Perra...? Puta...? O tal vez las dos cosas...? (4)

El cómo empezó todo, aunque desde el punto de vista de Carmen. Resulta sorprendente cómo el deseo puede provocar cambios tan radicales e inesperados en una, hasta el momento, tradicional esposa y ama de casa...

En esta entrega varía el hilo conductor de la historia de esta pareja amiga mía, y será Carmen quien nos dé su punto de vista tras tener la oportunidad de hablar tranquilamente con ella. Cuando hablé con Alfonso y me contó el giro que habían dado sus vidas, tras darle unas cuantas vueltas en mi cabeza les pedí permiso para escribir esta historia, mostrándose ambos muy predispuestos a relatarme algunas situaciones en las que se habían visto inmersos para que sea yo quien os las cuente. Así que tras varias conversaciones por mail, mensajes de teléfono, etc., sin enrollarme más paso a meterme en la piel de Carmen…


Soy Carmen, la esposa de Alfonso. Bueno, creo que desde hace un tiempo a esta parte más bien debo decir que soy su Puta ya que, como ya habréis leído en los anteriores capítulos, nuestras vidas han dado un vuelco que jamás hubiésemos podido imaginar ni en nuestros más húmedos sueños. Y todo por culpa de un polvo una mañana que me levanté especialmente caliente.

La verdad es que mi Señor (así llamo ahora a mi marido) y yo nos casamos muy enamorados, aunque muy pronto vinieron los niños, pero ello no hizo que se redujese el sexo entre nosotros sino que, al contrario, aumentó, y buscábamos cualquier momento para dar rienda suelta a nuestro deseo y follar como posesos en cualquier lugar de la casa, el coche, etc. Con el paso de los años ese deseo pareció disminuir, volviéndose el sexo entre nosotros como algo rutinario, hasta que llegó un momento en el que pensé que quizá estuviese sufriendo una menopausia precoz o algo por el estilo, aunque me decía a mí misma que no podía ser, ya que algo parecido le pasaba a mi marido.

De repente, cuando parecía que iba a desaparecer definitivamente, volvió a aparecer aunque, para mi sorpresa, no estaba motivado por mi marido, sino que empecé a imaginarme en situaciones, a cada cual más excitante, en las que él no aparecía, y no podía evitar terminar masturbándome a la más mínima ocasión. Llegué a hacerme con un variado surtido de consoladores, vibradores, etc., que mantuve escondidos en una caja en el fondo de mi armario, aunque hoy en día mi Señor ya sabe perfectamente dónde están, y no es raro que me haga estar desnuda en casa con un plug en mi culo y un vibrador en mi coño, aunque durante las visitas de nuestros hijos nos comportemos como una pareja normal. Ese placer solitario hizo que mi calentura no hiciese sino aumentar hasta ansiar sentir dentro de mí cualquier polla que pudiese calmar mi deseo (casi ninfomanía diría yo), hasta que no pude (o no quise, no sabría decirlo) reprimirme más y le fui infiel a mi marido, como ya se ha contado anteriormente, con aquel repartidor al que recibí una mañana en mi casa ataviada tan sólo con un camisón cortito y una bata, unas prendas que prácticamente insinuaban más de lo que pudieran ocultar.

No me fue difícil seducirle, la verdad, y aún hoy todavía dudo de que se haya encontrado en su vida con otras mujeres que sientan el mismo deseo ante un desconocido como yo aquella mañana. No tardamos mucho en estar besándonos en el recibidor, con nuestras lenguas enredándose, mientras sus manos recorrían mi cuerpo y me desnudaban poco a poco. Mis manos tampoco se estaban quietas, recorriendo su espalda, su culo, frotando el duro bulto que se había formado en su pantalón, hasta que poco después ya se lo había desabrochado y pude sacar su polla al exterior. No es que fuese la polla de un actor porno precisamente, pero su grosor (apenas podía rodearla con mis dedos) me volvió literalmente loca, y no pasó mucho tiempo antes de que estuviese arrodillada delante de él con su polla metida en mi boca hasta la garganta mientras mi cabeza se movía sin control sujeta por sus manos, marcando un ritmo que hacía parecer que más bien me estaba follando oralmente, hasta que con un gruñido de placer sentí como sus manos apretaban más mi cabeza contra su vientre, lo que hizo que su polla se encajase aún más profundamente en mi boca, para casi a continuación sentir como su semen se derramaba en mi garganta. Estaba tan cachonda con aquella deliciosa sesión de sexo oral que me lo tragué todo, sin desperdiciar una sola gota, hasta que por fin me la pude sacar y continué lamiéndola para recoger cualquier resto de su leche que pudiera quedar en ella y dejarla bien limpia.

Sin embargo, a pesar de la mamada que le acababa de practicar, su polla no perdió ni un grado de erección, sino que continuó manteniéndose dura. Casi sin darme tiempo a recuperar el aliento me hizo ponerme a cuatro patas sobre la cama (mi camisón y la bata hacía tiempo que habían desaparecido) y dejó ir su dura polla de un solo envite en el interior de mi encharcado coño, en el que entró sin dificultad, follándome de una manera tan rápida y brutal que se podía escuchar perfectamente el sonido que producía su pelvis al chocar contra mis nalgas mientras mis gemidos, mejor diría gritos de placer, podían oírse por toda la casa por los orgasmos que me hizo alcanzar. Cuando con un gruñido se corrió en mi interior sentí como su leche me llenaba por completo, rebosando de mi coño, permaneciendo dentro de mí hasta que perdió su erección y me la sacó, dejándome agotada por el placer sobre la cama y más que satisfecha. Mientras se vestía antes de marcharse me susurró al oído que estaría encantado de traerme más paquetes.

Esa fue mi primera infidelidad, a la que siguieron otras, hasta que casi por azar le fui infiel con su buen amigo Luis, marido de mi amiga María como ya ha quedado dicho, motivada por un encuentro fortuito que ambos tuvimos en un hotel. Quizá fue la casualidad, el destino, no sé, pero el caso es que uno de mis amantes y yo cruzábamos la recepción, con su brazo rodeándome la cintura, después de un apasionado encuentro en una de las habitaciones cuando pude ver un rostro conocido entre los clientes. Pude ver aquellos ojos clavándose durante un instante en los míos, casi diría que con una leve sonrisa en sus labios mientras su mirada nos seguía, aunque fue lo suficientemente discreto como para no dirigirme la palabra. Sin embargo, lo que ni podía imaginarme sucedió unos días más tarde, mientras Alfonso se encontraba fuera de la ciudad en un viaje de trabajo.

Aquella mañana me encontraba tranquila en la cocina preparándome un café mientras ojeaba una revista tras despedir a mis hijos y ducharme cuando, de repente, sonó el timbre de la puerta. Extrañada, ya que no esperaba a nadie, me dirigí a abrir, sorprendiéndome al abrir la puerta que el inesperado visitante fuese Luis, el compañero de mi marido. Mientras nos saludábamos pude notar como sus ojos recorrían mi cuerpo, momento en el que fui consciente de que había abierto la puerta ataviada únicamente con una ligera bata, a la vez que con un tono bastante insinuante me preguntó si no pensaba invitarle a pasar. Levemente turbada le dije que sí a la vez que le franqueaba el paso para a continuación dirigirnos hacia la cocina con él detrás de mí, sin duda observándome, por lo que no me atrevía a volver la cabeza por temor a encontrarme con sus ojos fijos en mis caderas y mi culo. Tras ofrecerle un café mi sorpresa fue mayúscula cuando, después de tomar un sorbo, empezó a hablar.

  • La verdad es que creo que te estarás preguntando a qué he venido, ¿me equivoco?

  • Pues… sí, la verdad. Ya sabes que Alfonso está fuera…

  • Ya me lo dijo el otro día mientras tomábamos una cerveza, así que…

  • ¿Qué…?

  • Pues que me he dicho a mí mismo que sería un buen momento para visitar a la mujer de mi buen amigo, para charlar un ratito y comprobar que no le hace falta nada… – esto último lo dijo con cierto retintín, mientras sus ojos se clavaban en los míos.

  • Pues te lo agradezco, de verdad, pero no necesito nada. Estoy bien, gracias…

  • ¿Seguro….?

  • De verdad, no me hace falta nada…

  • Bueno… En ese caso me iré, ya veo que estás bien…

Mientras se tomaba el último sorbo y tras levantarse para irse se volvió de golpe sin dejar de mirarme, para volver a hablar.

  • El caso es que algo me ronda la cabeza desde hace tiempo…

  • No sé qué puede ser, tú dirás…

  • Verás… Llevo dándole vueltas a una cosa desde hace días… Concretamente desde que te vi en la recepción de aquel hotel cogida de la cintura con aquel tío…

Esto último me hizo sentir un leve estremecimiento, dejándome sin habla, mientras la idea de que Luis no había venido precisamente a tomarse un café cruzaba por mi mente.

  • Carmen… ¿Desde cuándo le eres infiel a Alfonso…? – un nuevo escalofrío me recorrió, estando a punto de dejar caer la taza que tenía en la mano – Tranquila, puedes contármelo…

  • Yo… Verás… Es que…

  • Tranquila, tómate tu tiempo, no tengo otra cosa que hacer esta mañana… - dijo mientras se sentaba en un sillón del salón.

La conversación que mantuvimos después, contándole no sin cierto recelo muchos detalles que ya han sido narrados anteriormente, hizo que pudiese notar como su mirada recorría mi cuerpo, mis piernas desnudas por debajo del borde de la bata, deteniéndose en mi escote que podía vislumbrar perfectamente, hasta que con un gesto me invitó a sentarme más cerca de él. Ante mi inicial negativa insistió, hasta que sin saber por qué le hice caso, aunque mi sorpresa fue aún mayor cuando al ir a sentarme se rehizo en el sofá y me hizo sentarme en sus rodillas.

  • Te noto nerviosa…

  • La verdad es que un poco… Esta situación no es muy normal…

  • Tranquila, no te preocupes… Somos amigos, ¿recuerdas?

  • Sí, lo sé, pero estar así… No sé…

  • Estás pensando en María, ¿verdad?

  • Pues la verdad es que sí… Es una de mis mejores amigas…

  • Lo sé, y ambos estamos muy bien, pero tú…

  • ¿Yo qué…?  - pregunté, aunque algo en mi interior presentía la respuesta.

  • Tú la verdad es que desde hace tiempo me gustas bastante, sobre todo desde ese fin de semana que estuvimos de casa rural y te veía en bikini en la piscina…

Recordé perfectamente aquel fin de semana, sobre todo el bikini al que se refería, un regalo de Alfonso. La verdad es que al principio dudé en ponérmelo de tan escandaloso que me pareció, tan escueto que apenas tapaba lo justo, aunque al final lo hice al ver los modelos que lucían mis amigas. Sobre todo el de María, la mujer de Luis, que lucía un tanga que apenas era más que un hilo entre sus potentes nalgas. Recordando el momento es cierto que de me di cuenta de las miradas que él me dirigía de hito en hito, disimulando cuando se percataba de que yo me había dado cuenta. No sé, quizá fuese por aquellas miradas, pero el sexo con Alfonso aquella noche fue realmente especial.

  • Pero Luis… El bikini le sentaba mejor a tu mujer que a mí… - dije como una excusa tonta, ya que no supe qué responder a aquel comentario.

  • Sí, bueno, puede ser, pero tú tienes algo especial…

  • No sigas, Luis – dije cuando pude reaccionar – No sé qué has venido a buscar, pero si es lo que imagino la respuesta es no.

  • Vamos a ver… Te seré claro – esto lo dijo cambiando el tono de su voz, más serio, mientras su mirada parecía tornarse desafiante – He venido a echarte un polvo, y no dudes que no me voy a ir sin conseguirlo…

  • Ya te digo que la respuesta es no…

  • Bueno… En ese caso quizá tenga que hablar con Alfonso y enseñarle un par de fotos en las que se te ve muy cariñosa con aquel tipo del hotel…

  • No serás capaz…

  • No me pongas a prueba, Carmen – mientras hablaba podía notar como mi culo rozaba su polla, dura a esas alturas de la conversación – Anda, ahora sé buena chica…

Tras decir esto se levantó mientras desabrochaba su pantalón y lo dejaba caer, quedando su polla ante mis ojos. Alcé mi mirada hasta encontrar la suya, haciéndome un gesto de cómplice asentimiento. Dudé durante un instante, hasta por fin me decidí a tomarla entre mis dedos y empezar a pajearle despacio, sintiéndola palpitar en mi mano. Esto pareció gustarle, sobre todo porque pareció ponerse aún más dura, hasta que su mano se apoyó en mi nuca y empujó suavemente mi cabeza hacia delante. De repente perdí cualquier sentimiento de vergüenza y empecé a lamerla despacio, recorriéndola entera. De tanto en tanto eran sus huevos los que recibían mis lamidas, hasta que empecé a metérmela en la boca. Cada vez más excitada, mi cabeza inició un movimiento de vaivén que le hacía gemir de placer de vez en cuando, mientras mi coño palpitaba cada vez más húmedo, quizá porque en momentos así parecía excitarme más todavía el sentirme dominada, que los hombres me utilizasen para su placer. Ese pensamiento hizo que mi mano se deslizase entre mi bata hasta llegar a mi coño, empezando a acariciarme yo misma a la vez que mi mamada se hacía aún más profunda, hasta que el escote se abrió y mis tetas se mostraron libremente ante sus ojos, por lo que opté por quitármela para quedar totalmente desnuda entre sus piernas. Sin duda, la imagen de mi cuerpo le hizo excitarse aún más, ya que tomándome suavemente del pelo me hizo parar y retirar mi cabeza, quedando un hilillo de saliva entre mi lengua y su glande, mientras me decía que no quería correrse todavía.

Me tomó de la mano para ayudarme a incorporarme para a continuación dirigirnos al dormitorio. Mientras era yo quien le desnudaba a él, sus manos no dejaban de acariciar mi cuerpo a la vez que me arrastraba hacia la cama, en la que quedó tumbado y me invitaba a que fuese yo quien quedase encima. Así lo hice y me subí sobre él, rozando mi coño con su polla, hasta que empecé a metérmela despacio y a mover mis caderas lentamente, disfrutando de sentirle dentro de mí. Su polla cada vez me daba más placer, mientras sus manos acariciaban mis pechos o me tomaban del culo para guiar mis movimientos, mientras me dirigía frases como “Que bien te mueves, puta” , “Eres una buena zorra” , y otras similares, lo que hacía que me moviese cada vez más deprisa hasta alcanzar entre gemidos de placer mi primer orgasmo, aunque eso no hizo que dejase de moverme sobre su polla, hasta que la sentí hincharse dentro de mi vagina y derramar su semen dentro de mí, haciéndome correrme a mí también. Todavía con los temblores del reciente orgasmo sacudiendo mi cuerpo la saqué de mi coño, sintiendo como su semen salía de mi interior y se deslizaba por mis piernas, y me lancé a chupársela otra vez, recogiendo en mi boca los restos de semen que pudieran quedar en su polla y de mis propios fluidos, hasta que yo misma me puse a cuatro patas para que me follase de nuevo en esa posición hasta que se corrió de nuevo, aunque esta vez la sacó a tiempo y salpicó con su semen mi culo y mi espalda.

Cuando se vistió y se marchó me quedé sobre la cama, excitada aún por el placer que aquella follada me había dado, así que cogí uno de mis vibradores y seguí masturbándome hasta que me quedé dormida, agotada por el placer. Cuando me desperté eran casi las cuatro de la tarde, así que me duché de nuevo y me fui a la cocina para hacerme algo de comer para después ver la tele hasta que volviesen mis hijos. Mientras miraba la pantalla no pude evitar recordar lo sucedido durante la mañana, hasta que no pude evitar excitarme de nuevo y volví a masturbarme, mientras pensaba con mis jugando en el interior de mi coño que Luis había resultado un amante fabuloso, motivado quizá por el morbo añadido de ser el marido de una de mis mejores amigas. Se había roto el hielo entre nosotros, así que decidí que aquello había que repetirlo.

Así fue, notando su sorpresa cuando se dio cuenta de que había sido yo quien tomase la iniciativa para vernos en varias ocasiones, hasta que llegó la fatídica noche en la que Alfonso nos sorprendió. La verdad es que no sé cómo llegaría después a su casa ni qué ocurriría o qué explicaciones daría, pero el caso es que desde entonces no hemos vuelto a hablar, aunque con María sigo llevándome igual que antes, sin saber si ella sabe algo o no. Con respecto a Alfonso no puedo negar que al principio me dolió la forma en la que trató a Luis, sorprendiéndome esa faceta dominante que de repente mostró, aunque cuando empecé a acostumbrarme no puedo negar que empecé a sentirme excitada casi permanentemente. La tarde durante la que fuimos de compras me sentí caliente como pocas veces en mi vida, ni que cuando me vi al espejo totalmente depilada y con mi pelo teñido de rubio platino sentí deseo de masturbarme allí mismo, sin importarme quién pudiera estar a mi lado o verme. El colofón vino cuando aquel hombre se acercó a mí en la cafetería y Alfonso se acercó haciéndose pasar por mi chulo para permitir que me follase por 40 simples euros. El comportamiento de Alfonso había provocado que esa faceta mía de sumisa aflorase, aunque tantas veces la hubiese vislumbrado en mi interior sin saber lo que era en realidad. Sabía que con aquel desconocido no iba a disfrutar por muy mojada que estuviese, sino que lo hice sólo por el placer que me iba a producir complacer a mi Señor.

Fue un polvo rápido, apenas unos instantes de mamada y levantar mi falda para apoyarme en el inodoro con mi culo expuesto para que me follase a su antojo, recogiendo los restos de semen con mi lengua cuando por fin se corrió para a continuación volver al lado de mi Señor quien, sin cortarse, metió los dedos en mi coño por debajo de mi falda y me los dio a chupar, comprobando con satisfacción mi humedad y los fluidos que salían de mi coño. Esa noche cuando volvimos a casa y desnudarme, como Él quería que estuviese en casa, me permitió chupar su polla hasta que se corrió en mi boca, mientras me decía que había sido una muy buena puta esa tarde y que ambos lo íbamos a pasar muy bien a partir de ese momento, hasta que se acostó y volví a tumbarme a los pies de su cama.

Como Él bien dijo sabía que las cosas habían cambiado entre nosotros, pero también sabía que si por fin asumía mi nuevo papel en nuestra relación las cosas iban a ser realmente placenteras para ambos.