Persiguiendo a un hombre (2)

PERSIGUIENDO A UN HOMBRE (02): EL MUNDO ES UN PAÑUELO PERO A VECES… Las decisiones guían nuestra vida, pero nuestros deseos las domina. ¿Qué hará Fanny? ¿Llamará al Sr. Winston o dejará la tarjeta que le dio en el olvido...? Descúbrelo.

NOTA de la autora. Es recomendable leer la primera parte:

http://www.todorelatos.com/relato/67503/

PERSIGUIENDO A UN HOMBRE (02):

EL MUNDO ES UN PAÑUELO PERO A VECES

¿Qué hago con la tarjeta? ¿Lo llamo? ¿La tiro? – se preguntaba Estefanía dubitativa mientras miraba angustiada los datos que figuraban en la tarjeta. Tumbada sobre su cama bocarriba, con las piernas flexionadas y cruzadas entre sí, llevaba casi toda la tarde mirando hipnotizada la tarjeta.

Habían pasado varias semanas desde aquel furtivo encuentro sexual con el Sr. Winston y apenas recordaba aquel episodio. Ella prefería olvidar lo ocurrido y volver a recuperar su recién estrenada vida en la villa madrileña. Se decía a sí misma una y otra vez que si bien había disfrutado, aquello había sido una ocasión fortuita que NUNCA se volvería a repetir.

En cambio, en aquella fría y nevada mañana madrileña aquellas imágenes de placer y desenfreno volvieron a su cabeza. Mientras caminaba hacia el metro para dirigirse a la Universidad, encontró en uno de los bolsillos de su abrigo largo aquella tarjeta que el misterioso hombre de cabellos blancos le ofreció. Recordó entonces que la tarjeta la había depositado en aquel abrigo rojo que utilizaba en contadas ocasiones para que nadie la encontrara. Tomando la tarjeta en su mano temblorosa, rememoró el "día fatídico", como ella le denominó. Algo en su interior se removía cada vez que recordaba a aquel señor. ¿Encontrarse aquella tarjeta sería una señal? Miraba una y otra vez aquella tarjeta con expresión inquieta y preocupada. Se sabía de memoria el teléfono y el correo electrónico de aquel hombre que la hizo estremecer con sus embestidas en aquel callejón pero

Los segundos, los minutos y las horas de aquel día angustioso pasaban inexorablemente mientras ella no atendía a sus quehaceres. Las clases comenzaban y terminaban sin sentido para ella. Decidió quedarse a almorzar en la universidad para no despistarse en el metro, pero nada tenía sentido.

Esas clases matutinas, a las que ya no estaba acostumbrada, la tenían desconcertada. Sin duda, era eso. Seguro que nada tenía que ver esas imágenes dispersas que se vislumbraban en su mente de improviso para alejar los pensamientos de sus apuntes y esquemas.

Una hora, dos, tres… Las horas pasaban unas detrás de la otra y el resultado era el mismo. Frustrada como se sentía, se antojaba incapaz de refrenar los impulsos de observar aquellos datos del Sr. Winston. Así se llamaba aquel individuo que osó desafiarla. Tenía y debía de olvidarlo.

Segundos, minutos y horas

Aquel día frío calaba en los huesos de Estefanía, pero también en su corazón atormentado. Caminaba sin sentido desde la Universidad. Debía de afrontar sus miedos. Nunca había ido andando de vuelta a casa. Y ese día sería el primero. Estaba dispuesta a afrontar su vida, a tomar las riendas de su vida.

Con decisión comenzó caminar hasta que llegó a su casa. Sin embargo, aquellas fuerzas flaquearon nada más cruzar el marco de la puerta. Sus piernas le fallaban y sus pies doloridos le recordaban que esos zapatos que llevaba no eran los adecuados para aquel largo recorrido.

¡Maldición! Ese maldito hombre me está jodiendo la vida – pensó encolerizada mientras se quitaba los dichosos zapatos, los tiraba en el suelo violentamente y se encaminaba agresivamente a su cuarto.

En el camino se encontró a su compañera de piso, la cual al ver el estado de Estefanía ya supo que algo le ocurría. No obstante, sabía que era mejor dejar que su cólera se disipara para poder razonar con ella. Entonces, Estefanía entró en su habitación, abandonando sus carpetas y su bolso en el suelo y se tendió en la cama pensativa aún con el abrigo puesto. Cuando se intentó deshacer del mismo, la temida tarjeta cayó en el suelo. Distraídamente y sin recordar de qué se trataba la recogió del suelo, ya más tranquila. Volvió a su posición originaria y se quedó mirando la tarjeta. Los recuerdos volvían a su cabeza y se irritaba cada vez más.

¡Lo odio! –gritó con furia mientras agarraba un cojín de la cama y lo arrojaba violentamente hacia su imagen reflejada en el espejo de su dormitorio.

¡Joder! ¿Qué hago? – reflexionaba casi sin aliento por la excitación que sentía.

Estaba enfadada, enfurecida. Habría gritado y bramado a cualquiera que osara entrar a su habitación

¡Quién se creyó para hacerme eso!

Cada vez respiraba más agitadamente y, de repente, desvió la mirada hacia el espejo. Se vio desquiciada, con su mediana cabellera despeinada y con cara de exaltada. Debía tranquilizarse.

Cogió de nuevo la tarjeta, la miró. Pensó en que ya debía de haber memorizado el número de teléfono y tomó su móvil para marcar el número. Debía de hacerle algunas preguntas a ese individuo. Un tono, dos tonos, tres tonos

¿Dígame? – preguntó el Sr. Winston distraído mientras revisaba unos papeles en su despacho. Le había dado su número personal y pocas personas lo poseían.

En ese instante, el terror se adueñó de Estefanía. Tras varias horas, preguntándose qué debía hacer y decidir que debía de hablar con aquel insolente y aclararle que aquello no había tenido significado para ella, ahora las palabras no brotaban. Fue escuchar su seductora voz y caer rendida a sus encantos. Eso la atemorizó y, de inmediato, colgó el teléfono.

El fin de semana siguiente

Desde que llamó al Sr. Winston, Estefanía se sentía nerviosa e irritable todo el tiempo. No le gustaba esa pose de sumisa que cobraba su personalidad por el hecho de oír su voz. No lo permitiría e impedirlo era fácil: deshacerse del número y de aquellos malditos recuerdos.

Era viernes. Habían pasado pocos días desde aquella llamada y estaba decidida a salir con sus nuevas amigas. Le habían insistido y aquella parecía ser la solución más acertada para alejar los fantasmas de su mente.

La noche comenzó a altas horas de la madrugada. Quedaron a la una de la mañana en su piso y la idea era ir a un pub de moda. Sus amigas bromeaban porque ese pub se encontraba cerca de un lugar al que llamaban "Camino Verde". No se atrevió a preguntar.

En el pub todo se desarrolló con naturalidad. La noche fue avanzando y cada una se apartaba del grupo, unas porque había ligado, otras porque se encontraban con amigas y Estefanía se encontró sola en aquel pub enorme.

¡Ufff! Y ahora, ¿qué hago? ¿Cómo me voy a casa? –pensaba con expresión inquieta cuando un chico alto y de complexión fuerte se acercaba.

¡Hola guapa! ¿Qué tal? Me llamo Víctor, ¿y tú? – se presentó el muchacho de pelo corto y moreno. Aquel muchacho era realmente atractivo con sus ojos verdes y su desparpajo.

¡Ah! ¡Hola! Me llamo Fanny

La química parecía surgir entre ellos, pero el ruido del pub les impedía seguir con aquella conversación tan animada. Víctor, además de inteligente y culto, compartía sus aficiones y gustos, entre ellos, el amor a su carrera. Sin duda, aquello parecía ser una señal del destino. Poco a poco, la atracción entre ellos pareció crecer y decidieron salir del pub sin informar a sus amigas. Tan solo serían unos minutos.

Víctor, raudo y veloz, sabedor de que aquella joven estaba siendo atrapada en sus elaboradas redes, decidió llevarla a un lugar apartado del mundanal ruido. Mientras buscaban un lugar cercano, Víctor le daba conversación mientras en su cara se vislumbraba una sonrisa maléfica que, rápidamente, desaparecía. Entonces, pasaron por delante de un local cuya rúbrica era "Camino Verde". Anduvieron algunos pasos más y llegaron a un callejón.

"Otro callejón, otro hombre… Alguien debe estarse riendo de mí…" pensó irónicamente.

Dentro del local llamado "Camino Verde"

El señor Winston se encontraba cerca del pub, donde Fanny estaba disfrutando de su olvido. Había quedado allí con su abogado y amigo, el Sr. Tapioca. Si bien ambos eran hombres maduros, el Sr. Tapioca era más mayor que él. Se habían conocido porque el Sr. Tapioca era un reputado abogado madrileño que representaba a la empresa competidora en la firma de un contrato millonario y, a raíz de ese contrato y los sucesivos contactos, además de contar con sus servicios jurídicos, se habían convertido en grandes amigos.

Mira, Tapioca a esos dos –dijo el Sr. Winston tomando un trago de su whisky mirando la escena de un matrimonio cercano a su mesa.

Sí, ya los he oído antes. Parece que quieren que la mujer se folle a algún desgraciado… -dijo el Sr. Tapioca con despotismo mientras bebía con desgana su copa de ron. Se trataba de un hombre íntegro que odiaba a esas mujeres cuya única finalidad es conseguir su placer excitando a los hombres para después no consumir.

Jajjajaja… Tapioca, no te enfades… Creo que esos dos no son de ese estilo… -dijo pensativo mientras la mujer se acercaba con dos jóvenes chicos a la mesa de su marido y actuaban como si fueran desconocidos.

Te lo digo yo, que he conocido a ese tipo de mujeres y hombres… -aseveró con rabia ante la situación que se provocaba ante sus ojos- si quiere sexo que lo haga, pero sabes que está jugando con esos dos pardillos… Mira, mira se va

En ese momento, la mujer de la mesa cercana se levantó tranquilamente en dirección a los aseos. La indignación de su querido camarada para él se tornaba en diversión. Le encantaba redimir a esas mujeres calientes que sólo se dedicaban a provocar a los hombres, a las llamadas despectivamente "calientapollas". A él también le encolerizaba aquella situación. Por eso, le encantaba someterlas. Por ello, se levantó de su asiento y la siguió a los baños.

Este chico, es incorregible… -suspiró apurando su copa, el sr. Tapiocca.

Pocos minutos después, la mujer regresó a su mesa agitada y temblorosa. Su marido le preguntó si estaba bien, pero su única respuesta fue pedirle que se fueran. Algunos segundos después, el sr. Winston apareció en su mesa.

¡Winston! ¿Dónde te habías metido? Llevo un rato esperándote –le reclamó el Sr. Tapioca.

Lo sé, lo sé. Perdona, Tapioca. ¿Me has pedido whisky? Estoy sediento –dijo mirando distraídamente mientras la mujer de la mesa de al lado llegaba apresurada, lo miraba aterrorizada y azuzaba a su marido para que abandonaran el lugar.

A ver, bribón. ¡Qué le has hecho a la chica! Que ha llegado a la mesa temblando… -le preguntaba maliciosamente su amigo.

Nada que no conozcas ya… Ya sabes… -sonrió cínicamente para hacer creer a su amigo que la había intimidado para que no jugara con esos jóvenes. En cambio, él sólo quería dominarla y, pese a que sintió hacerlo en algunos instantes, a la joven su juego no le interesaba. Entonces, recordó a esa universitaria atrevida que semanas anteriores se encontró.

En el callejón

Fanny –la llamó Víctor mientras se dejaban conducir por la pasión en aquel callejón – te vi hace varias semanas… En aquel callejón… con aquel señor… Estabas tan salvaje y seductora

Víctor le susurraba todo esto a Fanny en el oído mientras se besaban apasionadamente. De repente, al pronunciar las palabras "callejón" y "aquel señor", el mundo de Estefanía se le hundió encima de ella. ¡Era imposible! ¡Cómo había podido reconocerla! ¡Quería tratarla de ese modo! Otra vez las imágenes de aquel "día fatídico" inundaron sus pensamientos. Hubiera seguido con Víctor hasta donde él hubiese querido. Le gustaba aquel chico. Era lo que estaba buscando para olvidarse de aquel desconocido que la hizo estremecer.

En cambio, aquellas palabras lo cambiaban todo. No la había atraído por ella misma sino por lo que vio. Indignada se levantó, le abofeteó y con la blusa desabrochada huyó de aquel lugar desesperada.

A la altura de "Camino Verde", vio salir a una pareja. La mujer parecía estar tan agitada como ella. Era perfecto. Había una pareja. Si Víctor quería hacerle algo que no quisiera, ellos estarían presentes y podrían defenderla. Cada vez corría más sin mirar hacia delante. Quería cerciorarse de que aquel nuevo desconocido no la alcanzara. Sin embargo, Víctor al ver su cara temerosa comprendió que aquel episodio había sido algo aislado y se había equivocado con ella. Se encontraba sentado en las cajas del callejón apesadumbrado, pensando que por haber intentado algo más con ella, habría perdido a alguien especial.

Fanny corría y corría a toda velocidad por la acera donde se encontraba "Camino Verde", aquel sex-shop cuya existencia Estefanía desconocía.

Tapioca, ¿dónde vamos?, ¿seguimos a la parejita? – preguntó el Sr. Winston distraído en la conversación que tenía con su amigo mientras salían del sex-shop.

¡Ten cuidado, Winston! –exclamó Tapiocca exaltado.

De repente, Estefanía sintió un fuerte golpe y comenzó a cubrirse de tinieblas su mente.

¿Estefanía? ¿Se encuentra bien? –le preguntó el Sr. Tapioca mientras la zarandeaba con suavidad, intentando despertarla entre los brazos del Sr. Winston que si bien por un momento había perdido la consciencia y sintió el golpe, pronto la recuperó.

Mmm.. –exclamó Fanny despertándose de su letargo.

Ambos señores habían entrado con Estefanía desmayada en la cafetería más cercana. El ambiente de "Camino Verde" era demasiado cargado y tampoco querían asustarla. Allí se habían sentado en un sofá y le estaban acercando un pañuelo impregnado de alcohol para que se despertara. Poco a poco, la chica fue despertando de su desmayo.

¿Dónde estoy? –preguntaba Fanny confundida entre los brazos de un extraño.

Está en una cafetería. No se preocupe. Vino corriendo apresuradamente hacia nosotros, no nos vio y chocó contra mi amigo. ¿Le ha pasado algo? – preguntó el Sr. Abogado con expresión preocupada.

¡Profesor! ¿Qué hace usted aquí? ¡Discúlpeme! De veras… No… Ha sido un malentendido… -dijo Estefanía temblorosa de encontrarse con un profesor de su nueva universidad en aquella situación tan embarazosa. ¡Qué pensaría de ella! Entonces, recordó ruborizada que debía de estar con la ropa desarreglada.

Vaya, vaya… Así que… Mi amigo Tapioca es tu profe, gatita… El mundo es un pañuelo – le dijo el Sr. Winston cariñosamente mientras acariciaba su pelo. Hasta entonces Estefanía no había reparado en que estaba en los brazos de una persona que la acurrucó durante todo el tiempo.

De un salto, Estefanía sobresaltada se puso en pie e intentó caminar. Su vida estaba amenazada. Su recién estrenada vida ya estaba en peligro por dos estupideces que había cometido. No se lo podía creer. Estaba fuertemente impresionada. El profesor de la asignatura más tediosa de la carrera, el más serio y distante, estaba allí a su lado siendo amable, el día que había tenido que huir de un chico que sólo la deseaba para follar como se había comportado semanas antes en el callejón con un amigo del profesor. Aquello era imposible, insuperable, inverosímil.

Estefanía, tranquilícese, mujer –le aconsejó su profesor mientras le pedía una tila al primer camarero que vio- no me diga que no le ha pasado nada porque no es normal que esté alterada sólo por encontrarse con un profesor una noche que sale de marcha.

No, no, no es por eso, profesor… Yo.. le agradezco que me haya ayudado… -le agradeció entrecortadamente a su profesor que la hubiese atendido cuando quedó inconsciente.

Tapioca, no seas tan rudo con la chica, hombre… Que está nerviosa por mi presencia, ¿no es así, pequeña? – le susurró el Sr. Winston a Fanny en el oído mientras agarraba su brazo suavemente y la obligaba a sentarse.

Pronto, llegó la tila que el Sr. Tapioca le había pedido. Fanny tomaba la taza temblorosa y se bebía el líquido como podía. Instantes después, a su profesor le sonó el móvil y tuvo que excusarse para regresar a su hogar. Estefanía entonces se despidió de él muy amablemente y le agradeció su gentileza. Al verla más tranquila y dejarla acompañada de su amigo, se fue a su casa sin preocuparse de nada.

Su amigo era una buena persona que ayudaba siempre que podía a los demás, independientemente de sus corredurías sexuales. Si bien es cierto, que no oyó la parte en la que el Sr. Winston le susurraba al oído a que Estefanía estaba nerviosa por su presencia.

Allí estaba de nuevo. Con aquel desconocido que resultaba ser amigo íntimo de uno de sus profesores. A veces, el mundo es un pañuelo

Estefanía ha dicho Tapioca que te llamas, ¿no? –preguntó el Sr. Winston, intentando bajar su ataque defensivo.

Sí – dijo escuetamente Estefanía mientras se tomaba la tila. No le gustaba y casi le producían ganas de vomitar. Sin embargo, no quiso ser descortés con su profesor delante de su amigo.

Tranquila, no te haré nada ni le diré a mi amigo lo que ocurrió – la tranquilizó mientras le pasaba el brazo por encima para que dejara de temblar- dime, ¿qué te ha pasado? ¿Huías de algún chico que se propasó contigo, quizás?

Diana –dijo con sorna mientras se deshacía de su brazo por encima y se intentaba levantar.

Pequeña, no me abandones tan pronto –le pidió mientras la agarraba con ternura- no te conozco mucho, pero algo te pasa… ¿Qué te ocurre?

¡Que existen demasiados hombres desalmados como tú! ¡Adiós! –se levantó bruscamente Estefanía dirigiéndose ofuscada a la salida de la cafetería.

El Sr. Winston la observaba divertido por sus palabras y gestos. Aquella universitaria a la que, a priori, despreció le intrigó. Le encantaba esa nebulosa que se formaba en la mente de la joven mientras intentaba negarse a sí misma que le agradaba la situación. Cuando la vio alejarse calle abajo pagó la cuenta en la cafetería y salió detrás de la joven. Una vez la alcanzó, la tomó del brazo, la giró hacia sí mismo y le dijo:

¡Maleducada! ¡Podrías al menos agradecer que he estado contigo todo el tiempo mientras estabas inconsciente y que te he trasportado hacia la cafetería! – exclamó enfurecido el Sr. Winston.

Fanny se deshizo del Sr. Winston y prosiguió su camino bajando la calle que había recorrido minutos antes con Víctor, aquel chico que había conocido en el pub y que la había visto semanas antes con el Sr. Winston. Estefanía tenía claro que no iba a actuar como en la ocasión anterior. Actuó de manera impetuosa y ese hombre la desconcertaba enormemente.

En su intenso y rápido caminar, Estefanía ignoraba la presencia del Sr. Winston que, enfadado por el comportamiento, de la joven cada vez se aproximaba más a ella. De repente, Fanny paró en seco. Casi choca con ella el Sr. Winston que la seguía desde muy cerca. Se encontraba en el mismo callejón desde el que huyó. Sabía que alguien la hablaba mas ella no oía. Se quedó paralizada mientras cada parte de su cuerpo se estremecía. En su mente vislumbraba las imágenes de aquel "día maldito", de ese día para el olvido.

Ensimismada, como se encontraba, el Sr. Winston la observó. En su cara se reflejaba el dolor y el tormento producido por aquella situación.

¡Estefanía! – la llamó y zarandeó el Sr. Winston visiblemente preocupado por la situación.

La muchacha, como ida en sus recuerdos, se le antojaba como un animal indefenso por la herida que le causó. "Quizás fui demasiado lejos en mi juego", llegó a pensar el Sr. Winston. Acto seguido, al ver el estado de la muchacha, aquel desconocido que el primer día la avasalló, hoy pidió un taxi y la obligó a montarse en él.

¿A dónde me lleva? –preguntó Estefanía atormentada por sus recuerdos.

¿A dónde quieres ir? – le inquirió a la joven confundida.

No… No lo sé… -balbuceó.

A la calle Ramiro Maeztu, por favor.

Aturdida por sus sentimientos encontrados, Fanny no pensó a qué lugar se dirigía. El Sr. Winston se dirigía a su morada, a su hogar. El taxista paró delante de un chalet de dos alturas bastante espacioso, rodeado de árboles y naturaleza.

Vamos, Fanny. Hoy dormirás en mi casa… No estás para estar sola por ahí –le dijo amablemente mientras le tomaba la mano y la llevaba a la puerta de entrada.

Pero… Señor… Yo no puedo.. Mi piso está por los alrededores de esta calle, no se preocupe… Yo estaré bien… Gracias por todo. –expuso atropelladamente mientras se afanaba en bajar la calle y dirigirse a su casa.

De pronto, sintió que alguien la agarró por detrás la cintura y le lamía el cuello. Sin duda, sabía quién era. Era aquel desconocido que hizo que se derritiera en aquel callejón.

Te he dicho que hoy dormirás en mi casa, gatita … -le recordó con un tono serio y atronador que la sobresaltó- No es una petición, pequeña. No voy a discutir contigo.

Inmediatamente, la sostuvo en peso y se encaminó de nuevo a su casa. Sin apartarse de la universitaria, el Sr. Winston abrió la puerta de su morada y con un leve golpecito en la cadera le indicó que entrara. Acto seguido, se desprendió de su abrigo y ayudó a Fanny a hacer lo mismo con el suyo, colgándolo en un perchero ubicado en el amplio recibidor de la casa. Fanny se hallaba desubicada, perdida. ¿Qué hacía en aquella casa?. Pero allí estaba. Inmóvil en el recibidor de aquel desconocido que semanas antes la había embriagado con su aroma y su personalidad.

Aquella muchacha indefensa y perdida le producía al Sr. Winston una ternura que jamás había sentido. ¿Cómo podía haberle afectado tanto un encuentro sexual? Habían follado simple y llanamente. Un episodio y fin. Sin embargo, algo le había pasado esa noche y estaba completamente confundida. No quiso abrumarla con preguntas inútiles y simplemente la dirigió a su espacioso salón que contaba con un gran ventanal que comunicaba al jardín. El salón, bañado por la luz de la luna llena, le permitió crear un ambiente apacible y tranquilo.

¿Quieres tomar algo, Estefanía? –le preguntó con amabilidad el Sr. Winston mientras se preparaba su copa.

Sí, estaría bien… -dijo distraídamente mientras se levantaba y se acercaba al hombre maduro que le había enseñado otra forma de practicar el sexo. Lo miraba con intriga, con pasión. Quería preguntarle tantas cosas

Sin embargo, no hizo nada de eso. Se acercó al mueble donde el Sr. Winston se situaba, apartó sus manos de la botella de whisky y se tomó una copa de ese líquido amarillento sin pestañear. Quería embriagarse deprisa. No quería pensar. Una, otra y

No, gatita, no… Si te quieres desahogar por lo que quiera que te haya pasado esta noche, lo harás conmigo. No con mi bebida –le advirtió a su espalda mientras con una mano la despojaba suavemente de la botella de whisky y con la otra la invitaba a entregarle su copa.

Pero… -protestó con el poco convencimiento que sentía cada vez que las manos de ese hombre acariciaban su piel.

Aquel hombre maduro recorría los brazos rígidos de la joven que miraba absorta todas y cada una de las botellas que se encontraban escondidas en aquel "mini-bar". La luz de la luna se reflejaba en aquel mueble cercano al ventanal e inundaba de una luz tenue el salón. Hipnotizada por aquel baño de luz suave, se dejaba hacer por aquel hombre que parecía sólo querer tranquilizarla. Pronto, las manos de aquel hombre maduro apuntaron a la abertura trasera de aquel ceñido vestido color verde esperanza y procedieron a bajar la cremallera mientras suavemente besaba el cuello de la joven.

Sr… - dijo Estefanía con un hilo de voz intentando recordar el nombre de aquel señor que con sus tersas manos acariciaba su espalda con ferviente deseo- Sr. Winston… Por favor… Otra vez no

No hago nada, gatita. Tan solo intento relajarte. Déjate llevar… - le dijo aquel desconocido con voz melosa y tierna.

En ese momento, las manos del Sr. Winston se dirigieron al broche del sujetador de la joven para desabrocharlo mientras el vestido se deslizaba por su piel hacia abajo y, a continuación, dejaba caer el sujetador sobre las manos de la inexperta muchacha. Las manos impacientes de aquel maduro desconocido pronto se encaminaron a reconocer cada poro de su piel. Primero, los hombros. Después, bajaron a sus redondos pechos masajeándolos con delicadeza, alternando ese masaje con un tratamiento personalizado sobre tus ya incipientes pezones.

Fue en ese instante, en ese preciso segundo, cuando Estefanía cayó en las redes de aquel viejo pervertido. Sus defensas cayeron, junto con sus brazos, y apoyó su cabeza en el hombro izquierdo de aquel desconocido, respirando agitadamente.

Ya está aquí mi perrita, ¿verdad? – preguntó con malicia el Sr. Winston mientras su mano acariciaba los labios vaginales por encima de sus braguitas.

Mmm.. Sr…. Por favor… -jadeaba Estefanía.

¿Sabes?, estás muy mojada… Tus fluidos calan tus cándidas braguitas de niña buena – afirmó divertido aquel maduro.

En ese momento, el Sr. Winston volteó a Fanny sobre sí misma con un rápido movimiento que la colocó mirando frente a él. Fue entonces cuando el desconocido, con ternura, le tomó las manos de la joven y las llevó a los botones de su camisa de rayas. Fanny, presa de la excitación, comenzó a quitarle los botones uno a uno con una mirada pícara.

Una vez desabrochados los botones, lo arrastró hacia el primer sillón que encontró en su camino y le obligó a sentarse, no sin antes arrebatarle la camisa como una fiera para comenzar a besar y lamer su fornido pecho. De pronto, su cabeza fue apartada bruscamente de aquel torso adornado con abundante vello canoso. El Sr. Winston había tomado su larga cabellera formando una coleta y con u fuerte y firme tirón la separó de él. Seguidamente, la forzó a abrir la cremallera de sus pantalones con los dientes mientras lo miraba.

Me encanta esta chica –pensó reflejando una sonrisa tierna en su rostro sin percatarse de ello.

Fanny, rápidamente, sacó de su prisión aquel miembro, de cuya forma y grosor esta vez sí observó. La miraba embelesada fuera del slip del Sr. Winston. En el callejón, todo había sucedido tan rápido, la oscuridad que reinaba en aquel lugar unido a su ímpetu, no le permitieron apreciar la herramienta de la que disponía. Su lengua recorría el largo mástil de aquel desconocido, desde la base hasta la punta del capullo, lentamente, disfrutando de cada centímetro de su piel.

No obstante, el Sr. Winston la volvió a separar de su pene para obligarla violentamente a introducírselo hasta la garganta. La joven Estefanía succionaba el miembro con pasión, aquella situación morbosa la convertía en una ardiente amante. Se veía allí, vestida con unas cándidas braguitas, pero de rodillas ante aquel trozo de carne que ansiaba devorar. Fanny comenzó a tragarse aquella polla con una devoción desconocida para ella.

Mmmm.. Gatita, creí que no querrías… - jadeaba sin poder evitarlo el Sr. Winston.

Fanny, abstraída de todos sus pensamientos, ya no recordaba apenas el episodio vivido con Víctor ni en el callejón. Sus pensamientos sólo se centraban en dar placer a aquel hombre, sin explicación razonable posible. Tan solo quería no pensar. No recordar. Sólo quería dar y recibir placer… Necesitaba alejarse de esos pensamientos que abordaban su mente sin previo aviso y con más y más devoción succionaba aquel trozo de carne.

Gatita… Uffff… Para… Joder… Has aprendido mucho desde la última vez, zorrita… -decía el Sr. Winston en forma de jadeos continuos mientras su cuerpo se tensaba en el preludio del final del acto.

En ese instante, el Sr. Winston la tomó por los hombros y la despojó de aquella herramienta que poseía dentro de su boca. A continuación, consiguió que apoyara sus brazos sobre sus rodillas mientras sus pechos masajeaban su pene. Esta vez miraba a la joven de otra forma a la de la primera vez. Había despertado su ternura, al verla tan confundida, tan abrumada por el desarrollo de los acontecimientos. Se le antojó entonces arroparla entre sus brazos y mimarla, pero su ego, su orgullo se lo impidió. Debía demostrarle a aquella joven que la podía arrastrar a las fauces del deseo tantas veces como él quisiera. Eso, eso debía hacer.

Entonces, tomó su cara con sus dos grandes y robustas manos y la miró a los ojos. La joven se encontraba ida, perdida y le confiaba no sólo su cuerpo sino su alma para que la guiara. El Sr. Winston fue envuelto en ese halo de ternura e inocencia que la muchacha desprendía. Pasó suavemente el pulgar de la mano derecha sobre los labios de Fanny mientras la miraba hipnotizado. Deseaba darle la ternura y el cariño que sus ojos y su alma le demandaban hasta el punto de antojársele como un ruego. Por unos segundos, casi se dejaba envolver por esa aura cándida, casi celestial de la joven que le conducirían a comenzar un beso tierno y apasionado con la joven. Sorprendida, la muchacha le correspondió con idéntica ternura hasta que ese ya no tan desconocido señor despertó de su ensoñación y se descubrió con una preciosa joven de rodillas frente a él esperando ser presa de sus más bajos deseos.

Devorado en segundos por su instinto animal, apagó la llamarada de confusiones que atormentaban su mente, sus pajas mentales que él consideraba malignas para volver a fundirse en un beso largo y lujurioso con aquella pobre muchacha que había conseguido atrapar en sus redes.

El Sr. Winston, engullido por sus más bajos deseos, tomó a la joven por las axilas y la obligó a ponerse en pie para arrancarle aquellas blancas braguitas de algodón. Entonces, se levantó de su sillón para empujarla suavemente hacia otro sillón del amplio salón bañado por la luz de la luna. Se arrodilló frente a ella, le separó las piernas dándole dos toquecitos para que ella misma las abrieras y comenzó a lamer cada uno de sus pliegues. Pronto se centró en la zona que le interesaba: su clítoris. Quería que Fanny le suplicara que la follara violentamente. Deseaba fervientemente conocer a la otra Estefanía. Saber hasta dónde podría llegar con ella.

Mmmm… Sr… Winston…. –balbuceaba en un hilo de voz Fanny mientras jadeaba exageradamente- por favor

¿Por favor? ¿Qué quieres que este viejo desconocido haga por ti? ¿No querías que parara hace un rato? –inquiría el Sr. Winston con una media sonrisa en su rostro mientras se empleaba en hacer que aquella muchacha perdiera los papeles.

Sr… Por favor… Fólleme… Por favor… Métame su polla hasta el fondo… Uffff…. Se lo suplico –le gritó sin tener noción de la realidad ni del tiempo.

Fanny estaba a punto del orgasmo y decía incoherencias. Respiraba agitadamente mientras jadeaba el nombre de su ardiente amante. Su corazón latía más rápido que nunca cuando el Sr. Winston decidió premiarla rozándole con la polla el coño lentamente.

Sr… WInston…. Fólleme… Se lo suplico… Se lo ruego… Folle a esta guarra… -gritaba sin importarle que los vecinos la oyeran.

Por fin el Sr. Winston dirimió penetrarla de una sola estocada para continuar follándola de forma salvaje una y otra vez. El sonido de los jadeos de ambos protagonistas mezclados sonaba a música celestial a los oídos del Sr. Winston. Había conseguido que aquella chica perdida en sus pensamientos, perdiera la percepción entre el bien y el mal y le suplicara que la penetrara de forma desesperada. Disfrutaba introduciendo su polla en la vagina de la joven de la cual arrancaba cada jadeo que podía escucharse en aquel salón a aquellas horas de la madrugada.

Ambos protagonistas se dejaron llevar por sus sentimientos más recónditos para disfrutar de una de las cosas que más placer le daban: el sexo. La sinfonía sexual y el aroma a sexo que rodeaba a la habitación rezumaban por todos los rincones. Los movimientos acompasados del Sr. Winston y de la pequeña Fanny les hacían teletransportarse a un mundo de lujuria y placer sin precedentes. Sus jadeos y caras de satisfacción eran el preludio del final, de un fin que ansiaban desde que habían llegado a la casa, desde que comenzaron a acariciarse, desde

Sr. Winston… Uffffff… Me corro… -confesó una Fanny totalmente desinhibida y fuera de sí disfrutando de aquel pezado de carne entre sus piernas.

¿Sí, zorrita? ¿Te vas a correr? –preguntó jadeante por la combinación de esfuerzo y placer el Sr. Winston.

En ese momento, sacó su verga de la cueva de la joven universitaria para obligarla a bajar del sofá y, de rodillas, mostrándole su polla le ordenó de forma autoritaria que le mamara su herramienta mientras se masturbaba. De este modo, la chica comenzó a masturbarse mientras le devoraba con pasión y desenfreno el miembro viril. Se introducía y sacaba aquel pene de su boca buscando aquella leche que anhelaba como agua de mayo.

De repente, el Sr. Winston empezó una sinfonía de sonidos guturales que vaticinaban que Fanny por fin conseguiría su objetivo: sacar la leche de aquel desconocido señor y su orgasmo. Ambos se retorcían de placer mientras en la habitación sólo se podía oír los jadeos del Sr. Winston y el sonido de la entrada y salida de la polla entrando en la boca de Estefanía.

Mmmm… Fanny…. Me voy a correr en tu boca –avisó el Sr. Winston a la protagonista al tiempo que de su pene salían disparadas salvas de semen hacia su garganta sin dilación.

La muchacha tragó aquel líquido golosa a la vez que sus espasmos indicaban que ella alcanzaba el cielo tan ansiado por ella en aquella velada y que aquel desconocido le negó con su polla en su interior. Tuvo que recibirlo hincada de rodillas en aquella alfombra cuyo color no conoció por la oscuridad de la noche.

Al día siguiente

El Sr. Winston y Estefanía estaban descansando en su cama de matrimonio. Las primeros rayos del sol despertaron al Sr. Winston que, admirado por la belleza que aquella joven desprendía mientras dormía, acariciaba cada uno de sus cabellos obnubilado.

Vaya, veo que en mi ausencia has estado entretenido… -observó una mujer madura que rondaría la cuarentena apoyada en la puerta y cuyo rostro angelical era sólo cubierto con unos tirabuzones de su rubia melena.

Nota. Perdonad el retraso. La inspiración a veces (demasiadas) me abandona.

Diría que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, pero sé que algunos jamás me creerían… Sobre todo, porque tendrían razón… Adivináis qué

No voy a dedicar este relato por la sencilla razón de que a quienes se los he dedicado, si soy una medio buena escritora, se darán por aludidos. Sin embargo, no quiero dejar de agradecer al Jefe que me haya ayudado cuando estaba con el relato atascada. Gracias a ti y a todos los que siempre me apoyan.