Perra...? Puta...? O tal vez las dos cosas...? (3)

Alfonso empieza a domar a Carmen, algo aparentemente degradante pero que hará que ella descubra una faceta suya oculta hasta entonces, yendo ambos de compras después a un centro comercial...

Entró por fin en su casa y le sorprendió el olor a limpio que se respiraba en el ambiente, así como lo ordenado que estaba todo. Sin duda, Puta había cumplido con el cometido que le había encomendado. Ella se encontraba sentada en el salón, viendo la televisión, pero reaccionó cuando le escuchó entrar. Intentó llamar su atención, preguntarle dónde había estado, encontrando en cambio una mirada de desdén mientras Alfonso se dirigía a la cocina y sacaba una lata de bebida de la nevera que se tomó sentado en el salón, mientras ella permanecía de pie, como si no supiese exactamente lo que hacer o cómo comportarse, con las manos cruzadas sobre su entrepierna, intentando ocultar la mata de vello que cubría su pubis.

  • Alfonso…

No hubo respuesta.

  • Oye, por favor… ¿Podemos hablar?

  • No tengo nada que hablar contigo…

  • Pero…

  • Ni pero ni hostias, Puta, no hay nada que hablar. Bueno, sí, quizá haya algo que hablar, pero no es contigo, quizá podría ser con María…

  • No hables con ella, por favor…

  • ¿No…? Quizá sería interesante saber qué opina de lo que ha pasado, de que una de sus mejores amigas se abra de piernas con su marido…

  • Por favor… No lo hagas…

  • ¿Qué has dicho?

  • Que no lo hagas, te lo ruego…

  • Jajaja… Eres graciosa, ¿sabes? O sea, que yo me entere, tú te follas a su marido, yo os pillo, pero ella no lo puede saber, ¿verdad? Eso se llama lealtad, sí señora.

  • No… no es eso…

  • ¿Entonces?

  • Conozco a María de sobra. No es mala, pero tiene mucho carácter. Si se enterase…

  • ¿Qué podría pasar?

  • Pues, primero, que se rompería nuestra amistad, pero seguro que me pondría de vuelta y media en las reuniones de amigas…

  • ¿Así que ese es tu temor, que sepan lo puta que eres…?

  • No me llames puta, por favor…

  • Te llamaré como me dé la gana, creo que tengo todo el derecho del mundo. En cuanto a eso que me has dicho…

No pudo terminar de hablar, ya que en ese momento sonó el timbre de la puerta y, casi al instante, supo lo que era.  Abrió el sobre y comprobó su contenido, un DVD y un enlace a un servidor por si acaso fallaba el disco, así que firmó el recibo y despidió al mensajero, quien se marchó deseando haber podido hincarle el diente (la polla mejor dicho) a la madura desnuda que había podido vislumbrar en el salón. No había duda de que esa noche caerían un par de pajas a su salud. Mientras el chico se marchaba Alfonso volvió al salón, pulsó el botón del DVD e introdujo el disco, esperando unos instantes para darle al botón “Play”.

  • Ven aquí, Puta…

  • ¿Qué quieres…? ¡Ayyy! – chilló cuando sintió el tortazo que Alfonso le propinó en uno de sus pechos.

  • Cuando yo te diga que vengas, vendrás; si te hablo, me contestarás; y si te digo que hagas algo, lo harás sin cuestionarme, ¿entendido?

  • Sí…

  • ¿Sí, qué…?

  • Sí, Alfonso…

  • Error – casi le bramó mientras le daba otro tortazo en el otro pecho – De ahora en adelante no soy Alfonso, eso era cuando eras mi mujer. De ahora en adelante eres y serás mi puta y yo tu Señor, ¿te queda claro?

  • Sí… sí, Señor…

  • Eso está mejor. Ahora ven, quiero que veas algo… ¡Ah! – dijo cuando ella hizo ademán de sentarse en el sofá a su lado – De ahora en adelante, cuando estés ante mí, estarás de rodillas…

Obediente y sumisa, Carmen adoptó la postura que Alfonso le había ordenado, sintiendo una extraña sensación de complacencia, puede incluso de excitación, mientras lo hacía. Sin decir más, Alfonso pulsó el botón y la película empezó a correr, aunque al principio sólo fuesen imágenes vacías, sin que apareciese nadie en ellas. De pronto, para su sorpresa, pudo ver a Carmen bajar por las escaleras, ataviada con un conjunto negro de sujetador y tanga y la bata que había lucido en su primera infidelidad con el repartidor. Pudo verla atusarse el pelo, comprobar su maquillaje en el espejo del recibidor y dirigirse a la puerta para recibir a Luis, colgándose de su cuello mientras le besaba apasionadamente y las manos de él recorrían su cuerpo.

El resto del video transcurrió como si fuese una película porno, mostrando imágenes de mamadas, comidas de coño, etc., en diversos lugares de la casa, como el salón o la cocina, hasta que ambos, ya desnudos, se dirigieron al dormitorio. Sin saber porqué, Alfonso empezó a sentir como su polla se endurecía, mientras de reojo podía observar como Carmen, ruborizada, intentaba apartar la mirada, así que la hizo levantar la cabeza y seguir mirando lo que parecía la típica película porno de “madura insatisfecha y sola en casa se folla lo que pilla”, hasta que decidió pararla.

  • Bueno, bueno… Qué bien luces en video, Puta, pareces una actriz porno…

  • Yo… yo…

  • De ti depende lo que pase con este disco. Puede que a mí me llamen cornudo, quizá ya lo estén haciendo, pero todo el mundo sabrá lo puta que eres…

  • Entonces…

  • Pues que harás lo que yo diga o, por arte de magia, el disco empezará a correr. De hecho, ya he encargado 5 copias – esto era un farol, pero pudo ver la turbación en los ojos de Puta.

  • ¿Qué piensas hacerme?

  • ¿Qué dices? No te he oído bien…

  • Perdón, Señor… ¿Qué piensa hacerme?

En ese momento abrió la bolsa y desparramó su contenido sobre la mesa, notando el temor en sus ojos.  Tomó el collar en sus manos y la hizo acercarse.

  • Primero, te pondrás este collar. Mira la inscripción, ¿te gusta?

  • No pienso hacerlo. No puedes obligarme…

  • ¿Ah, no? – respondió cogiendo el disco entre sus dedos y enseñándoselo de nuevo – Bueno, en ese caso mañana mismo enviaré las copias a tus padres, a tus hermanos y a algunos amigos…

  • Está bien, lo haré – dijo con resignación, mientras sentía el broche cerrarse en su cuello y sonido de la pequeña cerradura, cuya llave Alfonso se encargó de doblar hasta que se rompió.

  • Lo siguiente que haré será llevarte de compras. Una buena puta debe  ir vestida de acuerdo a su condición. Después te concertaré una cita en un salón de belleza, no quiero nada de vello en tu cuerpo que no sea el de la cabeza… Por cierto, te apuntaré a un gimnasio para que te pongas en forma, ese cuerpo tiene que mejorar. Quizá, si eres buena, te ponga unas tetas más grandes…

Cuando terminó de hablar, notando sus mejillas encendidas por el rubor, la hizo acompañarle al dormitorio de su hija, en el que sacó diversa ropa del armario que le fue haciendo probarse, hasta que se decidió por una minifalda con un poco de vuelo que se ceñía a su culo y un top anudado al cuello, casi más bien la parte superior de un bikini, todo ello, claro está, sin ropa interior, lo que la hacía andar con pequeños pasos si no quería que se le viese toda su intimidad al más mínimo gesto. Completó su atuendo con una cazadora vaquera que dejaba ver su ombligo y unos zapatos de tacón. Tras dejarla que se maquillase, aunque ordenándole que fuese muy exagerada (“Como el de una buena puta”, le dijo), ambos salieron de la casa y se dirigieron a un centro comercial en el que la hizo caminar muy por delante de él, que la seguía a cierta distancia observándola.

Pudo notar las miradas que le dirigían muchos de los hombres que se encontraban allí mientras ella parecía empezar a sentirse relativamente cómoda a pesar de su inicial recelo, caminando haciendo oscilar sus caderas de un lado a otro en un sensual vaivén. “No, si encima le gustará exhibirse”, pensó Alfonso, hasta que la alcanzó y la hizo entrar en una tienda y después a otra, en las que compraron minifaldas, tops, vestidos ajustados, etc., todo ello casi más para una veinteañera que para una mujer de su edad. A continuación se dirigieron a un centro estético, en el que le practicaron una depilación integral y le tiñeron el pelo, dejándoselo de un tono rubio con mechas que la hizo parecer un auténtico putón. Tras esto se encaminaron hacia un cafetería en la que pudo ver que había varios hombres, así que la hizo ir sola mientras él se excusaba diciéndole que había olvidado algo en el coche, no sin antes ordenarle que se sentase en un taburete y que ni se le ocurriese cruzar las piernas.

Lógicamente no llegó a salir, sino que se metió en una tienda a través de cuyo escaparate podía observar lo que sucedía apenas a 10 metros, viéndola hablar con varios hombres, atraídos por la sensual madura que se exhibía ante ellos. Finalmente, cuando se percató de que uno de ellos era especialmente insistente, de aproximadamente unos 40 o 45 años, decidió acercarse.

  • Hey, zorra, ¿qué tal? – fingió saludarla mientras le daba un beso de tornillo con lengua incluida y le sobaba descaradamente el coño – No esperaba encontrarte por aquí…

  • Yo… Eh… Hola, Alfonso… – dijo titubeante, hasta que una mirada a sus ojos la hizo comprender que debía seguirle la corriente – He venido de compras...

  • Ay, putita, qué coqueta eres… Y de paso a ver si pillas algún cliente, ¿no? Por cierto – dijo mientras se giraba hacia el hombre y le tendía la mano – Encantado. Soy Alfonso, su chulo.

  • Yo, la verdad es que…

  • Que no te imaginabas que fuese puta, ¿no es eso?

  • Es que… – mientras hablaba la miró - ¿En serio es puta?

  • Sí, chico, y además de las buenas. Mira… ¿Por qué mejor no te lo demuestra ella…? Anda, puta, ábrete un poco piernas que pueda verte bien.

Mientras ella lo hacía pudo ver la cara de sorpresa del hombre, que alternaba su mirada entre el depilado coño y la cara de Alfonso, hasta que éste volvió a hablar.

  • Te gusta, ¿eh? Pues si quieres que te la chupe son 20 euros, pero si te la quieres follar son 50, ¿qué te parece?

  • Es que… Sólo llevo 40 euros en la cartera…

  • Ah, coño, por eso no te preocupes. Si nos invitas a las copas, me das esos 40 y te la llevas a los servicios, ¿qué te parece?

  • Esto… ¡Qué diablos! Un coño así no se pilla todos los días. A ver, camarera, ponle a esta pareja lo que quieran tomar y me cobras…

Mientras decía esto extendió su tarjeta de crédito para pagar las tres copas que se tomaron, tras lo que le tendió a Alfonso dos billetes de 20 euros y se dirigió disimuladamente con ella hacia los servicios, de los que volvieron un rato después, con el cabello de Carmen alborotado y sus mejillas sonrojadas por el orgasmo, mientras el hombre se sobaba disimuladamente su entrepierna. Tras despedirse, no sin antes intercambiar teléfonos por si le apetecía volver a follar con ella, se dirigieron al coche para marcharse a casa. Cuando llegaron se dio una ducha y se acostó, no sin antes repetir el ritual de la noche anterior y hacerla acostarse a los pies de su cama.

Había empezado el emputecimiento de Carmen, un camino que la llevaría por caminos que ni en sueños hubiese podido imaginar…