicando la segunda, por lo que deduje que quería que me la apretara contra la mesa, sino lo estaría dando todo para terminar, como Eri.

—La pelirroja me dijo que si— le comenté mientras la invitaba a tumbarse de nuevo en la mesa. Se limitó a asentir mientras me abría paso entre sus nalgas—. Pronto te estarás comiendo un coñito mientras te destrozo el culo…

Ella se limitó a asentir con una sonrisa.

Por un momento me imaginé a Eri sentada en la mesa, mirándome mientras Sarah se lo comía todo y acabé fuerte en su trasero, todo lo que no pude acabar con el de Helena.