Perra en celo

"Preso de una desesperación que me era totalmente desconocida, la culeé por espacio de unos quince o veinte minutos a ritmo frenético, ignorando completamente los aullidos y ladridos de dolor que vociferaba el animal."

MICRORELATO (11)

PERRA EN CELO.

Muchas veces la vida transcurre de determinada manera, hasta que por aquellos curiosos caprichos del destino sucede algo imprevisto que cambia completamente la forma de ver las cosas.

Ese dicho que dice "nunca digas nunca" se aplica con creces en esta historia.

No había sido la primera vez, y supongo que tampoco será la última, que ejerzo una tremenda atracción hacia ciertos animales. No voy a dejar de reconocer que cada vez que veo a algún animal de 4 patas pequeño, sea macho o hembra, mi entrepierna se humedece y comienzan los desórdenes que todos sabemos que suceden en estos casos. Si ese animal es un canino, la excitación aún es mayor.

Nunca había dejado de juguetear con algún gato o perro revolcándonos en cuanto piso nos fuera posible, siempre que la oportunidad nos lo permitía, pero por más que la atracción sexual siempre estaba latente mi respuesta siempre había sido la misma: "No... nunca."

Todo sucedió de repente y sin previo aviso el día del cumpleaños de Felipe, el benjamín de la familia.

El abuelo salió para hacer unas compras y cuando regresó traía consigo a una perra de raza, que fue el obsequio elegido para la ocasión. El mismo Felipe fue quien le puso nombre: "Doris".

Yo le hubiera puesto otro más canino. Odio cuando a algún animal le ponen nombre de persona. Creo que eso me puso celoso y mi determinación fue la de ignorar al animal, pero las cosas no siempre salen como uno las planifica.

El asunto es que la perra nunca perdió la oportunidad de insinuárseme, si cabe la palabra, ya desde el primer momento, poniéndose en poses de modelo como si con eso fuera a seducirme.

Es que yo no podía dejarme caer en una tentación semejante que lesionaría mi integridad moral.

Esa misma tarde en que estábamos jugando en el fondo de la casa con Felipe, le llegó la hora de su siesta diaria y una vez que la abuela lo llevó para hacerlo dormir, no quedó nadie más en el patio, excepto la perra y yo.

Ésta comenzó a rodearme y a pegarse contra mi cuerpo.

  • Sal de aquí, perra inmunda – le espeté empujándola.

Lejos de darse por vencida, arremetió nuevamente, pero ahora con otro ardid. Se acercó a mi entrepierna y comenzó a olfatear.

Mierda!

Nuevamente los síntomas conocidos: cosquilleos y humedad. Decidí mantenerme quieto para conocer qué era lo que la maldita perra estaba dispuesta a hacer.

Luego de unos momentos de tomar mi aroma y de percatarse de que eso me excitaba sobremanera, comenzó a lamer. Mi verga se disparó tomando una de mis más fuertes erecciones y en menos de lo que canta un gallo, ella misma estaba echada sobre las baldosas y con las patas bien abiertas.

Eso era una invitación?

Cómo negarme?

Me acerqué a la puerta de entrada a la casa para asegurarme que nadie estaba cerca; y una vez que lo comprobé, fui donde me esperaba la perra en celo.

Lo primero que hice fue tantear con la lengua y convencerme de que eso iba a ser agradable para mi. Claro que lo fue... toda esa zona estaba húmeda de excitación. Volví a pasar nuevamente la lengua... una y otra vez, hasta que escuché un ladrido.

Cállate, estúpida perra... o quieres que nos descubran?- dije enfadado.

Volví a dejar el puesto que ocupaba con mi boca entre sus piernas para asegurarme de que nadie estaba en los alrededores. No conforme con eso, me di una recorrida por toda la casa. Felipe se había dormido junto a la abuela que roncaba como nunca. Todos los demás integrantes de la familia estaban trabajando o estudiando, por lo que nadie más nos molestaría en el patio.

Era ahora o nunca!

Volví al fondo donde la perra seguía pendiente de mis movimientos, sin salir de esa posición de entrega total.

Me acerqué y ya con la verga a punto de explotar la obligué a que se diera la vuelta.

Al principio no entendió, pero la forcé ya que me veía más dispuesto a metérsela por detrás.

Giró sobre sí misma, acomodé mi tripa gruesa ya lubricada con mis propios jugos y se la ensarté de una única estocada.

Los ladridos de dolor no se hicieron esperar.

  • Cállate, perra tonta – intenté hacerla callar...pero todo fue inútil, no entendía razones.

Preso de una desesperación que me era totalmente desconocida, la culeé por espacio de unos quince o veinte minutos a ritmo frenético, ignorando completamente los aullidos y ladridos de dolor que vociferaba el animal.

En ese momento, la puerta de la casa se abrió abruptamente y apareció la abuela teniendo frente a su vista la triste escena en la que nos encontrábamos.

"Doris... Sultán... pero qué están haciendo, perros de mierda...? Menos mal que el niño está durmiendo así no tiene que ver semejantes actos degenerados. No se les puede dejar unos instantes a solas? – gritó enfadada, mientras tomaba la escoba y comenzaba a corrernos.

FIN DE ESTE RELATO FICTICIO.

Si te gustó este relato, no dejes de leer alguno de los 86 anteriores del mismo autor, como por ejemplo "Especial de Halloween": http://www.todorelatos.com/relato/37595/