Permiso del 40: Guerra, Nudismo e Incesto.
Una hermosa madre amorosa y su hijo, enamorado de ella; una situación dramática que pone en riesgo al hijo y que hace sufrir de preocupación a la madre, unos días para reencontrarse en un entorno aislado, y una afición que precipitará los acontecimientos, llevándolos a descubrir el placer perverso.
“Cuando penetré a mi madre, cuando volví a estar dentro de ella, sentí que mi vida había tenido sentido, tan solo por ese momento…”
Era el verano de 1940; entonces yo tenía 17 años de edad y me faltaban unos meses para cumplir los 18. Estábamos en plena Segunda Guerra Mundial, y a pesar de mi corta edad yo estaba en el Ejército de mi país, el de Alemania, bajo el régimen nazi.
Mi madre se llamaba Sabine, y en ese entonces tenía 34 años de edad; se había casado con mi padre apenas unos meses después de cumplir los 16, y cumplió los 17 solo un mes después de darme a luz. Era una mujer muy bella, rubia y más o menos alta; tenía un cuerpo hermoso y sexy, entre voluptuoso y delgado, más cerca de lo primero que de lo segundo, casi escultural. Tenía unas tetas bastante grandes, bien formadas y duras; piernas largas y esbeltas, un culo grande y bello, de nalgas redondas y firmes. Manos y pies lindos y finos, y un rostro bello, angelical, de una belleza serena y madura; con finos labios, elegante barbilla y unos ojos verdes preciosos y soñadores. Su cabellera rubia y lisa la llevaba larga hasta los hombros, y su piel blanca era suave como la de un bebé.
Yo por mi parte era un chico alto y más o menos delgado, de cabello castaño oscuro y rostro adusto como mi padre, aunque decían que tenía los ojos de mi madre; creo sinceramente que era un joven bastante apuesto, aunque esté mal que yo lo diga.
Mi padre era nueve años mayor que mi madre; era un hombre seco y duro, un militar de raíces aristocráticas que había ascendido bastante desde que Hitler llegó al poder, puesto que era un fanático nazi desde antes de que el partido llegara al gobierno. Mi madre a veces me decía, con un dejo de tristeza, que cuando se casaron era un hombre un poco más alegre y abierto; pero a medida que pasaron los años y se fue tornando más fanático, también se volvió más distante y tirano. Eso no le impedía tener muchas amantes, otras mujeres cuya existencia mi madre conocía bastante bien; y que, junto con la indiferencia cruel de mi padre hacia los sentimientos de ella, explicaban la constante tristeza de Sabine, mi madre.
Mis padres habían tenido dos hijas después de mí, mis queridas hermanas; pero yo por ser el único varón era el que cargaba con el peso del apellido, de ser el heredero de mi padre. Mi padre me había dejado muy claro que se sentía muy decepcionado de mí, pues no era lo suficientemente “hombre”; decía que yo era un “afeminado” más preocupado por los libros, el cine y la música que, por ser un guerrero ario, un digno patriota alemán.
No es de extrañar que cuando estalló la guerra mi padre se apresurara a obligarme a entrar en el Ejército de voluntario, a pesar de no ser ni siquiera mayor de edad; a pesar de las protestas de mi madre, que estaba muerta de miedo por mí, temiendo que me fueran a matar en la guerra. Afortunadamente mi alistamiento no llegó a tiempo para que me enviaran a Polonia, pero si me tocó ir a la invasión de Francia, aunque mi unidad fue una de las últimas en entrar en Francia y apenas vimos acción, aunque las cortas escaramuzas o tiroteos en que nos vimos involucrados fueron suficientes para que vivera los peores momentos de mi vida hasta entonces, muriendo de miedo en medio de las balas que silbaban a mi alrededor.
Después de la rendición de los franceses, ya en pleno verano, mi madre consiguió por medio de un tío suyo que era general, que me dieran un permiso para pasar unos días de descanso con ella, en Alemania; mi madre tenía una casa de campo que había heredado de su familia cerca de la ciudad de Aquisgrán, en la frontera con Francia, y hasta allí fue para esperarme. Ella hubiese querido llevar a mis hermanas, pero mi padre, que estaba furioso por el permiso que ella me consiguió, se empeñó en que mis hermanas estuvieran esos días con nuestra abuela paterna, en Baviera; así que mi madre tuvo que conformarse con esperarme sola. Nuestro encuentro fue muy emotivo, con muchos besos y abrazos, con muchas lágrimas de mi madre y algunas mías también; yo me estremecí al sentir el cálido y hermoso cuerpo de mi madre estrechado contra el mío, al abrazar su silueta sensual, al sentir sus grandes pechos apretados contra mi pecho, aunque nuestras ropas estuvieran de por medio.
Y es que desde que yo tenía uso de razón de mi madre yo estaba enamorado de mi madre, de su belleza y de su personalidad; y desde que comenzó a despertarse mi sexualidad, sentía también deseo por ella, morbo ante su cuerpo, hasta el punto de masturbarme soñándola. Al principio me sentía un monstruo por ello, pero después fui desechando el sentimiento de culpa y solo me quedó el deseo de tenerla, de poseerla, de amarla.
Los dos primeros días hablamos mucho de todo, reímos y lloramos, y mi madre me consintió como sí yo fuera un niño pequeño; pero al tercer día sucedió algo que fue el principio de nuestra caliente aventura. Y es que ante el calor que hacía y para alegrar nuestra estancia, mi madre me propuso que nos bañáramos en un riachuelo que pasaba en parte por su propiedad, cerca de la casa…
Aquí debo aclarar que mi madre y sus hermanos y hermanas habían sido seguidores del popular movimiento nudista de Hans Surén, que se empezó a hacer popular antes de que los nazis llegaran al poder y después siguió siéndolo pues se unió al régimen, en cierto modo; en las ausencias de mi padre, mi madre practicaba el nudismo con mis hermanas y conmigo, en ocasiones acompañados por mis tíos y tías. Pero hacía ya tiempo, alrededor de 2 o 3 años que por diferentes razones no lo hacíamos.
Yo sabía que, al nadar los dos solos en el riachuelo, mi madre seguramente lo haría desnuda, en pelotas, y esperaría que yo hiciera lo mismo; no por morbo o razones “indecentes”, sino por pura inocencia o ingenuidad. Ella veía el nudismo, especialmente en familia, como lo más lindo, puro e inocente del mundo; yo en cambio temblaba de morbo, de deseo, imaginando lo que sería volver a ver desnuda a mi madre luego de tanto tiempo.
Al llegar al riachuelo nos fuimos desprendiendo de nuestra fresca ropa veraniega; yo me quité mis pantalones cortos y la franela manga corta que llevaba, mi madre se quitó su liviano y vaporoso vestido estampado corto, que parecía una bata casera, sacándoselo por la cabeza. Rápidamente se quitó los sostenes o sujetador, dejando libres y descubiertas sus maravillosas tetas; y entonces se bajó las bragas, quedando totalmente desnuda y dejando a la vista su rico coño.
Tenía abundante pelo, vello púbico, en su coño sabroso; una tupida mata de pelos rubicundos (no tan claros como su cabello) cubriendo su concha, un pelambre que despertaba enseguida el morbo y que provocaba acariciar, lamer, saborear, que uno enseguida quisiera hurgar con los dedos, para descubrir su cavidad intima, para luego introducir la lengua y la verga.
No pude evitar tener una erección, cuando ya me había quitado los calzoncillos; mi verga erecta parecía ansiosa por correr hacia esa selva de vellos y meterse de cabeza, hundirse en la vagina de mi madre. Intentaba ponerme de costado o cubrirme disimuladamente, pero mi madre terminó viendo mi pene y dándose cuenta; su primera expresión fue de sorpresa mal disimulada y luego de vergüenza, llegando a sonrojarse. Pero se portó bien conmigo y se hizo la loca, e incluso esbozó una sonrisa entre tierna y pícara, que parecía decir que se sentía algo halagada. Yo por mi parte me relajé, indiferente a tener o no tener la verga erecta, y gocé del espectáculo de mi madre desnuda, mientras jugábamos, chapoteábamos en el agua, nos reíamos…
Al día siguiente volvimos a bañarnos, y mientras lo hacíamos charlábamos y recordábamos tiempos más felices…pero de pronto ella se quedó como en blanco, con la mirada perdida, y de sus ojos empezaron a brotar sendas lágrimas. Me di cuenta que todas sus frustraciones y el miedo por mi futuro inmediato, finalmente la habían hecho hundirse.
Estaba sentada sobre una toalla que había extendido sobre la arena, en la orilla del riachuelo; totalmente desnuda, con las plantas de los pies apoyadas en el suelo, las piernas parcialmente cerradas (ocultando un poco su delicioso chocho) y flexionadas, con las rodillas elevadas. Me acerqué a ella y me senté a su lado, muy cerca de ella, yo también totalmente desnudo; y al sentir nuestros cuerpos desnudos tan cerca, con solo unos centímetros de separación, mi verga se puso dura como una roca.
¡¿Qué te pasa mamá?! – le pregunté con genuino interés y preocupación.
¡Ay, Jurgen! ¡Estoy tan triste!
Se puso a llorar con honda pena, a desahogar todo lo que llevaba por dentro; yo tenía una mezcla rara de sentimientos, porque por un lado me sentía conmovido y quería consolarla, pero por otro también estaba cada vez más excitado, más cachondo, sintiendo mi pulso acelerado, el hormigueo del deseo recorriendo toda mi piel. En un momento dado pasé mi brazo por sus hombros para consolarla y la estreché contra mí, y ella apoyó su cabeza en mi hombro; yo sentía que iba a explotar, que me iba a quemar como en una combustión espontánea…
Ella se fue relajando en la misma medida que yo me iba poniendo más acelerado; ella levantó su lindo rostro para verme y nuestros ojos se encontraron…
- ¡Jurgen, mi lindo y tierno Jurgen! – me dijo con ternura.
-Madre…- repliqué yo más bien en tono de hombre en celo, cachondo.
Y entonces sucedió…no sé cómo tuve el valor, pero mi mano se dirigió al rostro de mi madre y acarició su mejilla, pero después se puso tensa y sujeté su cabeza mientras me aproximé para darle un apasionado beso en la boca…mi madre tardó unos instantes en reaccionar por la sorpresa, pero entonces lo hizo con horror…
- ¡¿Qué haces Jurgen?! ¡Detente… ¿estás loco?! ¡Basta, esto está mal…es enfermo! ¡PARA! – exclamaba casi gritando…
Pero yo no me detuve…forcejeé con ella, y la empujé, obligándola a tenderse, acostada boca arriba; me puse encima de mi madre, y en un arrebato de locura comencé a acariciarle y apretarle las tetas, a mamárselas, chupando sus ricos pezones, lamiéndolos, mientras mi madre gritaba y lloraba…sí no hubiera estado enajenado, me hubiera horrorizado de mis propios actos, de que estuviera intentando de violar a mi propia madre.
- ¡Madre te amo…te amo…eres la única mujer que amaré nunca! ¡Perdóname, te lo ruego, pero te amo, te deseo! ¡Necesito que seas mía, quiero volver a estar dentro de ti! ¡No sé sí moriré, no lo sé…no sé sí no volveré a verte cuando me vaya! ¡Por eso te quiero llevar conmigo, en mis recuerdos, después de que seas mía! - le dije, palabras más o palabras menos, mientras lloraba casi histérico, sin dejar de besar sus pechos y mamarlos.
Ella reaccionó a mis palabras, dejó de gritar y se quedó tranquila, llorando en silencio; no se opuso, por el contrario, posó su mano en la parte trasera de mi cabeza y me atrajo para darme un suave y tierno beso en la boca. Seguimos besándonos, yo seguí manoseando su rico cuerpo; ella abrió sumisa sus piernas, y entendí que estaba dispuesta a recibirme. Con mi mano acomodé mi pene en la entrada de su rico coño, de su sabroso chocho peludo; despacio introduje mi verga en su vagina, y ella cerró los ojos y apretó los labios, mientras clavaba sus uñas en mi espalda.
Cuando penetré a mi madre, cuando volví a estar dentro de ella, sentí que mi vida había tenido sentido, tan solo por ese momento…la clavaba como sí mi pene fuera una lanza, una estaca que se abría paso en la cálida y jugosa intimidad de esa estrecha y divina cueva que era su vagina. Mi pene frotando con las húmedas paredes de su cavidad intima, esa misma cavidad por la que yo había venido al mundo casi 18 años antes. La follaba con energía, casi con violencia, también con torpeza, perdiendo mi virginidad con ella…
No sé cuánto tiempo duramos así, yo follándola, clavándola con mi verga en un movimiento cada vez más frenético y desesperado de mete y saca, y ella dejándose hacer; hasta que llegué al clímax y me corrí dentro, derramé un generoso chorro de leche, de mi semen, dentro de la vagina de mi madre…
Nos quedamos quietos unos instantes, hasta que me quité de encima de ella y rodé, dejándome caer acostado boca arriba a su lado…ella se cubría los ojos con el dorso de su brazo, hasta que de repente se puso de pie y agarró su ropa con una mano, y salió corriendo desnuda en dirección a la casa sin darme tiempo de reaccionar. Cuando lo hice, también salí corriendo a la casa, temiendo que hiciera algo; pero cuando llegué se había encerrado en su dormitorio, yo la llamé a través de la puerta preocupado, pero ella me dijo que solo quería estar a solas un rato. Yo me fui a mi dormitorio, asustado por las consecuencias de lo que había hecho.
Esa noche, cuando la volví a ver, me arrojé a sus pies llorando y pidiéndole perdón; pero ella me puso de pie y me abrazó con ternura, y me dijo que no había nada que perdonar. Me llevó a su dormitorio y para mi sorpresa se quitó la bata que llevaba puesta, quedándose totalmente desnuda; y se entregó a mí…
No sé sí lo hizo porque también lo deseaba o solamente porque temía perderme en la guerra, y quería complacerme y crear un vínculo entre nosotros; pero follamos con pasión. Mientras yo la penetraba, mientras le metía la verga y la taladraba con ella, embistiéndola con pasión, ella me susurraba al oído y hacía que fuera más lento, para prolongar el coito y retrasar la eyaculación. Hice de todo con ella, le lamí el coño, se lo chupé, hundiendo mi lengua en él; le metí los dedos para estimularla, mientras ella gemía. En un momento dado también me hizo el sexo oral, me chupó la verga…
Llevados por la lujuria, terminé metiéndole los dedos en el ano; ella me invitó a penetrarla, hizo que la lubricara con mi saliva y me fue guiando para penetrarla poco a poco, despacio, para no hacerle daño, para no lastimarla, hasta que mi pene también estuvo entero dentro de su ojete y la follé, le di y le di, hasta correrme también dentro de su ano…
Los dos días siguientes, los últimos de mi permiso, no hicimos otra cosa que hacer el amor, teniendo sexo como desesperados, comportándonos como dos amantes que saben que viven los últimos momentos de sus vidas y no quieren desaprovecharlos; casi ni salíamos del dormitorio, y no sé cuántas veces me corrí dentro de mi madre, cuántas veces me quedé admirando satisfecho como mi leche salía de la vagina de mi madre y se derramaba por su abundante vello púbico, cuántas veces la oí chillar mientras lo hacíamos…
Al separarnos, una gran tristeza nos embargaba…llorábamos mientras nos abrazamos, y cuando me fui temí que sería la última vez que la vería…y no me equivoqué. Ella murió en la guerra, en un bombardeo, igual que una de mis hermanas, y mi padre también murió, pero en el frente; pasarían muchos años y yo tendría muchas otras mujeres, relaciones estables y efímeras…pero nunca ninguna tan placentera, hermosa y emotiva como la que tuve con mi madre esos días, los mejores de mi vida…
Muchas gracias.
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