Perro de Alquiler (05)

Arturo se entrega a bertrand Ochrier en los saunas... para luego ser entregado por este a muchos de sus amigos.

Perro de Alquiler V

Hola, otra vez soy yo, Arturo Martínez, y quiero continuar con mi relato. Como bien sabrán, debido a la tremenda necesidad económica que tenía, tuve que meterme como puto profesional mientras mi familia se iba a otra ciudad a vivir con mis padres. Sobra decir que ellos ignoran por completo a lo que me dedico ahora, y creen que tengo un trabajo en la industria azucarera nacional que me exige constantes viajes a distintos puntos del país. Eso es solo un brevísimo resumen de mi vida.

Ya les he hablado de lo que hago, de mi afición por los penes gordos y duros y por ser penetrado con lujo de violencia. Y saben también lo mucho que eso me mortifica y avergüenza. No es tan duro tener que vender mi cuerpo, como el hecho de gozar al hacerlo.

Pero hasta ahora no les he dicho cómo es que de la noche a la mañana me pude colocar como un exitoso prostituto gay. Pues bien, me extenderé en eso un poco en esta oportunidad.

Ya conocieron al señor Jean Bertrand Ochrier, acaudalado empresario francés, que fue el primer hombre que me perforó el culo. Trabajé solo para el durante más o menos un mes, hasta que el regresó a su país natal. Ochrier acostumbra pasar medio año en ambas naciones. Pues bien, cuando el se fue iba a perder a mi primer y único cliente, pero no fue así.

Arturo, buenos días, espero que haya dormido bien. – me dijo una mañana en que amanecí en su cama, me había enculado de lo lindo la noche anterior.

Si, si… dormí bien señor Ochrier

Qué bueno, qué bueno… lo va a necesitar hoy

¿Perdón?

Arturo, espero que no se moleste que me haya tomado algunas libertades sin su permiso

¿Qué libertades?

Bueno, hasta ahora yo he sido uno de sus únicos clientes… lo cual me complace grandemente. Sin embargo, estoy intrigado, ¿qué hará por los próximos 5 o 6 meses, que es el tiempo que me ausentaré de su país?

Pueeeeesss… no sé. Supongo que seguir en lo mismo… hasta que halle trabajo.

¿Y cómo hará para conseguir clientes? ¿En dónde se anunciará, cómo se dará a conocer?

no sé… – la verdad, hasta ese momento, nunca me había puesto a pensar en ello.

Arturo, sabiendo de antemano que esa sería su respuesta, me he tomado una libertad que tal vez no me correspondía. Hablé sobre usted con algunos colegas míos

¡Qué! ¡Cómo!… ¡Pero…!

No sé preocupe que son todos hombres de negocios que solamente están de paso en el país… la mayoría también son franceses. Es altamente improbable que alguno de ellos lo conozca, y todos comparten mis gustos también… pagan bastante bien y creo que eso es lo que usted necesita por ahora.

Pero… – me quedé pensativo por un momento, y terminé aceptando, si necesitaba ese dinero, y vender mi cuerpo a más hombres no era nada que yo ya no pudiera hacer.

De todas menaras no podía decirle que no, por alguna razón siempre termino haciendo lo que el me pide. Bertrand Ochrier, el hombre que me había poseído por primera vez, mi primera vez en casi todo, primera mamada, el primer hombre al que besé, el primero que me tocó, la primera verga que me perforó, el primer semen que saboreé, en fin, el primero que me sometió y se me hizo suyo. Era como si, de alguna forma, yo hubiese inevitable e irremediablemente atado a su cuerpo y a sus deseos, como un objeto de su propiedad.

Actualmente, las citas con el se dan regularmente, el francés es muy aficionado a mi hermoso trasero abultado y peludo. Casi nunca salíamos, a Ochrier no le agradaban las citas. Como dije, era un hombre muy discreto. Si me quería partir en 2, lo hacía en la tranquilidad de su departamento casi siempre.

El día que me iba a presentar con sus amigos, me citó a su departamento, llegué como siempre en ropa formal de trabajo.

Buenos días Arturo.

Buenos días señor Ochrier.

Puntual como siempre.

Trato de serlo señor.

Arturo, hoy no me apetece quedarme aquí… tengo otro sitio en mente. Además, sus nuevos clientes lo están esperando. – sentí un escalofrío.

Pues usted me dirá señor Ochrier.

Vaya a la recámara. Sobre la cama encontrará ropa de ejercitación, póngaselo y venga de regreso… ¡Ah! Y póngase también lo que está entre un paquetito verde también.

Fui de inmediato a la recámara, me despojé de la ropa, que dejé cuidadosamente doblada en una esquina de la cama. Me puse un pants gris con su sudadero, una camiseta crema, muy delgada; zapatos tenis y medias deportivas. Vi el paquetito verde y lo abrí, eran unas tangas muy peculiares. De una tela muy elástica, formaban un pequeño triángulo en la parte de atrás, que terminaba en una delgada tirita de inevitablemente invadiría la íntima raya de mi ser.

A esas alturas todavía había tenido puesta una de esas prendas, que ahora me gustan mucho. Me encanta sentirlas sobre mi piel, entre mis 2 jugosas nalgas, es delicioso, una sensación muy erótica.

Me las puse, al principio la tira invasora me molestaba, pero pronto me sentí sexy, sensual, pero también un poco atrapado. Empaqué además 2 toallas y otra mudada. Me subí al carro de Ochrier… como su chofer, aclaro, y nos fuimos al sitio que me indicó.

Se trataba de un exclusivo club deportivo, me llevó como su invitado y de inmediato nos pusimos a hacer ejercicios. "Demuéstreme de lo que es capaz" me retó, y yo me puse a ejercitarme como en mis mejores días. Aunque debo decir que la condición aun no la había perdido para nada, seguía siendo todo un deportista.

El sudor pronto cubrió mi piel, y mi delgada camiseta se transparentó. Mi pecho ancho se marcaba espectacularmente, con mis pectorales grandes y duros, y mis abdominales rígidos. Levanté pesas y monté bicicleta, en donde mi culo se veía impresionante, fue la delicia de más de un gay presente. Ochrier estaba fascinado con esto, apreciaba mucho el buen físico de su mascota y me instaba a conservarlo.

Ese día era un miércoles a las 9:20 de la noche, y el gim cerraba hasta las 10:30. Ochrier tomó su toalla y se fue al sauna, yo me fui detrás de el de inmediato con la toalla extra que traje. Instintivamente me despojé de mis ropas quedando totalmente desnudo. Solo me envolví en la toalla y entré. Solamente habían 2 hombres más, platicando de lo que se suele hablar en un sauna. Sabrán, amigos lectores, que en un sauna todos los hombres son técnicos expertos conocedores de fútbol, empresarios muy experimentados y exitosos, y políticos por demás sagaces. En un sauna siempre tienen la solución para los problemas sociales y económicos de un país, y para poder ir al mundial y ganarlo.

Pues bien, me sentó junto a estos 2 caballeros y me puse a platicar con ellos. Ochrier estaba cómodamente sentado enfrente, recostado contra la pared. Como a los 15 minutos, los otros 2 se fueron, dejándonos solos.

Mi patrón levantó un poco la cabeza para verlos salir y luego recostó la cabeza sobre la pared nuevamente y cerró los ojos. Yo me le quedé mirando, ese cuerpo blanco y estilizado, esbelto y alto. Bertrand Ochrier no era tan corpulento y musculoso como yo, pero si poseía un físico envidiable. Nervudo y firme, sus músculos se marcaban bien bajo la piel, no como los míos (que ahora casi soy físico culturista) pero no por ello menos atractivo. Cuidadosamente depilado, fríos ojos azules y una rubia cabellera corta y ondulada, que dejaba entrever una calva precoz que, sabría llevar con elegancia y muchísima dignidad. No podía dejar de sentir calor y el inicio de una erección.

El ejecutivo francés sabía muy bien el efecto que tenía sobre mi. No es porque fuese un Adonis, no, pero el era una de esas personas que de antemano saben lo que tienen, y tan seguros están de ello que no dudan de su efecto sobre los demás, aunque no intenten nada.

Ochrier tomó la toalla que envolvía su cintura y la abrió, como quien está solo, dejando al cálido tacto del vapor del sauna su pene rosado y sus depilados testículos, todo un espectáculo. Sentí un escalofrío en la espalda al contemplar nuevamente ese miembro al que tanto placer había dado y del que tanto gozo había recibido en los últimos meses. Mi boca golosa sintió la necesidad de tomarlo y engullirlo, mi lengua de lamerlo, mis manos de acariciarlo y mi ano de sentirlo dentro. Tal era el efecto de ese hombre sobre mi.

Las gotas de sudor resbalaban sobre su pecho, como invitándome a recogerlas con los labios. Se deslizaban suavemente hasta llegar al área genital, en donde se convertían en una gran tentación para mi, que se me paró la verga y se me puso durísima. Trataba de ocultarlo pero era imposible, 18 cm tan gruesos no podían ser ocultados fácilmente.

Estaba sudando frío dentro del sauna, respirando profundamente y jadeando con rapidez. Me moría por ir con el, arrodillarme enfrente y chuparle el banano, y luego ponerle el culo en 4 y dárselo para que me lo perforara con su amado miembro. De verdad ya no aguantaba, pero mi señor no me había dado ninguna señal.

Pero el, conciente de lo que estaba sintiendo su puto, decidió actuar:

Si tantas ganas tiene Arturo, solo arrodíllese y acérquese.

Mi carne reclamó su presencia, y como manso cordero acudí al llamado. Lentamente me puse de rodillas, mirada perdida y gesto desconsolado, dejé la toalla en el piso y avancé despacio hacia donde se encontraba mi amo. Ochrier abrió los ojos y contempló satisfecho a su perro avanzando lenta y penosamente hacia el, hambriento de verga, sudor, saliva y semen. Separó sus piernas para recibirme adecuadamente.

No necesité ninguna orden, en cuanto estuve cerca abrí la boca y me tragué el pene flácido de mi amo, que feliz y complacido se dejó llevar por el placer. Lo chupé como si fuese el último pene de este mundo, con largos lametones desde sus testículos hasta la punta del mástil, que poco a poco fue ganando sus 17 cm. Lamía también en círculos su glande, con forma de hongo y más grueso que el resto del pene, chupándolo como un chupete. Y con una de mis manos meneaba y acariciaba mi propia paloma.

No quiero que acabe sin mi permiso Arturo. – me ordenó Ochrier – Tengo algo planeado para ese momento… estoy seguro que le gustará.

Obedecí sin rechistar, dejé de masturbarme a pesar de que me moría de ganas por terminar. Después de unos minutos, me dijo:

Allá afuera dejé mi maletín, quiero que saque un condón de el y que me lo ponga… con la boca.

Si señor Ochrier. – le respondí.

Fui por el condón y regresé con el. Lo puse sobre la cabeza de hongo del pepino del francés y con la boca, suavemente, lo fui deslizando hasta llegar a la base.

Muy bien Arturo, muy bien. Ahora dígame, ¿qué desea que le haga?

,… – no quería contestar

¿Arturo? Dígamelo, quiero oírlo.

Quiero que me la meta… – dije casi entre dientes.

¿Qué?, no lo escuché.

Quiero que me la meta señor Ochrier.

¿Por dónde?

¿qué?

¿Por dónde quiere que se la meta?

entre el culo

¿Entre el culo?

Si señor… entre el culo.

¡Pero dígalo de verdad Arturo!

¡Quiero que me la meta entre el culo señor!

¡Así se habla!

Me empujó y me obligó a tenderme sobre los tablones de madera de las gradas. Tomó mis piernas y se las puso sobre los hombros, y colocó su arma en la entrada a mis entrañas. Todavía se quedó allí parado un rato, mirándome como un lobo que mira a su presa indefensa antes de darle la dentellada fatal. Mis ojos brillaban deseosos, como suplicándole ser empalado, me moría por pertenecerle otra vez.

Por fin me atravesó de un sólido golpe de caderas. Sentí el cielo y creí ver estrellas por el inmenso placer y el dolor. Me aferré de las tablas y cerré los ojos dispuesto a dejarme llevar por el placer y el deseo. Ochrier me tomó como le gustaba, dándome duro y sin piedad. Sus caderas iban y venían, rebotando contra mis muslos e hincándomela hasta el fondo.

¡Huummmmmfff! ¡Huummmmmfff! ¡Grrrrmmmmssssssssrrrrrr! – yo gruñía tratando a ahogar mis gemidos y jadeos de placer por temor a ser sorprendidos.

¡Oh si Arturo, si! siempre es muy bueno, siempre.

Ochrier me jaló y me tiró al suelo del sauna. El calor era muy intenso, el vapor lo cubría todo y nosotros prendíamos una llama que lo hacía arder todo. El ejecutivo francés levantó mis caderas jalándome las piernas y obligándome a poner los pies sobre las tablas de la primer grada, de manera que quedé con el culo en el aire, bajo el sexo palpitante de mi amo y mi pene casi en mi propia boca. No era una posición nueva para mi y me excitaba mucho, pues quedaba por completo dominado por el otro.

Ochrier me volvió a penetrar con movimientos hacia abajo de su cuerpo, mientras sujetaba mi pene con una mano y manteniéndome en la pose que deseaba. Yo estaba mirando estrellas, sentía cada centímetro que mi patrón me metía, y yo mismo trataba de empujar contra el. Como mi arma erecta me quedó casi frente a la boca, trataba de lamerla, de chuparla. Lograba darle lametones, pero no metérmela entre la boca. Bertrand Ochrier se percató de lo que yo trataba de hacer.

Arturo…hem, hem, hem… si algún día… hem, hem, hem… si algún día logra… chupársela usted solo… le pagaré… le pagaré mucho por verlo

No me pude comer mi sexo, pero mis intentos excitaron a tal punto a mi jinete que terminó apenas unos minutos después. Ochrier sacó su miembro de mis entrañas y eyaculó rabiosamente sobre mi pecho y cara, embadurnándome todo. Se sentó sobra la primer grada y se quedó mirándome, a su puto, jadeante, cansado, pero muy satisfecho.

Entonces volteé hacia la puerta, y me cagué del susto, 3 tipos veían desde allí, seguramente contemplaron toda la escena.

Espero que no le haya molestado tener público.

¡¿Usted dejó que me vieran… que vieran todo?!

Por favor, tranquilícese que ninguno es guatemalteco, todos son ejecutivos extranjeros… ellos son los amigos de los que le hablé, disculpe por haberme tomado este atrevimiento.

Pero, es que… pero

Les he hablado muy bien de usted a todos ellos Arturo, y están dispuestos a gastar fuertes sumas de dinero en usted… ¿no me hará quedar mal, verdad?

Todavía traté de protestar, pero me fue imposible, tuve que aceptar que el morbo que me dio el saber que fui observado todo el tiempo fue muy grande, y al final (como siempre) terminé aceptando las pretensiones de Ochrier.

Arturo, mastúrbese como a mi me gusta por favor. – me dijo.

Me di la vuelta como un zombi, con los brazos empujé mis caderas hasta ponerlas sobre la primera grada, de manera que nuevamente la paloma me quedaba cerca de la boca y mi trasero en alto, con las piernas en el aire. Así, comencé a frotarme mi hinchadísima papaya roja con una mano, mientras que con el otro brazo me sostenía.

A Ochrier le encantaba que hiciera esto, y aparentemente a sus amigos también, pues me miraban muy excitados. El francés se puso de pié y se sentó a mi lado, metiéndome los dedos entre el ano, de 3 en 3. Esta caricia si fue demasiado para mi y me vine en largos chorros de mi níveo líquido seminal que se estrelló en mi cara. Capturé bastante con la boca ante la mirada extasiada de Ochrier y compañía.

Respiración agitada, jadeos, sudor, semen esparcido por mi pecho y cara, culo abierto y mirada perdida. No estaba allí, me encontraba tirado sobre el piso del sauna, pero no estaba allí, me encontraba ausente. Solo era carne, solo era su carne. No había más que su carne allí, carne de primera, carne para golosos, carne de asador, carne, carne, carne.

Ochrier pasó cerca de mi, me plantó un beso en la boca y se fue a las duchas, dejándome solo con los otros. ¿Y eso es todo? ¿Eso era todo? Si… solo era un pedazo de carne que alquilaba el mejor postor y nada más. Lo sabía bien y me hacía muy infeliz… pero me gustaba tanto

Me puse de pié y me dispuse a servir a los invitados de Ochrier. Pasé una mano por mi pecho, esparciéndome el semen y llevándomelo a la boca. Podía sentir con toda claridad mi culo abierto, mi esfínter anal totalmente dilatado. Me dolía y me molestaba un poco, pero también me gustaba. Y uno a uno fueron pasando los hombres por su tajada de carne, que con gusto les di

Esa fue la primera vez que le di el culo a otros hombres además de Jean Bertrand Ochrier. Y desde ese día, se me hizo adicción. Gracias al francés me hice de una extensa y selecta cartera de clientes, y de una sólida reputación como puto vicioso… pero eso, se los sigo contando después

Continuará

Garganta de Cuero.

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