Perra...? Puta...? O tal vez las dos cosas...?

Un matrimonio normal y corriente ve como su tranquilidad se ve alterada por una serie de acontecimientos, iniciando un camino que nunca podrían haber imaginado...

Esta historia surge de mis conversaciones con una pareja amiga, quienes me han pedido por favor que sea yo quien os la cuente. Es una mezcla de diversas temáticas, por eso he decidido incluirla en esta categoría. Espero que os guste.

Carmen, Alfonso... Os la dedico. Un besazo a los dos!!!


Muchas veces, cuando no lo esperas, la vida puede depararte sorpresas, giros inesperados que pueden hacer que discurra por vericuetos que ni podrías imaginar minutos antes de que hayan sucedido y que pueden provocar que tu carácter cambie totalmente. Y eso, o algo parecido, era lo que les pasó a los protagonistas de esta historia, una pareja valenciana, que de improviso vieron como muchos de sus convencionalismos se venían abajo. Les conocí hace tiempo, durante unas vacaciones, y desde entonces tengo contacto con ellos. Lo que me sorprendió, hace ya algún tiempo, fue cuando un día Alfonso (le llamaré así) me llamó para saber de mí, cómo me iba, etc., y cuando le pregunté por su esposa, Carmen, lo que me contó me dejó con la boca abierta. Desde entonces ha rondado mi cabeza contaros esta historia, que espero os guste, hasta que por fin me he decidido. Pero, antes de nada, quiero describirles un poco…

Carmen tiene 56 años. A su edad la verdad es que se conserva bastante bien, con un cuerpo capaz de provocar a los hombres aunque las huellas de 3 embarazos hayan dejado las inevitables secuelas en su anatomía. Con su aproximadamente 1’65 de estatura, cabello castaño corto con mechas y ojos marrones, una de las partes de su cuerpo que más llama la atención es su culo, que se encarga de lucir con pantalones ajustados siempre que puede, aunque la verdad es que su pecho tampoco pasa desapercibido a pesar de que, como ya os he dicho, haya dado el pecho a sus tres hijos.

A sus 60 años Alfonso es un maduro bastante resultón, con su casi 1’80 de estatura, cuerpo cuidado, y su cabello casi cano cortado a cepillo, fruto de su paso hace muchos años por el Ejército. Con sus ojos grises y la perfecta dentadura que deja ver cuando sonríe, se puede decir que cualquier chica caería inmediatamente desmayada a sus pies.

Ambos se conocieron muchos años atrás, y se puede decir que el flechazo fue instantáneo. Después de un breve tiempo como novios ambos se casaron, y casi de inmediato vino su primer hijo, al que sucedieron otros dos con intervalos de dos años aproximadamente entre ellos, siendo el segundo una niña y el tercero otro niño. Eso provocó que ella tuviese que dejar su trabajo y dedicarse a cuidar a los niños, aunque la acomodada situación de Alfonso como gerente en la empresa en la que trabajaba hacía que no tuviesen ni tengan problemas económicos. Alfonso empezó desde abajo, como se suele decir, con sus estudios universitarios recién terminados, aunque por su dedicación y empeño fue ascendiendo poco a poco, siendo en la actualidad gerente de la misma con un buen sueldo, coche de empresa, etc.

La verdad es que ambos tenían una vida sexual bastante satisfactoria, aunque la larga jornada laboral de Alfonso le tuviese más tiempo en la empresa que en casa, no siendo raro tampoco que tuviese que hacer frecuentes viajes a diversos puntos de España o del extranjero, Ello hizo que no pudiese atender a su mujer tanto como él quisiera, provocando sin querer que Carmen empezase a buscar el placer en solitario.

Se inició poco a poco, como muchas otras mujeres, masturbándose con sus dedos hasta alcanzar el orgasmo, aunque poco después empezó a hacerse con un surtido de vibradores y dildos que mantenía ocultos en una cajita en el fondo de su armario que Alfonso jamás sospechó que estuviesen allí. Tiempo después esto tampoco fue suficiente, y sintió la necesidad de sentir entre sus piernas un cuerpo masculino que la follase como ella necesitaba. Temerosa al principio, incapaz de atreverse, su primera infidelidad fue con un repartidor al que de casualidad abrió la puerta vestida únicamente con un salto de cama y una bata negra casi transparente, prendas que dejaban ver buena parte de su cuerpo.

Pudo sentir la mirada del hombre recorriéndola, teniendo que frotar sus piernas levemente por la excitación que empezaba a sentir, y apenas unos minutos más tarde estaba delante del hombre desnuda y arrodillada, recibiendo éste las caricias de su cálida boca en su duro miembro. Unos minutos después era el coño de Carmen el que recibía las embestidas de la polla del repartidor, llegando a alcanzar un orgasmo como hacía tiempo no sentía. Sentir la leche del hombre en el interior de su vagina la hizo alcanzar un nuevo orgasmo, quedando tal y como estaba en el sofá. Cuando se recuperó el hombre ya se había marchado, aunque seguía sintiendo su aroma en su piel, por lo que se duchó y se sentó en el sofá a esperar a Alfonso. Cuando terminaron de cenar, gracias a las caricias de su marido, ambos terminaron en la cama, aunque la sorpresa de Carmen fue mayúscula cuando, en un momento de lucidez, se percató de que se estaba corriendo pensando en el repartidor que la había follado en el sofá. Alfonso, presa de un ignoto orgullo masculino, mostró su agrado por el repentino despertar sexual de su esposa, aunque no podía llegar a imaginarse qué era lo que lo motivaba.

Se puede decir que ese día Carmen inició un camino sin retorno. Cuando su marido se marchaba a trabajar sentía la necesidad de quedarse desnuda y masturbarse en diversos lugares de la casa, fantaseando con pollas de desconocidos que la poseían hasta hacerla desmayarse de placer. A los pocos días de su encuentro con el repartidor se repitió la situación con un desconocido al que conoció mientras se tomaba un café, terminando ambos follando en el coche de éste en un descampado, tras lo que la dejó en su casa. El técnico de la empresa telefónica que fue a su casa a reparar una avería, un repartidor de comida a domicilio, el socorrista de la piscina de la urbanización, etc., fueron, entre otros, algunos de los hombres que pasaron por su cada vez más cachonda y mojada entrepierna, dejándola siempre llena de semen y con sus mejillas rojas por el placer.

Sin embargo, como suele suceder, todas las infidelidades tienen su riesgo, algo que a ella parecía olvidársele, y eso fue precisamente lo que pasó una tarde que Alfonso regresó a casa un rato antes de lo habitual. Le extrañó ver cuando se acercaba a su casa el coche de un viejo amigo (Luis, por ejemplo) aparcado en las inmediaciones, aunque casi al pronto pensó que había muchos coches como ese, pero lo que se encontró cuando dejó el coche en el garaje y entró en su casa le dejó sin palabras.

Le extrañó el profundo silencio que notó a pesar de estar las luces encendidas, aunque pensó que Carmen pudiera habérselas dejado encendidas por un despiste, pero casi al pronto pudo oír un extraño ruido que venía de la planta de arriba. Tras dejar la chaqueta en una percha y quitarse la corbata subió la escalera, pensando que Carmen estaría duchándose, tentado de empezar a desabrocharse el cinturón para sorprenderla, aunque ya digo que la sorpresa se la llevó él.

Cuando estuvo delante de la puerta del dormitorio pudo escuchar los inconfundibles gemidos femeninos, pensando que Carmen estaría masturbándose, pero lo que le confundió fue escuchar otros sonidos que, sin duda, salían de una garganta masculina. Eso hizo que sintiese un leve estremecimiento, estando a punto de marcharse para no ver lo que de pronto supo que se iba a encontrar, aunque un repentino sentimiento de rabia, traición, etc., le hizo abrirla para ver a Carmen arrodillada en la cama, con las manos atadas a la espalda con una de sus corbatas y una bola roja en su boca para tapar sus gemidos, mientras su amigo la cogía del cabello y la follaba sin piedad…

  • ¿Qu…qué es esto…?

Esas fueron las únicas palabras que atinó a articular, pudiendo observar como ambos se estaban quietos, aunque casi de inmediato su, hasta entonces, uno de sus mejores amigos salía de ella e intentaba ponerse de pie.

  • Al…Alfonso, esto… Deja que te…

  • ¿Deja qué, que me expliques? ¿Que no es lo que parece…?

  • Yo… no…

Esto último no fue capaz de terminar de decirlo, ya que su voz se cortó por la patada en la entrepierna que le propinó Alfonso, acertándole de pleno en los huevos y haciéndole arquearse de dolor. Apenas tuvo tiempo, ya que a continuación pudo sentir los dedos de Alfonso en garganta mientras le empujaba escalera abajo hasta la puerta, haciéndole salir totalmente desnudo a la calle.

  • Vete de mi casa, maldito cabrón…

  • Alfonso, por favor…

  • Ni por favor ni hostias…

  • Por Dios, amigo, déjame al menos coger mi ropa…

  • ¿Amigo….? ¿Todavía te atreves a llamarme así…?

  • Por favor, estoy desnudo…

  • Y así vas a seguir… Pero espera…

Apenas dijo esto volvió a entrar en la casa, buscando la ropa del hombre hasta que por fin la encontró. En los bolsillos encontró las llaves de su coche y su teléfono móvil, mientras una malévola sonrisa asomaba a sus labios. Se volvió a su mujer y volvió a salir de la habitación.

  • Ni se te ocurra intentar desatarte ni mucho menos vestirte, puta. ¿Me entiendes, PU-TA? – repitió – Volveré en seguida…

  • Mmmmpffff… mmmmpff… - era lo único que salía de la amordazada boca de Carmen, quien le miraba con los ojos arrasados de lágrimas.

  • ¡¡¡Qué te calles, zorra!!!

Diciendo esto volvió a bajar, saliendo de la casa hasta donde le esperaba Luis, acurrucado desnudo detrás de un seto. Cuando llegó a su altura no pudo evitar sonreír de nuevo ante la patética escena que podía contemplar, con Luis en cuclillas intentando cubrirse con sus brazos mientras sollozaba como un niño

  • Maricón...

Silencio.

  • Te estoy hablando, maricón.

Pudo ver a la luz de la farola como Luis levantaba la cabeza para mirarle, a lo que le respondió con una sonora bofetada.

  • Te he llamado para que me escuches, maricón, no para que me mires…

  • Yo… Perd…

  • ¿Me vas a pedir perdón, maricón…?

  • Yo… yo…

  • Ni yo ni hostias, maricón. Tengo una propuesta que hacerte…

Luis volvió a sollozar, aunque por fin pudo volver a hablar.

  • ¿El qué…?

  • Mira… En mi mano derecha tengo una cosa, y en la izquierda otra. Son las llaves de tu coche y tu teléfono. De ti depende, de la elección que hagas…

  • Pero… No me hagas esto, por favor… – el sonido de una nueva bofetada rompió el silencio de la noche.

  • ¿Qué no te haga qué….? A ver, maricón hijo de puta… O sea, ¿que tú te follas a mi mujer y yo no puedo vengarme…?

  • Pe…pero…

  • Mira… Si tienes suerte puede que elijas las llaves del coche, en cuyo caso podrás marcharte a casa y a ver qué te inventas con María para explicarle que llegas desnudo, sin cartera y sin teléfono. Si eliges el teléfono, en cambio, te dejaré hacer una llamada, sólo una, y después tiraré el teléfono a la alcantarilla. De ti depende a quién llamas…

  • Por… favor…

  • Elige, no te lo repetiré… Te queda un minuto. Si no eliges seré yo quien llame…

  • La izq… La derecha, elijo la derecha…

  • Buena elección, maricón… Ahí tienes.

Diciendo esto le arrojó las llaves del coche, dejándole marcharse tras recordarle que no se volviese a acercar ni a él ni a su casa y familia. Verle correr desnudo, intentando ocultarse, le resultó tan sumamente cómico dentro de la gravedad de la situación que hizo que de nuevo volviese a reír a carcajadas, aunque de pronto sintió unas violentas arcadas y cayó al suelo de rodillas, mientras vomitaba al recordar lo que le esperaba dentro de su casa. Sacando fuerzas de flaqueza volvió a entrar, aunque salió al poco rato camino de un bar cercano, donde las copas cayeron una detrás de otra hasta que regresó a su casa sobre las 2 de la mañana. Pudo sentir el enorme silencio cuando volvió, la calma que sucede a la tempestad, aunque sabía que los daños que había causado la tormenta serían irreparables, al menos a corto plazo. Volvió a subir a la habitación, encontrándose cuando encendió la luz con Carmen aún desnuda en la cama en la misma posición que la dejó. Sin embargo, estaba tan borracho que lo único que le ordenó que fue tenderse a los pies de la cama, acostándose a continuación para quedarse dormido en un intranquilo sueño, en el que volvió a ver las imágenes de lo ocurrido en su mente.

Carmen, por su parte, tampoco fue capaz de dormir, pensando también en lo ocurrido, en lo irresponsable que había sido y en lo que había provocado. Siguió desnuda toda la noche aunque, sorprendentemente, hubo momentos en los que se sintió relajada a los pies de su marido Sentirse en esa postura, atada y amordazada, hizo que sintiese una leve excitación, frotando sus piernas para intentar calmarse, aunque de inmediato parase para no despertar a su marido….

No podía llegar a imaginar lo que había provocado y lo que iban a cambiar las cosas entre ellos…