Perrita

Su auténtico ser, aquello que, alejado de toda doble intención, la hace sentirse feliz, útil. Ser ella sin pensar en nada más. Ya era una perrita, aunque no tuviese amo. Necesita serlo porque necesitaba que alguien la entienda.Y ahora, es mía. Es mi propiedad.

No nos imagino enfrentados, aunque ahora estamos frente a frente, en pie ambos. Ella observa todo con esos ojos grandes y tímidos que tanto me atraen (también me inquietan). Está esforzándose por sonreír pero alguna parte descontrolada de su sistema nervioso ha secuestrado su sonrisa, transformándola en una especie de mueca. Frunciendo el ceño, baja la vista hasta el suelo. Yo también sonrío.

Sonrisas diferentes desde el escondite común, significado como deseo.

-De rodillas -ordeno.

Se arrodilla, obediente. Acabamos de llegar de la calle, se ha quitado el abrigo que ha colgado en la entrada. Va vestida como le ordené esta misma mañana: una camisa y una falda, también medias negras. Arrodillada me parece la más hermosa. Levanta la vista y cruzamos miradas, hay un poso de miedo en sus ojos. No me teme a mí sino a sí misma. Pronto desaparecerá todo eso, seremos uno solo.

-No me mires -ordeno armado de una inquebrantable firmeza.

Ella baja la cabeza. Entonces, con cuidado, coloco una pequeña correa roja alrededor de su cuello.

-¿Quién eres? -pregunto al acabar.

-Tu perrita, señor -contesta con la vista clavada en el suelo.

Tiro suavemente de la correa y la conduzco hasta el comedor, moviéndose a cuatro patas tras de mí, su amo, moviéndose como la dócil perra en la que desea convertirse. Su auténtico ser, aquello que, alejado de toda doble intención, la hace sentirse feliz, útil. Ser ella sin pensar en nada más. Ya era una perrita, aunque no tuviese amo. Necesita serlo porque necesitaba que alguien la entienda.

Y ahora, es mía. Es mi propiedad.

En el comedor, la ordeno que se vuelva a poner de pie. Obedece, sigue sin mirarme a los ojos. Coloco una venda sobre sus hermosos ojos y tomo asiento en el sofá, sin decir más. Ella continúa de pie, frente a mí, inmóvil. La observo. La belleza es un concepto subjetivo aunque a mí me parece la mujer más hermosa que he visto nunca antes, así, frente a mí. Vuelvo a levantarme y me acerco a ella, la beso en los labios, un beso delicado, cogiendo su cara entre mis manos. Ella comienza a temblar, involuntariamente. Está en el lugar que desea,  haciendo lo que desea con quien desea. Precisamente es por eso que no puede dejar de temblar. Nervios, emoción, miedo, excitación, todo agitado en un cóctel que la electrifica desde la punta de los pies hasta ese pelo desordenado que siempre luce, que tanto y tanto me gusta.

Comienzo a desabrochar su camisa, lentamente, separo la tela y observo, después le quito la camisa y también el sujetador. Está desnuda de cintura para arriba, comienzo a pasar mi dedo índice por sus hombros, su estómago, sus brazos, sus pechos, cojo sus pezones entre mis dedos. Vuelvo a besarla. ¿Hasta cuando puedo esperar sin entrar en ella?

Si pudiese entrar en su mente, descubriría que ella está pensando lo mismo. ¿Cuánto debo esperar para sentirlo dentro de mí?

-¿Quién eres? -pregunto de nuevo, apretando ligeramente.

-Tu perrita, señor -vuelve a contestar ella con diligencia.

Meto una de mis manos por debajo de su falda, le ordené que llevase unas medias de medio muslo, subo hasta llegar a su sexo, lo noto caliente y húmedo a través de la ropa interior que ahora aparto con un dedo con el que comienzo a masturbarla. Ella se dobla y gime. Me detengo.

-¿A qué has venido? -pregunto mientras le quito la falda y las braguitas.

-A servir a mi señor, a darle placer, a sentirme tuya.

Ahora esta de pie, completamente desnuda a excepción de las medias. Espléndida y de mi propiedad. Puedo hacer lo que quiera con ella. Y por supuesto que voy a hacerlo.

Sucederá porque ambos lo deseamos.

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©John Deybe