Perra de todos (1)

Este pretende ser el primer relato de una la historia peculiar de una chica cualquiera, llamada Alexandra.

PERRA DE TODOS: Capítulo 1

Esa tarde había llovido en Baksville. Era un pueblo propenso a las lluvias abundantes, debido a que se encontraba en una zona montañosa perdida de la ciudad moderna más cercana, que era Wotbury. Alexandra volvía a casa, apresurándose por las angostas callejuelas de barro y poco iluminadas. A sus diecisiete años poseía los rasgos físicos de una cara inmaculada con mejillas sonrosadas, ojos color miel y cabello castaño claro, que siempre se ocultaban detrás de una niña de aspecto poco cuidado. Alexandra volvía de casa del señor Brady, un viejo que vivía solo y al que ayudaba en algunas tareas del hogar a cambio de unas pocas monedas. El padre de Alexandra era el que le había conseguido aquel trabajo para las tardes después del colegio; un padre que pagaba con ella las iras de una madre que les abandonó, un padre que no merecía nadie. Esas pocas monedas les ayudaban en el día a día a "los ratones", así es como llamaban a su familia en el pueblo. Era una de las familias más pobres.

Su casa era de las más viejas y estaba a las afueras del pueblo. En la tenue luz de la esquina antes de llegar se podía contemplar un inmenso maizal, propiedad de la señora Vermond, la viuda más rica de aquel pueblucho. Alexandra se percató de que algo se movía entre las espigas del borde del maizal. Valiente como ella sola, era una chica de mente muy fuerte y una imaginación perturbadora, acostumbrada a lo peor de la gente, y se escondió en la oscuridad de un árbol para observar. De entre aquellas espigas salió la hija de la señora Vermond subiéndose la ropa interior con la falda levantada, y seguidamente salió también un chico con el torso desnudo y el pene flácido aún fuera de los pantalones. Reían y él tiraba de la falda de la chica, que se dio la vuelta y se besaron en la boca. Aquel chico era Tom, primo de Alexandra y uno de los chicos más guapos del pueblo. Alexandra nunca había tenido una relación sexual más allá de algún desafortunado y poco conseguido abuso de su padre; o un beso y algunas caricias íntimas, que le dio tiempo atrás un chaval canijo al que no quería recordar. Durante un instante, se excitó en la sombra observando como se tocaban, e imaginando ser poseída por un chico fuerte, guapo y borroso en su imaginación.

Recordó que era tarde y fue rápidamente a casa. Su padre se encontraba sobre la mecedora al lado de la chimenea; una botella de vino barato caída a lado de la chimenea, sobre el suelo de madera, indicaba que su padre dormía una borrachera como muchas otras noches. Dormía hasta que ella cerró la puerta al entrar. –Llegas tarde –balbuceó su padre con los ojos apenas abiertos y haciendo un esfuerzo por levantarse. Alexandra sabía que ninguna excusa valdría y no dijo nada. Su padre se levantó finalmente cogiendo otra botella medio llena que había sobre la mesa. Ella avanzó hacia su habitación con la cabeza gacha, pero su padre la detuvo cogiéndola por un brazo. –¿Y el dinero del viejo? –preguntó su padre refiriéndose al señor Brady. Alexandra abrió la mano mostrando unas pocas monedas y un bofetón de su padre hizo que cayeran al suelo las monedas. Alexandra se tocó la cara dolorida mirando con ojos tristes a su progenitor. –¿Eso es todo? Seguro que no has hecho bien tus tareas… maldita holgazana… quién me mandaría tener una hija... recoge eso! Mañana hablaré con el señor Brady –dio un trago a la botella y se sentó de nuevo al lado de la chimenea emitiendo sonidos ininteligibles. Alexandra recogió las monedas, las dejó sobre la mesa y subió con ojos de rabia a su habitación.

Ya en su habitación, cerró la puerta y abrió la ventana que daba al campo de maizal, pero no había un alma. Observó con envidia como brillaba la luna llena sobre el oscuro cielo y una mezcla de sentimientos se apoderaron de Alexandra. Algún día se iría de allí, era la idea que más le rondaba por la cabeza las últimas semanas. La tristeza la invadía y se acostó completamente desnuda sobre la cama observando el reflejo de la luna sobre su cuerpo, pero se puso de nuevo las bragas porque dormir desnuda la hacía sentirse insegura. Unos pocos sollozos débiles sobre una almohada silenciosa mostraban lo cansada que estaba y se durmió. La noche era muy entrada y Alexandra dormía cuando el chirrido lento de la puerta de su habitación la despertó. Abrió los ojos pero permaneció inmóvil en la misma posición, acurrucada de espaldas a la puerta. La voz de su padre pronunció el nombre de Alexandra, pero ella hizo caso omiso porque sabía perfectamente que estaba borracho, y que no era a ella a quien llamaba, sino a su madre que también se llamaba así. También sabía que iba a tener que aguantarle sudoroso y con el aliento caliente muy cerca de su espalda, porque se acostó detrás en su estrecha cama. Sus manos duras acariciaron el fino cabello y la suave piel de Alexandra acercándose a ella hasta estar completamente pegados, pero ella no se dio la vuelta ni hizo movimiento alguno, cerró los ojos de nuevo y quiso imaginar que dormía.

Alexandra sintió el calor de su padre en su espalda, mientras balbuceaba el nombre de su madre y no dejaba de moverse despacio con su sexo latente frotándose en ella. Su pene estaba grueso y fuera de sus pantalones, se adentraba entre las piernas de Alexandra, pero él estaba demasiado borracho para encajar nada de lo que pudiera arrepentirse. Ella no se inmutó y notó el calor del pene de su padre, rozar sus bragas entre sus piernas juntas. Era el único sexo que había sentido algunas pocas veces, el de su padre, aunque no fuera lo que ella deseaba precisamente. Unos cortos movimientos agarrándola fuerte, hicieron que el semen de su padre brotara entre sus muslos. Alexandra apretó los ojos, esperando interminables minutos de la madrugada, a que su padre volviera de nuevo tambaleándose escaleras abajo. Cuando eso ocurrió, se levantó y fue al baño a limpiarse mientras maldecía haber nacido. No dejaba de sentirse sucia del sexo y los fluidos de su padre; y se limpiaba de una forma tan obsesiva, que llegó a enrojecerse el muslo casi con sangre. Volvió a su cama y su fortaleza mental le permitió seguir durmiendo, pero su imaginación voló porque lo necesitaba. Esa noche soñó que huía de allí y tenía una vida mejor al lado de alguien que la quería, al lado de su madre que volvía para llevarla con ella.

A la mañana siguiente despertó aún con el muslo escocido y no se encontraba bien, le dolía la cabeza. Alexandra, que era una de las chicas más inteligentes, tenía pocos amigos y se aburría en la escuela, por lo que decidió no ir. En lugar de eso fue al arroyo que había al otro lado del maizal a tenderse sobre las rocas, mirar al sol y no pensar en nada. Ver a los patos que chapoteaban felices la hacía sonreír, a veces incluso pensaba que ella era uno de esos patos. No era la primera vez que perdía las horas muertas allí, pero sí la primera en que el tiempo le pasó tan rápido; iba a llegar tarde a casa del señor Brady. Y llegó tarde. El señor Brady tenía una casa muy grande y muy bonita. Ella la limpiaba cada día y también hacía algunas tareas en la cocina o lavaba la ropa, pero lo que más le gustaba era cuidar la colección de plantas que había en el patio. Cuando terminó, el señor Brady le dio las mismas monedas que el día anterior. Alexandra miró las monedas con ojos de tristeza. –Hoy ha venido tu padre a hablar conmigo, pero has llegado muy tarde y con lo poco que has hecho hoy no debería darte tantas –explicó el viejo con cara de rufián. –Por favor señor Brady, mañana llegaré antes de lo habitual y haré más tareas, se lo prometo –imploró ella con la mejor de las intenciones. El viejo negó con la cabeza y Alexandra insistió –Por favor solo esta vez, señor Brady –dijo cogiéndole la mano al viejo. El señor Brady observó a Alexandra cogida de su mano y su mente fue perturbadora –Acércate más, ratita –dijo finalmente el viejo.

Alexandra se acercó más y la mano del señor Brady buscó el hueco por debajo de su falda y fue desplazándola desde su rodilla hasta subir al muslo. Ella entendió al viejo y se dejó tocar el muslo aún enrojecido, pero eso no era lo que quería el señor Brady. Con su otra mano cogió una de las suaves manos de Alexandra y la llevó hasta debajo de la manta que cubría las piernas del viejo, haciéndole acariciar la entrepierna de su pantalón. –Por favor señor Brady… –imploró de nuevo Alexandra intentando no imaginar más. –Cuando te vayas podrás llevarte esas monedas –explicó el viejo acariciándole el muslo y señalando una mesa en la que había más monedas de las que le había dado. Alexandra cerró los ojos y dejó que su mano, impulsada por la del viejo, frotará un pretencioso pantalón que no tardó en desabrocharse. Alexandra sintió la mano del señor Brady rozar levemente sus bragas y suspiró como si se excitara sin saber porqué, mientras empezaba a notar, sin abrir los ojos, como aquel pedazo de carne flácido y arrugado se calentaba, pero no se ponía duro y grande como le ocurría al de su padre algunas noches. El viejo suspiró unos minutos tocando más las braguitas de Alexandra y no llegaba a tener una erección. Ella abrió los ojos y vio al viejo con los ojos entornados y con una respiración forzosa casi de infarto. Sacó su mano del pantalón del señor Brady y dio unos pasos atrás; el señor Brady seguía con igual gesto, parecía que se moría y ella cogió las monedas de la mesa y salió asustada y a toda prisa de aquella casa.

Corrió por las afueras del pueblo para que nadie la viera por las calles de allí con lo ocurrido. Tenía que calmarse y decidió volver un rato a su estanque favorito hasta que le pasaran los nervios. Se detuvo al lado de un árbol grande frente al lago, levantó su falda y pudo ver que el muslo con los apretujones de la mano del viejo, seguía enrojecido. –¿Qué te pasa primita? –reconoció la voz de su primo Tom mientras se cubría las piernas de nuevo al ver que salían de entre los árboles él y otros chicos. Tom se despidió de aquellos chicos y se quedó junto a ella mirándola a los ojos esperando una respuesta. –Nada… –respondió Alexandra con una sonrisa nerviosa. –A ver, déjame ver eso –continuó él intentando levantar su falda. Alexandra se apartó –No te preocupes, no es nada –repitió ella. –Sí me preocupo, eres mi prima, ¿no tendrás miedo de que te vea tu primo? –preguntó Tom con su habitual y delicada habilidad de mostrar confianza. Al fin y al cabo, enseñarle el muslo a su primo no era tan grave. Alexandra negó con la cabeza tenerle miedo y se dejó levantar la falda del vestido mientras se apoyaba en el árbol. –No tiene buena pinta eso, ¿cómo te lo has hecho? –ella se encogió de hombros –Déjame probar una cosa –dijo mientras sacaba de su bolsillo un frasco muy pequeño con algo gelatinoso –Es una crema que le quité a mi padre, a tu tío, me sirve para muchas cosas –explicó untándole un poco sobre la zona afectada. Alexandra sentía que era suave y fresco y ya no le escocía tanto. Miraba a Tom agachado bajo su cintura, Tom levantó la cabeza, se miraron a los ojos, le hizo un guiñó y Alexandra se sonrojó sin saber muy bien porqué.

Tom se percató de la dejadez de su prima, su mano subió hasta rozar el borde de las bragas de Alexandra y ella se puso nerviosa al pensar en Tom tocándola. Su primo aprovechó poco a poco para tocarla más hasta apartar un poco sus bragas, dejando entrever unos labios vaginales abultados y con bastante vello. –Que suave –sonrió Tom confiado, tocando el vello del sexo de Alexandra; pero en ese momento ella se movió poco receptiva porque se sentía confusa. Alexandra hizo ademán de apartarse pero detrás estaba el árbol y Tom se levanto rápido encerrándola en medio de sus brazos y dejándola aprisionada con el vestido levantado. –Sé que nos viste el otro día –dijo Tom poniéndola más nerviosa. –Siempre me miras con esos ojos de deseo –continuó Tom. Alexandra no se sentía segura e intentó escapar de su primo, pero este era más fuerte y aprisionándola y sin dejarla moverse demasiado le susurró –Sssshhh… tranquila… –al tiempo que la besaba en el cuello despacio. Alexandra sintió un escalofrío con los labios de Tom en su cuello y percibió que una mano atrapaba uno de sus pechos por encima del vestido. Alexandra dejó de moverse, suspiró y entonces otra mano bajaba sus bragas despacio mientras Tom no dejaba de besarla en el cuello.

Tom era realmente guapo, pero al ser su primo Alexandra se sentía atraída y confundida al mismo tiempo. Sentía las manos de Tom por todas partes y su entrepierna se volvió más húmeda que nunca, de pensar que iba a sentirse poseída. Tom acarició los labios de su vagina mojada mientras la besaba en la boca. Alexandra no paraba de sentir escalofríos recorriendo su cuerpo y su boca excitada apenas sabía besar pero saboreaba los labios del guapo Tom y jugaba con su lengua. Pronto sintió algo abrirse paso entre la humedad de su sexo, algo duro y caliente que la empujaba. El pene erecto de Tom se adentraba suave, después de unos pocas penetraciones lentas le dolía y cogió los cabellos de su primo tirando fuerte de ellos, pero Tom la miraba a los ojos impasible y no se detuvo. Alexandra respiraba entre gritos ahogados al ritmo que Tom la follaba, pero no duró mucho, Tom sacó su pene caliente y lo puso sobre el pubis de Alexandra, sin dejar de moverse contra ella. Alexandra sintió el calor palpitante de aquel músculo que la había penetrado y no dejó de humedecerse al ritmo de los besos de Tom. Soltó los cabellos de su primo y este la besó en el pecho entreabierto de su vestido, mientras su fluido blanquecino cubría el ombligo de Alexandra y se deslizaba de forma muy líquida sobre su bajo vientre. Se separaron y Alexandra cayó sobre la hierba que rodeaba el árbol, con sus bragas aún por las rodillas, pensaba si realmente había disfrutado de una mezcla de dolor y placer. Observó un poco de sangre en su muslo, acaricio suavemente su vagina y también tenía un poco. Se asustó mientras veía como Tom se anudaba de nuevo el pantalón. Tom la miró sorprendido –¿No lo habías hecho nunca antes? –pero ella no respondió. –No le cuentes esto a nadie, vale primita? –le advirtió Tom ayudándola a levantarse. Alexandra se limpió con un pañuelo y se vistió bien, pero su cabeza seguía ausente pensando en el dolor y en el placer que acababa de sentir al ser penetrada por su primo, aunque a pesar de todo sentía que debía estar contenta, porque ya sabía que se sentía al ser poseída por un chico fuerte y guapo aunque no estuviera convencida del todo.

Volvieron juntos al pueblo y al llegar a la calle principal vieron a mucha gente congregada al final de la calle, cerca de la casa del señor Brady. Alexandra recordó lo ocurrido y se volvió inquieta. Su primo Tom quería acercarse a ver que ocurría, pero ella no quería ir, estaba asustada. –Espera aquí, voy a ver yo que pasa –dijo Tom a su prima nerviosa. Alexandra se mordió el labio y miraba hacia todos los lados. Tom andó hacía allí y Alexandra decidió alejarse hacia su casa, pero cuando legó a la esquina vio a su padre en la puerta de la calle hablando con dos señores que no eran del pueblo. Alexandra sintió aún más pánico y se escondió en la esquina de una casa, miró al cielo nocturno, vio que la luna esa noche empezaba a menguar, sacó las monedas que llevaba y las puso sobre la palma de su mano, las observó inquieta, anudó la parte baja de la falda de su vestido y echó a correr hacía las afueras del pueblo. Quizá era una locura, pero algún día tenía que irse de allí.