Perro amarrado

Mi amo hace que vaya a buscar a otro gordo a los urinarios para compartirme entre tres

Recordad que mi amo me comparte con un desconocido campesino al que llamo Brutus (léase "Perro compartido"). Van a hacer conmigo "la silla".

Se trata de un sillón tipo castellano, con los brazos torneados. Meto la cabeza entre el respaldo y el asiento sacándola por la parte trasera y dejando la espalda sobre el asiento, me ata las muñecas a los tobillos y luego todo a la parte alta del respaldar, dejándome la cabeza colgando, una posición excelente para que me follen la garganta, y el ano totalmente expuesto a lo que quieran hacer con él.

Amo (A): —Será divertido hacer rondas, le follamos el culo y la boca y nos vamos cambiando.

Brutus (B): —¡Qué bueno! Ahora te vas a enterar de lo que vale un peine, puto coño de rata. Me vas a dejar la polla bien brillante cada vez que me la limpies con tu boca después de que te rompa tu sucio culo.

—Sí, señor—, me da una hostia. —Gracias, señor.

Mi amo me mete el nabo en la boca. Al principio no lo mete hasta el fondo, le gusta que juguetee con su glande, limpiándoselo con la lengua y saboreando el gusto de mi propio ano, puesto que me ha estado follando para abrirle mi culo a Brutus.

El campesino encauza su nabo en mi agujero y da un empujón que mueve el sillón entero. Empieza a follarme a un ritmo frenético, sacando su polla casi entera cada vez y metiéndola de golpe hasta el fondo. En cada empellón me duele por dentro del abdomen, su polla golpea en mi interior como si me diera un puñetazo, pero no me puedo quejar, porque tengo la polla de mi amo en la boca y además, no tengo derecho a quejarme, tengo merecido lo que me pasa, algo habré hecho mal y por eso me castigan.

De los empujones que me pega Brutus, mi amo no tiene ni que moverse. Ha metido su polla hasta la garganta y con los movimientos del gordo ya le basta para follar mi boca.

Brutus me da de vez en cuando cachetazos en las nalgas o en la parte interior de los muslos. De repente se para. Yo pienso que no quiere correrse todavía, pero no. Se queda quieto con su polla dentro de mi culo.

A: —Nooooo, ¿en serio? Ya adivino lo que intentas. ¿Sabes qué? Que nunca se me había ocurrido hacerlo.

Mi amo también se queda inmóvil, como Brutus. Empiezo a notar presión dentro de mi abdomen y cierto calor. Ahora lo entiendo, el gordo está meando en mi interior. Enseguida empiezo a sentir la orina cálida de mi amo en mi garganta.

A: —Más vale que tragues si no quieres ahogarte, letrina asquerosa.

Se están meando los dos dentro de mí, uno dentro de mi culo y otro dentro de mi boca.

—¡Qué gozada esto de mear en medio de la jodienda sin tener que ir al váter —, suelta el gordo, con la sonrisa aquiescente de mi amo.

—Se me ocurre que podemos mejorar esto, incorporando a otro tío que lo folle—, dice mi amo. —Vamos a hacer un descanso, vamos a tomarnos unas birras y que este mierda nos traiga a otro gordo que nos dé morbo. Escucha, larva de moscarda, vete al centro comercial y tráenos a un gordo que te folle para que hagamos rondas. Tienes treinta y cinco minutos. Por cada minuto que te retrases, tendrás una hostia. Corre, que el tiempo vuela.

Llegué en menos de cinco minutos al centro comercial, pero tuve que esperar casi veinte minutos para que entrara un hombre que le gustara a mi amo. Llegaron un par de bujarrones de meadero con una buena polla, pero flacuchos. A mi amo le gustan los osos magros, con carne donde agarrar y una polla gorda, no larga. Finalmente llegó un oso, no muy alto, calvo, con una barba incipiente y cerrada, simplemente no se había afeitado esa mañana, con una barriga oronda, fuerte y tersa y un culo pin-pon. Pero yo tenía que ganar a la competencia, uno de los flacuchos estaba al otro lado del gordito y quería llevárselo al huerto. Mientras el flaco lo pajeaba, yo puse mi mano en su nuca, lo atraje hacia mí y le metí la lengua hasta la glotis, luego le cogí el culo con la mano derecha, mientras acariciaba su barrigota con la izquierda.

—Quiero que me folles como un salvaje—, le susurré al oído.

—¿Tienes sitio?

—A cinco minutos de aquí.

Cuando entró en mi casa, se llevó una sorpresa al ver a mi amo y a Brutus en pelotas, sentados en el sofá bebiendo cerveza.

A: —Bienvenido, no me interesa tu nombre. Sólo quiero que nos follemos sin parar a esta perra mierdosa, hasta que nos corramos de puro gusto. El juego está en follarle el culo o la boca y, cuando estemos a punto de corrernos, dejar paso al que está fuera. Para eso lo vamos a atar a la silla otra vez. ¿Te gusta, te parece morboso?

—Me parece genial—, contestó el calvo.

—Puedes pegarle, escupirle y tirarle de los pelos, pero no le des golpes fuertes, que si no, se acaba la función—, apuntó mi amo.

El calvo era compacto, es decir, rechoncho pero fuertote, medía 1'70 y podía rondar los cien kilos.

—Te has retrasado trece minutos, así que te tocan trece hostias. ¿Te gustaría hacer los honores?—, preguntó mi amo al calvo.

Como la cosa más natural del mundo, el calvo me trincó de los pelos, me hizo caer de rodillas y me dio sin parar trece fuertes hostias en la cara, tantas como me tenía merecido por ser tan repugnante e ineficiente.

Luego, me puse a desnudarlo. Primero, los pantalones. Luego, la camisa. Le quité los

zapatos

y los

calcetines

y le besé los pies. Después, los calzoncillos, que estrujé en mi nariz para aspirar su aroma de macho. Una vez más, me pareció tener suerte, no olía a heces. Su polla no era muy grande, pero sí gorda, estaba algo más que morcillona y apuntaba cierto precum. Le pasé la lengua vibrante por la punta del capullo y en seguida fui requerido para ser atado a la silla.

Sin más remedio que aceptar mi merecido destino de puta barata, posé mi espalda sobre el asiento de la silla, sacando la cabeza por debajo del respaldar. Elevé mis pies y mis manos a la altura de la cabecera y todo fue amarrado para que se practicara el medievo con mi culo y con mi boca, para deleite de mi amo y de sus invitados y para penitencia mía por ser el coño de la zarigüeya más repugnante y merecedor de las peores felonías.

Mi amo, como anfitrión, tuvo la deferencia de dejar que el calvo inaugurara mi culo, mientras Brutus apabullaba mi garganta con su inflamada polla. El calvo pegaba tales empellones que movía la silla entera, yo notaba mi ano arder, mi próstata estaba siendo salvajemente estimulada y un hilo fino de precum no paraba de expandir su mancha en mi suspensorio. Como ni si quiera tengo permiso para una erección, tengo que evitar correrme, por más que goce.

A la vez, siento la polla de Brutus inundar mi boca. Su glande gordo sella mi garganta mientras sus huevos peludos taponan los agujeros de mi nariz. Casi me asfixio. Ahí noto que tengo otra polla nueva en mi culo. El calvo casi llega al paroxismo y se ha tenido que retirar, con la polla convulsionando. Ha dado paso a mi amo, que me mete el nabo hasta las trancas. Brutus deja paso al calvo en mi boca para que le limpie bien la polla y sepa a qué sabe mi ano de rata inmunda. Al calvo le gusta recrearse, mueve su pija despacio para que le haga un trabajito fino con la lengua. El sabor de su polla mezclado con el de mi ano, me recuerda al olor de las tiendas de especias. De repente, sin decir nada, saca su polla de mi boca, se da media vuelta, se abre las nalgas con las manos y me planta su ano en los labios. Yo saco la lengua y empiezo a lamer y él gruñe de placer.

Mientras tanto, mi amo le ha hecho una señal a Brutus para que lo sustituya en mi culo. Me la mete de forma salvaje, pegando golpes de cadera fuertes y secos, cada vez gritando "¡TOMA!", y todos ríen mientras yo siento como si me pegaran un puñetazo en mis entrañas cada vez. Tiene la polla metida hasta los huevos y la saca muy poquito para asestar un golpe fuerte de cadera. El castigo es tremendo, porque además, como tengo la cabeza colgando, el dolor en el cuello se hace insoportable. Ya no puedo más y dejo caer la cabeza, entonces el calvo se vuelve y se pone a darme hostias sin parar.

C (Calvo): —¿Quién te ha dado permiso para dejar de lamer, perra guarra?

Me mete la polla entera en la boca y me la folla frenéticamente, mientras Brutus empieza a follarme el culo de la misma manera. De pronto, el calvo me

saca la polla de la boca, me trinca de los pelos y me levanta la cabeza.

C: —Abre bien los ojos, que me quiero correr dentro.

Yo: —No, por favor, que escuece como fuego.

C: —¡Pues por eso, cacho de maricona, o es que te crees que no vas a pagar el gusto que te estoy dando, eh, puta, que eres más puta...!

Me dio una fuerte hostia. Con la mano izquierda me sujetaba la cabeza por los pelos y con la mano derecha se pajeaba, poniendo su capullo muy cerca de los ojos, para asegurarse de que la leche iba a quedarse toda dentro de ellos.

C: —Abre bien los ojos. Por la madre puta que te parió, que como siquiera los entornes, te voy a estar dando hostias hasta que me duela la mano.

Y diciendo esto, empezó a correrse entre bufidos, soltando cada chorro de leche en los dos ojos, que yo intentaba no cerrar, aunque me escocían una barbaridad.

Cuando retira su cipote de mi cara, Brutus le toma el turno y mi amo me la mete por el culo.

B: —Déjame el nabo bien limpio, jodía puta.

Brutus me agarra por la barba y me hunde su nabo en el esófago, lanzando un gruñido y soltando un tremendo chorro de lefa que me sale por la nariz. Se ha sincronizado con mi amo, que grita de placer mientras me preña el culo con su grumo espeso. Acto seguido, saca la polla de mi ano y viene a que se la limpie con la boca.

A: —Límpiamela bien, vómito de yonky. Ahora solo queda limpiar las cañerías, ¿no os parece?

Y sacando la polla de mi boca, les hizo una señal a los otros dos y se pusieron a mear encima de mi dolorido cuerpo, regándome por todas partes y dejándome como un pingajo nauseabundo.

A: —Ahora nos vamos a duchar los tres. Si volvemos a calentarnos, vendremos y te follaremos todos tus agujeros, incluidos los ojos y la nariz, como ahora, je, je, que me ha gustado eso. Y si no, cuando me acuerde y me dé la gana, vendré a desatarte, para que limpies todos estos meados y toda esta lefa, así aprenderás a no ser tan puta, tan perra y tan floja.

Me tiró de la barba hacia arriba y me arreó dos hostias.

—Gracias, mi amo.