Peripecias campesinas eróticas
Un peregrino negro que recorre la Gallaecia se ve embadurnado de estiércol, y a partir de ese lamentable suceso entra en Valhalla de las Hermanas Castelo
Estaba en una de mis ultimas etapas de la peregrinatio, y estaba libre de ataduras pues Nerón se había quedado con una pareja que lo había adoptado para sus juegos amorosos y Nelda se había quedado como hembra alfa entre la famélica legión de mastines abandonados por la Gallaecia.
Estaba tranquilo y satisfecho y agotado de tanta correría, con lo cual me senté en un bello prado a comer y a dormir la siesta bajo el rumor del trio d ellos pájaros y un cercano y renqueante tractor que cada vez sonaba más cerca.
Estaba en el Valhalla o el Yanna y sus hurís, cuando de repente cayó sobre mi una pestilente masa de estiércol liquido que desde el propio camino alguien estaba vertiendo a su finca sin percatarse de la situación.
Cuando puede salir la chorrera de mierda porcina, ya el tractor se iba camino abajo, mientras yo patinaba por el prado lleno de mierda, como yo mismo estaba y ya no digamos mi mochila.
Quitar algo de aquella porquería era misión imposible, pues la regada de órdago, y se quedó pegada a mis ropas, y a mis pertenencias.
Fui bajando por el camino hasta poder llegar a pie del culpable de tanto desmán, lo cual no fue posible hasta casi una hora de pateo peregrino cargando con aquel olor, al llegar a un caserío aislado, pronto divisé el tractor del siniestro, y sin más piqué a la puerta de la casa, donde salió una buena señora de unos 45 años, muy amable y de buenas maneras, a la cual expuse la situación.
La respuesta fue una llamada en voz en -: Manoliño ven aquí ahora mismo ¡
En la puerta aparecieron por este orden una chica como más joven de unos 35 años o más , una señora muy mayor en silla de ruedas, y el Manoliño, un zagal al que ya se veía que le faltaba una cocción, los comparecientes salvo la primera se reían a moco tendido, ignorantes de las repercusiones y lo cómico de la situación de tener un negro a la puerta hediendo a estiércol porcino, ya que una densa capa se había secado sobre mí.
Concluidas las explicaciones y las disculpas, las buenas mujeres se afanaron en solventar la situación, mientras Manoliño, se justificaba aduciendo que quien iba a saber que yo estaba en su prado sin permiso, y que eran percances del trabajo, y con la misma se deshizo de las responsabilidades, mientras Catalina, que fue quien me abrió la puerta hizo las presentaciones: su madre doña Juana, y su hermana Azucena que era muda, y ella misma Catalina.
Me pidió disculpas nuevamente y me trajo ropas del difunto padre, que me venían más bien estrechas, sobre todo de pecho y pierna.
Pronto se pusieron a trajinar sobre aquel desastre, a cuya tarea renunciaron pues no habia dios que hiciese carrera de aquellas ropas y de la mochila, por lo cual junto con Catalina hice inventario de todo lo afectado, y pronto Catalina explicó por teléfono a quien resultó su otro hermano: Fulgencio, de la situación y las necesidades.
Me puse al aparato y el tal Fulgencio me dijo que no me preocupara, que como era Viernes hasta el Martes no podía hacerme llegar ropas nuevas mochila, saco y demás pertenecías todas nuevas que irían a su cargo , y por supuesto como corredor de seguros una buena compensación económica por el percance pero hasta el Martes no podía hacer nada, O sea que disfrutara del pazo y de la presencia de su familia, y que no me preocupara mucho pues estaban todos un poco atolondrados.
No había otra forma de arreglar aquello, por lo cual me armé de paciencia y dispuse a seguir las instrucciones de las anfitrionas que pronto me sentaron en un escaño y ante un chocolate con pastas gallegas, mientras la Lola, la madre en voz en grito decía:- Pues está armado el puñetero¡ y dale que te pego con la cantinela, puesto que Bartolo se dejó notar por el estrecho pantalón y que no llevaba calzoncillo.
Tras la merienda me subieron a lo que iba a ser mi habitación por unos dias, y a cuyo acomodamiento subió en tropel media familia, menos la Lola, que solo utilizaba la planta baja. No había manera de estar tranquilo y en la intimidad en aquella casa llena de trastos religiosos y otras fruslerías.
Eché una larga siesta de la cual me levanté para la cena, teniendo como vecina de escaño a la Lola que me palmeaba el muslo y disimuladamente calibraba el paquete que hacía el Bartolo, y repetía la salmodia “pues si que está armado el puñetero” y se relamía de gusto. Catalina la disculpó aduciendo que a veces perdía la cabeza, pero que era muy servicial y cariñosa, eso ultimo sí que debía serlo, pues al final se debió quedar prendada de mi rabo que bajo la mesa lo tanteo cuanto quiso.
Cuando ya estaba a punto de meterme en la cama, vino Azucena y por gestos, y como buen fraile que era, tal y como recogía mi documentación, había que rezar el rosario de vísperas, y allí me vi sobre el reclinatorio rezando el rosario, mientras la descara Azucena me metía mano al paquete y sonreía … la muy cuca también sobre otro reclinatorio mostraba el culo al descubierto, redondito y sensual y hacía que mi mano resbalase por él hasta la curva peligrosa de poder tocarle el chumino.
En esa aproximación estaba mientras rezaba el rosario, cuando apareció Catalina, para echar de la habitación a su hermana y pedirme disculpas por su comportamiento, pues estaba algo trastornada y no debía ir más allá de donde ella indicara.
El caso es que la Azucena me había enrabado bien al meter su mano por debajo del camisón de su difunto padre y comenzar una medio paja dándole biela al Bartolo, cuyo estado no le pasó desapercibidos a Catalina que me dejó con mis ensoñaciones.
No tardó mucho en venir a la habitación Manoliño acompañado de Azucena, interesados en medir las pollas de una y de otro, y de hacernos unas pajas para ver hasta donde llegaba la lechada, la medición la hacía Manoliño y la paja Azucena, en ambas modalidades y gracias la buena mano, mejor dicho a las dos manos de Azucena el pajote no salió en dirección horizontal , sino vertical para sorpresa de Manoliño y delicia de Azucena que abría la boca para ver cuando se despegaba del techo abuhardillado.
Mañoliño se fue con el rabo entre las piernas ensimismado en como vencerme la próxima vez,
Al final llego la tranquilidad y el sueño.
A la mañana siguiente bien temprano apareció Azucena, en paños menores, y con el frente de su braga recortada dejando al aire su perlado felpudo y unos buenos labios vaginales que debía ser un gusto chupar.
Pero se conformó con que restregara mi mano por su entrepierna y le encalmara un pulgar mientras le chupaba las prietas y picudas tetas y ella masajeaba a Bartolo, con ardor y pasión. Cuando creyó que estaba satisfecha, dio por terminado el rosario y la movida erótica religiosa. Con lo buena que estaba algo flacucha, pero desde luego desaprovechada. Debía ser Manoliño la fuente y el sujeto de juegos.
Este no tardó mucho en dejarse ver, con la idea que volviéramos ha comprobar cuan de caudalosa era nuestra lechada, y para ello pretendía que nos hiciésemos uno al otro una paja para que hubiera pocas trampas.
Bartolo que ya estaba en pleno ardor desde la noche anterior, y ya no digamos con las lamidas de Azucena para despedirse después de sus ajetreos pajeros, tenía el príapo como un surtidor que solo espera que le abriesen la espita.
El muy cuco hacía como que me pajeaba sin mucho ardor, pero a Bartolo con que le tocasen un poquito ya estaba, por lo cual en un descuido pillé a Manoliño por banda le cerré la nariz y le metí a Bartolo en la boca de pellonazo, este fue verse con todo aquello en la boca, nunca se lo había imaginado, y revolvía boca y lengua, y pronto le inundé de leche merengada. Al pobre casi le ahogo, cuando levanté la cabeza le caían además de churretones de leche unos lagrimones del mal trago que pasó. Para compensarle me puse de rodillas y le hice una buena mamada, lo cual agradecía con ardorosos ayes que culminaron en una lechada de buena consideración.
Con las churras mojadas y descansando en la cama, acudió la “mudita” a rebañar los restos y a poner en orden nuestras pollas, que requerían estar presentables para la sesión de la tarde noche.
Intrigado por tanto misterio, me acerqué Catalina que no parecía estar muy receptiva, a diferencia de Azucena, que enseguida le mostraba a su impedida madre la buena herramienta que me gastaba, de la cual la mamá ya había tomado medidas y hasta había sobado por debajo de la mesa durante la comida.
Al caer la tarde, me llevaron por un lado pasillo de la planta baja, hasta la habitación con una enorme cama en la cual Catalina se encontraba atada a una especie de cruz en X de cartón, en la cual se revolvía diciendo no te entrego mi cuerpo, pero si es la voluntad de Dios sufrir tu violación como martirio me entrego contra mi voluntad.
Estaba claro que en aquella casa les faltaba a todos un hervor.
Al pie de la cama la madre y cada lado los hermanos, los cuales se levantaron prestos para ponerme en pelotas y poner a Bartolo en posición de firmes, cosa que medio lograron en base a pajeos a dos manos y lametadas a dúo, vaya par de buenos chupadores estaban hechos.
Azucena apretaba a Bartolo por la base, se lo metía hasta las amígdalas y retorcía por el tronco su larga lengua, luego venía Manoliño, que sorbía como para sacarme las entrañas por la uretra, y apretaba los labios sobre la cabeza de la polla, haciendo un extraño molinete con la cabeza.
Aún así Bartolo se resistía a ponerse tieso, y cuando me arrodillé ante el buen felpudo que me ofrecía Santa Catalina de las Aspas, algo más se movió, fui empujado por los pérfidos hermanos a chupar aquel carnoso chocho, blanquito y perlado de pelos rubios del cual sobresalía un protuberante clítoris al cual me afinqué, que fue lo que hizo que el drama erótico religioso, pidiendo la susodicha que Dios apartara de su santo cáliz aquella pérfida lengua.
Cada vez que levantaba la cabeza pronto Santa Catalina levantaba el culo para que no se perdiera comba en el chupeteo del penecito, que se mostraba gallardo y chorreante, que buen clítoris tenía la Catalina.
Pero cuando Bartolo tomó dimensión y consistencia, y por tanto hubo toma de la plaza sitiada, fue cuando la bruja de la madre me retorció los huevos y me lameteo el ojete buscando con uno de sus huesudos dedos la próstata. Cuanto sabía la madre.
Me eché sobre Santa Catalina y sin miramientos me decían los coreógrafos que se la clavara sin compasión ni remisión, y de un pollazo se lo metiese todo, para escarnio de la seudo Santa Catalina. ¡Violala, cabrón, súcubo ¡
Por cierto, la habitación estaba decorada toda ella de dibujos de Vírgenes profanadas en todas las posiciones habidas y por personajes de lo más extraño hasta los más humanos, todo ello en un ambiente lúgubre y de cientos de velones rojos.
Y allí me ví, clavándosela de un pollonazo a la buena de Catalina, que en su exaltada imaginación tan pronto renunciaba al pollón, como pedía más potencia y virgor, cuestión que además ponía la madre chupándome los huevos y la mojada base de la polla, y metiendo la mano por entre las partes para comprobar a modo de calibre la entrada de Bartolo.
¡Así Pater, tiene usted que resarcirme de tanto pecado y maldad¡
Tuve que dejar caer todo el peso sobre Santa Catalina, para pajear al unísono a ambos hermanos, los cuales me ofrecía uno su polla y la otra su chumino para que hurgara a placer en la encharcada raja que dejaba salir una caliente meada sobre su hermana.
El escupitajo de esperma dentro de Santa Catalina, fue de consideración, pues sentí como me quemaba el cañoto, y como el cho de la seudosanta, se cernía sobre Bartolo. Cuando lo hice correr dentro de su chumino pringoso y morcillón la muy granuja acompañaba las emboladas pidiendo más guerra. Y los hermanos folladores gritaban al unísono ¡Preñala ¡
Creí que el polvazo se había acabado, pues nos fuimos al cabo de un rato, y allí aparecieron todos como si allí nada hubiera pasado.
Tras la cena unos copazos de orujo, y pronto desaparecieron, para reaparecer los hermanos folladores que me llevaron de nuevo a la habitación donde Santa Catalina estaba ahora atada a la cama en aspas y con el culo en pompa, con unas buenas almohadas debajo de su barriga para que su culo estuviese bien expedito.
Estaba bien lubricado, pero me hicieron lamerlo, tras sendas meadas, y según la iban preparando me recostaron para que la madre se diese sus buenos escarceos, bien mamando mi pollón o bien lamiendo yo su vieja almeja, que se pringó de crema para que se la metiese hasta el tuétano, pues quería sentir una buena polla antes de estirar la pata, pues echaba de menos la polla de su buen Fortunato. Se embadurnó el chumino con una crema que pronto se tornó caliente, me ensalivó la polla, y se encalomó en ella mientras me daba lengua hasta las amígdalas. No sé si una señora de tantos años se puede correr, pero bien lo pareciera por los alaridos y el jineteo que se traía, ¡chúpame las tetas cabrón antes de que te exprima ¡y así estuvimos un buen rato.
Luego le tocó el turno a Santa Catalina, que al notar sobre la grupa a Bartolo, se resistía a ser insertada de manera tan vil y abyecta, pero todo fuera por la gloria del Altísimo, que bien valía una violación, clamaba entre ayes y suspiros. Y sin más contemplación y empujado por el corifeo foro, la empalé hasta caer derrotado sobre su espalda con espasmódicos lechazos. ¡Dios misericordioso cuanto hemos hecho por la salvación del mundo¡Amén¡
Luego nos dejaron solos tras desatarla, para que refociláramos y nos congraciáramos en la paz y serenidad del señor como buena pareja que hacíamos, tal y como decía la pérfida madre.
A la mañana siguiente en la tarde del lunes llegaron mis ropas y un sobre con 3000 euros y dándome las gracias por la ayuda a la casa y las mil disculpas y tras unos escarceos amorosos en una gran orgia familiar durante casi toda la noche, me fui de martes de aquella mansión de eróticos locos. Eso si tras rezar el rosario con Azucena, pero sin poder catarla, tan solo sobarle el ojete con la cabezota de Bartolo…dejando a Manoliño con sus imposibles desafíos pajeros, a la doña de la casa guiñándome el ojo, para que volviera… y Catalina en una esquina levantando sus faldamentos….
Gervasio de Silos.