Perro de Alquiler (04)

La vida de Arturo corre como un cause gris y triste. Así es la vida de quien no es más que un pedazo de carne para vender.

Perro de Alquiler IV

Mi vida había tomado un cause gris y tristón, si no estaba en la calle entregando el culo al que mejor me lo pagara, estaba solo en mi casa, haciendo nada más que envejecer, así como lo oyen, envejecer. Hay muchas maneras de asesinar el tiempo.

Acostado boca arriba en mi cama, imaginaba tener la cara llena de semen, resbalándose por mis mejillas, la lengua buscando reunir lo más posible para poder saborearlo. Imaginaba tener el culo abierto luego de ser barrenado con furia por una rabiosa verga, larga, gruesa y venosa. Veía el espeso pelambre de mi cuerpo mojado por el sudor, y yo jadeante, famélico, feliz, excitado… caliente.

Así era como quedaba ahora luego de cada cogida que me metían, feliz, famélico y caliente. No me mortificaba tanto el hecho de venderme, como el hecho de gozarlo, eso me hacía sentir sucio, traicionero, una mierda en resumen.

Y no solo era el hecho de venderme, no, ahora ya gozaba con el dolor, la humillación, la vejación. Ahora cuando me tenían sometido, mi pene crecía y engordaba mucho, palpitando y estremeciéndome ante el más mínimo roce. Y mi voluntad, desaparecía.

Hay muchas anécdotas que les podría contar para ilustrar esto, muchas la verdad

¡¡¡AAAGGGHHH!!!… ¡¡¡AH!!! ¡¡¡AH!!! ¡¡¡AH!!!

¡Tómala perro! ¡Tómala!

¡¡¡AAAGGGHHH!!!… ¡¡¡AH!!! ¡¡¡AH!!! ¡¡¡AAAYYYYYY!!!… ¡¡¡OOOGH!!!… ¡¡¡ME PARTE!!! ¡¡¡ME PARTE A LA MITAD!!!… ¡¡¡AAAAAAHGGGGGHHHHH!!!

¡Así te gusta infeliz!

¡¡¡AASGGHHHH!!! ¡¡¡AAAGGGGHHHH!!!

Acostado boca arriba sobre la cama rechinante de ese motel, piernas sobre los hombros de mi semental de turno, fasies deformada y tensada en un gesto doloroso, y aferrado de las sábanas, su servidor prestaba su culo a quien había pagado caro por el, que resultó ser un enorme asesor económico venido de Suecia que me encontraba suculento. Cualquier felicidad que me hubiese podido dar algo en mi lúgubre vida se desvanecía entre los poderosos brazos de ese coloso rubio, convirtiéndose poco a poco en un libido enfermo y lleno de perversión.

El gigantesco pene del tipo perforaba salvajemente mi más que dilatado ano, sujetándome fuertemente de los muslos. Gritaba y bufaba del dolor que sentía al ser atravesado de esta manera, pero en el fondo me encontraba tremendamente excitado. Ya estaba acostumbrado a no ser más que un simple puto, un objeto sexual, algo que puede ser usado para darse placer, y ya le había hallado el gusto a la situación, aunque me mortificaba enormemente.

¡Mastúrbate puto de mierda!

¡¡¡AH!!! ¡¡¡AH!!! ¡¡¡AH!!!… ¡¡¡¡AAAGGGHHH!!!!

Tomé mi más que hinchado falo, 18 cm. de carne dura y caliente, entre mis manos y lo comencé a frotar y a sobar. Entre aullidos de dolor me sobrevino la dulce conmoción que precede al placer del clímax. Eyaculé furiosamente varios chorros de semen que cayeron y se esparcieron sobre los cuadritos de mi abdomen. El gigante sueco seguía, mientras tanto, dando buena cuanta de mi cuerpo sumiso, y me limitaba a abrirme de piernas lo más que podía y de jalar mis nalgas con las yemas de los dedos para tratar de facilitarle el paso al monstruo largo de carne que me barrenaba las entrañas.

Los minutos se me hicieron eternos. El sueco seguramente era de la idea de "Alquilé un culo para coger y me lo voy a coger". Yo ya no era más que eso, un simple, redondo, carnoso y abultado culo peludo, un delicioso agujero donde poderse masturbar.

Agarrándome violentamente del pelo, me tiró al suelo, se quitó el condón y derramó sobre mi el contenido entero de sus testículos. Chorros y chorros de blanca esperma europea cubrieron el rostro del pobre puto que se afanaba por tragar y degustar todo lo que podía, no porque su cliente así lo hubiese exigido, sino porque el así lo quería. Nunca podía dejar de saborear el néctar de mis amos, por salvajes e inhumanos que hubiesen sido conmigo durante la cogida. No, yo era un esclavo del deseo, del placer, de la piel y de la carne, y del semen.

El sueco me dejó allí tirado al pié de la cama, completamente desnudo. Mi velludo cuerpo estaba cubierto de sudor, sudaba a mares después de tan brutal ejercicio. Mi pene flácido descansaba entre mis piernas exhausto, no podía dar más. Y mi ano estaba peor, pocas veces recordaba haber sido revolcado de esa manera, muy pocas. Mi orificio trasero estaba abierto e irritadísimos, temía que lo hubiese desgarrado. Jadeaba y respiraba aceleradamente, mi corazón seguía excitado y mi alma adolorida, también pocas veces me había sentido tan, tan… tan cosa, tan poca cosa. Me gustaba la sensación, es cierto, pero en el fondo odiaba ser un objeto desechable.

Miraba al sueco vistiéndose, pensando en sus asuntos, metido en sus cosas, como si nada hubiese pasado en ese cuarto, como si yo no estuviera allí. Me impresioné de la presencia de ese tipo, tan alto, tan corpulento. Su espalda ancha parecía un paredón, con esos músculos grandes y duros tan bien marcados. Sus abdominales formaban un perfecto six pack (un poco mejor que el mío), sus piernas parecían 2 troncos gruesos y fuertes, sus nalgas redondas, grandes y duras, muy carnosas; solo la cara desentonaba un poco, no me gustaba su cara. Era malencarado, narizón, feo. Sus ojos azules no ayudaban, pues sumándole su piel blanca como la nieve, destilaban frialdad, la frialdad de un asesino en serie.

Me dejó sobre la mesa mi paga, dentro de un sobre, y me dirigió una sonrisa sucia y cínica que no me agradó para nada, me molestó. Pocos clientes me habían parecido tan desagradables.

Me puse de pié trabajosamente, me dolía horriblemente el culo y el cuerpo, de verdad que me dieron muy duro. Me vestí sin prisa y salí. Pedí un taxi que me llevó hasta un parqueo pública y allí abordé mi carro. No me gustaba usar mi carro para llegar a las citas, los clientes se ponen abusivos si lo ven llegar manejado. Y peor si es un carro mejor que el de ellos.

Conduje hasta la casa, metí el carro en el garaje y entré a la sala. Fui a la cocina por un refresco, luego subí a mi habitación y me cambié de ropa por una más cómoda. Me quedé sentado sobre la cama mirando el retrato de mi mujer y mis hijos. Los 4 salíamos allí, sonriéndole a la cámara como una familia feliz que éramos, Lucía, Arturito, Lucy y yo. Pero eso era antes, antes de que perdiera mi trabajo y no hubiese podido hallar uno nuevo.

Ya nada era igual, nada. Todo a mi alrededor me parecía irreal, no me parecía que fuera verdad. A veces, por las mañanas, me despertaba, aun con los ojos cerrados. Estiraba las manos buscando la calidez del cuerpecito delgado y frágil de Lucía, tan solo deseaba atraerlo hacia mi y abrazarlo, besarlo, tan solo eso.

Pero no, siempre me encontraba con el frío colchón vacío, tan vacía como estaba mi vida

Continuará

Garganta de Cuero.

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