Perro Jose

Un arranque de valor y orgullo es lo que hoy me mantienen de esta manera.

Se escucha la llave girando en la cerradura de la puerta y aquel sonido es el que  me avisa de su llegada.  Enseguida me pongo a cuatro patas y corro tanto como mi correa me permite hacia ella.

En mi cuello llevo un collar de tela color azul del cual cuelga una pequeña placa con forma de hueso en el cual esta gravado mi nombre  mi nombre "Jose" y por la parte trasera el de mi dueña  "Dom. Alejandra" es mi única vestimenta y soy feliz con ello, estoy tan orgulloso de poder llevar su nombre en mi. He  estado desnudo desde hace tanto tiempo que si algún día llegase a vestir algo de nuevo me sentiría extraño tampoco es como si planeara que eso sucediera.

Ella se dirige a mi y me rasca la parte trasera de la oreja y solo cuando  lo cree pertinente desabrocha la correa de la cual estoy sujeto.

Ha optado por amarrarme cuando debe de salir de casa porque de otra manera siempre terminaba en su habitación hurgando en su ropa interior o lamiendo sus zapatos, tal cosa le parecía inaceptable y ni los azotes en mi trasero solucionaban el problema.

Algunas veces me deja dentro de mi jaula pero eso solo es cuando quiere castigarme. Cuando lo hace, no me saca hasta que se va a ir a dormir y me acuesto a los pies de su cama pero lo peor de todo no es el pequeño el verdadero suplicio es no poder seguirla alrededor de la casa. Cuando quita el broche de mi collar enseguida comienzo a lamer sus zapatos de tacón alto y ella como respuesta me da una patada en la cara.

—No, perro— Ordena con voz autoritaria.

Lloro un poco pero me separo de ella, la he extrañado tanto que solo quiero demostrarle que estoy feliz de verla. Ella da dos suaves palmadas sobre mi cabeza para demostrarme que no esta verdaderamente molesta y se dirige a su recámara.

La sigo a cuatro patas y cuando entro a la habitación la veo desvistiéndose.

—Sube al potro, perro—Dice sin volverme a ver.

Un escalofrío recorre mi espalda como respuesta pero antes incluso de que ella se de cuanta hago lo que me ordena.

El potro es un mueble que mi Ama me ordeno comprar cuando aún era su sumiso.

Si, <> lo deje de ser hace tiempo, cuando aún tenía una vida fuera de mi relación con ella un trabajo, una familia y amigos pero fue tanta mi dependencia hacía ella que en un arranque de valor termine nuestro contrato y me marché. Ni siquiera pasaron dos días antes de que regresara a ella.

En su magnífica clemencia me aceptó de vuelta con una sola condición. Ya no seria más su sumiso pasaría a ser su perro con todo lo que conllevaba esa relación.

Mi vida comenzaría y terminaría con ella.

Acepte y ella lo cumplió. Ese mismo día fuimos a una tienda de mascotas. Midió mi nuevo collar en mi cuello ante las miradas curiosos de todos, incluido el dependiente un hombre de no más de treinta años que veía la escena con una sínica sonrisa.

Eligió mi correa, una jaula en la cual me hizo entrar para asegurarse que cabría dentro de ella y dos platones de comida.

A la hora de pagar aún cuando yo era el dueño de la tarjeta con la que estaba cobrando  se dirigió a mi Ama.

—Tenemos un excelente jabón anti pulgas que le será de mucha ayuda.

Mi Ama sonrió con esos labios que siempre llevaba en tonos llamativos y que no podías pensar en otra parte si no alrededor de tu verga

. —Es usted un amor, casi lo olvidaba—Contesto coquetamente

Así que también lo incluyó en las compras.

De ahí fuimos a la peluquería donde me cortaba frecuentemente el cabello y cuando fue mi turno ella fue la que dio la orden.

—Con la cero—Dijo y luego añadió para asegurarse de lo que entendiera lo que estaba ordenando — Al raz.

El hombre me miró como pidiendo autorización y yo solo asentí con un movimiento de cabeza Sin atreverme a hablar.

Desde ese día lo mantiene así con la ayuda de un rastrillo que pasa a diario sobre mi cabeza y que solo me hace más consciente de mi condición ante ella.

Al llegar a casa me ordenó desnudarme y dejar afuera, junto al bote de basura, mi ropa. Todo perfectamente doblado. Desasiéndome en ese momento de lo único que conservaba como hombre.

Cuando entre me hizo ponerme a cuatro patas y así permanezco hasta la fecha, como su perro. Así que eso es lo que soy ahora. Un perro que cumple solo con ver a su Ama feliz.

Me subí al potro y ella ahora solo en ropa interior que era una tanga negra, un sostén que levantaba sus grandes senos y sus zapatos altos se puso tras de mi fusta en mano.

No estaba cumpliendo con un castigo, solo había tenido un mal dia.

Cuando era un castigo me hacia saber primero cual había sido mi error.

Recibí golpe tras golpe, sin emitir sonido alguno. Sentía mis nalgas calientes y mi verga a punto de reventar. Cada golpe tan solo era más tortuoso que el anterior.

15 o 20 minutos después el suplicio terminó. Y pude escuchar su respiración pesada y dio un par de pasos más cerca de mi para dejar la fusta a mi vista.

Mis mejillas estaban cubiertas de lágrimas pero ella no les presto atención. Se dedicó a recorrer con sus largas uñas las líneas que había creado en mi culo. Admirando su obra. Orgullosa de lo que había hecho  conmigo, su perro.

Y entonces y sin quitarse los anillos que llevaba dio un par de palmadas sobre mis nalgas provocando un grito de mi parte.

—mmmm..... no, perrito— murmura con desaprobación—Los perros no gritan, recuérdalo.

Y volvió a comenzar. Uno, dos, diez, veinte. Perdí la cuenta de cuantas veces el cuero de la fusta impactó en mis maltrechas nalgas. Esta vez no cometí el mismo error, me limite a morderme los labios en un intento de no emitir el más insignificante de los sonidos.

— A ver si así aprendes que los perros no hablan.

Mascullo en algún punto antes de soltar de nuevo la fusta.

En ese punto sabía que mi trasero estaba de un intenso tono rojo con finas líneas que lo atravesaban a todo lo ancho. Sentarse sería un suplicio... si tan solo me fuera a sentar.

—Puedes bajar de ahí —Ordeno.

Cuando de nuevo estuve en el piso fui hacia ella y me restregué contra sus piernas en un intento de obtener su atención y un gesto de reconforte

. —Es por tu bien—Me recordó repitiendo el gesto de acariciar mi oreja.

—Vamos a dormir, Anda.

La veo caminar  hacia la cama, quitarse los zapatos y meterse entre las cobijas antes de que yo me quede abajo haciéndome un ovillo e intentando no tocar las heridas frescas.

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Nota de autora: Este relato a diferencia del resto no es para mi perro favorito, esta inspirado y dirigido a uno de mis más fieles lectores.

Me lo has pedido y yo he pensado que relmente lo mereces, espero que lo disfrutes, Jose.

Saben que siempre estoy deseosa de leer sus comentarios y peticiones

Besos Humedos