Pérdoname

Pérdoname, Erika. Por humillarte. Por violarte. Por follarte.

Madrid. Doce de la noche.

Sonaba Metallica en la radio mientras la lluvia empapa el parabrisas. Doy otro trago a la cerveza mientras conduzco apenas sin echar un ojo a la carretera. No importa, no hay nadie en la calle, pienso. Recuerdo cómo mi novia (prometida) me explicaba entre sollozos hace escasos 20 minutos la razón por la que había llegado a enrollarse con un compañero de trabajo -ese del que siempre hablaba maravillas- la semana anterior, y lo arrepentida que estaba. También recuerdo que no dije nada, cogí las llaves, una cerveza y salí de casa.

No sé ni que hago conduciendo. Mantener la cabeza ocupada, supongo. Voy por el centro, rotando constantemente por las mismas calles. Esta vez, sin embargo, veo algo que no estaba la última vuelta. Una pareja abre la puerta de un portal, y aminoro ligeramente la marcha para fijarme en ella. Supongo que inconscientemente todos somos infieles alguna vez, ¿verdad?

23-24 años. No es muy alta, quizá 1,60. Lleva unos vaqueros, chaqueta, y botas. Tiene el pelo castaño claro y ligeramente rizado, no excesivamente largo, pero sexy. No sabría decir el color de sus ojos, pero parecen bonitos desde la distancia. Su cara tiene facciones duras; no es de esas con carita de ángel, si no de aquellas a las que sólo con mirarlas sabes que tienen carácter. O que creen tenerlo. Su sonrisa forzada (qué novedad, hoy en día todas las sonrisas son forzadas), detrás de la hipocresía tras la que se esconde, guarda mucha sexualidad.

Mi novia no tiene cara de ángel.

La Chica le da un beso a su novio, con lengua, por lo visto de despedida, y mientras él vuelve dentro ella echa a andar por la calle. Disimuladamente he parado el coche cerca del portal y puedo observarla más detenidamente. No me decepciona. Se para, abre el bolso y saca un paquete de Marlboro Reds. Coloca entre sus labios un cigarro y lo enciende, dando una profunda calada y tragando el humo, mientras mira al cielo. En ese momento, decido que me correré dentro.

La Chica recupera el paso y yo abro la puerta del coche, siguiendo sus pisadas. Andamos durante más de 10 minutos y pasamos cerca de un parque. ¿Ahí? No.

Tras unos veinte minutos de paseo, entra en una calle que da a varios pisos antiguos. Son los ideales para alquilar, cuando alguien necesita vivir en el centro por cuestiones de trabajo y no puede permitirse nada mejor. ¿Qué sería Ella, oficinista? No, era más lista. Abogada, quizá. Enfermera, médica. Médica.

Saca las llaves de su bolso y se dispone a insertarlas en la cerradura de uno de los portales. Aprieto el paso para acercarme a pocos metros, pues sería ahora o nunca. Gira, abre la puerta, entra y la suelta. Centímetros antes de que se cierre, apoyo el brazo y evito el cataclismo.

Ella se da cuenta. Me mira a los ojos, sonríe, y esboza un cálido: -Oh, perdón.

Sonrisa de diosa.

Le devuelvo la sonrisa y me coloco a su lado, esperando el ascensor. El ascensor llega, y Ella abre la puerta y me pregunta, de nuevo mostrándome la más sexy de sus falsas sonrisas:

-¿Entras?

Asiento con la cabeza y entro tras ella. El ascensor era espacioso. Tanto mejor. Marca el 3º, y cuando íbamos por el primer piso me acerco a marcar el 2º. No lo hago. Aprieto el botón de parada y el ascensor se para, a medio camino entre el 1º y el 2º. La miro a los ojos. Veo terror, sabe lo que le espera. Grita. Poco tiempo, pues me abalanzo hacia ella y le tapo la boca mientras la golpeo contra la pared. El golpe la aturde un poco, y cuando se recupera y me mira a los ojos, sus pupilas suplican clemencia. He de decir que sentí lástima. Lo que estaba punto de sucederle a esa pobre chica era algo totalmente desafortunado, pero que debía ser hecho.

Hablo.

-Grita y te mato. No bromeo. ¿Comprendes?

Asiente con la cabeza.

-Voy a soltarte. Te lo repito, si gritas, te mato.

Quito mi mano de su boca y aparto mi cuerpo para darle un poco de espacio. Está tiritando.

-¿Cómo te llamas?- pregunto.

-E-ri-ka- contesta entrecortadamente.

-¿A qué te dedicas?

-Soy… en-fer-mera- responde. Vaya, casi.

-Cómemela, Erika.

Soltó todas las lágrimas que había intentado guardar hasta el momento mientras gemía entre sollozos. Era lógico, no quería comérmela, yo también lloraría. De todas formas, era evidente que terminaría haciéndolo, así que esto eran simples quejas.

-Por favor… no. Te daré todo el dinero que quieras, por favor, pero déjame irme- dijo mientras las lágrimas ya brotaban por toda su cara.

Yo no estaba para gilipolleces. Y ya la tenía dura. La cogí del cuello y la volví a golpear contra la pared, esta vez ahogándola. Me miraba a los ojos como un perrito justo antes de ser sacrificado, con la boca abierta y la lengua asomando. Olía a tabaco. Le metí la lengua en su boca abierta y comencé a besarla con intensidad, lo más profundamente que podía. La mezcla del tabaco con lágrimas y desesperación era insuperable. Ella intentó cerrarla pero la asfixia se lo impedía, así que comenzó a patalear y a golpearme en la cabeza.

Con la mano que me quedaba libre, la golpeé con fuerza en la cara repetidas veces. Grita. Era una bonita cara, pero firmo su sentencia cuando un extraño decidió follarla. La vida es injusta. Estas cosas pasan.

Conforme la golpeo deja sus acometidas y pierde fuerza, mientras va cayendo al suelo. La suelto completamente y cae de culo. Sigue sollozando y llorando, mientras se tapa la cara por el dolor.

-Mira, nena. Vas a hacer exactamente lo que yo quiera, o seguiré pegándote y acabarás peor. No saldrás de aquí hasta que a mí me salga de los cojones, acéptalo, hazme caso, y acabaremos cuanto antes.

Ella no responde. Me quito el cinturón, me bajo los vaqueros y los calzoncillos, y saco mi totalmente tiesa polla. No era pequeña, la verdad.

-Cómemela.

Levanta la vista y ve la polla. Vuelve a soltar otro de sus sollozos. Ya estoy harto.

En esa misma posición, con ella sentada con la espalda en la pared, separó sus dos manos de su cara empleando la fuerza de mi brazo izquierdo y las mantengo sujetas. Le sale sangre de la nariz y boca. Me importa una mierda.

-Por favor, no te corras- dice suplicando y gesticulando con la cabeza. Qué dulce.

La cojo de los pelos bien sujeta con mi mano derecha y acerco su boca a mi polla. Al principio es reacia, pero a los pocos segundos se da cuenta de que no tiene opción. Entre continuos lagrimeos abre la boca y cierra los ojos.

Comienzo a follarle la boca. Mi pelvis se mueve con un rápido ritmo y a la vez hago lo mismo con su cabeza. Voy tan dura y profundamente como puedo. Ella emite sonidos guturales, supongo que la mezcla entre su saliva, la sangre y su garganta. De vez en cuando noto las amígdalas chocar contra la punta de la polla, y eso me calienta aún más. A los pocos minutos siento que voy a correrme. Paro.

-Abre los ojos.

No lo hace.

-¡Que los abras coño!- mientras le doy una bofetada.

Lo hace. Me mira fijamente con sus ojos llorosos de serpiente. Suplicantes. Me da pena. Miento.

-Dime que quieres que me corra en tu boca- saco la polla ensangrentada (su sangre, no la mía) un momento para permitirle suplicarme que le dé mi leche. Porque lo hará.

Gimotea y vuelve a sollozar. Hasta los cojones me tiene, joder.

-Córrete… en… mi… boca- dice entre más sollozos y lágrimas, evitando así que la vuelva a golpear.

Le hago caso. La sujeto firmemente de sus anteriormente ondulados cabellos y le vuelvo a meter la polla hasta el fondo, mientras con más fuerza que nunca comienzo la embestida final dando lo máximo de mi pelvis y usando su cabeza como un simple juguete.

La leche comienza a salir y a extenderse por su boca y tráquea. El placer más exquisito que he sentido en mi vida me invade, mientras sus labios resisten a duras penas las convulsiones de mi polla. Noto que le dan arcadas y los sonidos guturales son cada vez más extremos. Suelto sus brazos, que todavía seguían presos y empleo mis dos manos sujetando su cabeza, mientras meto la polla hasta lo más profundo de su garganta. Todavía sigue palpitando y expulsando semen. Los sonidos guturales aumentan todavía más. Se está ahogando. Lógico, es mi intención.

Me mira a los ojos, esta vez más suplicantes que nunca. Accedo, y le saco la polla de la boca.

Cae de bruces entre constantes sollozos, mientras la mezcla de mi semen, su saliva y su sangre cae a borbotones por su dulce boquita, hacia el suelo. Se coloca a cuatro patas, avanzando lentamente sobre sus manos y rodillas, como intentando huir hacia una escapatoria inexistente.

La agarro de las caderas por detrás y la sujeto firmemente, evitando que siga avanzando. Ella lo intenta, aun así. Le quito las botas, empiezo a bajar los pantalones y pretende resistirse, pero no le quedan apenas fuerzas, es como un maniquí para mí. Le termino de quitar los vaqueros y rompo sus braguitas, tirándolas a la otra esquina del ascensor. La vuelvo a sujetar por sus ahora desnudas caderas y acerco mi polla. No tendré piedad.

Se la meto por el culo sin muchas dificultades (su saliva y sangre fueron suficiente lubricante), la empujo hasta el suelo dejándola boca abajo, y comienzo a bombear su culito. En este momento sus constantes sollozos se convierten en pequeños gemidos, ah-ah-ah, acompasados con mis embestidas. No son gemidos de lujuria, pero al menos deja de quejarse. Sigue llorando, pero ahora se da cuenta de que esto sólo acabará cuando yo quiera, así que simplemente deja follarse. Los sonidos de su boca son simplemente los naturales que emite su cuerpo cuando mi polla penetra en su culo.

La sido empalando un rato más (quizá 5 o 10 minutos) hasta que me doy cuenta que voy a volver a correrme. Pero no me quiero correr en su culo. Quiero follarla y preñarla de mi leche. Me lo merezco. Que se joda ese gilipollas del portal si su hijo se acaba pareciendo más a mí que a él.

Saco la polla de su culo y veo que hay demasiada sangre, más de la que tenía en su boca. Le he petado el culo. Mala suerte, ya se curará, para eso es enfermera.

Le doy la vuelta como a un muñeco y no se resiste en absoluto. En cuanto paré de bombearla dejó de gemir, y ahora, por primera vez desde que empezamos, estaba totalmente callada. Había dejado de llorar, pero aún tenía lágrimas secas en la cara. Su boca y labios estaban rodeados todavía de sangre y semen, que ni tragó ni escupió. Aún estaba todo aquello en su garganta.

Me mira directamente a los ojos y sabe que si le he dado la vuelta es sólo para correrme en su coño. Intenta hablar a duras penas, pues con los fluidos en la boca es difícil entenderla.

-Por favor, no te corras dentro, todo menos eso- logro descifrar de sus palabras. Ya no suplica, ya no solloza, ya no gime. Simplemente, lo pide.

Me tumbo encima suyo y le meto la polla en el coñito, que parecía estar hecho expresamente para ser follado por mí. Le aparto un poco de pelo de la cara dulcemente y acerco mi boca a su oído. Susurro:

-Perdóname, cariño.

Ella cierra los ojos y su boca, todavía pegajosa. Comienzo a bombearla mirándola directamente a los ojos, que mantiene cerrados. Al cabo de varias embestidas, los abre y se dirigen a los míos. Nos miramos fijamente mientras nuestros dos cuerpos se convulsionan al mismo tiempo. Esta vez no emite gemidos, cierra su boquita evitándolos. Pero sigue mirándome a los ojos. Y qué mirada. Qué mujer.

Noto que la corrida está a punto de llegar, y elevo mi ritmo hasta el máximo. La penetró duramente hasta el fondo de su coño con embestidas cada vez más rápidas y continuas. Ella sigue mirándome a los ojos. No resistí más esa mirada.

Mi polla palpita en su interior y comienza a chorrear enormes cantidades de semen, mientras, por completa sorpresa, su coño y pelvis se convulsionan también duramente. Ella todavía me mira, y su boquita, todavía goteando semen, se cierra en un esfuerzo por esconder el placer que sentía. Se estaba corriendo. Conmigo. A la vez.

Casi sin darme cuenta ella ya había apoyado las dos manos sobre mi culo, evitando que mi polla saliese de su coño. Digo sin darme cuenta, porque lo hizo mientras la besaba. No me importó la sangre, ni el semen, ni la saliva seca, quería besar esa linda boquita, que hace sólo unos minutos me había suplicado leche.

Ella no se hizo la muerta. Nuestras dos lenguas –ahora, pegajosas- se juntaron en un profundo, apasionado, y sobre todo, sucio beso mientras todavía mi palpitante polla chorreaba algo de semen en su interior. Cuando acabé de correrme, paramos, y volvió a mirarme fijamente a los ojos.

Supongo que está en la naturaleza de todo ser humano ser amoroso durante la penetración, y ella, como toda hembra animal, cuando estaba siendo follada quiso toda mi leche. El beso sólo fue una extensión de su deseo.

Saqué la polla aún chorreante de su coño, le volví a apartar el pelo de la cara, y la besé en la frente. Me levanté y la miré. Aun tenía puestas la camiseta y la chaqueta, pero estaba totalmente desnuda de ombligo para abajo. Todavía había restos de mí en su coño.

Y ella todavía me miraba.

Me empecé a vestir. Ella no se movió un ápice, seguía en la misma posición que cuando comencé a penetrarla. Antes de subirme la cremallera, saqué la dolorida polla y comencé a mear en su cintura. Apunté a su coño, a su camisa, y a lo que quedaba de su bonita cara. Ahí acabé. Me agaché por última vez y le dije que me lamiera la polla para quitar los restos de orina. Sacó su lengua, ahora viscosa, y me lamió toda la punta de la polla durante casi un minuto. Sin parar. Y sin dejar de mirarme directamente a los ojos. No había dejado de hacerlo desde que supo que me correría en su coño.

Acabó de limpiar la orina, pero me llenó la polla de sangre y semen, así que le arranqué la camisa y me limpié con ella.

Nadie dijo nada más.

Subí la cremallera, marqué el B, y salí del ascensor. Dejando a aquella hermosa mujer allí tirada, vejada, humillada, violada.

Me importaba una mierda.

Porque ahora, y sólo ahora, puedo decir que te perdono.