Persuasión a la perversión (VI)

Capítulo 6. Segunda cita con Carol.

Capítulo 1

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Capítulo 2

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Capítulo 3

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Capítulo 4

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Capítulo 5

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Capitulo 6

Helena me está volviendo loco. Tengo la insana obsesión que me está torturando con su coqueteo. Observo y me fijo que con los demás no es tan descarado. Trato de quitarme de la cabeza ser tan importante para ella y que son paranoias mías, sobretodo porque se supone que está comprometida. Me repito a mi mismo que solo está jugando, no le des importancia, y importancia no es lo que le daría, sino un viaje especial al excusadero a la sesión de piernas abiertas.

Así no se puede trabajar. Apenas las diez de la mañana y la jornada tenía pinta de hacerse eterna hoy. Esperaba con ansias la hora de salir y pasar la tarde para rematar todo lo que me quedó pendiente con Carol. ¿La chupará bien? Espero que si. Me quedé con muchísimas ganas de de invadirle la boca y que su lengua se intentara defender a base de lametones de ese cosa larga y tiesa que entraba y salía sin cesar.  Tampoco le sobé los pechos lo bastante como para decir que la he visto desnuda. Pensandolo fríamente, no la he visto desnuda, no sé qué sorpresas me depara el resto de su cuerpo, excepto su trasero todo lo demás sigue siendo un misterio para mi.

—¿Compraste ya el regalo del amigo invisible?

Me sobresalté del susto, estaba perdido en mis pensamientos. Helena estaba hablándome, medio inclinada sobre la mesa, quitándole todo el misterio a lo que había debajo de su blusa.

—No, digo, si— titubeé mientras desviaba la mirada de su sujetador y el contenido.

—¿Quién te tocó?

Me estreché de hombros, palmas para arriba.

—Ah, misterio.

—¿Te toqué yo? ¡Comprame algo guay eh!

—Puede ser. Ya lo verás.

—Qué soso eres… A mi me tocó J.L. Le compré un peluche de que pone “si quieres entretener a un tonto, dale la vuelta”, y en el otro lado pone lo mismo.

—Me fijaré cuando lo abra, puede ser divertido.

Se me escapaban los ojos mirando el cuerpo de Helena, pero me daba cuenta que a ella también se le iba la mirada hacia mi erección. Seguro que se pensaba que la estaba teniendo por ella, aunque tampoco está ayudando a que ceda.

—Tengo trabajo que me gustaría terminar hoy— le dije—. Si no te importa…

—Ah, claro. ¡Perdón! No te molesto más.

Volvió a su mesa con un sensual contorneo, un poco decepcionada por haberla despachado y notaba su mirada intermitente, vigilándome para planear el siguiente ataque.

Con la faena entregada y el deber cumplido, mi erección y yo volvimos a casa. Pillé a Sarah por los pelos, preparándose para ir a trabajar.

—¿Nacho está en casa?— le pregunté mientras se vestía. Dejé mis cosas en el cuarto y me armé con el mágico lubricante anestésico.

—Si, está durmiendo— dijo mientras se ajustaba una camiseta verde que marcaba sus pechos—. Llegó está mañana hecho caldo, está de noche esta semana.

—Pues no hagas ruido.

—¿Que no haga ruid…? ¡Oh!

Un grito sorpresa cortó su frase mientras la tiré a la cama y la despojé de sus bragas. Llevaba la camiseta ya puesta del trabajo, pero me daba igual, iba a tiro cierto y seguro.

—No tengo tiempo, voy a llegar tar…

—Cuanto menos te quejes antes terminaremos zorra — reproché mientras le rellenaba la boca con mi carne, dura como le gusta, mientras lubricaba su cueva secreta. No hacía ni veinticuatro horas desde la última incursión, pero hay que hacer mantenimiento. En la misma postura del misionero iba a rematar la faena.

—Por fa…— me suplicaba cuando dejé libre su boca. Le di una bofetada.

—¡Cállate! ¡Las putas no reprochan, cumplen!

Cómo se merecía todo esto la muy guarra. Se la clavé sin piedad para mi placer y para su sufrimiento. Se tapó la boca para no gritar, lo estaba doliendo y me suplicaba terminar con la mirada. Ahora si, lo quería pero no lo quería y eso es lo que quiero.

A medida que le iba destrozando el culo aumentada la intensidad. El ruido de la cama no lo podíamos tapar, y entre eso y sus gritos ahogados no había secreto de lo que estaba pasando en esa habitación.

Me complací con su trasero pensando en Helena y en su cuerpo. Podría ser ella la que estuviera recibiendo mi furia mientras jugaba con esos pechos tentadores que me ofrecía en sus fantasías. La muy guarra me la chupa en el baño hasta saciarme y luego me ofrece sus agujeros como ofrenda y perdón a la tortura que me ha estado sometiendo, usándolos a mi antojo mientras se veía en el espejo como era sometida y dominada. “Esto no te lo hace el perro de tu novio ¿eh?” le decía mientras tiraba de su pelo hecho coleta dándole por detrás, para acto seguido forzarla a ponerse de rodillas y que deguste el fondue de chocolate. “Vas a llegar a casa con las rodillas peladas, a ver como se lo cuentas a tu novio” y alzarla de nuevo para seguir abusando de su generosa actitud hasta que decida que sus agujeros ya no me son útiles y ponerla de rodillas de nuevo mientras me corro en su puta cara.

En su puta cara. Su respiración acelerada y con el rimmel corrido… Si, toda mi lefa esparcida por su suave piel, sus labios, pero donde en verdad estaba era dentro de Sarah, que estaba esperando y dejándose hacer hasta que acabara.

—¿Ya?— preguntó irritada con la cara roja y molesta por no haber disfrutado del polvo. Me limité a asentir.

—Pues me voy, que llego tarde.

Se zafó de mi escapó de la cama a lavarse rápido, ponerse el pantalón y los zapatos para largarse de un portazo. Qué grosera.

Pasaron unos minutos hasta recomponerme, ya estaba mucho más tranquilo y me fuí a mi cuarto.

Nacho me pilló saliendo de la habitació de Sarah. Estaba somnoliento, seguramente le había despertado el portazo. Aunque por la sonrisilla que se avecinaba más bien había oído lo suficiente para deducir que me estaba follando a Sarah.

—¡Me pido ser el padrino!

—No te flipes, solo es sexo casual.

—Así se empieza, hombre, y de aquí dos días, ¡casado y viviendo en piso compartido entre semana por faena!

—Que va, que va, eso es de perdedores…— le dije con tono burlón.

—Perdedores son los que están casados siempre. ¡Yo solo lo estoy los findes!— alegó riéndose.

No era un tipo infiel, pero si era el clásico machote con sus micromachismos. No era mal tipo, pero seguro que si se lo pone alguna delante, acaba cayendo. Eso sí, de lunes a viernes.

—Cuéntame, ¿qué tal folla?

—Bien — me limité a decir, un poco incómodo. Me disgusta hablar de ese tema tan fríamente y además, todavía no me orientaba yo con mis nuevos placeres como para comentarlo.

—¿Bien? ¿Y ya está? ¡Venga hombe! Esas tetazas tienen que sacar más nota que un aprobado! ¿Y ese culo? Pffff… madre mía, ¡qué cabrón!

—¡Pajillero!— dije en broma

—¡Una pajilla no es infidelidad! ¡Cómo te envidio! Aprovecha ahora, que cuando te cases, ¡se te acaba el chollo!

—Que no me voy a casar…

—Claro, claro. Oye, ¿me conseguirás una foto en pelotas de Sarah?

Me llevé la mano al pecho.

—¿Quieres que te de una foto de mi futura mujer desnuda? ¡Qué ofensa!

Nacho se reía bruscamente.

—¡Si os casáis la quemo!

—Veré qué se puede hacer.

Obviamente no le iba a dar esa foto, pero era feliz pensando en que sí. Menos mal que no le dije que me estaba acostando con otras dos chicas, sino ya se le cae la polla al suelo y lo veo pidiendo divorcio mañana.

Sobre las 19h me fui preparando para el segundo asalto de hoy. Me di una ducha a golpe de volumen de Guns’n’roses, W.A.S.P y otros enseres de esa época. Nacho me miró extrañado.

—Um… ¿Vas algún sitio?

—A cenar con… los del curro.

No le terminaba de convencer.

—Ya, pásalo bien con tu juguete nuevo.

Le sonreí asintiendo y me fui de casa.

Carol estaba estupenda. Me recibió con un pantalón corto de pijama y una camiseta de Misfits, no se había maquillado ni arreglado. Desprendía una naturalidad embaucadora, la seguridad de recibir a alguien así en tu casa denotaba mucha autoestima, y eso me encantaba. Estaba preciosa así.

—Llegas pronto— exclamó sorprendida ante mi presencia.

—Qué va, más puntual imposible.

—¡Joder, qué lenta soy! Pasa, deja que me arregle un poco…

Atrapé su mano mientras trataba de huir y la arrastré contra mi, cara a cara.

—No hace falta, estás preciosa así— dije mientras le cogía la cabeza para darle un beso, que acabó en un contorneo de lenguas. Su aliento era fresco. Se acababa de limpiar los dientes. Noté como su pulso se estaba acelerando.

—Vale…— titubeó tímida, riendo como una tonta.

Seguimos un rato comiéndonos la boca en el pasillo, cuales amantes que se han visto separados por las circunstancias de la vida y después de atravesar muchas adversidades, finalmente nos reencontramos en el pasillo de un piso de barrio. Mis manos investigaban las curvas de sus caderas y una ya se quería meter en sus pantalones, pero me paró.

Ir a follar así era muy frío, supongo que en eso estábamos de acuerdo.

—¿Quieres tomar algo?— dijo en momento de paz, tirando de mí hacia la sala.

—Claro, lo que tengas. ¿Puedo usar el baño?

Asintió señalando una puerta corredera que parecía un acordeón en el pasillo. La tapa estaba levantada, por lo que otro hombre vivía en la casa. Seguramente su padre o un hermano. O los dos, quién sabe. Limpio no sería la definción que la daría al baño, más bien usado. En general el piso desprendía cierto aire antiguo y era bastante gris. Desprendía cierto aire alternativo más que un hogar familiar.

Carol trasteaba en la cocina en busca de refrigerio cuando llegué al salón. Me paseé por la sala contemplando lo que ofrecía. Bonita no era un adjetivo que me venía a la mente. Sobre una balda cubierta con fino polvo había un par de fotos, una niña con una pareja, la niña sola y varías más que debía ser Carol con sus padres. Deduje que no debía tener hermanos, así que debía ser el padre el que vivía aquí marcando territorior meando fuera y dejándose la taza levantada. Un sofá frente a la tele debía ser la criptonita de cualquier persona alérgica a los ácaros y una mesa con cuatro sillas en un rincón se declaraba como comedor. Decoración no tenía mucha más.

Trajo dos birras y estuvimos charlando en el sofá, disimulando como que no hemos quedado solo para follar. Puso algo de música en el móvil, una lista de punk en youtube que contenía entre otros, The Offspring, Green Day y Sum 41. No hizo falta ni media botella hasta que estuvimos comiéndonos los morros de nuevo. El bulto en mi pantalón empezaba a ser evidente. En cuánto lo observó, tomó la iniciativa, sonriendo traviesa mientras exploraba por encima del pantalón. Estaba hasta nervioso. ¿Me la iba a chupar? ¿O tal vez es de las que no chupan? ¡Dios, seguro que es eso! Algo malo tenía que tener la chica. ¡Si no chupa esto no va a funcionar! ¡Joder, quería que me la chupara!

Mientras sufría la intriga de la mamada de Schroedinger, me lancé a quitarle la camiseta, con ansia tratando de mantener la calma. Por fin pude contemplar su cuerpo a plena luz. Bajé discretamente por su cuello hasta lamerle los pezones, uno con un piercing que daba mucho juego. Debía ser la primera vez que elegí un pezón favorito.

Jadeaba mientras le comía las tetas. Trataba de desabrocharme el pantalón, entre la posición y su abstracción, no lo estaba consiguiendo. Cuando sus pechos reconocieron a su nuevo dueño, me eché atrás quitándome la camiseta mientras ahora si, me desabrochaba el pantalón para sacar su nuevo jueguete.

Había llegado el momento. Díos mío, por favor, si existes, que me la chupe un poco, un poquito aunque sea. De momento estaba lubricando con su saliva y me pajeaba  observando mi reacción. Se acercó buscando besos, “lo sabía, no la chupa, joder”. Ya me estaba maldiciendo por no recibir la tan deseada chupada. Si fuera Sarah, ya le habría cogido la cabeza y reorientado su boca hacía el nuevo puesto de trabajo. Medité si hacerlo o no, de alguna manera quería que fuese ella por iniciativa propia que se disponga a ejecutar la exhibición oral y acabar con esta intriga. Me seguía pajeando y observando con la mirada clavada, frente con frente mientras desafiaba la habilidad de mi lengua.

Súbitamente, se alejo de mi, manteniendo el ritmo de la paja, todo sin dejar de mirarme. Estaba sufriendo a ver qué iba a pasar. Se echó para atrás, y todo parecía estar pasando. “Oh si señor, se está poniendo a cuatro patas en el sofá, a mi lado, si, va a pasar.” Estaba tirando cohetes, mi pene entre sus manos palpitaba de la excitación mientras se acomodaba. Me miraba, me iba a dar lo que quería, pero cuando ella quisiera. Seguía masajeándome, notaba su aliento en mi miembro. ¿Por qué me tortura así? Poco a poco fue añadiendo lengua, haciendo circulos sobre la puntita y recorriendo el tronco abriendo la mano. Lo hizo un par de veces y se retiró, buscando mi boca de nuevo.

—Eres mala— dije suspirando.

—Mucho— respondió satisfecha por haberme dado cuenta.

Aceleró el ritmo de su mano. Eché la cabeza hacía atrás dejándome llevar. Me besó el cuello, mordiendo y bajando su camino por mi pecho hasta llegar al punto clave. Bajó el ritmo, empezó a lamer de nuevo mientras me miraba y tanteando, se la metió entera en la boca, sacándola enseguida. Arqueó las cejas haciéndome saber que sabía lo que estaba haciendo. Solo podía suspirar. Me moría por correrme en su boca. Siguió con su juego de lamidas e hizo un par de amagos más, antes de por fin, empezar a hacer un mete saca de su boca bien acompasado con su mano. Estaba en la gloria.

—Nena si sigues así me corro…

Mi voz era débil y estaba rota, buscando fuerzas para sacar las palabras y no correrme. Hizo caso omiso. En vez de detenerse y pasar a la siguiente fase dándome un descanso, apretó más el ritmo y sus labios contra mi tronco para hacerme perder el control y acompañarla con mis caderas. El que avisa no es traidor, siguió mamando hasta que estallé y no desistió. Bajó el ritmo, en ningún momento me privó del placer de sus lengua mientras me corría como un poseso. De hecho, apretó los labios cada vez más, haciéndome notar su presencia en ese orgasmo.

Cuándo cedieron los espasmos y mis gemidos, se incorporó frente a mí y como si de una peli porno se tratase, abrió la boca enseñandome la corrida, jugueteando con la lengua hasta al final tragarselo. Yo que me temía quedarme sin mamada y me acaban de hacer una de las mejores de mi vida.

Le pegó un trago a la botella y me miró satisfecha.

—¿Qué tal?— me preguntó.

—Fatal— dije con sarcasmo—. No me gustó nada.

—Ya lo noté, ya. Lo siento.

Me abalancé sobre ella a devolversela con la misma moneda. Repasé de nuevo sus pezones y me aventuré por dentro de su pantaloncito a explorar la misteriosa parte delantera. Me metí por dentro de sus bragas, recorriendo los pliegues y buscando el origen de las húmedades. Cuando lo encontré, a punto de meter un dedo para empezar a masturbarla, me detuvo.

—Espera…— me dijo insegura—. Por allí no.

—¿Por allí no?— repetí confundido. Reflexioné sobre si estaba entrando en el ano sin querer, pero esa respuesta tampoco tendría sentido.

—Es que…

Nos incorporamos acomodándonos en el sofá.

—¿Eres virgen?— pregunté tratándo de dar sentido a la situación. A lo mejor su família era religiosa y tenía que llegar pura al matrimonio y por eso hay vía libre para la puerta de atrás. Aunque viendo el piso, lo dudaba mucho.

—No, bueno, si, pero no es por eso… Tú follame por el culo y ya está, ¿vale?

—Te aseguro que tengo cero problemas con eso. Pero cuéntame ya por curiosidad qué te pasa. No vaya a ser que haga algo y te corte el rollo.

Dudó unos segundos y se mostraba incómoda.

—¿Quieres que me vaya?

—¡No, no! ¡No pienses eso! De verdad…

—Tómate tu tiempo.

Menos mal que me había saciado con la mamada. ¿Lo habrá previsto así?

—A ver…— dijo alcanzando la cerveza. Hizo una mueca por estar ya mala—. ¿Quieres otra?

—Vale— dije con indiferencia por el cambio de tema—. Me gusta el servicio en topless, vendré más a menudo.

Esperaba que se relajara un poco con la broma. Se bebió media botella de un trago.

—Mira, me da cosa hablar de esto. Siempre que lo hago… Se rien o no se lo creen y no acaba bien. Pero quiero pensar que tu al ser mayor lo entenderás bien y no hay problema.

—Claro que no. Dime lo que sea.

¿Me estaba llamando viejo? Me empezaba a incomodar la situación. Era la segunda vez que quedábamos y esto parecía el planteamiento de una declaración de amor.

—Allá voy— suspiró buscando fuerzas como quien se va a tirar en paracaídas—. No me entra nada por allí. Me causa muchísimo dolor y no quiero que me toquen allí.

Lo esputó como si lo estuviera leyendo, seguido y de golpe para quitarselo de encima. Un largo suspiro de alivio remató la frase. Ya estaba dicho. Pero tenía razón, si tuviera su edad no me lo creería. Ahora simplemente me parece una norma y preferencia.

—Vale, por eso todo por detrás, ¿no?

Asintió.

—Me da mucho más placer, aunque al principio dolía era mucho menos que por delante… Como ahora ya es día si día no, no me duele nada.

—Vaya, no sé qué decirte… Imagino que ya habrás probado de todo…

—Si…

—Dilatadores, relajantes…

—Todo.

—¿Y por fuera te puedo tocar?

—Bueno, no me duele pero me da miedo, siempre acaban intentando meterme un dedo. Los chicos piensan que conocen mejor mi coño que yo. “Poco a poco te la meto, ya verás”, y no entienden un no. Al final se enfadan y te sientes culpable.

—En mi propio interés no haré nada que no quieras, no te preocupes. Si quieres que paseé mi lengua o los dedos por allí, no tengo ningún problema. Lo que tu digas.

Me miró dubitativa. Yo no sabía qué hacer. Apenas conocía esta chica y me acaba de confesar algo superimportante para ella y yo solo quería reventarle el culo.

—¿Quieres hacer un ejercicio de confianza?— le propuse.

Paseó sus ojos mientras se lo pensaba, al no obtener respuesta después de unos segundos, tomé la iniciativa y la tumbé, despojándola de las prendas que le quedaban. Observé con gracía que llevaba un dilatador puesto. Aunque no quiere que le toquen el coño, lo tiene bien cuidado para las visitas. Empecé a lamer con cariño alrededor, explorando su sabor. Los chochos vírgenes tienen un sabor más dulce y fuerte.

La entrada a su vagina estaba cerradisima. No cabía ni un alfiler. Sus manos se posaban en mi cabeza preparadas para echarme al mínimo despiste. Me limitaba a jugar con su clitoris, y poco a poco se fue relajando y empezar a disfrutar de la sesión de lengua. Me apoderé de todas sus partes erógenas. El piercing del pezón era mi destino favorito y aparentemente le encanta que juegue con el mientras le lamo la entrepierna. Con la mano derecha empecé a manipular el dilatador. Eso si empezó a provocar que se retorciera y empezara a gemir notablemente.

Seguía notando sus manos inseguras sobre mi cabeza. Aunque se había entregado a mis servicios, en su subconsciente seguía el miedo de imponerme e intentar apoderarme de su cavidad vaginal. La verdad, tenía razón. Tenía ganas de intentarlo y probar de ser el gran macho que consiguió penetrarla vaginalmente, pero tampoco la quería decepcionar ni traicionar su confianza e intentarlo. Al fin y al cabo, fuí yo que le propuse este ejercio.

Esto era una maravilla. Jugaba con el dilatador en su ano perfectamente estrechado y lubricado. Era llegar y besar el cielo. Carol estaba en las puertas del orgasmo y me agarraba fuerte del pelo empujandome contra su pelvis. Apreté el dilatador todo lo fuerte que pude y un gemido grave en tono de alivio indicaba el final de mi turno de servicio. Se estaba tapando la cara de vergüenza mientras su pecho subía y bajaba recuperando el aliento.

No le dije nada, simplemente me senté de nuevo, con el arma preparado en la línia de meta. Ella tampoco dijo palabra. Se inclinó sobre un lado para sacarse el dilatador y se dispuso a subirse encima mio, sentándose poco a poco encima mío mientras mi carne se fusionaba con la suya. Palpaba con las yemas de mis dedo como mi pene desparecía poco a poco en la oscuridad. Parecía fácil. Con lo que había costado con Eri, esto era pan comido. Llegar y meter. Ofertón sin letra pequeña, aparcar en la puerta de casa viviendo en pleno centro, o pensar que es lunes pero resulta ser festivo. Simplemente, dejarme hacer. Sentarme y ser complacido, como un señor.

Mientras me cabalgaba progresivamente, tenía sus pechos a merced de mi boca. Mi pezón favorito no iba a tener tregua hoy.  Mis manos estaban pegadas a sus nalgas acompañandola. Ella misma se incorporaba, apretando mi boca contra su pecho.

A medida que se iba acostumbrando al nuevo invasor, aceleraba el ritmo. El paisaje que me estaba ofreciendo era maravilloso, hundido en un mar de placeres. Le encanta besarme, es una besucona. Cada oportunidad que tenía me comía la boca o me mordía el cuello.

—Pégame— me dijo ahogada al oído. Le di en el culo como quién espanta una yegua. El chasquido resonó bastante. Negó con la cabeza y me cogió la mano, golpeándose la cara con ella. Lo entendí enseguida. Mientras torturaba su trasero con altas fricciones, cogí su cuello y le di una bofetada, lo que provocó una sonrisa en su cara.

—¿Eres una zorra, eh?— esputé entre dientes. Asintió con ansias. No sabía dónde se acabada de meter.

Me incorporé sin soltarla ni finalizar la penetración, y empecé a coger el control del ritmo. Sus piernas aprisionaban mi cintura, mis manos eran extensiones de sus gluteos. Me agarraba como un coala mientras empecé a darle con todas mis fuerzas, controlando sus caderas con mis brazos y embistiendola violentamente, alejándola de mis caderas todo los posible y entrando de nuevo con brusquedad. Sus gritos me complacían, y a ella también. Era una postura agotadora para los dos, no aguantamos mucho pero era muy satisfactoria para ambos. Se descolgó de mi y la puse de rodillas de una bofetada. Me la empezó a comer sin tonterías, mirándome en busca de aprobación.

—Más fuerte puta, ¡joder!

Empecé a copular con su boca. Inmobilicé su cabeza con mis manos y le di con brusquedad. Hacía pausas para que tomara aire. Hasta que no veo una cara roja y ojos vidriosos esto no va a parar.

—Cómo te gusta, ¡zorra de mierda!

Se limitaba a asentir, antes de ahogarla de nuevo con el misil opresor. Me encanta el ruído que hace entre ahogarse e intentar respirar.

La hija de puta la aguantaba bien. Se la metía hasta el fondo de su garganta de perra tragona y ni se inmutaba.

Paré, la estiré del pelo hacía atrás observando el cuadro que estaba pintando.

—Un poco más— decidí.

Ahora si tosió la perra. Empujando toda su cara contra mi pelvis y arrastrándola un poco. Ahora si estaba terminado el cuadro, con la cara llena de lagrimas y saliva con un fondo rojo. Faltan las rodillas peladas, pero así tampoco están mal.

Ahora me tocaba montar a mi. La tiré al sofá y la puse en cuatro. Se apoyaba sobre el respaldo con las manos.  Estiré el crin de mi yegua mientras la montaba para arquear su espalda y llevar su oído a mi boca para decirle todo tipo de guarradas que se me iban ocurriendo mientras le destrozaba el culo a golpes de mano abierta. Se quedaba la marca de mis dedos en su piel acalorada del maltrato.

Fuerte, sin piedad y profundo. Cuando me cansé de tirar de su pelo, agarré su mandíbula por dentro de la boca, haciendo que se arqueara más todavía. Cuanto más tiraba de ella, más intensos erán sus jadeos, y más fuerte y profundo le daba. El sonido empezaba a ser aquel bramido que soltó aquél día. Debía estar a punto.

—Eres una zorra gritona. ¿Lo niegas?

De su boca solo escapaban onomatopeyas mientras intentaba negar con la cabeza.

Ajusté el ritmo a sus gemidos para llevarla al éxtasis. No se estaba tocando como la otra vez y decidí ir yo a darle al botón de despegue y empezó la cuenta atrás. Apreté suavemente mientras la enculaba, combinaba ambos ritmos. Sus manos se agarraban al respaldo, estaba a punto de despegar. Yo también estaba a punto.

Cuatro embestidas fueron. Despegó pronto, con su gemido grave. Me encanta notar las contracciones de sus paredes vaginales. Es como una felicitación involuntaria a un buen trabajo hecho.

Estaba destrozada tirada sobre el respaldo. Las nalgas rojas desentonaban de su piel blanca. Tenía marcas rojas por encima de la cadera, por donde la estaba agarrando mientras la destrozaba como un poseso.

En este momento era una muñeca de juguete. No le quedaban fuerzas. Viendo a todo lo que estaba dispuesta, yo seguí con lo mio, ya que no había hecho bien la cuenta atrás y no pude terminar.

Hice que se tumbara en el sofá, encogida, con la cintura en el limite. De rodillas en el suelo retomé la enculada mientras contemplaba la obra de arte que había en su cara. Destrozada, satisfecha, cansada e indiferente.

Mientras buscaba mi orgasmo usando su culo, me suplicaba con la mirada terminar. Acercó mi cabeza a su boca buscando un beso.

—Las zorras no besan— le dije dándole una bofetada.

—A las zorras se les corren en la boca— me contestó sacando la lengua.

Esas palabras me bastaron para empezar a ver el final. Unas embestidas de despedida y me puse de pie mientras ella se incorporaba y me la empezó a chupar en pleno orgasmo. Dado el buen curriculum que tiene mamando, dejé que se encargara de terminar.

Su lengua se contorneaba alrededor del agujero de mi manguera, acompasado con su mano y un suave movimiento mío de caderas. Sus ojos enrojecidos me miraban mientras saboreaba lo más íntimo de mi ser, antes de apoderarse definitivamente de ello tragándoselo.

Suspiré mientras terminaba de apurar hasta la última gota de mi grifo. Me senté en el sofá, disfrutando del momento. Carol se acurrucó conmigo, dándome un beso en la mejilla.

Pasaron minutos, largos, mientras nos recuperábamos y volvíamos a la realidad. Cuando recuperé la noción del tiempo, eran la diez pasadas. Carol me sonrío complacida y me dio un beso, con aroma salado de mi propia producción.

—Qué tarde es— dije lamentándome—. Mañana madrugo.

—Quédate a dormir— me propuso—. Mi padre no vuelve hasta la semana que viene.

—¿Y tu madre?

Desvío la mirada al suelo y se estrechó de hombros. No hacía falta indagar más y menos en este momento.

—Te lo agradezco, pero prefiero dormir en mi casa con mis cosas.

—¿Y cenar? No te vayas aún… Podemos repetir en un rato…

Me dio mucha penita, pero era un momento importante. Quedarme sería un gesto romántico y no quería ir por ese camino. Me sabía mal, pero la verdad era cruda: habíamos quedado para follar. Supongo que se sentía usada.

—Tengo la cena hecha en casa, en serio, no te preocupes.

—¿Hice algo mal?— me preguntó preocupada.

—No, qué va. Si eso, todo lo contrario. Si no tuviera que trabajar mañana me quedaba.

Su cara me transmitía decepción.

—Bueno. Preferiría que te quedaras un rato a cenar. Puedes follarme luego otra vez si quieres.

—Te follaré cuando quiera, que para algo eres mi perra.

En su cara de tristeza se empezó a esbozar una sonrisa. Me senté a su lado mientras me calzaba. Me abrazó dándome besos en el cuello tratando de convencerme. La silencié con un beso largo, que en otra contexto daba inicio a otra sesión de sexo. Se tumbó arrastrándome con ella. Me limité a sonreír.

—Ha sido una tarde maravillosa, no lo dudes.

Me incorporé con decisión. Carol redimiéndose de sus intentos de hacer que me quede, se puso las bragas y la camiseta, me acompaño a la puerta donde nos despedimos con un beso y un “vamos hablando”.

Creo que le gusto, y demasiado para lo que a mi me interesa.


Si te ha gustado, por favor deja un comentario y una valoración. Si veis cualquier cosa rara, errores o incoherencias agredecería que me los reporteis. El trabajo de escribir y editar es tedioso y a veces sin querer se pasan cosas por alto.

Gracias por leerme,

AleX