Perfume seductor

...nunca había percibido un perfume tan natural, tan humano y ahora lo entiendo, tan sexual en una persona que no te está exponiendo sus genitales ante la nariz.

Siempre he asistido a colegios particulares con cierto prestigio, o tenido profesores particulares con cierto prestigio. Sin embargo siempre he tenido un espíritu bastante independiente y un carácter orgulloso y hasta podría decir que arrogante, y cuando me agarran en mis cinco minutos, puedo tener un vocabulario menos digno de una señorita y más digno de un arriero. Fue así como le leí la cartilla a un tío mío, enfrente de toda mi familia, enfrente de toda su familia, y es que nunca he podido tolerar recibir órdenes de alguien que no sea mi madre, mi padre o mi amante femenina en turno (Los pocos novios masculinos que he tenido más bien siempre han estado a mi merced...) pero esa es otra historia que me importa poco contar aquí... Debido a ese incidente se me castigó durante un semestre yendo a una escuela pública, que es donde sucedió lo que voy a contar. Siempre odié la idea de las escuelas públicas. Nunca había estado en una, pero una vez estuve en ahí, confirmé todas las sospechas que siempre había tenido: los chicos parecen estar más emparentados con los chimpancés, y las chicas más emparentadas con las gatas o las perras que con los seres humanos; el ambiente en general era un completo caos visual, auditivo y olfativo. A cada metro a uno le agredía el barullo y los gritos de adolescentes con voces chillonas, el perfume barato de alguna tipa, o el tufo a sudor y ropa sucia de mucha gente; a cada centímetro uno era agredido con escandalosa música tropical y los empellones de medio mundo que se dirigía caóticamente a sus clases. En verdad odiaba ese lugar. Sin embargo, llegó el momento en que debía tomar mi curso optativo y me incliné por el curso de pintura. En realidad tenía bajas expectativas para el nivel que se manejaba en esa escuela, pero luego fui siendo gratamente sorprendida. En la primer clase que asistí habíamos pocas personas. Quizá eramos unas seis personas en total. Yo estaba ya sentada ante mi caballete con mi lienzo, dispuesta a ignorar por completo al profesor o profesora y sólo dedicarme a pintar una bonita acuarela para relajarme y luego poder largarme a mi casa. Pero entonces entró la heroína de este pequeño capítulo de mi vida. Su aspecto en primera instancia me repelió por completo: la chica era más o menos guapa, era bajita, con pelo castaño y rizado, un cuerpo con toda la carne en la proporción correcta, es decir, no flaca y no gorda. Tenía además esa pequeña curvita en el vientre que siempre me ha gustado en las mujeres; sus ojos eran alegres e inquisitivos y labios frescos, un poco abultados y rosados. Sin embargo lo que me repelió en primera instancia era su aspecto desaliñado: Su cabello tenía el aspecto de no ser peinado a menudo, sus ropas eran muy hippie (Un faldón color verde oscuro, una blusita marrón con olanes y unas sandalias) y en general parecía dar la completa sensación de no haberse bañado. Al pasar por mi lado incluso contuve la respiración para no olfatear el tufo desagradable que yo me imaginé dejaría al pasar. Yo pensaba que era ella una alumna más, pero cuando ví que se siguió de largo para acomodar sus cosas en un locker, frente al escritorio del profesor, me dí cuenta que era ella quien nos impartiría la clase. Y a decir verdad (Lo digo muy avergonzada) por aquella época de mi vida era yo muy superficial y la primera impresión que me ofreció con su aspecto me desagradó del todo y decidí que esa persona no podría agradarme, que nada de lo que ella pudiera enseñarme podría agradarme o servirme. Estaba equivocada, aunque es cierto que lo que me enseñó no fue a pintar... A pesar de mi carácter caprichoso y superficial de aquél entonces, también debo decir que desde que tengo uso de razón me ha agradado por sobre cualquier otra cosa la gente inteligente, y fue así que poco a poco, escuchando a esta jóven profesora hablar, me fue agradando de a poco. Había ocasiones en las que nos quedábamos una hora después de la clase platicando sobre música, sobre arte, sobre historia y filosofía y así muchas otras cosas. Además descubrí otra cosa en ella que me perturbó profundamente, y que ha hecho eco hasta estos días: su olor. Más que su olor, el descubrir mi afición por el más primitivo e instintual de nuestros sentidos. Yo siempre estuve acostumbrada a estar rodeada de gente que estaba siempre envuelta en un aura de algún perfume costoso y de moda, gente que al pasar dejaba su cabello una estela de perfume floral o frutal. Podría decirse que nunca había olido a una persona en sí. No el olor original de la persona, por lo menos. O quizá no le había puesto atención. Quizá nadie tenía un aroma tan perturbador ni tan cálido. Pero sólo al conocerla a ella, pude confesarme a mí misma (o pude darme cuenta) de lo mucho que me excitaba el olor humano (Por lo menos el aroma de las humanas) Ya había tenido algunas amantes, ya había tenido varias experiencias, y quizá ya había disfrutado de ello (Quizá eso fue precisamente lo que en primera instancia me hizo una lamecoños consagrada) pero nunca había percibido un perfume tan natural, tan humano y ahora lo entiendo, tan sexual en una persona que no te está exponiendo sus genitales ante la nariz. Ella tenía un aroma, insisto, cálido e intenso. Olía como huelen las señoritas al levantarse de la cama. Un aroma dulce, tibio y agradable. Lo perturbador en su olor era que también era un poco sexual. Me perturbó porque ese tipo de aromas, cuando son percibidos en la cotidianeidad y no en el lecho de los amantes, resultan quizá muy reveladores, muy indecentes quizá. Como si alguien se sacara el pito al conocerte, en vez de estrecharte la mano. Pasados los días me sorprendí a mí misma inclinándome a su cuello, estando ella de espaldas, con el pretexto de mirar lo que ella pintaba, pero creo que ella se había dado cuenta ya de mis indiscretos olfateos. Un día, al estar yo con mi nariz cerca de su cuello, pretextando mirar de cerca la mezcla de óleos que ella hacía, me dijo: -¿Qué perfume usas tú? -No tiene nombre, hasta donde yo sé... es un perfume personal. Un amigo de mi padre es un perfumero que... -Yo no uso, ¿sabes?  -interrumpió- Nunca me ha gustado. Primero porque soy pobre -dijo en un jovial tono de broma- y segundo porque nunca me ha parecido interesante eso de andarse perfumando... -¿No te gusta mi perfume? -Sí, es un aroma agradable. Se le notan algunas notas de vainilla y no sé qué más. No soy una conocedora del tema, pero me gustan los olores... -Si tú quieres te puedo regalar un perfume. El amigo de mi padre puede hacer uno para... -Ah, pero... ¿No te gusta cómo huelo? -Me interrumpió otra vez- Si casi podría jurar que te la pasas oliscándome -contestó esbozando una perturbadora sonrisa- Yo quedé de una pieza. Estaba acostumbrada a que ella manejara un nivel de franqueza bastante cáustico, pero no estaba preparada para este embate y me sacó por completo de balance... y me ruboricé como una adolescente tímida. Ella se limitó a reir de una forma extraña y casi podría decir que autosuficiente. Como si me hubiera puesto por completo a su merced. Y de hecho así me sentía. A partir de entonces se permitió más acercamientos a mí y debo decir que me sentía sumamente cohibida e incómoda, pero de algún modo me gustaba. Cuando terminaban las clases, se acercaba a mí por detrás y pegaba su nariz a mi cuello, aspiraba profundamente y decía "Aaaah... the scent of a woman!" y se echaba a reir cuando yo me ruborizaba como una tonta. Yo empezaba a entender perfectamente la dinámica lésbica que se estaba dando entre nosotras y estaba lista para confesarme a mí misma que a menudo la desnudaba con la mirada, por las noches evocaba su aroma y su voz y me gustaba que se acercara a mí, y se tomara cada vez más atrevimientos, como pasar de despedirse de mano, a despedirse de beso en la mejilla, y de despedirse de beso en la mejilla, a despedirse de beso en la comisura de los labios... Hubo un día feriado en que, sin embargo, se impartirían las clases optativas. Aunque era seguro que nadie más iría a la escuela, yo decidí ir, porque cada vez era más aficionada a quedarme charlando con mi profesora, riendo, pasándola bien. Sin embargo, al llegar al taller de pintura estaba vacío, no había nadie, ni ella, pero ví algunos óleos abiertos y supe que andaba por ahí. En casa había estado tomando mucha agua debido a cierta dieta que estaba llevando, así que al llegar a la escuela tenía unas intensas ganas de orinar. Los baños de la escuela son un sitio que siempre evité, pero no quería regresar a mi casa, porque estaba muy lejos, aún cuando llamara al chofer para que me recogiera antes, me parecía muy engorroso, porque por sobre todo yo quería pasar un rato agradable con la profesora. Entonces, muy a mi pesar, tuve qué ir al baño de damas de la escuela. Era un lugar bastante sórdido, los lavabos estaban algo sucios y con sarro, los espejos estaban sucios y empañados y los cubículos donde estaban los retretes estaban repletos de mensajes obscenos y dibujos indecentes (entonces no podría aseverar que fuera un baño de "damas", pensé) pero por sobretodo, estaba flotando en el aire ese indecoroso aroma de baño de señoritas de escuela pública. Por alguna razón en cierto momento me pareció un aroma interesante y me pareció divertido pensar que ese fuera como un baño de algún burdel de mala muerte. Estaba pensando en la manera de orinar sin tener qué posar mi trasero en los retretes de ese lugar, cuando escuché salir de un cubículo el chapoteo que se escucha cuando una chica está orinando. Ese sonido me hizo sentir incómoda, me hizo sentir que estaba siendo yo indiscreta, pero reforzó en mí la sensación de estar en un sitio indecente y obsceno y por alguna razón eso me divirtió y me hizo sentir de un ánimo muy aventurero y travieso. Iba yo a meterme en el cubículo de al lado para simplemente hacer lo que debía hacer, y marcharme... pero entonces el cubículo se abrió y salió ella, la profesora. Ella me miró sonreinte y entonces fuí consciente de que estaba yo profundamente ruborizada. No sé si me ruboricé al verla o me ruboricé desde el momento en que la escuché orinar, pero a ella le pareció divertido, como siempre. -Hola -me saludó- -Ho... hola -respondí, sintiendo que la miraba yo con una mezcla de timidez e indefensión bastante vergonzosa e impermisible en mí- Se mordió el labio y sin mediar más palabra me tomó de los hombros y me empujó contra la pared... y me empezó a besar. Era un beso bastante lúbrico y perverso, su lengua exploraba a profundidad cada rincón de mi boca, al tiempo que bajaba su mano por mi pecho, mi vientre y mi entrepierna. ¡Por los dioses! entonces me percaté que estaba yo mojadísima. Mi ropa interior estaba empapada y a pesar de que había pasado por algo similar muchas veces con mis amantes, por alguna razón me invadió una sensación de vergüenza a que ella se diera cuenta de lo mojada que me tenía. Traté de alejarme de ella y me zafé como pude de esa posición que le daba tanto poder sobre mí. Dí un par de pasos atrás, mirándola, pero ella siguió sonriendo y mirándome con sus ojos relampagueantes de lujuria. No solía ver esa mirada en muchas mujeres. Ella se acercó a mí, me tomó de la nuca y me dió un dulce y tierno beso en los labios, muy a contraste de los besos agresivos con los que me había asediado hace unos instantes. -Ven... -me dijo con un tono sedoso, mientras me tomaba de la nuca y suavemente me hacía ponerme de rodillas ante ella. Ella traía puesta una de sus faldas de gitana, como solía hacer, y se bajó la ropa interior, hasta que la pude ver caer a sus pies. Me tomó de los cabellos, con una mezcla de ternura y agresividad que me puso sumamente cachonda y dirigió mi rostro hacia su altar de Venus (Como lo llamara Sade en los viejos tiempos) De pronto se me ocurrió pensar "¿Se habrá limpiado?" pues ella acababa de salir de un cubículo, donde la escuché orinar copiosamente. Aunque en circunstancias normales (Y por aquellos tiempos) eso me hubiera hecho alejarme con cara de asco, en ese momento se me ocurría divertido. Estaba yo totalmente inundada por la atmósfera de sordidez que ofrecían esos sucios baños de señoritas. El perfume indecoroso que flotaba en el baño mezclado con el propio perfume indecoroso de su sexo me ponían en la atmósfera adecuada y me sentía yo muy puta y muy sucia... y me gustaba. -Nunca me dijiste si te gustaba mi olor... -Me dijo, estando yo a las puertas de su santuario de Venus, mirándola como una gatita indefensa. Entonces me dirigió hacia su sexo y tuve qué inhalar profundamente. Su aroma me invadió e hizo que corriera por mi espina dorsal una corriente de electricidad. Su aroma era fuerte, pero femenino, latigueó perversamente mi olfato y lo hirió un poco, pero también lo enamoró y fascinó. Tenía un aroma dulzón y ácido, sin duda reminiscente de su orina, pero estaba también ese otro aroma, poderoso pero sutil, como un perfume poderoso demasiado diluido. Era un aroma salado y marino, como a pescado o mariscos, y algo más... -Me gusta tu olor -dije al fín, sonriéndole. Como dije antes, soy una lamecoños consumada, así que no pasaron muchos segundos más sin que ella empezara a gemir como una puta, mientras balanceaba su pelvis restregándome su coño en la cara, llenándome con sus jugos... Empecé a chupar su clítoris de una forma delicada, al tiempo que ocasionalmente mordía sus labios superiores, besaba su pubis, subía y mordisqueaba esa deliciosa curva abultada que tenía en su vientre, que lo hacía lucir tan voluptuoso y femenino. Al tiempo yo misma me masturbaba. Mis manos bailaban con destreza debajo de mis faldas, debajo de mis bragas y se bañaban en los jugos provenientes de mi sexo. -Quítate los calzones -dijo con su gimiente tono- dámelos... dámelos... Me quité las bragas. Eran de encaje y seda y estaban empapadas de mí. Se las dí y de inmediato se las llevó a la nariz -Éste sí es tu perfume personal... -dijo, mientras me sonría con pervesión, dió una profunda aspirada y dijo- chúpame, por favor, chúpame... Seguí chupando y sorbiendo todos sus jugos, todos sus aromas, mientras ella movía su pelvis cada vez más frenéticamente, y me empujaba mi cabeza cada vez con más fuerza hacia su sexo, y entonces su vagina, su pelvis y su ano empezaron a convulsionar de placer. Sus piernas empezaron a debilitarse y fué deslizándose hacia el piso, recargada en la pared, quedando con las piernas flexionadas  y completamente abiertas, dejando expuesta su flor sexual, abierta y fragante. Yo me agaché hasta donde estaba ella y seguí deleitándome en su sabor y su aroma, mientras ella trataba de detenerme. Ella no podía soportar más placer. Tanto placer le resultaba hiriente, quizá, y me pedía que ya lo dejara, que si quería ella ahora me lamería, pero sus negativas me hicieron poner más cachonda, y muy a su pesar, la seguí lamiendo, mientras yo me seguí masturbando hasta que me vine... Quedó ella en la misma postura, tratando de recuperar el aliento, y yo recostaba abrazada a su pierna izquierda. Le sonreí  y ella me sonrió a mí -Eres una maldita traviesa... te dije que no siguieras haciéndolo - me dijo con su linda sonrisa y sus lindos labios esbozando su fresca sonrisa. Yo sólo la besé en la boca y me abracé a ella. Esa estampa la tengo muy grabada hasta ahora: ella con las piernas abiertas, con el sexo rosado y ligeramente hinchado, abierto, y yo recostada a sus pies, tiradas en el suelo de un sucio baño de señoritas de una escuela pública.