Persiguiendo a un hombre

Un encuentro casual con un hombre maduro, consigue que descubra su naturaleza sumisa. Inspirado en el “Hombre de pelo blanco” de “Diario a Dos”

TÍTULO: Persiguiendo a un hombre

CATEGORÍA: Sexo con maduros

INTRODUCCIÓN: Un encuentro casual con un hombre maduro, consigue que descubra su naturaleza sumisa. Inspirado en el "Hombre de pelo blanco" de "Diario a Dos"

DEDICADO E INSPIRADO EN EL "HOMBRE DE PELO BLANCO" DE "DIARIO A DOS"

  • ¡¿Qué estoy haciendo?! – se preguntaba a sí misma una aturdida Estefanía que no podía evitar ensimismarse con la figura de aquel hombre maduro, cuya prepotencia y elegancia la habían atrapado. Se sentía como una acosadora. Se había encontrado con él, apenas hacía unos segundos, y se hallaba en aquel callejón de mala muerte, sentada en una montaña de cajas vacías intentando pasar desapercibida. Era difícil. Su juventud y su vestuario eran muy llamativos para estar allí sentada. Vestía una minifalda escocesa y una blusa blanca bajo su abrigo rojo que la cubría hasta poco más de la finalización de su redondo culo.

Estefanía era una joven universitaria que sentía que su vida era perfecta. Estudiaba la carrera que quería, iba curso por año y había conseguido las becas de movilidad para terminar sus estudios en la ciudad de sus sueños: su adorada Madrid. Era una mujer inteligente y que abogaba por su independencia. Sin embargo, con ese hombre… No sabía qué le ocurría. Parecía obsesionarse con cada movimiento de su mano.

Aquel hombre se encontraba plácidamente en una de las nuevas cafeterías del centro, tomando su líquido amarillo mientras trabajaba en su portátil. Se trataba de un hombre de unos cuarenta años, de complexión fuerte y de pelo cano. Miraba concentrado la pantalla de su ordenador mientras, no sabía por qué razón, se sentía observado. Lo notaba desde el encontronazo con aquella chica. Pensaba que era guapa pero demasiado fina y delicada.

Minutos antes

Estefanía se encontraba de vuelta a su piso alquilado junto a sus nuevas compañeras. Esta vez, regresaba caminando desde el campus. No quería tomar el metro, prefería andar por la ciudad que tanto amaba. Disfrutaba de la vista de una ciudad viva, de sus edificios, de sus gentes. Distraída y absorta en sus propios pensamientos llegó a un paso de zebra. El semáforo se puso en verde para los peatones y ella caminaba mecánicamente pensando y disfrutando de aquella oportunidad que la vida le brindaba. De repente, despertó violentamente de sus ensoñaciones. Había chocado con alguien y se había caído a la vía.

  • Chica, ¿estás bien? –preguntó preocupado el hombre de pelo blanco que Estefanía observaba en la cafetería mientras la tomaba de la mano y la levantaba sin ninguna dificultad.
  • Pe… Pe… Pero… ¡qué hace! Mire por dónde va –le espetó Estefanía asustada por encontrarse pegada a su cuerpo y a escasos centímetros de sus labios.
  • ¡Serás estúpida! –exclamó enfadado por el recato de la chica y la empujó para que, de nuevo, cayera en el suelo- Ya te enseñaría yo a comportarte

Estefanía, con esfuerzo, se levantó de la carretera y siguió sin pensarlo a aquel hombre. Al principio estaba resuelta a decirle unas cuantas cosas

  • ¡Oiga! ¡Quién se cree que es usted para hablarme así! –exclamó ofuscada Estefanía cuando le alcanzó y lo obligó a girarse hacia ella.
  • Vaya, la gatita saca sus uñas… -dijo en un tono burlón a la vez que le tomaba el mentón.
  • ¡Suelte! –exclamó Estefanía mientras dándole un golpe con su mano y liberándose de la presión de aquel misterioso hombre. Ella no sabía porqué pero aquel hombre tan rudo y engreído estaba empezando a excitarla.

El misterioso hombre de pelo blanco rió a carcajadas la osadía de aquella joven en contradecirle. A él le encantaba quitar la soberbia a aquellas jovencitas que caían en sus manos para convertirlas finalmente en modositas sumisas. Sin embargo, aquella no la atrajo y tampoco tenía tiempo que perder. Sin más, se acercó a la joven mientras ésta retrocedía, arrepentida por haberlo seguido. Creyó que la violaría allí mismo, que la apuñalaría, en una infinidad de cosas… Por el contrario, él la aprisionó contra la pared, la sujetó por la cintura y, colocándole la espalda recta, le robó un apasionado beso. Luego, acarició sus mejillas y se encaminó hacia su cita en una cafetería cercana.

Estefanía quedó perturbada. Se quedó apoyada en aquella pared hasta que observó que se fue y sus delgadas piernas le fallaron, quedándose arrodillada en el suelo. En aquel momento, no pensó en cómo volvería a su piso, ni en la preocupación de sus compañeras al ver que no llegaba… Tan solo pensaba en lo que había sentido cuando aquel hombre maduro se acercó a ella y cogiéndola de la cintura la besó de aquella salvaje forma. Lo sorprendente es que ella le respondió. No se reconocía. Ella nunca había sido así y encima se encontraba húmeda por la actitud de aquel hombre.

Sin saber muy bien el porqué, en lugar de intentar volver sobre sus pasos, recorrió la calle tomando la misma dirección de aquel hombre. En el fondo de sus pensamientos, quería alcanzarlo. No discernía si era peligroso o no. Tampoco tenía claras sus intenciones con respecto ese hombre maduro que vestía un largo abrigo negro encima de un traje chaqueta negro. A Estefanía se le antojaba un importante hombre de negocios que desprendía un aura de seguridad que le hacía tambalear sus cimientos.

Entonces, vio a lo lejos de una calle extremadamente larga que su misterioso "amigo" entró en una cafetería de nueva apertura. Era una cafetería moderna inspirada en una decoración árabe. En una de las mesas que se podían divisar desde fuera del establecimiento por su gran cristalera, observó la figura de aquel hombre esbelto que se había atrevido a ofenderla. "¡Maldito!" pensó ofuscada por sus continuas osadías. Caminó deprisa para entrar en aquella cafetería y gritarle todo lo que pensaba de él. Sin embargo… Poco después, se vio en un callejón en la acera de enfrente de la famosa cafetería, sentada en una pila de cajas destartaladas que provocaban que sus medias se engancharan. No paraba de moverse para evitarlo. Todo por estar allí, observando a aquel anciano canoso, como dirían otras mujeres. Estuvo en ese callejón inmóvil durante horas y horas observando cada movimiento de ese hombre. Parecía que se había citado con una mujer, algunos años mayor que ella.

El hombre canoso esperaba la visita de una guapa mujer de negocios, de unos treinta años. Aquella hermosa mujer portaba un maletín con importantes documentos para aquella cita, a pesar de que Estefanía estaba creando su propia historia y creyó que aquella atractiva ejecutiva de cortos cabellos rojizos sería una amante.

  • Buenas, Sr. Winston. Encantada de poder hablar con usted. Me llamo Inés de Vega –se presentó y le facilitó su mano al hombre canoso. Estefanía observaba aquella escena desde la lejanía y elucubraba sobre una posible cita a escondidas con una mujer casada o una prostituta o… Miles de cosas pasaron por la cabeza de esta inquieta universitaria.
  • Es un placer, Señorita De Vega –contestó el Sr. Winston divertido por los nervios que causaba en aquella ejecutiva, conocida por todo el sector, por su capacidad. Tomó con delicadeza su mano y, en vez de estrecharla, se la acercó a sus labios y la besó.

Entonces, la invitó a tomar asiento en su misma mesa y procedió a apagar el portátil. Los negocios que trataría con ella, no necesitaban de ningún documento que estuviera recogido en aquel portátil. Odiaba a la par que reconocía el valor de las nuevas tecnologías. Siempre prefería un papel que un documento de Word.

  • Disculpe, Sr. Winston. Cuando venía hacia la cafetería, me he encontrado a una chica en aquella esquina que observaba esta cafetería, ¿la conoce de algo? – le preguntó intrigada la Señorita de Vega. Aquella joven, con su mirada perdida hacia la cafetería, le despertaba curiosidad.

El Sr. Winston, sorprendido por la apreciación de la ejecutiva, lo comprendió. Desde hacía un par de horas, desde aquel encuentro, se sentía observado. Por esa sensación, había estado nervioso y se había pedido al camarero un whisky para templar sus nervios. Ahora, al contrario, se le escapaba una sonrisa maliciosa cada vez que miraba hacia al callejón de soslayo y observaba cómo la universitaria se movía nerviosa entre las cajas. Apenas atendía a los argumentos de la ejecutiva para convencerle de que firmara con su empresa un contrato que reportaría a ambas empresas grandes beneficios. No hacía falta que lo persuadiera. Había tomado la decisión desde hacía una semana: firmaría. Si alargaba aquella reunión era con la única intención de ver el aguante de aquella joven. Le divertía verla esperándole sin saberlo. Se deleitaba cuando la chica se movía inquieta cuando pensaba que la había descubierto.

Después de un par de horas de reunión, Estefanía había estado sentada unas cuatro o cinco horas. Su estómago empezaba a rugirle con fuerzas y le recordaba que eran cerca de las diez de la noche. Había tenido suerte y las clases de la universidad se habían suspendido. En lugar de disfrutar de su tiempo libre, estaba allí, en un sucio y abandonado callejón con su tanga calado.

  • ¡¿Qué estás haciendo, Estefanía?! –se había preguntado a sí misma una y otra vez en aquellas interminables horas. No entendía qué le ocurría con aquel desconocido.

Por fin, el Sr. Winston que encarnaba a aquel misterioso señor abandonó su asiento y se dirigió a la puerta de la cafetería. Esperaba divertido el momento de cruzarse con aquella impetuosa joven. A pesar de que su domicilio estaba en la dirección contraria, cruzó la calle y se dirigió directo al callejón.

En esos momentos, se podía observar a una nerviosa y torpe Estefanía que no sabía cómo reaccionar a aquel contratiempo. Quería pensar que aquel misterioso hombre no se dirigía hacia el callejón. Seguramente, fuera a su casa. No tenía de qué preocuparse. Si la descubría, siempre podría decirle que se había perdido.

El Sr. Winston se aproximaba veloz a aquel lugar sombrío donde aquella intrigante muchacha parecía esperarle. No obstante, llegó y se encontró delante de un callejón sucio y oscuro donde a primera vista no pudo divisar a nadie. Pero sabía que se encontraba allí. Oía respirar a alguien agitadamente. Estaría escondida.

  • Pequeña gatita… Sal de tu escondrijo… Sé que me has observado desde aquí toda la tarde. ¿Qué quiere de mí, esta dulce dama? –preguntó con una voz dulce que a Estefanía la tranquilizó.

Comprendió que aquel hombre estaba tan contrariado como ella. Empatizaba con él. Pensaba en qué argumentos le daría a aquel hombre sobre las razones que la habían llevado a seguirlo y esperarlo allí toda la tarde. Sin la menor seguridad, se levantó de entre las cajas del fondo del callejón y sacudiéndose el polvo de su abrigo y su minifalda se acercó al Sr. Winston.

  • En realidad, no quiero nada. Disculpe si le he molestado –se disculpó mientras con un paso firme y elegante llegó a la altura del Sr. Winston.

Cuando pretendió pasar por el lado de aquel misterioso desconocido. Éste alargó su brazo derecho impidiéndole el paso y rodeándola por la cintura.

  • Señorita, cuando dilucide qué busca de mí, búsqueme en esa misma cafetería. Estaré todos los viernes, a la misma hora –le propuso cortésmente a Estefanía-. Por cierto, me gusta que las chicas no utilicen sujetadores.

Sin más, el Sr. Winston dejó caer su brazo y volvió por el camino que había venido.

Una semana después

  • ¡¿Qué hago aquí de nuevo!? Faltando a clase por un hombre mayor… Quien me viera… - se preguntaba angustiada mientras la penumbra de aquella calle sin salida la albergaba.

El señor Winston se mostraba impaciente en el interior de la cafetería moviendo los hielos de su whisky. Miraba a un lado y otro esperando que aquella extraña y bella universitaria entrara por fin en la cafetería. Aquel juego que se traía la joven lo divertía en extremo. Se imaginaba cómo tratarla, cómo recorrer cada poro de su piel, cómo follarla… Entonces se percató. Estefanía no se aproximaría directamente a la cafetería. "¡Cómo no lo había pensado antes si ni siquiera la cría era consciente de lo que deseaba!", pensó reprochándose a sí mismo no haber tenido en cuenta esa circunstancia. El señor Winston era un hombre muy perspicaz e inteligente que normalmente se preocupaba por entender el comportamiento humano del resto de las personas. Lo consideraba como su afición.

  • ¡Gatitaaa…! –exclamó llamándola de modo semejante al que llamaba a su gatita Linda.

El silencio cubrió aquella calle sin salida. El atardecer y la penumbra del callejón resguardaban a Estefanía de su depredador. Estefanía estaba nerviosa, aturdida. Aún no sabía qué hacía en aquel lugar inhóspito.

Poco a poco aquel hombre se acercaba al rincón donde Estefanía se encontraba en cuclillas. La ropa que vestía no difería en demasía de la semana anterior: una blusa blanca ceñida con una torerita acorde con su minifalda de color burdeos.

  • ¡Uy! ¡Qué tenemos aquí! Una gatita temblorosa – dijo irónicamente mientras le tomaba una mano con delicadeza y la ponía en pie.
  • Yo… yo… -balbuceaba sonrojada y cabizbaja Estefanía.
  • ¿Te decidiste? –le preguntó con calma el Sr. Winston.
  • Yo… yo… - volvió a decir Estefanía.
  • Ya veo –sonrió maliciosamente el Sr. Winston mientras desplazaba la parte de la torerita que ocultaba sus pechos desnudos bajo su blusa blanca.

Tras observar que "su gatita" había obedecido a esa orden, acercó su cuerpo al suyo y la acorraló en el callejón. Le levantó los brazos hacia arriba y presionaba las muñecas en cruz de la universitaria contra la pared con fuerza. La dejada así sin escapatoria, sin poder resistirse a sus más bajos instintos.

  • ¿Qué buscas de mí…? – le preguntó quedadamente mientras con una de sus piernas separaba las de la chica.
  • No lo sé… -titubeó Estefanía confusa por su modo de comportarse. "Este señor tiene razón, ¿qué busco de él?" se mortificaba a sí misma.
  • Yo creo que sí, zorrita –afirmó el Sr. Winston complacido al dirigir su mano bajo la minifalda de Estefanía y descubrir con asombro que aquella mujer tenía el tanga humedecido de sus flujos vaginales.
  • Yo.. mmm… Yo… no… -intentaba Estefanía articular palabra mientras se intentaba liberar de aquel apuesto hombre.
  • Tú… ¿qué putita? Mírate, estás con la respiración entrecortada, retorciéndote de placer cada vez que mis dedos pasan por tu raja por encima de tu tanga… -le susurraba a Estefanía en su oído mientras su mano izquierda se dedicaba a acariciar su coño por encima del tanga.
  • Yo… mmm… No sé qué me ocurre con usted… -se confesaba Estefanía ante el Sr. Winston que degustaba cada palabra de la chica.
  • ¿No lo sabes, pequeña? – le preguntaba el Sr. Winston que intentaba de ocultar su ya más que visible excitación mientras le lamía las mejillas.
  • No… No lo sé… Llevo una semana… -rebelaba Estefanía presa de una excitación exorbitante que la hacía respirar muy fuerte.
  • Mmm… Una semana llevas pensando en mí, perrita –aseveró el Sr. Winston mientras apartaba a un lado el tanga de la universitaria para tocar directamente su raja.

Aquel desconocido para Estefanía la estaba excitando como nunca ningún chico de su edad lo había conseguido. Lo primero que había logrado era que saliera de su piso sin su sujetador y, ahora, la estaba dominando en aquel callejón. Ella se estaba dejando llevar por sus instintos más primarios. Apenas podía reprimir sus gemidos cada vez que los dedos de aquel señor pasaban por sus labios vaginales. Pronto, el sr. Winston decidió arrancarle el tanga que le impedía gozar de su coño con plena libertad.

  • Pero… ¡qué hace! ¡Se ha vuelto loco! –exclamó Estefanía escandalizada al recobrar la sensatez.
  • ¡Calla, perra! –le ordenó el Sr. Winston con un tono autoritario que la impresionó tanto que guardó un silencio sepulcral.

La respiración se le cortó en el momento que notó como sus gruesos dedos invadían su cueva y le posibilitaban una paleta de sensaciones desconocidas. Estaba allí, dejándose masturbar por un hombre maduro en mitad de la calle y derritiéndose en sus manos. Aquello se le había escapado.

  • Señor… mmmm… Estoy muy cachonda –admitió a modo de confesión al Sr. WInston.
  • ¡Por fin reconoces que quieres una polla que te folle bien! ¿no, perra mala? –exclamó el Sr. Winston exultante de alegría y excitación al mismo tiempo, soltándole las manos y centrando sus esfuerzos en abrirle la blusa blanca para encontrar sus pechos redondos con sus grandes aureolas presididas por dos pezones puntiagudos.

Ahora, Estefanía era libre. La fuerza que aprisionaba sus muñecas desapareció y pudo bajar los brazos al fin. No obstante, ella misma sabía que no abandonaría ese placer que estaba conociendo. El Sr. Winston se estaba aplicando en sopesar el peso y la forma de aquellos jóvenes pechos turgentes. Se afanaba en lamer y succionar los pezones, arrancándole varios gemidos de placer y dolor.

  • ¿Sabes? Aquí tengo algo calentito por ti, putita – la informó el Sr. Winston mientras se tocaba el paquete con una mano y le presionaba el hombro derecho para que se arrodillara ante él.

Estefanía, como un zombi debido a la excitación, se dejó arrodillar ante el paquete del desconocido. Ella misma comenzó a abrirle la bragueta, bajó los slips y buscó ansiosa su polla. Quería saber si él también estaba tan excitado con esa situación como ella. Pronto, descubrió con entusiasmo que aquel desconocido se sentía igual que ella.

Cuando vio el pene del Sr. Winston ni siquiera se fijó en su tamaño o grosor sólo acercó sus labios al mismo y empezó a lamerlo con pasión y parsimonia. Disfrutaba de cada lametazo al capullo o al tronco. De vez en cuando lo alternaba con pequeños besos y mordisquitos que hacían las delicias del desconocido que ya no podía frenar sus jadeos. Tanto fue así, que desesperado por sentir la boca de la chica, el Sr. Winston tomó a la chica por su larga cabellera y la obligó de golpe a tragarse aquel instrumento. Comenzó a mamar aquella polla sin descanso, una y otra vez. Los gemidos del Sr. Winston no se distinguían del bullicio de la calle de al lado provocado por los coches y los viandantes. Se trataba de un viernes por la noche en el centro, cercano a uno de los pubs de moda. Pronto, aquel lugar no sería tan seguro. Pero a ambos poco le importaba ese detalle en aquel momento. El Sr. Winston parecía tensarse y anunciar que se correría.

De repente, Estefanía fue apartada bruscamente del aparato del que se deleitaba minutos antes. El desconocido parecía tener otros planes. La tomó violentamente por una mano y la levantó. A continuación, la posicionó bocabajo sobre una pila de cajas, de modo que sus pechos rozaban la ruda madera con las manos a la espalda. Además, quiso terminar de disfrutar a aquella joven ardiente quitando el cinturón de sus pantalones y poniéndoselo en el cuello.

  • Ahora te vas a enterar de lo que es una buena polla, puta –le advirtió el Sr. Winston.

Tras esta información, comenzó a introducirle la polla en su dilatada vagina. Cuando Estefanía empezaba a notar el pene de aquel hombre entrando en su coño no podía silenciar sus gemidos, sus gritos de placer.

  • Sí, señor… Deme así… Más fuerte, cabrón –le animaba Estefanía que estaba fuera de sí
  • ¿Qué? ¿Está rica la polla de un hombre de verdad, puta? –le preguntaba disfrutando de cada uno de sus gemidos.
  • Sí, es la mejor de todas. Más, más rápido. – le exigía Estefanía mientras la bombeaba y tiraba de su cuello con el cinturón.

En una de sus embestidas, procedió a tirar del cuello de Estefanía y la levantó, consiguiendo que se pusiera erguida. De esta forma, pudo obligarla a dar dos o tres pasos hacia atrás y él poder sentarse en una pila de cajas mientras en esta posición sería ella quien tuviera que votar encima de él.

  • A ver, perra exigente, demuéstrame de qué eres capaz –la retó el señor maduro acercando la cabeza de Estefanía a su boca con el cinturón.

Al instante, Estefanía se encontraba saltando encima de la polla de aquel desconocido con pasión y desenfreno.

  • ¡Qué buena zorra ha resultado ser la universitaria! –exclamó el Sr. Winston fruto de la excitación- Mira que eres puta, estás aquí follándote a un hombre de verdad porque así lo estabas buscando. Pero eres una perra muy buena… Te da igual follar aquí en medio. Mira a la salida de la calle

Estefanía, sin parar de botar encima del hombre maduro, miró tímidamente al final de la calle que comunicaba con la calle principal. Allí podía observar cómo la gente pasaba de un lado hacia otro que observaban de soslayo lo que allí se acontecía.

  • Mira zorra… Toda la gente ve lo guarra que eres y se quedan mirándonos. Mmmm…. Sigue así, cabrona… Sigue… - jadeaba sin parar el Sr. Winston.
  • Sí, sí… Que vean cómo soy… Sí, sí… Me voy a correr… -gritaba desesperada Estefanía.
  • Sí, córrete ya zorra. ¡Reconócelo! Eres una puta que me buscaba para que la follara –decía al límite del orgasmo el Sr. Winston. Deseaba oír la confesión de aquella chica. Que aceptara que lo buscaba ella.
  • Sí, señor… Quería que me follara… Quería una buena polla como la suya… Me corro… mmmm… -reconocía con la voz entrecortada por los gemidos de su propio orgasmo.

En el momento en que reconoció sus intenciones con el Sr. Winston, ambos se corrieron brutalmente. Los gritos y jadeos podían oírse en las calles de los alrededores. Las personas que pasaban por la calle principal miraban sorprendidos por lo que acontecía en el callejón.

  • Límpiamela, zorra. Bébete la leche que has sacado tú –la ordenó cuando Estefanía se levantó de sus piernas.

Una vez que Estefanía dejó el pene del Sr. Winston reluciente, se arreglaron las vestimentas y se encaminaron para volver cada uno a su vida.

  • Has estado como una auténtica zorra, preciosa. Aquí tienes una tarjeta con mi nombre y mi teléfono, gatita. Si quieres seguir dándome placer, te llevaré a lugares donde creo que encajarás.