Perra...? Puta...? O tal vez las dos cosas...? (2)

Continúan los descubrimientos de esta pareja amiga, lo que provocará que las cosas poco a poco empiezan a cambiar entre ellos, aunque los principales cambios se producirán en Alfonso, quien jamás hubiese imaginado su cara oculta...

Cuando despertó a la mañana siguiente, Alfonso pensó que todo había sido un mal sueño, una pesadilla de su imaginación, aunque su corazón dio un vuelco cuando la respuesta se la dio la visión de su mujer desnuda a los pies de la cama, como si fuese una perra. Recordó todo lo ocurrido la noche anterior, sintiendo a la vez el pastoso sabor en su boca de la resaca de lo que había bebido la noche anterior. Abrió el armario del baño para tomarse un analgésico que calmase el dolor de cabeza y se dio una ducha, tras la que se envolvió en una toalla y llamó a su trabajo para decir que ese día estaba indispuesto y que no iría a trabajar, a lo que le respondieron que no se preocupase. A continuación se dirigió hacia Carmen y le quitó la mordaza de la boca, para ordenarle a continuación que le siguiese hasta la cocina.

  • Así no, puta… De rodillas, como las perras como tú – le ordenó cuando ella intentó seguirle andando erguida.

  • Yo… Alfonso…

  • No hables, ¿entiendes? No quiero oírte – le dijo mientras se preparaba un café que se tomó sentado en una silla de la cocina, con Carmen arrodillada a escasa distancia.

  • Asiente con la cabeza cuando te pregunte, ¿entiendes?

  • S…

  • Con la cabeza, puta, he dicho que no hables…

Leve movimiento de cabeza de asentimiento por parte de ella, al que siguieron otros más cuando él fue preguntándole, hasta llegar a las preguntas que en el fondo de su alma no quería saber.

  • Entonces… ¿Me has engañado otras veces, verdad?

“Sí”.

  • ¿Muchas….?

Movimiento tímidamente oscilatorio.

  • ¿Cuántas…?

De nuevo un movimiento, esta vez dubitativo.

  • Entiendo… Y… ¿Disfrutaste, puta?

Movimiento negativo, al que siguió un leve asentimiento cuando fue capaz de reconocerlo.

  • Lo imaginaba. Si no, no hubieses sido capaz de acostarte con Luis en nuestra propia cama…

En ese momento ella bajó la cabeza, sintiéndose avergonzada por un instante, sobre todo al recordar la excitación que sintió estando atada durante la noche.

  • No sé qué hacer contigo, la verdad… – reconoció Alfonso por fin – Me dan ganas de largarme de casa, o de echarte y que te vayas con tu puta madre o con quién quieras, pero no sé qué les explicaría a los chicos… Dios, Carmen – susurró con el rostro entre las manos – ¿Por qué me has hecho esto…?

Tras un breve silencio volvió a hablar, mientras ella seguía arrodillada.

  • Me voy a dar una vuelta, no puedo estar aquí contigo… Necesito despejarme, pensar. A ver si cuando vuelva soy capaz de haber decidido algo… Te desataré, no vas a estar atada todo el día, pero no quiero que te vistas. Estarás desnuda mientras haces las tareas de la casa. Y, por cierto, ni se te ocurra tocarte…

Tras decir esto se vistió y salió de casa, cogiendo el coche para dirigirse al centro de la ciudad. Tras aparcar y comprar algo que leer se sentó en una terraza y pidió un café, que se tomó mientras leía distraídamente y veía a la gente caminar por la calle, sintiendo envidia cuando veía sonrisas en los rostros de algunas personas. Su estado de ánimo no era precisamente el mejor en ese momento, con su mente pensando de vez en cuando en lo ocurrido la noche anterior, incapaz de entender su propio comportamiento, el cambio que se había producido en él. La forma en la que se comportó con Luis (llegando incluso a agredirle y a humillarle haciéndole marcharse totalmente desnudo), los apelativos a su esposa y el trato que le dio... Todo ello era algo hasta entonces totalmente desconocido para él, parte de un mundo del que hasta entonces sólo había tenido apenas unas nociones por algún que otro relato erótico, vídeos en Internet, etc. Tras pagar el café se levantó y deambuló por las calles del centro, si rumbo fijo, dedicándose únicamente a pasear. Andaba tan ensimismado en sus pensamientos que a punto estuvo de chocar con la atractiva joven morena, de curvas rotundas y vestida con una minifalda y un top que mostraba el canalillo entre sus enormes pechos, sin duda operados, que repartía propaganda en la puerta de un local.

  • Perdón, caballero, buenos días. ¿Le interesaría echar un vistazo a nuestro local?

  • ¿Eh, cómo…? – Preguntó distraído – Perdón, no la había visto, señorita...

  • No se preocupe, ya me he dado cuenta. Tenga… – dijo extendiéndole un folleto – Pase si quiere y eche un vistazo.

  • ¿Qué local es éste? – volvió a preguntar, con su mirada recorriendo el esbelto cuerpo de la joven.

  • Es un sex-shop, señor, y estamos de inauguración. Por eso, si le interesa algo y presenta este folleto, tendrá un 10% de descuento…

  • Y, dime… Tú te llevas comisión, ¿verdad?

  • Pues sí. Si no, no estaría aquí…Estoy estudiando y, la verdad, unos eurillos no me vendrían nada mal…

  • Comprendo… Está bien, entraré a ver si veo algo interesante.

  • Muchas gracias.

La chica habló mientras cortésmente abría la puerta del local para franquearle el paso, tras lo que se encontró en una inmensa sala decorada con muy buen gusto a pesar de su moderno estilo, con los expositores de los artículos a ambos lados. Varios sofás permitían que los clientes se sentasen mientras ojeaban alguna revista o esperaban para acceder a las diversas cabinas en las que se emitían películas pornográficas de las más diversas temáticas ininterrumpidamente.

Recorrió los estantes en los que se mostraban los más variados artículos, empezando por los estantes en los que se exhibían películas y revistas, pasando a continuación a la zona de lencería, tanto masculina como femenina, sorprendiéndose al ver algunos diseños, mientras por su mente empezaban a cruzar pensamientos no precisamente demasiado inocentes. Tiempo atrás, quizá sólo un día, hubiese pensado en comprarle alguna de aquellas prendas a su mujer, pero hoy no era precisamente el día más adecuado. “No se lo merece”, pensó para sí mismo. Algunas de aquellas prendas las había visto tiempo atrás en alguna que otra película porno, pero con otros no pudo evitar sorprenderse por lo atrevido de sus diseños. A continuación pasó por las estanterías de los vibradores, estimuladores, etc., sonriendo inconscientemente cuando, miraba distraídamente hacia su bragueta, pensó que casi todos eran mucho mayores que su miembro, aunque algunos fuesen de tal tamaño que desafiaban a la realidad.

Sin querer se estaba animando, empezando a sentir un leve hormigueo en su entrepierna, y fue en ese momento cuando su vista se fijó en los diversos “plugs” anales de un estante. Se fijó en varios de ellos, mientras el pensamiento que había sentido minutos antes se afianzaba en su cabeza, y fue en ese momento cuando cogió uno de ellos, de color negro y rematado en el extremo que quedaría en el exterior por una especie de cola, parecida a la de un perro. Sin pensárselo dos veces cogió una de las cajas y siguió recorriendo el local, hasta que llegó a la zona BDSM, en la que su mirada recorrió los arneses, prendas de látex, collares, cadenas, etc., hasta que por fin se decidió.

Cuando por fin llegó a la caja portaba en sus manos el plug, un collar metálico y detalles en cuero negro con una pequeña plaquita y una correa. Vio varias cosas más, pero pensó que quizá las comprase más adelante.

  • ¿Desea alguna inscripción en el collar? – le dijo el dependiente con una abierta sonrisa.

  • ¿Tiene algún coste?

  • Por estar de oferta de inauguración, no. Tardaría sólo unos minutos…

  • Está bien. Quiero que ponga “Puta”…

  • Mmmm… Buena elección, señor. Si es tan amable de esperar un momentito…

  • Está bien, estaré por aquí echando un vistazo…

Mientras hablaba el dependiente desapareció tras una pequeña puerta disimulada en la pared, para volver a los pocos instantes con el collar en las manos. Al responder a la pregunta de Alfonso del coste total, éste hizo cálculos mentales, decidiendo dejar parte de la vuelta para Marta (así se llamaba la chica de la puerta). Tras despedirse y decirle al dependiente que quizá volviese más veces, estaba a punto de salir cuando el chico volvió a hablarle.

  • Perdón, señor…

  • ¿Sí…?

  • No he podido evitar fijarme en su compra, pero también le noto un poco inexperto, ¿me equivoco?

  • Bueno, sí – respondió un poco titubeante.

  • En ese caso permítame que si necesita ayuda o ante cualquier duda me llame… - dijo mientras le tendía una tarjeta con el número de teléfono del local.

  • ¿Tú me ayudarías….?

  • Sí, bueno, no yo exactamente… Marta quizá fuese la persona adecuada…

  • ¿La chica de la puerta…? Pero si no lo parece, puede que no tenga más allá de 25 o 26 años….

  • Efectivamente, pero le puedo decir que es un Ama excelente, ideal para novatos, en este caso novatas, en el mundo del BDSM…

  • Ummmm… Eso suena interesante… De acuerdo, quizá te llame. Y… muchas gracias.

  • A usted. Espero verle por aquí pronto y que disfrute la compra.

Tras despedirse salió del local, no pudiendo evitar fijarse mejor en la figura de la joven. Alta, morena de pelo rizado, su porte sobre unos zapatos de tacón de aguja era indudablemente firme, aunque no terminaba de imaginársela en las situaciones que le había insinuado el dependiente. Se la imaginó más bien desnuda, tal vez cabalgando sobre él o quizá a cuatro patas, pero prefirió apartar esos pensamientos o su erección sería tan evidente que no podría caminar por la calle. Más bien prefirió despedirse de ella con un discreto adiós, a lo que ella le respondió con una sonrisa y un leve guiño.

Así, dándole vueltas a la cabeza, cogió su coche y se dirigió hacia su casa, a la que llegó sobre las 4 de la tarde tras haberse parado a comer algo en un restaurante que ambos solían frecuentar. Durante el trayecto recordó algo, que la alarma que le habían instalado en su casa tras diversos robos en la urbanización disponía de un sistema de grabación de video, así que decidió llamar durante la tarde y pedir si le podrían dar una copia de la grabación de seguridad del día anterior. ¿Qué les iba a alegar? Sabía que quizá no se las diesen pero, por intentarlo, no perdía nada, así que ni corto ni perezoso descolgó el teléfono e hizo la llamada, sorprendiéndose cuando el operador que le atendió le contestó que no había problema y que, quizá, un mensajero se las podría llevar esa misma tarde o a la mañana siguiente a lo más tardar. Sabía que, sin duda, contendrían imágenes de lo sucedido en su casa, así que pensó que sería buena idea tenerlas por si acaso era necesario utilizarlas en un proceso de separación, pero también podrían formar parte del plan que en su cabeza estaba empezando a fraguarse.

Si quería ser una puta, lo sería, pero no a su manera o cómo ella quisiese, sino a la suya. Y tenía pensado empezar esa misma tarde…