Perfume de Marinero

Un pasieto por el Buenos Aires de los años 50's donde los protagonistas son un jovencito y un marinero también jovencito...

PERFUME DE MARINERO

por

Eduardo de Altamirano

A mi querido amigo Hugo Manuel que, cuando no está la Dolores, el favor te lo hace él…

Entonces, para ir a la Capital, había tres opciones: o bien se tomaba el “Expreso Buenos Aires” que partía de la Plaza Italia, o se hacía otro tanto con el “Río de la Plata” que tenía su terminal en la calle 6 casi 55, o bien se apelaba al FF.CC. Gral. Roca de 1 y 44… Por razones de peso, yo escogía el tren… No sé, tal vez, quien me escogía era él…

Lo cierto y concreto era que no se viajaba del todo mal y en ocasiones lo hacía en tiempo record… La contra estaba en que, a veces el record lo era por “menos” y otras por “más”… Las locomotoras aún era a vapor y los coches de madera… Algo así

La fotografía tomada de internet muestra la entrada de una formación a la Estación de Constitución…

Por dentro, los vagones mostraban un estilo finisecular, los asientos eran cómodos y rebatibles, lo que hacía que muchas veces se vieran las caras y no las nucas a los compañeros de viaje… Esta es otra fotografía también hallada en internet…

La historia que habré de narrar tuvo su inicio en el segundo semestre de 1958, cuando yo contaba 18 años y ya había aprendido que “nadie es profeta en su tierra”, por lo que a fin de no morirme de aburrimiento vuelta a vuelta me hacía mis escapaditas a Buenos Aires donde, como dicen los pescadores, había mas pique para los afectos como yo a las anguilas y las tarariras

Al respecto debo decir que el año 1958 fue el año de arranque en mis excusiones de este tipo… Lo concreto es que rápidamente desarrollé un modus operandi sencillo y poco ambicioso que me permitía complacer mis gustos en un nivel que algunos podían considerar exiguo y a mí me resultaban óptimos porque siempre ajusté mi desenvolvimiento al helénico apotegma “no exagerar”…

El viajar en tren me daba muchas veces la oportunidad de contemplar “paisajes” verdaderamente arrobadores… Mis paseos arrancaban un día viernes después de almorzar y se prolongaban hasta la madrugada del sábado… Eso hacía que mi viaje coincidiera con el de algunos jóvenes que a la sazón cumplían con las obligaciones del servicio militar en la unidad naval de Río Santiago, sin descontar conscriptos del Regimiento 7… Debo puntualizar que mis deleites eran visuales y exageradamente discretos porque nunca me gusto dar la nota… No creo que ninguno de los marineritos y soldaditos en quienes detuve mis ojos se haya dado cuenta jamás de que yo los miraba con una cierta fruicción… Por el contrario, me inclino a pensar que si alguno reparaba en mi no podía concluir otra cosa que no fuese que yo era un pobre nabo flaco que no hacía más que leer…

Porque cuando viajaba mi costumbre era leer para acelerar el paso del tiempo… Cada tanto, levantaba la vista para relojear discretamente el entorno… Nunca noté que alguien se notificara de que lo estaba mirando… Ello así hasta que un viernes, el primero,  del mes de septiembre la cadena se cortó y pude apreciar que un joven y agraciado marinero percibió que yo lo miraba y dirigió sus ojos hacía mi como diciendo “qué buscás, flaquito”… Mi reacción fue instantánea: volví a mi libro como si nada hubiera  sucedido y así permanecí, leyendo, hasta que llegamos a destino… Cuando me levanté de mi asiento, ni el marinero ni sus acompañantes estaban ya en el vagón, pero su imagen nítida permanencia en mi memoria… No es fácil olvidarse de las cosas que nos impactan, máxime cuando son imágenes deslumbrantes…

Ese día, a pesar de que no era muy frío y el sol brillaba esplendorosamente, yo sentía algo así como que la fortuna no estaba de mi parte… Por eso, al caer la tardecita, me detuve en una cuarteta de la calle Corrientes, comí unas porciones de pizza y, después de recorrer algunas librerías y contemplar el obelisco, embalé por Cerrito y luego Lima a patacón por cuadra rumbo a Constitución… Allí esperé el tren y volví a mis pagos donde nada ni nadie me esperaba… La imagen del marinerito me venía conmigo… También alguna fantasía… ¡Qué lindo hubiera sido!...

Por suerte, a lo largo de toda mi vida, pocas cosas me han hecho perder el sueño… Esa noche tampoco lo perdí… Pasada la medianoche me acosté y, tras leer las páginas de rigor, dormime  como un angelito hasta la mañana siguiente…

Mi vida continuo su rutina… Eran tiempos caldeados… Yo estaba finalizando mis estudios secundarios y en el mundo educativo se vivía un debate sin precedentes: “Educación Libre o Laica”… Sin darme cuenta, se me pasaron dos semanas… Al cabo de ello las ganas de ir de pesca me volvieron y así fue como el viernes correspondiente me embarqué para la Capital en el tren de las 13:48 hs., que solo se detenía en Quilmes… Lo hice mucho antes de la hora de partida lo que me permitió sentarme sin inconvenientes en el segundo asiento (pasillo) de la nave izquierda del tercer vagón, cual era mi ubicación preferida (¿maniático?. Si)… De inmediato abrí el libro que llevaba y me sumergí en él… Tal grado de concentración había alcanzado que fueron necesarios los tironeos y el silbato de la locomotora para que yo volviera a la realidad… Cuando esto ocurrió pasee mi vista en derredor como para averiguar dónde estaba… Me confronté así con una realidad que me sonó a milagro: haciendo cruz conmigo,  enfrente, estaba el mismo marinerito del viaje anterior…Imposible no reconocerlo… Como se lo veía muy entretenido charlando con sus acompañantes, marineros como él, pude ficharlo mejor… Para mí se asemejada notoriamente a…

Jacques Charrier, un actor francés que poco tiempo atrás había visto junto a Páscale Petit y que me había hecho temblar los menudos… Un año después, Charrier se casó nada menos que con Brigitte Bardot…

Mucho no pude examinar a mi encantador vecino porque, como si mi mirada lo atrajera, casi al instante giró la cabeza y dirigió su vista hacia mi humilde persona… Esta vez no bajé los ojos… Tampoco adopté una pose desafiante… Opté por una natural firmeza… Como si replicara mi actitud, el joven hizo otro tanto… Vanos eran mis esfuerzos por discernir qué podría estar pensando… Nada había en sus gestos que me proporcionara el más pequeño indicio…

Para no desmadrarme, volví a mi libro y a la lectura… El recreo había terminado… Aclaro que el libro era nada más y nada menos que “El Ser y la Nada”, una de las obras cumbres de Jean Paul Sartre, padre del existencialismo… Mi cabeza, empero, no estaba en su punto de equilibrio como para seguir las disquisiciones de Sartre; por lo que escogí simular la lectura y abandonarme a la especulación de cuanto circunstancialmente me ocurría…

Cuando uno no halla indicios que racionalmente lo conduzcan a un punto determinado no debe abandonar la búsqueda;  debe preguntarse por la existencia de otros métodos para deducirla de la manera menos caprichosa posible… En este caso, el método de exclusión e inclusión no dejaba de tener sus ventajas… Para mí. el joven y por cierto muy hermoso marinero no me miraba atraído por mi belleza, ya que en este rubro así como en muchos otros no soy de las personas que se destacan… Tampoco por cualidades que no se encuentran a la vista y que en todo caso constituyen “bienes intangibles”… Siguiendo con las exclusiones, comenzaba a perfilarse con cierta nitidez una posibilidad en absoluto nada despreciable… Para ese entonces, yo era un muchachito delgadito, bastante culoncito, muy atildado, que dejaba entrever una particular distinción en su modos sin caer en lo llamativo o exagerado… Según los intereses de quien reparara en mi, podía ser tenido por una persona correcta y bien educada, y también por un montón de cosas mas, donde por supuesto no podían estar ausentes ni lo pícaro y ni lo atrevido; pués sabido es que el libro de los gustos tiene su páginas en blanco… Para tener una idea de mi figura y pose en aquel entonces, quizás baste esta fotografía…

Su data es algo posterior a la ubicación temporal de este relato, pero a mi juicio dejar traslucir mejor mi auténtica naturaleza… En 1958 mi rostro era más algo aniñado, pero  por lo demás no entraña ninguna diferencia y si acentúa lo que podría denominarse una postura de vida

Para ese entonces y por mucho tiempo más yo albergaba en lo íntimo de mi ser una marcada inclinación por la fantasía que a veces me llevaba a confundir lo real con lo imaginario… Para contrarrestar esta tendencia, me había inventado un alter ego lógico y cordial que interpelaba mis delirios y los hacía aterrizar suave y amablemente…

Para que tengan una idea de cómo trabajaba este otro yo contaré su intervención en el caso del marinerito atractivo que me miraba… Cuando mis especulaciones acerca del por qué de su mirada se enfilaban hacia una explicación razonable, coherente y por sobre todo grata a mis veleidades mi alter ego se presentó para hacerme ver que la ponderación realista de las circunstancia otorgaba a las probabilidades de concreción de la posibilidad que yo entreveía valores que la hacían descartable, inviable, remota, digna del mas olímpico de los olvidos…

Si, podía ser que el marinerito pensara que yo era un flaquito interesante para… Pero de ahí a que eso se diera había una desalentadora distancia; pués como bien reza el refrán del bicho al hecho hay muy trecho … Entendido esto, lo que equivale a decir “derrotada mi fantasía”, puse nuevamente los pies sobre la tierra y continué desandando el laberinto múltiple de pasos que mis días tejían desde un día de la niñez…

De ahí que al llegar a Constitución y viendo que el tiempo había desmejorado notoriamente, algo común de los septiembres de aquel entonces, cuando en la región llovían 900 mm al año, decidí embarcarme en el 60 rumbo a lo de mi tía Emilia, en Belgrano…

Para quien quiera saber lo que en 1958 era una unidad de transporte de la línea 60, que unía la estación ferroviaria de Constitución de la Capital Federal con el Hotel Tigre de la homónima ciudad y partido de la Provincia de Buenos Aires en el famoso delta del Paraná, he desinsaculado de internet la siguiente fotografía que es toda una reliquia…

En la década de los 60’s estas unidades comenzaron a desaparecer… El 60 después de un largo recorrido me dejaba en la calle Cabildo y Echeverría, a pocas cuadras del chalet de la tía Emilia, una especie de Refugium Pecatorum donde era imposible pasarla mal… Para llegar forzosamente se cruzaba frente a la casa de don Miguel de Molina quién vivía en un chalet sobre Echeverría cerca de la calle Cuba… Muchas veces lo veía en su jardín o por los alrededores… Tía Emilia vivía sobre O’Higgins, entre Echeverría y Sucre, y se jactaba de que el día de su santo, por Santa Emilia de Vialar, don Miguel la visitaba y le llevaba flores…

Freno, bajo un cambio, pongo luz de giro y doblo a la izquierda, porque ya estoy agarrando para el lado de los tomates…

En lo de la tía Emilia todo era jarana va… Como de costumbre me hicieron recitar el Garrick de don Juan de Dios Peza y que para torturarlos un poco paso a copiárselo aquí:

REÍR LLORANDO

Viendo a Garrick -actor de la Inglaterra-

el pueblo al aplaudirlo le decía:

“Eres el más gracioso de la tierra,

y más feliz…” y el cómico reía.

Víctimas del spleen, los altos lores

en sus noches más negras y pesadas,

iban a ver al rey de los actores,

y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,

llegóse un hombre de mirar sombrío:

sufro -le dijo-, un mal tan espantoso

como esta palidez del rostro mío.

Nada me causa encanto ni atractivo;

no me importan mi nombre ni mi suerte;

en un eterno spleen muriendo vivo,

y es mi única pasión la de la muerte.

-Viajad y os distraeréis. -¡Tanto he viajado!

-Las lecturas buscad. -¡Tanto he leído!

-Que os ame una mujer. -¡Si soy amado!

-Un título adquirid. -¡Noble he nacido!

-¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas.

-¿De lisonjas gustáis? -¡Tantas escucho!

-¿Qué tenéis de familia? -Mis tristezas.

-¿Vais a los cementerios? -Mucho… mucho.

-De vuestra vida actual ¿tenéis testigos?

-Sí, mas no dejo que me impongan yugos:

yo les llamo a los muertos mis amigos;

y les llamo a los vivos, mis verdugos.

Me deja -agrega el médico- perplejo

vuestro mal, y no debe acobardaros;

tomad hoy por receta este consejo

“Sólo viendo a Garrick podréis curaros”.

-¿A Garrick? -Sí, a Garrick… La más remisa

y austera sociedad le busca ansiosa;

todo aquel que lo ve muere de risa;

¡Tiene una gracia artística asombrosa!

-¿Y a mí me hará reír? -¡Ah! sí, os lo aseguro;

Él sí; nada más él; más… ¿qué os inquieta?

-Así -dijo el enfermo-, no me curo:

¡Yo soy Carrick!… Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,

enfermos de pesar, muertos de tedio,

hacen reír como el actor suicida,

sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!

¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,

porque en los seres que el dolor devora

el alma llora cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,

si sólo abrojos nuestra planta pisa,

lanza a la faz la tempestad del alma

un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,

que las vidas son breves mascaradas;

aquí aprendemos a reír con llanto,

y también a llorar con carcajadas.

..me quedé a dormir hasta el día siguiente en que la fiesta continuó… Allí la fiesta no cesaba nunca… Jamás me expliqué como mi querida prima Nélida que era el orden y el rigor personificados pudo haberse formado en semejante romería…

Al día siguiente, la situación meteorológica había cambiado radicalmente y se disfrutaba de un día de sol y temperatura agradables por lo que a la tardecita juzgué conveniente salir a recorrer el espinel previo a volver a casa… Ante la duda por donde empezar, eligí visitar un Parque de Diversiones instalado en los mismos terrenos donde hoy se erige el imponente Hotel Sheraton, en Retiro… Se lo llamaba “Parque Japonés” en recuerdo de uno similar que supo funcionar en Avenida del Libertador y Callao, frente al Palais de Glace… Cruzando la plaza de los Ingleses (Britania) conocida por su torre está la Estación Retiro… Una circunstancia que le confería al parque cierta característica yo diría cosmopolita , ya que allí podía encontrarse gentes de todas partes a toda hora y en especial los fines de semana… Primaba el común denominador de divertirse; pero, también estaban presentes otros objetivos que extendían los alcances del término diversión…

En mi caso, el objetivo era encontrar un algún joven con quien, como años después diría Leo Dan, pudiera “charlar un ratito”… Cuando el encuentro se daba y las condiciones resultaban aceptables, yo sabía como debía operar para encontrar el sitio donde poder “charlar” en forma cómoda y distendida… Todo consistía en tomar el subte en Retiro y acercarme a Constitución… Me bajaba en Independencia y marchaba hasta Tacuarí casi Carlos Calvo… Y todo resuelto… Allí estaba la discreta pensión de Martina…

Ese sábado, pese a lo agradable del mal llamado clima, no se apreciaba un ambiente propicio para los negocios del corazón… La mercadería en oferta no ofrecía mayores atractivos… Desde mi óptica, lo más acertado era dejar pasar la ronda y esperar la próxima marea … En eso estaba cuando el olor de un puesto de garrapiñadas, manzanitas acarameladas y copos de nieve me atrajo como a las moscas… Compré un enorme copo de nieve y me dispuse a degustarlo con arreglo a la liturgia de los golosos empedernidos… Caminaba sin ver donde iba, concentrado en mi copo, viendo por donde debía morderlo y lamerlo, de un lado y del otro, para que su perfil, su figura, su diseño fueran disminuyendo armónicamente en su tamaño sin perder su aspecto, su identidad física… En mi fantasía, ese copo de nieve era un genio a quien con habilidad yo estaba haciendo retroceder para que volviera a ocupar el lugar que ocupaba en la lámpara de donde había emergido… El palito que lo sustentaba era la lámpara y yo la manejaba con la destreza de un mercader persa… En ese ministerio mágico estaba sumido cuando, de repente, me vi forzado a detener la marcha para no atropellar a alguien que se cruzaba en mi camino… Y, oh sorpresa,…

…me topé con el hermoso marinerito del tren que sonriente me preguntó: “¿adónde va tan distraído?”… Desconcertado, no supe qué responderle, por lo que el joven, sin desdibujar la sonrisa que engalanaba su rostro, agrego como advertencia: “si sigue así lo puede pisar el tren fantasma”… Ahí si, rápido, se me encendió la lamparita y le disparé: “no creo que sea para tanto, además puede que tenga algún encanto que el tren fantasma me pise”… “Claro que si –acotó entusiasmado por mi respuesta-, también los fantasmas tienen derecho a tener encantos… ¿Qué le diría a un fantasma si se lo encontrara?”… “Como decir –precisé- no le diría nada, lo que le pediría sería que me guardara un secreto”… “Y, ¿se puede saber cuál es el secreto?” –inquirió… “No, usted tendría que ser fantasma para que se lo dijera” –remarqué… “Haga de cuenta que soy un fantasma” –propuso… “No sé, tendría que pensarlo” –deslicé… “Dele, no sea mezquino, cuénteme” –insistió… “Bueno, voy a hacer una excepción… Le diría que yo también soy un fantasma”… La risa que soltó cuando dije esto debe haberse escuchado en el último piso del Cavanagh… Yo no hallaba explicación para tan estruendosa reacción y él se ocupó de aclarar rápidamente los tantos… “¿Sabe una cosa?... Yo también soy un fantasma”… y como si le dieran cuerda se puso a cantar: “En un parque de Argentina / Un fantasma se perdió / Y como yo era un perdido nos encontramos los dos”… Ahí la risa fue mutua y cuando se atemperó, me propuso dejar el parque y caminar… Acepté… Salímos y caminamos hasta encontrarnos con…

…la imponente entrada del Centro Naval en Córdoba y Florida… A mí me parecía un sueño caminar por esos lugares escoltado por un marinero que, en efecto, daba las doce antes de hora… Tan pronto salimos del Parque se presentó: Adolfo Rodriguez, estudiante de farmacia, temporalmente afectado al servicio militar… Por mi mente circulaba la idea de que la cosa podía ser para largo antes de que los naipes estuvieran todos sobre la mesa… Nada de eso ocurrió… Después de presentarse y cuando aún no habíamos llegado al Centro Naval, como la cosa más natural del mundo, me preguntó: “¿le gustan los hombres?”… Fue un interrogante tan seco,  directo y desprovisto de malas intenciones que no me nació otra cosa que decirle que si, que me gustaban… Y antes de que yo pudiera agregar algo más, me confesó que a él también le gustaban y como para que no hubieran confusiones puntializó… “Me gusta dar”… Ante tamaña sinceridad, que se apreciaba más en la suavidad del tono que en el rigor de las palabras, me pareció adecuado hacerle saber que a mí me gustaba recibir y se lo dije… Creo que esto le trajo un alivio y le estimuló la alegría… Cuando nos detuvimos en Córdoba y Florida, me comento dos cosas… Una, que yendo por Córdoba hasta Lacroze y luego bordeando la Chacarita para empalmar con Triunvirato se llegaba al negocio de sus padres, en Triunvirato casi La Pampa, donde hay cinco esquinas, porque pasa también la avenida Victorica que parte el barrio Parque Chas en dos mitades… El otro comentario fue que su abuelo Vera, cuando él era chico, lo llevaba al Centro Naval donde realizaba trabajos de electricidad… De ahí que conociera muy bien el edificio que era toda una obra de arte…

Caminamos por Córdoba… Ya anochecía… Pasando la 9 de Julio, a la altura de Paraná, más o menos, nos metimos en un bolichito a tomar algo… Invité yo… Ya en el interior del boliche el diálogo se hizo más íntimo… Le conté de donde era, lo que hacía y que procuraba no llamar la atención… Me dijo que él estaba en lo mismo… “Te mata la pinta” –le dije… Ya nos tuteábamos… “No vayas a creer; así, disfrazado de marinero, puede ser llame un poco la atención; pero, de civil, es otra cosa, soy uno más”… -replicó… En un momento dado me pregunto si sabía de algún lugar donde pudiéramos ir y estar solos… Contesté afirmativamente… Preguntó si cobraban caro… Le dije que no se preocupara que yo podía pagarlo… Se quedó pensando un rato y luego quiso saber si me animaba a ir hasta el negocio de sus “viejos”, ahí podíamos estar cómodos y era seguros… Para entusiasmarme me señaló que el 140 nos dejaba en la puerta… Acepté y a los pocos minutos estábamos subidos al colectivo que, más que colectivo era un lata de sardinas… Adolfo aprovecho para echarse bien cerca de mí… Hablándome al oído me dijo “allá vamos a estar mejor”… “eso espero” –respondí… El siguió arrimándose… Unas cuadras antes tuvimos que remar contracorriente para bajarnos… En ese entonces no había puerta de atrás para el descenso de los pasajeros… Cuando llegamos era de noche, estaba bastante fresco y el lugar era completamente oscuro… El colectivo nos dejó casi en la puerta… A decir verdad, no las tenía todas conmigo… No sé, me parecía extraño que sin conocerme me tratara así… El negocio estaba casi en la esquina, en una edificación de dos plantas más bien nueva… La planta alta tenía acceso por otra puerta… La que usamos nosotros daba a un pasillo y después había otra puerta que abría a un depósito…

Buscando en la web hallé esta fotografía…

… que corresponde a la esquina de referencia… La flecha indica justo el lugar donde estaba emplazada la perfumería… No sé si dije que el negocio de los padres de Adolfo era una perfumería “al por mayor”… Eso hacía que no se pudiera caminar un metro sin tropezar con alguna caja…

Traten de imaginarse esta esquina sin un solo auto, con solo algunos peatones, sin los altos edificios de calle La Pampa, con un farol de mala muerte por toda iluminación y un viento que soplaba cada vez mas fuerte… La muerte…

Por suerte, adentro la cosa no era tan desapacible… Por lo que iba descubriendo se trataba de un local grande seguido de una vivienda familiar que había dejado de ser vivienda para convertirse en depósito… Lo único familiar que quedaba era una cocina-comedor y una piecita, que bien pudo ser cuarto de servicio, seguida de un bañito con vista a un patio…

A esa piecita fuimos a dar Adolfo y yo… Al parecer, el muchacho estaba apremiado por mostrar sus dotes viriles y por sacarse algún peso de encima… No voy a negar que yo también me sentía incentivado para aceptar las lecciones de un maestro al que se veía con muchas ganas de apelar al puntero…

En este punto debo aclarar que todas las dudas y temores que tenía antes de entrar a ese lugar se desmoronaron bajo el peso de una evidencia incontrastable: desde el mismísimo primer en que nos encontramos por casualidad en el Parque Japonés, el muchacho había actuado con total naturalidad, siendo coherente en todo y, sobretodo, rápido y espontáneo… Nada en él daba para suponer que pudiera estar calculando o escondiendo intenciones aviesas… Entonces, si la cosa se veía así: ¿por qué suponer lo contrario?... Además, ¿qué me podía hacer o sacar a mi?... En la foto que mostré anteriormente llevo puesto un reloj algo importante; pero no hago eso siempre: mastico vidrio, pero no lo trago… Sobre todo habiendo tantas otras cosas más sabrosas para tragar…

Y hablando de tragar y de cosas sabrosas, cuento que tan pronto estuvimos dentro del cuartito de servicio, iluminado por la tenue luz de un velador de morondanga que descansaba sobre una mesa de luz demasiado encumbrada para la otomana que oficiaba de lecho, el joven tomó un decisión muy acertada: calentar el ambiente y para ello conectó…

…una estufa igual o muy parecida a esta que, un año después me compré para combatir el frío y aún conservo… Lo concreto fue que la estufita agregó el detalle que faltaba y, de inmediato, Adolfito se puso en acción… Siempre con la misma naturalidad y falta de malicia me preguntó “cómo andaba para una tiradita de goma”… Como yo ya me había subido al tren y no era mi intención bajarme, lo notifiqué que esa era mi especialidad y que me hallaba en óptimas condiciones… Así fue como en menos de lo que canta un gallo, estuvimos dentro de la camita listos para iniciar la función que se presentaba muy prometedora a juzgar por las palmaditas y elogios que el joven le despachó alegremente a mis nalgas, junto a la promesa de “hacérmelas vibrar”… La velocidad que le imprimimos a nuestros movimientos, así como la baja iluminación del recinto, no me permitieron apreciar las cualidades del instrumento con el que debía interpretar “mi solo de flauta”… Descontaba que no sería poca cosa “si se ameritaba el bulto que hacía en el estuche”… La pregunta que hiciera acerca de mi disponibilidad para tirarle la goma me llevó a suponer que el muchacho le asignaba a eso una primerísima primera prioridad y como nunca fue mi gusto hacer esperar a nadie, ni bien estuvimos en la cama me apresté a cumplimentar su deseo que, dicho sea de paso, era también el mío… Pero, hete aquí que el trámite, no me fue fácil, pues Adolfo se había convertido en una caldera descontrolada que bufaba a lo loco como queriendo expulsar todos sus demonios de un solo saque… Solo le faltaba echar humo… Quería hacerme todo lo que sabía hacer –como dice el Dr. Corona– “simultáneamente”, sin tener en cuenta que “la suma de lo posible es un imposible”… ¿Quién puede estar sentado y parado al mismo tiempo?, ¿o vestir dos camisetas al unísono para parecer buenito?... Nunca está demás recordar la  paradoja de Protágoras…

El desempeño de Adolfo, si bien me impedía cumplir con mi alta maestría “oratoria”, me dejó un enseñanza insigne: con él supe lo que era “una lid amorosa”, porque era y se mostraba como un gladiador, un guerrero, un luchador nato… Ponía toda su fibra en la batalla del amor… Se hacía sentir… ¡Si lo sabré yo!...

En la primera ocasión que se me presentó, me escurrí de los brazos implacables de ese Milón de Crotona que apenas me dejaba respirar y, como corresponde, me hice dueño absoluto de su atributo más preciado que como pude comprobar era un muy apetecible trozo, tridimensionalmente importante y estéticamente bello por la elegante armonía de sus proporciones… Todo eso sin detrimento de su virtud más eminente: la dureza… En verdad, se le había puesto como una roca del precámbrico…

Pueden imaginarse el festín que me mandé y la de saliva que gasté… De haber sido champagne todavía estaría pagando la cuenta… El muy depravado gozaba como un guanaco con mis habilidades lenguísticas… No creo que se imaginara que “el señorito del tren” fuese capaz de semejante hazaña… Sabedor de que los vaivenes de por precisas zonas del pito equivalían a un descarga de picana, yo no cejaba de picanearlo y el de cantarme unos disparates que me daban mas bríos…

No tengo idea del tiempo que le dediqué a la adoración de esa verga que se entregaba a las delicias de mis manoseos y lengüeteos con inverecundo y concupiscente regodeo… Se interrumpió cuando el joven Adolfo, que en ningún momento dejó de acariciar mis nalgas y de deleitarse con su sólida pulposidad, decidió dedicar su tiempo al estudio y la práctica de la espeleología… Preguntarán qué es la espeleología… Respondo; una ciencia creada por un tal señor Martel a fines del siglo XIX cuyo objetivo es la exploración de cavidades… El señor Martel le dio preminencia a las cavidades subterráneas ; sin embargo, la mayoría de los científicos que se interesan por esta rama de saber ostentan una marcada preferencia por la exploración de las cavidades intergluteas… Y la Pachamanca, desde luego: agradecida y proclamando a los cuatro vientos que “el saber ocupa lugar”…

El marinerito, que sabía hacer su trabajo, se sorprendió cuando de entre mis ropas extraje un pequeño pote de aluminio conteniendo diadermina y con ella lubrique generosamente mi caminito de la gloria… Quizo saber qué era y de inmediato se aplicó a probar su utilidad… Nunca estuvo más justo aquello de “pruebas al canto”… La poronga del indio me entró como flecha y concertamos una sinfonía que no tuvo desperdicio… Adolfo me cogió con tantas ganas, con tanto entusiasmo, con tanta alegría que la llama del placer se me encendió como nunca… Lo más raro del momento fue que, en lugar de percibir los fuerte olores percibidos en otras ocasiones y con otros hombres, esta vez tuve la sensación de estar hundido en una nube de exquisitas fragancias… Era la piel de mi fantasma que destilaba años de perfumes… Dos “p” me hicieron vivir un momento inesperado y supremo: p ija y p erfurme… Perfecta combinación para el perfecto amor… Demás está decir que después de inseminarme a rolete, el indio quedó como para que tirarlo al tacho de la basura, hecho un trapo… Yo no estaba mucho mejor, pero conservaba mi buen humor… Yo, que había contribuido eficazmente a que se sintiera así, haciéndome el tontito, le preguntaba: “¿qué le pasa muchacho, lo atacó algún virus?”… “Qué virus, vos me mataste”… “¿Yo?”… “Si, vos”… “Arrésteme cadenas y póngamela Sargento, si soy un delincuente que me perdone Dios”…

Minutos después me propuso tomar un café y no sin abrigarnos, nos mandamos para la cocina… Allí fue otra la obra que interpretamos… Además de tocar el tema de lo que acabábamos de hacer y de dejar al descubierto nuestras recíprocas satisfacciones con la sinceridad de dos buenas personas, abordamos varios temas probatorios de que un buen encame es siempre una ocasión de vida…

Me contó, sin que yo le preguntara nada, cómo era que se había iniciado a los doce años con un chico cinco años mayor que él, la decepción en su primer encuentro hetero,  la aventura vivida con otro chico homo durante más de tres años, su relación con las mujeres y su gusto por estar con chicos… No con cualquier chico, sino con chicos –como yo- que le supieran sacar lo mejor que había en él…

Me habló de su carrera, de que cuando se recibiera pensaba dedicarse a la perfumería y de otras muchas cosas… Entre ellas, de la puerta del Centro Naval que habíamos visto en Córdoba y Florida… Resultó ser un apasionado de la arquitectura de Buenos Aires, de la que conocía un montón de secretos… Así fue como le comenté mi interés por conocer el Museo Nacional de Arte Decorativo… Ahí mismo, mientras tomábamos café y comíamos las últimas galletas de una de esas latas con visor que menudeaban en las almacenes, armamos un programa para el siguiente fin de semana… Quedamos en encontrarnos el sábado 4 de octubre, por la tardecita, en el centro; cenar en algún boliche de por ahí y después venirnos a Triunvirato 4089 ya se sabe para que… Dormiríamos allí y al día siguiente, domingo 5, Día del Camino, la emprenderíamos para el Museo y mas luego nos mandaríamos a La Plata, él para la Base Naval y yo para el Manicomio que era mi casa…

Después de deliberar durante 5 segundos, decidimos por unanimidad quedarnos a pernoctar, ese domingo 28 de septiembre, porque ya era domingo, allí, en la Perfumería Rodriguez… Por la tarde emprenderíamos el retorno a La Plata… Dormimos haciendo cucharita… Eso parecía ser que lo reencontraba con los dulces días de adolescencia… Como el Servicio Nacional Meteortológico me informaba que el pajarito no estaba con ganas de seguir cantando porque le faltaban unos hectopascales de presión, yo me dormí como santito que soy…

Parece ser que durante la noche el muchacho recibió un importante cargamento de energía cinética, ya que cuando desperté sentí que tenía el termómetro hirviendo entre mis piernitas como pugnando por entrar en la cueva de Ali Babá con los 40 ladrones y algún sinvergüenzon mas que veía luz prendida y se quería meter… Corolario: a las 9:40 hs. volví a disfrutar de las mieles que ese hermoso marinero sabía hacerme tragar … La impresión que yo tenía era que no nos habíamos conocido el día anterior, sino que éramos amigos desde siempre… Tal vez fuera porque lo que nos unía no era solo la devoción por el sexo, sino también otras comunes aficiones que alegraban el espíritu, daban confianza, promovían el entendimiento, suscitaban la camaradería y todo es que hace que uno se sienta con otro como en familia… Yo me sentía feliz… El marinerito que entre todas las cosas buenas también tenía buen oído, aprendió rápido mi estilo sincopado y me apretaba justo la corchea cuando no la semifusa en el momento que yo quería sonar fuerte y gozar la rotura del ritmo…

La semanita del 28 de setiembre al 4 de octubre se fue lo que se dice “volando”… Más aún con la ayuda de la llamadita telefónica que me hizo el miércoles 1° de octubre y que yo atendí en la cocina de casa donde estaba la centralita telefónica que me aseguraba no ser escuchado por nadie más que mi interlocutor… Como Adolfo estaba al tanto de este detalle lo primero que me preguntó fue si podía hablar con confianza… Le respondí “como usted guste” y ahí se largo con una serie de disparates que me hacían reír y que respondía en forma criptica por al lado lo tenía nada menos que al Nolberto… Cuando colgué el teléfono, con su estilo metafórico, me preguntó: “¿algún surubí?”… Sonriente respondí… “No, solo un pejerrey para el campeonato”…

El sábado 4 nos encontramos en Corrientes y Cerrito… Dimos unas vueltas por ahí y a las 9, más o menos, aterrizamos en un boliche que, si no equivoco, todavía existe: “Arturito”… En ese entonces se comía muy bien y te robaban lo mismo que en otras partes… Nos hablamos todo… Es que me sentía tan bien con ese muchacho que parecía leerme el pensamiento que no paraba de soltar todo lo que siempre anda dando vueltas dentro de mi… Pasado el tiempo, analizando historias, concluí que eso debía ser estar de novio… A sazón yo ya había conocido algunos machos y corrido algunos clásicos… Ninguno de ellos, sin embargo, había sabido taconearme las verijas como él… No teníamos por meta el altar, pero éramos novios… Hasta que volviera a soplar el pampero por lo menos…

Después de cenar paseamos un rato por Corrientes que ya empezaba a vivir la fiebre del sábado por la noche… Una fiebre que yo comencé a experimentar desde el mismo momento en que nos encontramos al conjuro del perfume que llevaba puesto, intenso y embriagador… Supe que se trataba de una fragancia llamada “Lancaster” y que la fábrica se encontraba en las puertas de la Capital… Pasaditas las once embalamos para Córdoba en busca del 140 que no aguardaba para llevarnos a los cielos de Parque Chas y Villa Ortuzar… Hoy hasta allí llega la línea B de Subterráneos… Una pregunta de Gustavo dejó en claro cuáles eran sus íntimos pensamientos y su profundos deseos: “¿trajiste diadermina?”… No dudó ni se equivocó con el nombre del producto… Lo conocía por razones familiares y profesionales y hasta me había recitado la fórmula: glicerina, ácido esteárico, amoníaco y agua destilada (g-a-a-a)… Le confirmé que si, que la había traído y eso lo dejó tranquilo…

En Córdoba y Paraná tomamos el 140 que a eso hora no iba cargado; tanto que pudimos sentarnos y todos… Como si estuviera en el living de su casa, el marinero se permitía unas licencias para los toqueteos imposibles de creer… La oscuridad reinante era su cómplice… Llegó a sujetarme una mano y obligarme a que le palpara el bulto… “Mirá lo que te espera” –me decía…

La entrada a Triunvirato 4089 nada tuvo que ver con la de la semana anterior, sembrada de dudas y temores… Esta vez mi corazón era una castañuela… Transitaba los pasadizos dispuesto a que el gitano me tocara como le viniera en ganas… Yo estaba para servirle como el Niño de la Ventera, a quien si le ofrecen la punta ya quiere comerla entera…

Creo que el hecho de verme así, tan suelto de cuerpo, lo hizo sentir a Adolfo como “El Emperador del Baile Cañi”… Si yo loco, el loco y medio… No eran las doce de la noche cuando nos metimos en la cama… Me echó dos polvos que  fueron dos aludes en el Kilimanjaro… Cuanta pasión, cuanta energía, cuando ardor… Cuanto, cuanto, cuando hay ganas y con qué… Me confesó que “Mi señor Culo” era lo más grande que habia conocido, no en tamaño, sino en gracia y comedimiento, que sabía como hacerlo subir y bajar al cielo como en ascensor automático…

Cerca de las cuatro de la mañana nos dormimos, entre besos y abrazos y haciendo cucharita… Casi muertos… Recién a las diez y media de la mañana tomamos conciencia de que no estábamos muertos… Nos levantamos y ordenadamente nos bañamos y nos organizamos para el almuerzo… Debo comentar que Adolfito tenía todo organizado… El día anterior le dijo a la mamá que iría a dormir con un amigo al negocio y la mamá le dejó la comida preparada: ravioles con salsa… Solo había que hervir los ravioles y calentar la salsa… También habia que comprar el pan… La cantidad de comida me pareció un disparate, pero no tenía idea de que el marinero se comía hasta los platos… Con todo, su cuerpito era el de un atleta… Perfecto… Entre una cosa y la otra el almuerzo concluyó cerca de las 13 horas… Poco después partimos para Triunvirato al 4200 donde estaba la parada del 92 que en poco más de 40’ nos dejó en Avenida Las Heras y Sánchez de Bustamante, a cuadra y media del Museo, en pleno barrio de la Recoleta…

El día anterior, cuando nos encontramos en el centro, vestía de civil… Algo negligé, pero civil… Ahora lucía su impecable uniforme de marinero que mamá, seguramente, le había lavado y planchado entre viernes y sábado… Al comentar este detalle me vino a la memoria por esos raros mecanismos de simpatía que tiene la mente la estampa de…

Gene Kelly, el gran bailarín norteamericano, interpretando el papel de un marinero en “Leven Anclas”… Bueno, créanme, el domingo 5 de octubre de 1958, el yanqui no creo que le hiciera sombra a mi Adolfito… Por lo menos, Adolfo no necesitaba tacos altos para demostrar que era un hombre de gran envergadura… Y yo no era Frank Sinatra pero estaba como para visitar la casa de los Errázuriz-Alvear…

Como a Adolfito le vinieron unas imprevistas ganas de mear, no tuvimos otras más alternativa que corrernos hasta el A.C.A., Automóvil Club Argentino, en demanda de un baño… Eso hizo que nuestra entrada al maravilloso palacete neoclásico…

…se demorara un buen rato, ya que además al ciudadano conscripto se le dio por inspeccionar los alrededores que nada tenían ver con lo que son  ahora esos lugares…

Al fin de cuentas, entramos… Gratis, porque para ese entonces subsistían políticas de gratuidad víctimas de serios reveses a lo largo de la historia… Traspuestos el vestíbulo y la antecámara, ya en el gran hall, el Museo fue adquiriendo el concepto y objeto de lo que es para mí: una maravillosa obra de arte  donde continente y contenido son una misma cosa…

Hoy, a más de medio siglo de distancia, me pregunto, ¿cuántos Museos Nacionales de Arte Decorativo?... Analizando la cosa desde la óptica de Max Planck, siendo que el observador modifica lo observado con su observación, deben haber tantos como visitantes tenga, mas uno de reserva, eterno y arquetípico para los imprevisibles visitantes que el futuro le depare… Por eso, he de hablar de “mi Museo”, el museo que yo vi y viví ese día…

De movida percibí algo muy especial y discriminatorio… Noté que no nos trataba a Adolfo y a mi del mismo modo… La atención que me otorgaba a mi era más bien ceremonial y mesurada, cercana al respeto inteligente y ajena al afecto… Digamos que nos comprendíamos y, en mi caso, me permitía admirarlo sinceramente… Cosa substancialmente distinta era lo que sucedía con el trato que le brindaba a Adolfo… El mozo no era alguien de afuera… Se lo veía como una pieza móvil dentro de cuadro de inmensa belleza… Fuera cual fuese la postura que adoptase… Ya parado frente al inmenso hogar, ya contemplando los lienzos flamencos, ya siguiendo el camino de las gubias que descubrieron la existencia de los muebles… El perfume del marinero parecía un cebo deliberado para atraer miradas y generar esclavos… No había muchos visitantes… No obstante ello, pude apreciar que la figura de Adolfo atrapó a varios de ellos por la perfección de sus formas y la mimetización con la belleza del ambiente, al punto de no poder quitarle la vista de encima… Era un familiar más de tantas cosas bellas y así lo trataban…

A la sensibilidad de una cámara de cine quizás se le hubieran pasado por alto estas cosas que yo veía y sentía… Eso no significa que fueran irreales…

El Museo, en 1958, no era lo que es hoy… El aquel entonces se mostraba un tanto descuidado… Con todo era dable apreciar sus virtudes esenciales… Una de sus atracciones más reconocidas eran las miniaturas exhibidas en lo que hoy se presenta como el salón de familia… Ahí se dio un suceso digno de ser narrado…

Resulta que a esta altura del debate, Adolfito me había tomado el tiempo y sabía que yo era amigo de usar artificios para generar situaciones insólitas… Entonces, gustosamente, él se prestaba para oficiar de partenaire para que yo pudiera despacharme a gusto… Así fue que, estando en salón de familia, se me dio por soltar este enigmático aserto: “el tiempo y un poco de agua le cambia el sentido a las voces (entiéndase “palabras)”… Adolfito me miró como diciendo: “ya le empezó a hacer efecto el supositorio”… No estábamos solos… Unos minutos antes había entrado dos señoras y un señor, muy distinguidos todos, que hablaban en otro idioma… Más allá de lo que parecía, Adolfo fue a lo concreto y me pregunto: “¿cómo se comprueba eso?”… Sereno respondí: “De 1800 al presente ha pasado tiempo y entre Europa y América se interpone un poco de agua , mira esta miniatura (y le señalé la primera de una segunda fila) y tendrá dos acepciones para una casi igual orto..grafía”…

Adolfito miró esta preciosura…

…  y la cantarina risa que soltó hizo que los otros visitantes voltearan sus cabezas para ver quien había sido el osado violador de la etiqueta… Yo, argentino hasta la muerte como Guido y Spano, marqué distancia y dibujando flechas con mis pequeños ojos pardos lo apunte a Adolfito como diciendo “fue él, señorita” y continué mi observador ministerio no sin recoger minuciosa información de los ulteriores sucesos… Las señoras, bastante mayores, le concedieron a mi amiguito sendas miradas vacunas que no alcanzaban a decir nada y seguramente no decían nada… El caballero, cuya imagen permanece intacta en mi retina…

…bien merecía esta miniatura que compuse con una imagen hallada tiempo después en un rotograbado del diario La Nación y que no me consta corresponda a su persona… Lo que si me consta es que tiene el mismo porte, la misma mirada, el mismo gesto… Tal vez algo envejecido, si; pero ya se sabe: el zorro se pierde el pelo, pero no las mañas… El caballero, decía, revelo un actitud distinta a la de sus paquetas acompañantes; la suya era una actitud complaciente… Complacencia que se acentuó al comprobar que el autor del irreverente desaguisado calzaba lo que calzaba: una estampa de p.m., muy a tono con la excelsitud del entorno… De ahí que por toda crítica le dispenso una sonrisa tan generosa como enigmática… Yo, fichando…

A todo esto, Adolfito permanecía inmutable… Era como si supiera que gozaba de dones que lo hacían inmune y algo tremendo: impune… Todos nos alteramos con su estruendosa risa, él no… Siguió como si nada… Deleitándose con lo que tenía en derredor… Antes de él concluyera la visita al Salón de Familia, me retiré de allí y como no se podían visitar los aposentos de don Matías Errázuriz, me contente con mirar los tapices de la alta galería que encierra la cúpula del gran hall…

Parece ser que, entonces, el caballero de mi miniatura, como quien no quiere la cosa, se apropincuó a Adolfito y, para sacarle conversación, le preguntó si yo era argentino… Veraz, Adolfo manifesto su creencia de que si lo era, aunque aclaró que no estaba seguro… El caballero, al parecer, experto en tejer tramas y armar sayos que a todos le vinieran bien, excusó no preguntarle por su identidad ya que el uniforme lo delataba y de ahí, sin más trámite, pasó a mentarle lo que creía había sido la causa de su estruendosa risa… Dio en el clavo… Palabra va, palabra viene, el caballero finiquitó el breve diálogo entregándole una tarjeta personal que, en definitiva, no sé si existió porque nunca la ví… De todo esto tuve noticias mucho tiempo después, casi cuando mi relación con Adolfo tocaba a su fin…

La salida del Museo fue un tanto abrupta en razón de la urgencia de regresar a La Plata… Con todo al salir, Adolfo y yo nos sentíamos felices de haber compartido un momento realmente especial… Creo que para él fue un encuentro con pares… Para mí, una confirmación que años después resumiría en estos versos…

Prefiero ser frente al yunque la voluntad que golpea

y entre la arcilla y la mano, la mano que la moldea…

Los meses que siguieron fueron muy intensos… Adolfo me regalaba siempre renovadas alegrías y yo trataba de hacer lo mismo… Tuvimos mucho sexo, sexo del mejor… Le entregué todo lo que podía entregarle y él me dio hasta atiborrarme y, también, tuvimos muchas otras cosas divertidísimas… El furor se aplacó a fines de enero del 59 cuando decidí irme al campo… El no verlo aplacó las aguas de ese torbellino cuasi infernal… En el campo permanecí hasta fines de marzo… Allí tenía cosas muy grandes entre mano y no podía ni quería dejarlas, menos para correr tras una aventura cuyo horizonte no divisaba… Adolfo era muy bueno; pero… No se…

En abril comencé mis estudios universitarios… Tenía decidido no llamarlo ni buscarlo… Que volviéramos a vernos dependía exclusivamente de él… El viernes 10 de abril llamó a casa cerca del mediodía; no me encontró; dejó dicho que por favor lo llamara a la casa (el negocio de los padres) después de las 6, que era urgente…

Lo pensé… No llamarlo hubiese sido un desaire indigno con él que seguramente no lo merecía y una actitud descortés que no cuadra con mi forma… A las seis lo llame… Tenía pensadas algunas cosas para decirle pero no me dio tiempo…Fue una catarata de elogios y definiciones… Yo era lo mejor que había conocido, quien más lo comprendía, el que le permitía expresarse en plenitud, un Dios… En ningún momento dijo que me amaba… ¿Debía suponerlo?...

Cuando las circunstancias exigen ser frío, hay que ser frío, pues lo contrario es ir contra la naturaleza, pues las circunstancias son la naturaleza… Claro está que hay formas y formas de ser frío… La mejor, a mi humilde juicio, es aquella que menos se parece al frío… La elegante decadencia…

Le di un poco mas de cuerda al juguete para prolongar la ilusión y, como siempre, que fuera lo que Dios quisiera… Le propuse ir al cine, quería ver una película recientemente estrenada, La gata sobre el tejado de zinc caliente, basada en un drama de Tennessee Williams y protagonizada nada menos que por Paul Newman y Elizabeth Taylor… Después cenar y después lo que se hace después de cenar cuando hay ganas… Adolfo estuvo totalmente de acuerdo y el tono de su voz denunciaba su alegría… Se comprometió a ir de inmediato a comprar la entradas en el Cine Normandie, al lado de la casa de Dardo Rocha, en la calle Lavalle… Cenamos en “La Estancia”, algo mejor que “Arturito”… Más tarde, 140 y cama, donde Adolfo no necesitaba libreto y yo… En esa mezcla de cosas que él era capaz de producir, durante ese encuentro y otros posteriores, hubieron referencias y comentario muchas al Palacio Errázuriz Alvear… Uno de ellos el de su breve diálogo con el caballero de la miniatura… Me sorprendió que no me hubiera comentado antes el episodio… Pero, no debía sorprenderme y no me sorprendí… Ahora me pregunto qué cosas, qué hazañas le hubiera inspirado ver…

…el dormitorio de Matías Errazúriz Ortuzar tal como se lo puede ver desde 2010 en que fue puesto en valor conforme a su versión original de 1916… Me lo imagino trepado a la cabecera rogándome que bendiga a su fiel compañerito… Compañerito grande, bello, fiel y cumplidor… ¡Si lo sabré yo!...

Pensando en estas cosas descubrí que, cuando casi lo llevó por delante a Adolfo en el Parque Japonés, lo que me alertó de la inminente colisión fue su perfume… Después su perfume me abrigó y me llevó con él hasta Triunvirato 4089… Su perfume, siempre su perfume… Nunca nada entre nosotros ocurrió sin la presencia inextirpable de su perfume… Cuando nos distanciamos para siempre, su perfume quedó conmigo y quizás por eso no sentí su pérdida… Su perfume… Perfume de Marinero

La Plata, agosto 8 de 2013.-

Post Scriptum : Como este portal no levanta las imágenes, si algún lector está interesado en verlas, puede pedírmelas enviándome un mensaje-e a buenjovato@yahoo.com.ar y con gusto se las enviaré a vuelta de correo. También puede escribirme a esa dirección-e para decirme cuanto le plazca. Yo contesto toda la correspondencia-e. Gracias.

PERFUME DE MARINERO

por

Eduardo de Altamirano

A mi querido amigo Hugo Manuel que, cuando no está la Dolores, el favor te lo hace él…

Entonces, para ir a la Capital, había tres opciones: o bien se tomaba el “Expreso Buenos Aires” que partía de la Plaza Italia, o se hacía otro tanto con el “Río de la Plata” que tenía su terminal en la calle 6 casi 55, o bien se apelaba al FF.CC. Gral. Roca de 1 y 44… Por razones de peso, yo escogía el tren… No sé, tal vez, quien me escogía era él…

Lo cierto y concreto era que no se viajaba del todo mal y en ocasiones lo hacía en tiempo record… La contra estaba en que, a veces el record lo era por “menos” y otras por “más”… Las locomotoras aún era a vapor y los coches de madera… Algo así

La fotografía tomada de internet muestra la entrada de una formación a la Estación de Constitución…

Por dentro, los vagones mostraban un estilo finisecular, los asientos eran cómodos y rebatibles, lo que hacía que muchas veces se vieran las caras y no las nucas a los compañeros de viaje… Esta es otra fotografía también hallada en internet…

La historia que habré de narrar tuvo su inicio en el segundo semestre de 1958, cuando yo contaba 18 años y ya había aprendido que “nadie es profeta en su tierra”, por lo que a fin de no morirme de aburrimiento vuelta a vuelta me hacía mis escapaditas a Buenos Aires donde, como dicen los pescadores, había mas pique para los afectos como yo a las anguilas y las tarariras

Al respecto debo decir que el año 1958 fue el año de arranque en mis excusiones de este tipo… Lo concreto es que rápidamente desarrollé un modus operandi sencillo y poco ambicioso que me permitía complacer mis gustos en un nivel que algunos podían considerar exiguo y a mí me resultaban óptimos porque siempre ajusté mi desenvolvimiento al helénico apotegma “no exagerar”…

El viajar en tren me daba muchas veces la oportunidad de contemplar “paisajes” verdaderamente arrobadores… Mis paseos arrancaban un día viernes después de almorzar y se prolongaban hasta la madrugada del sábado… Eso hacía que mi viaje coincidiera con el de algunos jóvenes que a la sazón cumplían con las obligaciones del servicio militar en la unidad naval de Río Santiago, sin descontar conscriptos del Regimiento 7… Debo puntualizar que mis deleites eran visuales y exageradamente discretos porque nunca me gusto dar la nota… No creo que ninguno de los marineritos y soldaditos en quienes detuve mis ojos se haya dado cuenta jamás de que yo los miraba con una cierta fruicción… Por el contrario, me inclino a pensar que si alguno reparaba en mi no podía concluir otra cosa que no fuese que yo era un pobre nabo flaco que no hacía más que leer…

Porque cuando viajaba mi costumbre era leer para acelerar el paso del tiempo… Cada tanto, levantaba la vista para relojear discretamente el entorno… Nunca noté que alguien se notificara de que lo estaba mirando… Ello así hasta que un viernes, el primero,  del mes de septiembre la cadena se cortó y pude apreciar que un joven y agraciado marinero percibió que yo lo miraba y dirigió sus ojos hacía mi como diciendo “qué buscás, flaquito”… Mi reacción fue instantánea: volví a mi libro como si nada hubiera  sucedido y así permanecí, leyendo, hasta que llegamos a destino… Cuando me levanté de mi asiento, ni el marinero ni sus acompañantes estaban ya en el vagón, pero su imagen nítida permanencia en mi memoria… No es fácil olvidarse de las cosas que nos impactan, máxime cuando son imágenes deslumbrantes…

Ese día, a pesar de que no era muy frío y el sol brillaba esplendorosamente, yo sentía algo así como que la fortuna no estaba de mi parte… Por eso, al caer la tardecita, me detuve en una cuarteta de la calle Corrientes, comí unas porciones de pizza y, después de recorrer algunas librerías y contemplar el obelisco, embalé por Cerrito y luego Lima a patacón por cuadra rumbo a Constitución… Allí esperé el tren y volví a mis pagos donde nada ni nadie me esperaba… La imagen del marinerito me venía conmigo… También alguna fantasía… ¡Qué lindo hubiera sido!...

Por suerte, a lo largo de toda mi vida, pocas cosas me han hecho perder el sueño… Esa noche tampoco lo perdí… Pasada la medianoche me acosté y, tras leer las páginas de rigor, dormime  como un angelito hasta la mañana siguiente…

Mi vida continuo su rutina… Eran tiempos caldeados… Yo estaba finalizando mis estudios secundarios y en el mundo educativo se vivía un debate sin precedentes: “Educación Libre o Laica”… Sin darme cuenta, se me pasaron dos semanas… Al cabo de ello las ganas de ir de pesca me volvieron y así fue como el viernes correspondiente me embarqué para la Capital en el tren de las 13:48 hs., que solo se detenía en Quilmes… Lo hice mucho antes de la hora de partida lo que me permitió sentarme sin inconvenientes en el segundo asiento (pasillo) de la nave izquierda del tercer vagón, cual era mi ubicación preferida (¿maniático?. Si)… De inmediato abrí el libro que llevaba y me sumergí en él… Tal grado de concentración había alcanzado que fueron necesarios los tironeos y el silbato de la locomotora para que yo volviera a la realidad… Cuando esto ocurrió pasee mi vista en derredor como para averiguar dónde estaba… Me confronté así con una realidad que me sonó a milagro: haciendo cruz conmigo,  enfrente, estaba el mismo marinerito del viaje anterior…Imposible no reconocerlo… Como se lo veía muy entretenido charlando con sus acompañantes, marineros como él, pude ficharlo mejor… Para mí se asemejada notoriamente a…

Jacques Charrier, un actor francés que poco tiempo atrás había visto junto a Páscale Petit y que me había hecho temblar los menudos… Un año después, Charrier se casó nada menos que con Brigitte Bardot…

Mucho no pude examinar a mi encantador vecino porque, como si mi mirada lo atrajera, casi al instante giró la cabeza y dirigió su vista hacia mi humilde persona… Esta vez no bajé los ojos… Tampoco adopté una pose desafiante… Opté por una natural firmeza… Como si replicara mi actitud, el joven hizo otro tanto… Vanos eran mis esfuerzos por discernir qué podría estar pensando… Nada había en sus gestos que me proporcionara el más pequeño indicio…

Para no desmadrarme, volví a mi libro y a la lectura… El recreo había terminado… Aclaro que el libro era nada más y nada menos que “El Ser y la Nada”, una de las obras cumbres de Jean Paul Sartre, padre del existencialismo… Mi cabeza, empero, no estaba en su punto de equilibrio como para seguir las disquisiciones de Sartre; por lo que escogí simular la lectura y abandonarme a la especulación de cuanto circunstancialmente me ocurría…

Cuando uno no halla indicios que racionalmente lo conduzcan a un punto determinado no debe abandonar la búsqueda;  debe preguntarse por la existencia de otros métodos para deducirla de la manera menos caprichosa posible… En este caso, el método de exclusión e inclusión no dejaba de tener sus ventajas… Para mí. el joven y por cierto muy hermoso marinero no me miraba atraído por mi belleza, ya que en este rubro así como en muchos otros no soy de las personas que se destacan… Tampoco por cualidades que no se encuentran a la vista y que en todo caso constituyen “bienes intangibles”… Siguiendo con las exclusiones, comenzaba a perfilarse con cierta nitidez una posibilidad en absoluto nada despreciable… Para ese entonces, yo era un muchachito delgadito, bastante culoncito, muy atildado, que dejaba entrever una particular distinción en su modos sin caer en lo llamativo o exagerado… Según los intereses de quien reparara en mi, podía ser tenido por una persona correcta y bien educada, y también por un montón de cosas mas, donde por supuesto no podían estar ausentes ni lo pícaro y ni lo atrevido; pués sabido es que el libro de los gustos tiene su páginas en blanco… Para tener una idea de mi figura y pose en aquel entonces, quizás baste esta fotografía…

Su data es algo posterior a la ubicación temporal de este relato, pero a mi juicio dejar traslucir mejor mi auténtica naturaleza… En 1958 mi rostro era más algo aniñado, pero  por lo demás no entraña ninguna diferencia y si acentúa lo que podría denominarse una postura de vida

Para ese entonces y por mucho tiempo más yo albergaba en lo íntimo de mi ser una marcada inclinación por la fantasía que a veces me llevaba a confundir lo real con lo imaginario… Para contrarrestar esta tendencia, me había inventado un alter ego lógico y cordial que interpelaba mis delirios y los hacía aterrizar suave y amablemente…

Para que tengan una idea de cómo trabajaba este otro yo contaré su intervención en el caso del marinerito atractivo que me miraba… Cuando mis especulaciones acerca del por qué de su mirada se enfilaban hacia una explicación razonable, coherente y por sobre todo grata a mis veleidades mi alter ego se presentó para hacerme ver que la ponderación realista de las circunstancia otorgaba a las probabilidades de concreción de la posibilidad que yo entreveía valores que la hacían descartable, inviable, remota, digna del mas olímpico de los olvidos…

Si, podía ser que el marinerito pensara que yo era un flaquito interesante para… Pero de ahí a que eso se diera había una desalentadora distancia; pués como bien reza el refrán del bicho al hecho hay muy trecho … Entendido esto, lo que equivale a decir “derrotada mi fantasía”, puse nuevamente los pies sobre la tierra y continué desandando el laberinto múltiple de pasos que mis días tejían desde un día de la niñez…

De ahí que al llegar a Constitución y viendo que el tiempo había desmejorado notoriamente, algo común de los septiembres de aquel entonces, cuando en la región llovían 900 mm al año, decidí embarcarme en el 60 rumbo a lo de mi tía Emilia, en Belgrano…

Para quien quiera saber lo que en 1958 era una unidad de transporte de la línea 60, que unía la estación ferroviaria de Constitución de la Capital Federal con el Hotel Tigre de la homónima ciudad y partido de la Provincia de Buenos Aires en el famoso delta del Paraná, he desinsaculado de internet la siguiente fotografía que es toda una reliquia…

En la década de los 60’s estas unidades comenzaron a desaparecer… El 60 después de un largo recorrido me dejaba en la calle Cabildo y Echeverría, a pocas cuadras del chalet de la tía Emilia, una especie de Refugium Pecatorum donde era imposible pasarla mal… Para llegar forzosamente se cruzaba frente a la casa de don Miguel de Molina quién vivía en un chalet sobre Echeverría cerca de la calle Cuba… Muchas veces lo veía en su jardín o por los alrededores… Tía Emilia vivía sobre O’Higgins, entre Echeverría y Sucre, y se jactaba de que el día de su santo, por Santa Emilia de Vialar, don Miguel la visitaba y le llevaba flores…

Freno, bajo un cambio, pongo luz de giro y doblo a la izquierda, porque ya estoy agarrando para el lado de los tomates…

En lo de la tía Emilia todo era jarana va… Como de costumbre me hicieron recitar el Garrick de don Juan de Dios Peza y que para torturarlos un poco paso a copiárselo aquí:

REÍR LLORANDO

Viendo a Garrick -actor de la Inglaterra-

el pueblo al aplaudirlo le decía:

“Eres el más gracioso de la tierra,

y más feliz…” y el cómico reía.

Víctimas del spleen, los altos lores

en sus noches más negras y pesadas,

iban a ver al rey de los actores,

y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,

llegóse un hombre de mirar sombrío:

sufro -le dijo-, un mal tan espantoso

como esta palidez del rostro mío.

Nada me causa encanto ni atractivo;

no me importan mi nombre ni mi suerte;

en un eterno spleen muriendo vivo,

y es mi única pasión la de la muerte.

-Viajad y os distraeréis. -¡Tanto he viajado!

-Las lecturas buscad. -¡Tanto he leído!

-Que os ame una mujer. -¡Si soy amado!

-Un título adquirid. -¡Noble he nacido!

-¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas.

-¿De lisonjas gustáis? -¡Tantas escucho!

-¿Qué tenéis de familia? -Mis tristezas.

-¿Vais a los cementerios? -Mucho… mucho.

-De vuestra vida actual ¿tenéis testigos?

-Sí, mas no dejo que me impongan yugos:

yo les llamo a los muertos mis amigos;

y les llamo a los vivos, mis verdugos.

Me deja -agrega el médico- perplejo

vuestro mal, y no debe acobardaros;

tomad hoy por receta este consejo

“Sólo viendo a Garrick podréis curaros”.

-¿A Garrick? -Sí, a Garrick… La más remisa

y austera sociedad le busca ansiosa;

todo aquel que lo ve muere de risa;

¡Tiene una gracia artística asombrosa!

-¿Y a mí me hará reír? -¡Ah! sí, os lo aseguro;

Él sí; nada más él; más… ¿qué os inquieta?

-Así -dijo el enfermo-, no me curo:

¡Yo soy Carrick!… Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,

enfermos de pesar, muertos de tedio,

hacen reír como el actor suicida,

sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!

¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,

porque en los seres que el dolor devora

el alma llora cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,

si sólo abrojos nuestra planta pisa,

lanza a la faz la tempestad del alma

un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,

que las vidas son breves mascaradas;

aquí aprendemos a reír con llanto,

y también a llorar con carcajadas.

..me quedé a dormir hasta el día siguiente en que la fiesta continuó… Allí la fiesta no cesaba nunca… Jamás me expliqué como mi querida prima Nélida que era el orden y el rigor personificados pudo haberse formado en semejante romería…

Al día siguiente, la situación meteorológica había cambiado radicalmente y se disfrutaba de un día de sol y temperatura agradables por lo que a la tardecita juzgué conveniente salir a recorrer el espinel previo a volver a casa… Ante la duda por donde empezar, eligí visitar un Parque de Diversiones instalado en los mismos terrenos donde hoy se erige el imponente Hotel Sheraton, en Retiro… Se lo llamaba “Parque Japonés” en recuerdo de uno similar que supo funcionar en Avenida del Libertador y Callao, frente al Palais de Glace… Cruzando la plaza de los Ingleses (Britania) conocida por su torre está la Estación Retiro… Una circunstancia que le confería al parque cierta característica yo diría cosmopolita , ya que allí podía encontrarse gentes de todas partes a toda hora y en especial los fines de semana… Primaba el común denominador de divertirse; pero, también estaban presentes otros objetivos que extendían los alcances del término diversión…

En mi caso, el objetivo era encontrar un algún joven con quien, como años después diría Leo Dan, pudiera “charlar un ratito”… Cuando el encuentro se daba y las condiciones resultaban aceptables, yo sabía como debía operar para encontrar el sitio donde poder “charlar” en forma cómoda y distendida… Todo consistía en tomar el subte en Retiro y acercarme a Constitución… Me bajaba en Independencia y marchaba hasta Tacuarí casi Carlos Calvo… Y todo resuelto… Allí estaba la discreta pensión de Martina…

Ese sábado, pese a lo agradable del mal llamado clima, no se apreciaba un ambiente propicio para los negocios del corazón… La mercadería en oferta no ofrecía mayores atractivos… Desde mi óptica, lo más acertado era dejar pasar la ronda y esperar la próxima marea … En eso estaba cuando el olor de un puesto de garrapiñadas, manzanitas acarameladas y copos de nieve me atrajo como a las moscas… Compré un enorme copo de nieve y me dispuse a degustarlo con arreglo a la liturgia de los golosos empedernidos… Caminaba sin ver donde iba, concentrado en mi copo, viendo por donde debía morderlo y lamerlo, de un lado y del otro, para que su perfil, su figura, su diseño fueran disminuyendo armónicamente en su tamaño sin perder su aspecto, su identidad física… En mi fantasía, ese copo de nieve era un genio a quien con habilidad yo estaba haciendo retroceder para que volviera a ocupar el lugar que ocupaba en la lámpara de donde había emergido… El palito que lo sustentaba era la lámpara y yo la manejaba con la destreza de un mercader persa… En ese ministerio mágico estaba sumido cuando, de repente, me vi forzado a detener la marcha para no atropellar a alguien que se cruzaba en mi camino… Y, oh sorpresa,…

…me topé con el hermoso marinerito del tren que sonriente me preguntó: “¿adónde va tan distraído?”… Desconcertado, no supe qué responderle, por lo que el joven, sin desdibujar la sonrisa que engalanaba su rostro, agrego como advertencia: “si sigue así lo puede pisar el tren fantasma”… Ahí si, rápido, se me encendió la lamparita y le disparé: “no creo que sea para tanto, además puede que tenga algún encanto que el tren fantasma me pise”… “Claro que si –acotó entusiasmado por mi respuesta-, también los fantasmas tienen derecho a tener encantos… ¿Qué le diría a un fantasma si se lo encontrara?”… “Como decir –precisé- no le diría nada, lo que le pediría sería que me guardara un secreto”… “Y, ¿se puede saber cuál es el secreto?” –inquirió… “No, usted tendría que ser fantasma para que se lo dijera” –remarqué… “Haga de cuenta que soy un fantasma” –propuso… “No sé, tendría que pensarlo” –deslicé… “Dele, no sea mezquino, cuénteme” –insistió… “Bueno, voy a hacer una excepción… Le diría que yo también soy un fantasma”… La risa que soltó cuando dije esto debe haberse escuchado en el último piso del Cavanagh… Yo no hallaba explicación para tan estruendosa reacción y él se ocupó de aclarar rápidamente los tantos… “¿Sabe una cosa?... Yo también soy un fantasma”… y como si le dieran cuerda se puso a cantar: “En un parque de Argentina / Un fantasma se perdió / Y como yo era un perdido nos encontramos los dos”… Ahí la risa fue mutua y cuando se atemperó, me propuso dejar el parque y caminar… Acepté… Salímos y caminamos hasta encontrarnos con…

…la imponente entrada del Centro Naval en Córdoba y Florida… A mí me parecía un sueño caminar por esos lugares escoltado por un marinero que, en efecto, daba las doce antes de hora… Tan pronto salimos del Parque se presentó: Adolfo Rodriguez, estudiante de farmacia, temporalmente afectado al servicio militar… Por mi mente circulaba la idea de que la cosa podía ser para largo antes de que los naipes estuvieran todos sobre la mesa… Nada de eso ocurrió… Después de presentarse y cuando aún no habíamos llegado al Centro Naval, como la cosa más natural del mundo, me preguntó: “¿le gustan los hombres?”… Fue un interrogante tan seco,  directo y desprovisto de malas intenciones que no me nació otra cosa que decirle que si, que me gustaban… Y antes de que yo pudiera agregar algo más, me confesó que a él también le gustaban y como para que no hubieran confusiones puntializó… “Me gusta dar”… Ante tamaña sinceridad, que se apreciaba más en la suavidad del tono que en el rigor de las palabras, me pareció adecuado hacerle saber que a mí me gustaba recibir y se lo dije… Creo que esto le trajo un alivio y le estimuló la alegría… Cuando nos detuvimos en Córdoba y Florida, me comento dos cosas… Una, que yendo por Córdoba hasta Lacroze y luego bordeando la Chacarita para empalmar con Triunvirato se llegaba al negocio de sus padres, en Triunvirato casi La Pampa, donde hay cinco esquinas, porque pasa también la avenida Victorica que parte el barrio Parque Chas en dos mitades… El otro comentario fue que su abuelo Vera, cuando él era chico, lo llevaba al Centro Naval donde realizaba trabajos de electricidad… De ahí que conociera muy bien el edificio que era toda una obra de arte…

Caminamos por Córdoba… Ya anochecía… Pasando la 9 de Julio, a la altura de Paraná, más o menos, nos metimos en un bolichito a tomar algo… Invité yo… Ya en el interior del boliche el diálogo se hizo más íntimo… Le conté de donde era, lo que hacía y que procuraba no llamar la atención… Me dijo que él estaba en lo mismo… “Te mata la pinta” –le dije… Ya nos tuteábamos… “No vayas a creer; así, disfrazado de marinero, puede ser llame un poco la atención; pero, de civil, es otra cosa, soy uno más”… -replicó… En un momento dado me pregunto si sabía de algún lugar donde pudiéramos ir y estar solos… Contesté afirmativamente… Preguntó si cobraban caro… Le dije que no se preocupara que yo podía pagarlo… Se quedó pensando un rato y luego quiso saber si me animaba a ir hasta el negocio de sus “viejos”, ahí podíamos estar cómodos y era seguros… Para entusiasmarme me señaló que el 140 nos dejaba en la puerta… Acepté y a los pocos minutos estábamos subidos al colectivo que, más que colectivo era un lata de sardinas… Adolfo aprovecho para echarse bien cerca de mí… Hablándome al oído me dijo “allá vamos a estar mejor”… “eso espero” –respondí… El siguió arrimándose… Unas cuadras antes tuvimos que remar contracorriente para bajarnos… En ese entonces no había puerta de atrás para el descenso de los pasajeros… Cuando llegamos era de noche, estaba bastante fresco y el lugar era completamente oscuro… El colectivo nos dejó casi en la puerta… A decir verdad, no las tenía todas conmigo… No sé, me parecía extraño que sin conocerme me tratara así… El negocio estaba casi en la esquina, en una edificación de dos plantas más bien nueva… La planta alta tenía acceso por otra puerta… La que usamos nosotros daba a un pasillo y después había otra puerta que abría a un depósito…

Buscando en la web hallé esta fotografía…

… que corresponde a la esquina de referencia… La flecha indica justo el lugar donde estaba emplazada la perfumería… No sé si dije que el negocio de los padres de Adolfo era una perfumería “al por mayor”… Eso hacía que no se pudiera caminar un metro sin tropezar con alguna caja…

Traten de imaginarse esta esquina sin un solo auto, con solo algunos peatones, sin los altos edificios de calle La Pampa, con un farol de mala muerte por toda iluminación y un viento que soplaba cada vez mas fuerte… La muerte…

Por suerte, adentro la cosa no era tan desapacible… Por lo que iba descubriendo se trataba de un local grande seguido de una vivienda familiar que había dejado de ser vivienda para convertirse en depósito… Lo único familiar que quedaba era una cocina-comedor y una piecita, que bien pudo ser cuarto de servicio, seguida de un bañito con vista a un patio…

A esa piecita fuimos a dar Adolfo y yo… Al parecer, el muchacho estaba apremiado por mostrar sus dotes viriles y por sacarse algún peso de encima… No voy a negar que yo también me sentía incentivado para aceptar las lecciones de un maestro al que se veía con muchas ganas de apelar al puntero…

En este punto debo aclarar que todas las dudas y temores que tenía antes de entrar a ese lugar se desmoronaron bajo el peso de una evidencia incontrastable: desde el mismísimo primer en que nos encontramos por casualidad en el Parque Japonés, el muchacho había actuado con total naturalidad, siendo coherente en todo y, sobretodo, rápido y espontáneo… Nada en él daba para suponer que pudiera estar calculando o escondiendo intenciones aviesas… Entonces, si la cosa se veía así: ¿por qué suponer lo contrario?... Además, ¿qué me podía hacer o sacar a mi?... En la foto que mostré anteriormente llevo puesto un reloj algo importante; pero no hago eso siempre: mastico vidrio, pero no lo trago… Sobre todo habiendo tantas otras cosas más sabrosas para tragar…

Y hablando de tragar y de cosas sabrosas, cuento que tan pronto estuvimos dentro del cuartito de servicio, iluminado por la tenue luz de un velador de morondanga que descansaba sobre una mesa de luz demasiado encumbrada para la otomana que oficiaba de lecho, el joven tomó un decisión muy acertada: calentar el ambiente y para ello conectó…

…una estufa igual o muy parecida a esta que, un año después me compré para combatir el frío y aún conservo… Lo concreto fue que la estufita agregó el detalle que faltaba y, de inmediato, Adolfito se puso en acción… Siempre con la misma naturalidad y falta de malicia me preguntó “cómo andaba para una tiradita de goma”… Como yo ya me había subido al tren y no era mi intención bajarme, lo notifiqué que esa era mi especialidad y que me hallaba en óptimas condiciones… Así fue como en menos de lo que canta un gallo, estuvimos dentro de la camita listos para iniciar la función que se presentaba muy prometedora a juzgar por las palmaditas y elogios que el joven le despachó alegremente a mis nalgas, junto a la promesa de “hacérmelas vibrar”… La velocidad que le imprimimos a nuestros movimientos, así como la baja iluminación del recinto, no me permitieron apreciar las cualidades del instrumento con el que debía interpretar “mi solo de flauta”… Descontaba que no sería poca cosa “si se ameritaba el bulto que hacía en el estuche”… La pregunta que hiciera acerca de mi disponibilidad para tirarle la goma me llevó a suponer que el muchacho le asignaba a eso una primerísima primera prioridad y como nunca fue mi gusto hacer esperar a nadie, ni bien estuvimos en la cama me apresté a cumplimentar su deseo que, dicho sea de paso, era también el mío… Pero, hete aquí que el trámite, no me fue fácil, pues Adolfo se había convertido en una caldera descontrolada que bufaba a lo loco como queriendo expulsar todos sus demonios de un solo saque… Solo le faltaba echar humo… Quería hacerme todo lo que sabía hacer –como dice el Dr. Corona– “simultáneamente”, sin tener en cuenta que “la suma de lo posible es un imposible”… ¿Quién puede estar sentado y parado al mismo tiempo?, ¿o vestir dos camisetas al unísono para parecer buenito?... Nunca está demás recordar la  paradoja de Protágoras…

El desempeño de Adolfo, si bien me impedía cumplir con mi alta maestría “oratoria”, me dejó un enseñanza insigne: con él supe lo que era “una lid amorosa”, porque era y se mostraba como un gladiador, un guerrero, un luchador nato… Ponía toda su fibra en la batalla del amor… Se hacía sentir… ¡Si lo sabré yo!...

En la primera ocasión que se me presentó, me escurrí de los brazos implacables de ese Milón de Crotona que apenas me dejaba respirar y, como corresponde, me hice dueño absoluto de su atributo más preciado que como pude comprobar era un muy apetecible trozo, tridimensionalmente importante y estéticamente bello por la elegante armonía de sus proporciones… Todo eso sin detrimento de su virtud más eminente: la dureza… En verdad, se le había puesto como una roca del precámbrico…

Pueden imaginarse el festín que me mandé y la de saliva que gasté… De haber sido champagne todavía estaría pagando la cuenta… El muy depravado gozaba como un guanaco con mis habilidades lenguísticas… No creo que se imaginara que “el señorito del tren” fuese capaz de semejante hazaña… Sabedor de que los vaivenes de por precisas zonas del pito equivalían a un descarga de picana, yo no cejaba de picanearlo y el de cantarme unos disparates que me daban mas bríos…

No tengo idea del tiempo que le dediqué a la adoración de esa verga que se entregaba a las delicias de mis manoseos y lengüeteos con inverecundo y concupiscente regodeo… Se interrumpió cuando el joven Adolfo, que en ningún momento dejó de acariciar mis nalgas y de deleitarse con su sólida pulposidad, decidió dedicar su tiempo al estudio y la práctica de la espeleología… Preguntarán qué es la espeleología… Respondo; una ciencia creada por un tal señor Martel a fines del siglo XIX cuyo objetivo es la exploración de cavidades… El señor Martel le dio preminencia a las cavidades subterráneas ; sin embargo, la mayoría de los científicos que se interesan por esta rama de saber ostentan una marcada preferencia por la exploración de las cavidades intergluteas… Y la Pachamanca, desde luego: agradecida y proclamando a los cuatro vientos que “el saber ocupa lugar”…

El marinerito, que sabía hacer su trabajo, se sorprendió cuando de entre mis ropas extraje un pequeño pote de aluminio conteniendo diadermina y con ella lubrique generosamente mi caminito de la gloria… Quizo saber qué era y de inmediato se aplicó a probar su utilidad… Nunca estuvo más justo aquello de “pruebas al canto”… La poronga del indio me entró como flecha y concertamos una sinfonía que no tuvo desperdicio… Adolfo me cogió con tantas ganas, con tanto entusiasmo, con tanta alegría que la llama del placer se me encendió como nunca… Lo más raro del momento fue que, en lugar de percibir los fuerte olores percibidos en otras ocasiones y con otros hombres, esta vez tuve la sensación de estar hundido en una nube de exquisitas fragancias… Era la piel de mi fantasma que destilaba años de perfumes… Dos “p” me hicieron vivir un momento inesperado y supremo: p ija y p erfurme… Perfecta combinación para el perfecto amor… Demás está decir que después de inseminarme a rolete, el indio quedó como para que tirarlo al tacho de la basura, hecho un trapo… Yo no estaba mucho mejor, pero conservaba mi buen humor… Yo, que había contribuido eficazmente a que se sintiera así, haciéndome el tontito, le preguntaba: “¿qué le pasa muchacho, lo atacó algún virus?”… “Qué virus, vos me mataste”… “¿Yo?”… “Si, vos”… “Arrésteme cadenas y póngamela Sargento, si soy un delincuente que me perdone Dios”…

Minutos después me propuso tomar un café y no sin abrigarnos, nos mandamos para la cocina… Allí fue otra la obra que interpretamos… Además de tocar el tema de lo que acabábamos de hacer y de dejar al descubierto nuestras recíprocas satisfacciones con la sinceridad de dos buenas personas, abordamos varios temas probatorios de que un buen encame es siempre una ocasión de vida…

Me contó, sin que yo le preguntara nada, cómo era que se había iniciado a los doce años con un chico cinco años mayor que él, la decepción en su primer encuentro hetero,  la aventura vivida con otro chico homo durante más de tres años, su relación con las mujeres y su gusto por estar con chicos… No con cualquier chico, sino con chicos –como yo- que le supieran sacar lo mejor que había en él…

Me habló de su carrera, de que cuando se recibiera pensaba dedicarse a la perfumería y de otras muchas cosas… Entre ellas, de la puerta del Centro Naval que habíamos visto en Córdoba y Florida… Resultó ser un apasionado de la arquitectura de Buenos Aires, de la que conocía un montón de secretos… Así fue como le comenté mi interés por conocer el Museo Nacional de Arte Decorativo… Ahí mismo, mientras tomábamos café y comíamos las últimas galletas de una de esas latas con visor que menudeaban en las almacenes, armamos un programa para el siguiente fin de semana… Quedamos en encontrarnos el sábado 4 de octubre, por la tardecita, en el centro; cenar en algún boliche de por ahí y después venirnos a Triunvirato 4089 ya se sabe para que… Dormiríamos allí y al día siguiente, domingo 5, Día del Camino, la emprenderíamos para el Museo y mas luego nos mandaríamos a La Plata, él para la Base Naval y yo para el Manicomio que era mi casa…

Después de deliberar durante 5 segundos, decidimos por unanimidad quedarnos a pernoctar, ese domingo 28 de septiembre, porque ya era domingo, allí, en la Perfumería Rodriguez… Por la tarde emprenderíamos el retorno a La Plata… Dormimos haciendo cucharita… Eso parecía ser que lo reencontraba con los dulces días de adolescencia… Como el Servicio Nacional Meteortológico me informaba que el pajarito no estaba con ganas de seguir cantando porque le faltaban unos hectopascales de presión, yo me dormí como santito que soy…

Parece ser que durante la noche el muchacho recibió un importante cargamento de energía cinética, ya que cuando desperté sentí que tenía el termómetro hirviendo entre mis piernitas como pugnando por entrar en la cueva de Ali Babá con los 40 ladrones y algún sinvergüenzon mas que veía luz prendida y se quería meter… Corolario: a las 9:40 hs. volví a disfrutar de las mieles que ese hermoso marinero sabía hacerme tragar … La impresión que yo tenía era que no nos habíamos conocido el día anterior, sino que éramos amigos desde siempre… Tal vez fuera porque lo que nos unía no era solo la devoción por el sexo, sino también otras comunes aficiones que alegraban el espíritu, daban confianza, promovían el entendimiento, suscitaban la camaradería y todo es que hace que uno se sienta con otro como en familia… Yo me sentía feliz… El marinerito que entre todas las cosas buenas también tenía buen oído, aprendió rápido mi estilo sincopado y me apretaba justo la corchea cuando no la semifusa en el momento que yo quería sonar fuerte y gozar la rotura del ritmo…

La semanita del 28 de setiembre al 4 de octubre se fue lo que se dice “volando”… Más aún con la ayuda de la llamadita telefónica que me hizo el miércoles 1° de octubre y que yo atendí en la cocina de casa donde estaba la centralita telefónica que me aseguraba no ser escuchado por nadie más que mi interlocutor… Como Adolfo estaba al tanto de este detalle lo primero que me preguntó fue si podía hablar con confianza… Le respondí “como usted guste” y ahí se largo con una serie de disparates que me hacían reír y que respondía en forma criptica por al lado lo tenía nada menos que al Nolberto… Cuando colgué el teléfono, con su estilo metafórico, me preguntó: “¿algún surubí?”… Sonriente respondí… “No, solo un pejerrey para el campeonato”…

El sábado 4 nos encontramos en Corrientes y Cerrito… Dimos unas vueltas por ahí y a las 9, más o menos, aterrizamos en un boliche que, si no equivoco, todavía existe: “Arturito”… En ese entonces se comía muy bien y te robaban lo mismo que en otras partes… Nos hablamos todo… Es que me sentía tan bien con ese muchacho que parecía leerme el pensamiento que no paraba de soltar todo lo que siempre anda dando vueltas dentro de mi… Pasado el tiempo, analizando historias, concluí que eso debía ser estar de novio… A sazón yo ya había conocido algunos machos y corrido algunos clásicos… Ninguno de ellos, sin embargo, había sabido taconearme las verijas como él… No teníamos por meta el altar, pero éramos novios… Hasta que volviera a soplar el pampero por lo menos…

Después de cenar paseamos un rato por Corrientes que ya empezaba a vivir la fiebre del sábado por la noche… Una fiebre que yo comencé a experimentar desde el mismo momento en que nos encontramos al conjuro del perfume que llevaba puesto, intenso y embriagador… Supe que se trataba de una fragancia llamada “Lancaster” y que la fábrica se encontraba en las puertas de la Capital… Pasaditas las once embalamos para Córdoba en busca del 140 que no aguardaba para llevarnos a los cielos de Parque Chas y Villa Ortuzar… Hoy hasta allí llega la línea B de Subterráneos… Una pregunta de Gustavo dejó en claro cuáles eran sus íntimos pensamientos y su profundos deseos: “¿trajiste diadermina?”… No dudó ni se equivocó con el nombre del producto… Lo conocía por razones familiares y profesionales y hasta me había recitado la fórmula: glicerina, ácido esteárico, amoníaco y agua destilada (g-a-a-a)… Le confirmé que si, que la había traído y eso lo dejó tranquilo…

En Córdoba y Paraná tomamos el 140 que a eso hora no iba cargado; tanto que pudimos sentarnos y todos… Como si estuviera en el living de su casa, el marinero se permitía unas licencias para los toqueteos imposibles de creer… La oscuridad reinante era su cómplice… Llegó a sujetarme una mano y obligarme a que le palpara el bulto… “Mirá lo que te espera” –me decía…

La entrada a Triunvirato 4089 nada tuvo que ver con la de la semana anterior, sembrada de dudas y temores… Esta vez mi corazón era una castañuela… Transitaba los pasadizos dispuesto a que el gitano me tocara como le viniera en ganas… Yo estaba para servirle como el Niño de la Ventera, a quien si le ofrecen la punta ya quiere comerla entera…

Creo que el hecho de verme así, tan suelto de cuerpo, lo hizo sentir a Adolfo como “El Emperador del Baile Cañi”… Si yo loco, el loco y medio… No eran las doce de la noche cuando nos metimos en la cama… Me echó dos polvos que  fueron dos aludes en el Kilimanjaro… Cuanta pasión, cuanta energía, cuando ardor… Cuanto, cuanto, cuando hay ganas y con qué… Me confesó que “Mi señor Culo” era lo más grande que habia conocido, no en tamaño, sino en gracia y comedimiento, que sabía como hacerlo subir y bajar al cielo como en ascensor automático…

Cerca de las cuatro de la mañana nos dormimos, entre besos y abrazos y haciendo cucharita… Casi muertos… Recién a las diez y media de la mañana tomamos conciencia de que no estábamos muertos… Nos levantamos y ordenadamente nos bañamos y nos organizamos para el almuerzo… Debo comentar que Adolfito tenía todo organizado… El día anterior le dijo a la mamá que iría a dormir con un amigo al negocio y la mamá le dejó la comida preparada: ravioles con salsa… Solo había que hervir los ravioles y calentar la salsa… También habia que comprar el pan… La cantidad de comida me pareció un disparate, pero no tenía idea de que el marinero se comía hasta los platos… Con todo, su cuerpito era el de un atleta… Perfecto… Entre una cosa y la otra el almuerzo concluyó cerca de las 13 horas… Poco después partimos para Triunvirato al 4200 donde estaba la parada del 92 que en poco más de 40’ nos dejó en Avenida Las Heras y Sánchez de Bustamante, a cuadra y media del Museo, en pleno barrio de la Recoleta…

El día anterior, cuando nos encontramos en el centro, vestía de civil… Algo negligé, pero civil… Ahora lucía su impecable uniforme de marinero que mamá, seguramente, le había lavado y planchado entre viernes y sábado… Al comentar este detalle me vino a la memoria por esos raros mecanismos de simpatía que tiene la mente la estampa de…

Gene Kelly, el gran bailarín norteamericano, interpretando el papel de un marinero en “Leven Anclas”… Bueno, créanme, el domingo 5 de octubre de 1958, el yanqui no creo que le hiciera sombra a mi Adolfito… Por lo menos, Adolfo no necesitaba tacos altos para demostrar que era un hombre de gran envergadura… Y yo no era Frank Sinatra pero estaba como para visitar la casa de los Errázuriz-Alvear…

Como a Adolfito le vinieron unas imprevistas ganas de mear, no tuvimos otras más alternativa que corrernos hasta el A.C.A., Automóvil Club Argentino, en demanda de un baño… Eso hizo que nuestra entrada al maravilloso palacete neoclásico…

…se demorara un buen rato, ya que además al ciudadano conscripto se le dio por inspeccionar los alrededores que nada tenían ver con lo que son  ahora esos lugares…

Al fin de cuentas, entramos… Gratis, porque para ese entonces subsistían políticas de gratuidad víctimas de serios reveses a lo largo de la historia… Traspuestos el vestíbulo y la antecámara, ya en el gran hall, el Museo fue adquiriendo el concepto y objeto de lo que es para mí: una maravillosa obra de arte  donde continente y contenido son una misma cosa…

Hoy, a más de medio siglo de distancia, me pregunto, ¿cuántos Museos Nacionales de Arte Decorativo?... Analizando la cosa desde la óptica de Max Planck, siendo que el observador modifica lo observado con su observación, deben haber tantos como visitantes tenga, mas uno de reserva, eterno y arquetípico para los imprevisibles visitantes que el futuro le depare… Por eso, he de hablar de “mi Museo”, el museo que yo vi y viví ese día…

De movida percibí algo muy especial y discriminatorio… Noté que no nos trataba a Adolfo y a mi del mismo modo… La atención que me otorgaba a mi era más bien ceremonial y mesurada, cercana al respeto inteligente y ajena al afecto… Digamos que nos comprendíamos y, en mi caso, me permitía admirarlo sinceramente… Cosa substancialmente distinta era lo que sucedía con el trato que le brindaba a Adolfo… El mozo no era alguien de afuera… Se lo veía como una pieza móvil dentro de cuadro de inmensa belleza… Fuera cual fuese la postura que adoptase… Ya parado frente al inmenso hogar, ya contemplando los lienzos flamencos, ya siguiendo el camino de las gubias que descubrieron la existencia de los muebles… El perfume del marinero parecía un cebo deliberado para atraer miradas y generar esclavos… No había muchos visitantes… No obstante ello, pude apreciar que la figura de Adolfo atrapó a varios de ellos por la perfección de sus formas y la mimetización con la belleza del ambiente, al punto de no poder quitarle la vista de encima… Era un familiar más de tantas cosas bellas y así lo trataban…

A la sensibilidad de una cámara de cine quizás se le hubieran pasado por alto estas cosas que yo veía y sentía… Eso no significa que fueran irreales…

El Museo, en 1958, no era lo que es hoy… El aquel entonces se mostraba un tanto descuidado… Con todo era dable apreciar sus virtudes esenciales… Una de sus atracciones más reconocidas eran las miniaturas exhibidas en lo que hoy se presenta como el salón de familia… Ahí se dio un suceso digno de ser narrado…

Resulta que a esta altura del debate, Adolfito me había tomado el tiempo y sabía que yo era amigo de usar artificios para generar situaciones insólitas… Entonces, gustosamente, él se prestaba para oficiar de partenaire para que yo pudiera despacharme a gusto… Así fue que, estando en salón de familia, se me dio por soltar este enigmático aserto: “el tiempo y un poco de agua le cambia el sentido a las voces (entiéndase “palabras)”… Adolfito me miró como diciendo: “ya le empezó a hacer efecto el supositorio”… No estábamos solos… Unos minutos antes había entrado dos señoras y un señor, muy distinguidos todos, que hablaban en otro idioma… Más allá de lo que parecía, Adolfo fue a lo concreto y me pregunto: “¿cómo se comprueba eso?”… Sereno respondí: “De 1800 al presente ha pasado tiempo y entre Europa y América se interpone un poco de agua , mira esta miniatura (y le señalé la primera de una segunda fila) y tendrá dos acepciones para una casi igual orto..grafía”…

Adolfito miró esta preciosura…

…  y la cantarina risa que soltó hizo que los otros visitantes voltearan sus cabezas para ver quien había sido el osado violador de la etiqueta… Yo, argentino hasta la muerte como Guido y Spano, marqué distancia y dibujando flechas con mis pequeños ojos pardos lo apunte a Adolfito como diciendo “fue él, señorita” y continué mi observador ministerio no sin recoger minuciosa información de los ulteriores sucesos… Las señoras, bastante mayores, le concedieron a mi amiguito sendas miradas vacunas que no alcanzaban a decir nada y seguramente no decían nada… El caballero, cuya imagen permanece intacta en mi retina…

…bien merecía esta miniatura que compuse con una imagen hallada tiempo después en un rotograbado del diario La Nación y que no me consta corresponda a su persona… Lo que si me consta es que tiene el mismo porte, la misma mirada, el mismo gesto… Tal vez algo envejecido, si; pero ya se sabe: el zorro se pierde el pelo, pero no las mañas… El caballero, decía, revelo un actitud distinta a la de sus paquetas acompañantes; la suya era una actitud complaciente… Complacencia que se acentuó al comprobar que el autor del irreverente desaguisado calzaba lo que calzaba: una estampa de p.m., muy a tono con la excelsitud del entorno… De ahí que por toda crítica le dispenso una sonrisa tan generosa como enigmática… Yo, fichando…

A todo esto, Adolfito permanecía inmutable… Era como si supiera que gozaba de dones que lo hacían inmune y algo tremendo: impune… Todos nos alteramos con su estruendosa risa, él no… Siguió como si nada… Deleitándose con lo que tenía en derredor… Antes de él concluyera la visita al Salón de Familia, me retiré de allí y como no se podían visitar los aposentos de don Matías Errázuriz, me contente con mirar los tapices de la alta galería que encierra la cúpula del gran hall…

Parece ser que, entonces, el caballero de mi miniatura, como quien no quiere la cosa, se apropincuó a Adolfito y, para sacarle conversación, le preguntó si yo era argentino… Veraz, Adolfo manifesto su creencia de que si lo era, aunque aclaró que no estaba seguro… El caballero, al parecer, experto en tejer tramas y armar sayos que a todos le vinieran bien, excusó no preguntarle por su identidad ya que el uniforme lo delataba y de ahí, sin más trámite, pasó a mentarle lo que creía había sido la causa de su estruendosa risa… Dio en el clavo… Palabra va, palabra viene, el caballero finiquitó el breve diálogo entregándole una tarjeta personal que, en definitiva, no sé si existió porque nunca la ví… De todo esto tuve noticias mucho tiempo después, casi cuando mi relación con Adolfo tocaba a su fin…

La salida del Museo fue un tanto abrupta en razón de la urgencia de regresar a La Plata… Con todo al salir, Adolfo y yo nos sentíamos felices de haber compartido un momento realmente especial… Creo que para él fue un encuentro con pares… Para mí, una confirmación que años después resumiría en estos versos…

Prefiero ser frente al yunque la voluntad que golpea

y entre la arcilla y la mano, la mano que la moldea…

Los meses que siguieron fueron muy intensos… Adolfo me regalaba siempre renovadas alegrías y yo trataba de hacer lo mismo… Tuvimos mucho sexo, sexo del mejor… Le entregué todo lo que podía entregarle y él me dio hasta atiborrarme y, también, tuvimos muchas otras cosas divertidísimas… El furor se aplacó a fines de enero del 59 cuando decidí irme al campo… El no verlo aplacó las aguas de ese torbellino cuasi infernal… En el campo permanecí hasta fines de marzo… Allí tenía cosas muy grandes entre mano y no podía ni quería dejarlas, menos para correr tras una aventura cuyo horizonte no divisaba… Adolfo era muy bueno; pero… No se…

En abril comencé mis estudios universitarios… Tenía decidido no llamarlo ni buscarlo… Que volviéramos a vernos dependía exclusivamente de él… El viernes 10 de abril llamó a casa cerca del mediodía; no me encontró; dejó dicho que por favor lo llamara a la casa (el negocio de los padres) después de las 6, que era urgente…

Lo pensé… No llamarlo hubiese sido un desaire indigno con él que seguramente no lo merecía y una actitud descortés que no cuadra con mi forma… A las seis lo llame… Tenía pensadas algunas cosas para decirle pero no me dio tiempo…Fue una catarata de elogios y definiciones… Yo era lo mejor que había conocido, quien más lo comprendía, el que le permitía expresarse en plenitud, un Dios… En ningún momento dijo que me amaba… ¿Debía suponerlo?...

Cuando las circunstancias exigen ser frío, hay que ser frío, pues lo contrario es ir contra la naturaleza, pues las circunstancias son la naturaleza… Claro está que hay formas y formas de ser frío… La mejor, a mi humilde juicio, es aquella que menos se parece al frío… La elegante decadencia…

Le di un poco mas de cuerda al juguete para prolongar la ilusión y, como siempre, que fuera lo que Dios quisiera… Le propuse ir al cine, quería ver una película recientemente estrenada, La gata sobre el tejado de zinc caliente, basada en un drama de Tennessee Williams y protagonizada nada menos que por Paul Newman y Elizabeth Taylor… Después cenar y después lo que se hace después de cenar cuando hay ganas… Adolfo estuvo totalmente de acuerdo y el tono de su voz denunciaba su alegría… Se comprometió a ir de inmediato a comprar la entradas en el Cine Normandie, al lado de la casa de Dardo Rocha, en la calle Lavalle… Cenamos en “La Estancia”, algo mejor que “Arturito”… Más tarde, 140 y cama, donde Adolfo no necesitaba libreto y yo… En esa mezcla de cosas que él era capaz de producir, durante ese encuentro y otros posteriores, hubieron referencias y comentario muchas al Palacio Errázuriz Alvear… Uno de ellos el de su breve diálogo con el caballero de la miniatura… Me sorprendió que no me hubiera comentado antes el episodio… Pero, no debía sorprenderme y no me sorprendí… Ahora me pregunto qué cosas, qué hazañas le hubiera inspirado ver…

…el dormitorio de Matías Errazúriz Ortuzar tal como se lo puede ver desde 2010 en que fue puesto en valor conforme a su versión original de 1916… Me lo imagino trepado a la cabecera rogándome que bendiga a su fiel compañerito… Compañerito grande, bello, fiel y cumplidor… ¡Si lo sabré yo!...

Pensando en estas cosas descubrí que, cuando casi lo llevó por delante a Adolfo en el Parque Japonés, lo que me alertó de la inminente colisión fue su perfume… Después su perfume me abrigó y me llevó con él hasta Triunvirato 4089… Su perfume, siempre su perfume… Nunca nada entre nosotros ocurrió sin la presencia inextirpable de su perfume… Cuando nos distanciamos para siempre, su perfume quedó conmigo y quizás por eso no sentí su pérdida… Su perfume… Perfume de Marinero

La Plata, agosto 8 de 2013.-

Post Scriptum : Como este portal no levanta las imágenes, si algún lector está interesado en verlas, puede pedírmelas enviándome un mensaje-e a buenjovato@yahoo.com.ar y con gusto se las enviaré a vuelta de correo. También puede escribirme a esa dirección-e para decirme cuanto le plazca. Yo contesto toda la correspondencia-e. Gracias.