Perdido

Memento

Abril de 1985

MEMENTO

Ramón se despertó temprano como de costumbre, sabía que el día iba a ser pesado. Siempre lo era después del último feriado post vacacional de semana santa. Con las Pascuas los turistas se despiden del verano y llenan la ciudad, como si quisieran grabarse en el alma el aire del mar, antes de meterse de lleno en la tediosa tarea de encarar el año.

Si a eso se le suma el desfase de los jóvenes en la madrugada del Domingo de Pascua, después del luto del Sábado de Gloria, la ciudad queda hecha un asco y a ellos les toca limpiarla.

Se puso de costado en la cama mirando hacia afuera, se irguió con cuidado y se quedó un minuto sentado como le enseñó el médico, todavía le dolía la cabeza del porrazo que se pegó por levantarse de golpe para no mojar la cama. Desde ese día también abandonó la cervecita de la noche, eso de levantarse a mear a cada rato ya lo tenía cansado.

Se enderezó despacio tomándose la cintura y bordeó el lecho en dirección al baño, reprimiendo el impulso de acercarse a la cabecera del otro lado, la costumbre de besar a su esposa dormida no se le iba. Arrastrando los pies se paró frente al inodoro y esperó con paciencia que se digne a salir el primer chorrito.

Con solo sesenta años y a punto de jubilarse, la vida se le echaba encima y el cuerpo le pasaba facturas, mucha desgracia acumulada, mucho rencor inútil y demasiadas frustraciones le estrujaban el alma, nunca imaginó que la soledad iba a ser su única compañera en esta etapa de su vida.

Se lavó la cara, se afeitó y encaró hacia la cocinita a preparase un té. Desayunó tranquilo y con mal de ausencia, pasaron dos años desde que Gertrudis abandonó su futuro y tres desde lo de Carlos, todavía no se acostumbraba a no verlos a su lado.

Lavó la taza, la guardó y abrió la heladera, tomó el pan en rodajas, el fiambre y preparó unos sandwiches, luego vertió en el envase térmico el té sobrante y guardó todo en el bolso junto con una manta abrigada. Sabe que él va a volver hoy, siempre lo hace después que se termina el bullicio.

Se calzó el uniforme, las botas y salió a la calle, la mañana estaba fresca pero soleada. Se subió a la bicicleta que tenía encadenada  a la reja, soltó el candado y partió rumbo a su trabajo.

Al llegar a la plaza lo vió, vestido con sus pantalones de fajina, sus viejos borceguíes y el buzo camuflado. Esperando a la nada, sentado en el banco de siempre frente al viejo árbol descascarado y con la mirada ausente, su largo pelo rubio, su descuidada barba y los infaltable lentes oscuros.

Apareció una madrugada hace tres años, con su uniforme de fajina y caminando por la peatonal como salido del mar. Arrastrando los pies como un lamento de agonía, recorrió las seis calles que lo separaban de la plaza principal, poniendo dedos insolentes dentro de las llagas abiertas por la reciente guerra.

¿Vagabundo disfrazado? ¿Loco desquiciado? ¿Vividor aprovechado?, todas las teorías y ninguna certeza. Eligió un banco y se sentó contemplando la nada. Pronto los niños lo empezaron a rondar tirándole papelitos, los siguieron los más grandes con insultos e improperios y así continuó hasta que se cansaron y lo dejaron en paz. Él nunca reaccionó.

Día tras día sin moverse, desde el amanecer hasta la caída del sol, sin comer, tomando agua de la fuente y sin pedir nada, a la noche desaparecía, para dormir su soledad echado al abrigo de algún portal. Hasta que el primer vecino le alcanzó un pan, una botella de agua y el hielo se rompió. Poco a poco Miralsur lo adoptó y le dió cobijo y desde ese día nunca le faltó atención ni alimento.

Ramón se acercó despacio para no asustarlo, lo abrigó con la manta, le puso el  paquete con la comida en el banco, el té en la mano y le acarició la cabeza antes de retirarse a buscar sus elementos de trabajo.

Entró en la sede municipal, saludó a los viejos compañeros, tomó su carro, su escobillón, la pala y emprendió la tarea. Por ser el más veterano le correspondía la calle peatonal y la parte más concurrida de la ciudad, lo cual después de un feriado largo, no era un gran premio por la suciedad que seguramente encontraría acumulada, pero sí lo era durante los días del otoño venidero. Era la parte menos castigada por el frío viento del mar.

Al llegar el mediodía se acercó a la plaza, se dirigió al banco de siempre, se acercó al muchacho, lo acomodó, le sacó la manta para que tome un poco de sol y la dejó doblada en el banco, retiró el envase térmico vacío y partió rumbo a su casa para almorzar, sin advertir que el joven Eugenio, su futuro reemplazante, lo estaba observando y se le acercaba.

  • ¿Por qué lo hacen?
  • ¿Qué cosa?
  • Cuidarlo, darle de comer... debería estar en un hospicio, no creo que sea un veterano, vaya a saber de donde sacó esa ropa.
  • Porque me gusta creer que lo es, me da la ilusión de que mi Carlitos no está desaparecido, quizás esté perdido en alguna ciudad y alguien se apiada de él y lo cuida.
  • Pero él no se da cuenta de nada. Tiene la mirada perdida.
  • Nooo m’hijo...no tiene la mirada perdida, solo mira para adentro.

Bajo los impenetrables lentes oscuros, los párpados del muchacho se agitan sin cesar.  Como nubes agitadas por la tormenta, los flashes de sus recuerdos van y vienen sin lógica ni control, retorciéndose entre sí, buscando un orden que saque su mente de la espesa niebla que la envuelve

Marzo de 1982

REPRESIÓN

Siento que me ahogo, la espesa niebla casi no nos deja respirar, a mi derecha Liliana está por desfallecer en el momento que el profesor de laboratorio da la orden de encender los mecheros Bunsen de todas las mesas, a los fines de que el gas lacrimógeno se eleve y el aire se vuelva respirable.

A tientas tomamos nuestros encendedores, con la garganta agarrotada y lágrimas en los ojos logramos hacerlo y nos sentamos en el piso a recuperar el aliento, estamos en eso, cuando la puerta explota y la guardia de infantería ingresa al recinto.

El animal a cargo, nos ve en el piso, mira los mecheros encendidos y lee rebeldía. De su diminuto cerebro parte la orden, cortan el gas y con los feroces palos de madera destruyen todo el instrumental del laboratorio, luego van por nosotros y nos sacan de los pelos al patio cerrado del primer piso.

Sin más culpa que haber quedado atrapados en medio de una justa protesta del centro de estudiantes, reclamando por la aparición de varios compañeros desaparecidos, nos formaron en círculo en medio de la bruma tóxica.

Poco tardaron un par de compañeras en caer al piso semi asfixiadas, sin permitirnos ayudarlas. Liliana no cayó al quedar agarrada a mi brazo. Viéndola buscar mi protección sabiéndola tan fuerte y combativa, y recordando como nos conocimos, me lleno de orgullo.

Nos vimos por primera vez durante el curso de ingreso y poco a poco nos fuimos acercando. Encandilado yo por su belleza y admirada por mi preparación, nos complementamos a la perfección.

Todo lo que a mi me asustaba de mi nueva aventura en un mundo completamente diferente al que me había criado, se contraponía al terror que le inspiraban a ella las ciencias duras.

Adaptarme a mi nueva realidad me estaba costando demasiado, cambiar los espacios abiertos en los que había crecido, rodeado de afecto y disciplina, por la estrechez del cuarto de la pensión de estudiantes, resultó un trabajo más duro de lo que pensaba.

Dos años mayor que yo, su presencia en mi vida supuso un cambio en mis paradigmas y un nuevo enfoque  para entender mi nueva realidad. Nos fuimos acercando poco a poco y nos convertimos en complementarios.

Liliana fué mi guía en la gran ciudad y mi instructora en la agresiva sociedad capitalina, impresionado por su fortaleza, fuí feliz de asombrarla con mi gran preparación pedagógica y la simpleza de mis razonamientos. Nos reuníamos a estudiar en el departamento que compartía con su hermana y terminamos siendo pareja.

Su larga melena castaña, sus ojos color miel y su sinuoso cuerpo formado en mil horas de gimnasio me tenían eclipsado. La noche de un sábado cualquiera, eufóricos por haber terminado un arduo trabajo de física en menos tiempo del esperado nos abrazamos para festejarlo y terminamos besándonos enamorados.

  • Mucho has tardado en decidirte.

Me dijo con picardía

  • Es que aún no lo hago.

  • Ven que te convenzo

Me contestó con una sonrisa en el rostro y me llevó de la mano a su dormitorio.

Nos desvestimos en silencio mirándonos a los ojos, ensayando el viejo rito de seducción entre dos seres que se atraen, me di cuenta de su respiración agitada y de como luchaba para controlarse por miedo a espantarme, asumiendo mi presumible inexperiencia.

Se recostó de espaldas en la cama, mirándome expectante con las piernas abiertas esperando mi acoplamiento, sin esperarse que me arrodillara entre ellas y tomara posesión con mi boca de su coño pelón. Cuando en medio de la batalla, tomó conciencia de que mi preparación curricular contemplaba muchas horas de instrucción femenina, nos acoplamos y el polvo se volvió frenético. Terminamos exhaustos y derrengados entre carcajadas, y desde ese día nuestra comunión fué total.

Al llegar el verano, me invitó a compartir unos días en el chalet de la costa donde estaban radicados sus padres, una pequeña y hermosa ciudad frente al mar, a cuatrocientos cincuenta kilómetros de la capital. Días hermosos que quedaron grabados en mi recuerdo, así como quedaron grabados nuestros nombres en la corteza del viejo árbol de la plaza.

Conocer a su familia fue conocer un mundo nuevo. Antonio, su padre, un hombre,de sesenta años, era un carpintero nostálgico del mundo bolchevique y Rosa, su madre una maestra retirada sesentona muy combativa, que lamentablemente estaba sufriendo los primeros síntomas de demencia senil.

Discusiones de política en plena dictadura, circulación de periódicos clandestinos y la aventura libertaria, me fueron conmoviendo de tal manera, que al año ya estaba militando junto a ella en el comité barrial dirigido por Juan, un treintañero de mucha labia, eterno estudiante de filosofía.

Su buena apariencia física, su buen porte y según los rumores, una polla prodigiosa, le aseguraban la admiración de las compañeras militantes que lo escuchaban embobadas. Liliana entre ellas.

Debo reconocer que su discurso contestatario, su forma de plantearnos un mundo nuevo más justo y equitativo, eran un canto de sirena para nuestras mentes juveniles deseosas de cambiar el mundo. Y noches como la que estábamos viviendo en la facultad, echaban combustible al fuego pasional que nos empujaba.

Con un empujón me alejan de los recuerdos.

Si bien es denigrante la forma en que nos tratan, como si el solo hecho de ser estudiantes nos convirtiera en enemigos, peor es ver que entre los formados se halla el director de la cátedra, un venerable y  anciano científico, autor de muchos libros de texto, que se negó a dejar solos a sus alumnos. Finalmente nos hacen bajar en formación por las escaleras y luego de tomarnos los datos, nos liberan.

Lamentablemente, después supimos que no todos tuvimos la misma suerte y un par de compañeros pasaron a integrar la lúgubre lista de los que no se volvió a saber nunca más, víctimas inocentes de sus gritos de libertad.

Marzo de 1982

GRITOS DE LIBERTAD, ILUSIONES DE REIVINDICACIÓN

La niebla de los recuerdos se agita y se transforma en la formada por el humo de las antorchas y el griterío infernal de la multitud, que le dan a ese treinta de marzo la atmósfera de un movimiento libertario. Por fín las agrupaciones sindicales más reaccionarias han depuesto su actitud colaboracionista y enfrentan junto al pueblo a la dictadura en sus propias narices.

El sentimiento de revancha, dos semanas después de la violenta represión en las universidades, inunda el alma de los jóvenes estudiantes y trabajadores y llenan la plaza frente a la casa de gobierno, gritando y saltando alborozados.

Liliana y yo junto a Juan, el líder de nuestra agrupación, somos parte de esa alegría y compartimos junto a nuestros compañeros la esperanza de un futuro libre de opresión, sin ningún espíritu de revanchismo.

Los insultos a los milicos a todo pulmón son un desahogo para el alma, hasta que, como si fuera una pesadilla todo cambia... La niebla me envuelve nuevamente y cuando se disipa, ya no es treinta de marzo. La gente sigue saltando y gritando pero los insultos se tornaron en loas y los reclamos en agradecimiento.

Cuando el beodo general que dirige el país se asoma al balcón y la multitud lo empieza a vitorear, miro a mi alrededor y para mi estupor, Juan y Liliana siguen

bailando y agradeciendo. Sin poder creer lo que veo, me derrumbo en un banco aterrado.

Las imágenes saltan en mi cabeza como en  un caleidoscopio infernal, la pesadilla no termina, mi mente no se aclara y los gritos continúan. El loco calendario agita sus hojas como un perverso prestidigitador y clava la hoja en el dos de abril, sumiendo mi alma en un horror tan profundo, que mi cerebro apaga mis sentidos por pura protección y mi cuerpo se derrumba presintiendo la traición.

En ese preciso momento una mujer que atraviesa la plaza rumbo a un destino incierto, me vé y salta hacia mí, justo a tiempo para tomarme de los hombros y volverme a sentar, sin poder evitar que mis grandes  lentes oscuros caigan  al piso.

Se agachó para levantarlos y cuando me los tiende para que los recoja, se queda paralizada mirándome a los ojos. Aterrado, la tomo de las solapas y le ruego a los gritos.

  • ¡Quédate conmigo, no te vayas, no lo hagas, ¿No te das cuenta? ¡Es una trampa!.

La aterrada mujer con el corazón en un puño, forcejea unos minutos buscando no alterarme más de lo que estoy, se suelta de mis manos y  reemprende su camino alterada y sacudiéndose del cuerpo tan amarga experiencia, sin percatarse del silencio que envuelve de pronto  la plaza, ni de todas las miradas clavadas en ella.

La nebulosa vuelve, mis sentidos se ponen en guardia y una a una van cayendo sobre la mesa las cartas del Tarot, que  anuncian el desastre inminente. Imágenes de una traición que mi cerebro se niega a procesar.

La traición

Al llegar al comité del partido todo es una fiesta, me encierro con Juan y Liliana en la oficina del primero y los encaro...

  • ¿Están todos locos?¿Que festejan?

  • ¿Como que festejamos? Recuperamos las islas loco.

Me contestó Juan excitado

  • ¿Pero no te percatas de la maniobra? Hace un par de días se dieron cuenta que se estaban yendo, se están aprovechando del sentimiento de la gente, solo quieren perpetuarse en el poder.

  • ¿Y tú no te das cuenta que la guerra los va a desgastar? ¿O te piensas que va a ser fácil enfrentarse a una potencia mundial? Eso si deciden molestarse en movilizarse hasta acá, además los yankis no los van a ayudar. Perderían el apoyo de toda latinoamérica.

  • No sabes lo que dices, las islas les dan el control del Atlántico sur, todo la OTAN los va a apoyar ¿Con que los vamos a enfrentar?¿Con los colimbas? Ellos son profesionales.

  • Eres el mismo pesimista de siempre, déjate de joder, no nos amargues la fiesta después de tantos años de angustia.

Empezaron a saltar de nuevo enajenados, cuando aparece el alcohol y los porros hacen su presencia, es un desmadre tal que no aguanto mas. Me voy a lamer las heridas a casa.

Llega la medianoche y Liliana no aparece. Por miedo a que le pueda pasar algo al volver a esas horas, ya que los servicios siguen operativos, me vuelvo a la sede para buscarla y acompañarla de regreso.

Todo está en silencio salvo unos quejidos provenientes de la oficina de Juan. Temeroso de lo que voy a encontrar, me asomo a la puerta y me encuentro con el peor cuadro que un alma enamorada y comprometida se puede encontrar.

Juán está sentado en su sillón con los pantalones por los tobillos y Liliana de espaldas a él, salta semidesnuda sobre su regazo con los ojos cerrados y las tetas expuestas, apretujadas por él.

Me quedo hipnotizado, viendo como su coño se traga goloso el tremendo pedazo de nuestro amigo, con una comodidad y complacencia, que habla a las claras de que no es la primera vez.

Cuando Liliana abre los ojos y me vé pega un salto, se desacopla de su amante y trata de alcanzarme. Antes de que lo logre le cierro la puerta en la cara y la dejo trabada con una silla.

Tardarán en salir y no les será fácil pedir ayuda, ese tipo de traiciones hunden a un dirigente social. Es el tiempo que necesito para recoger mis cosas del departamento que compartíamos y mudarme a un hotel.

Una semana mas tarde, me enrolo como voluntario para huir de mis fantasmas, junto a cientos de muchachos asustados, pero dispuestos a entregar la vida por su patria. Convencidos de que la justicia de la causa, es suficiente argumento para lograr la victoria.

Niños de dieciocho años, mal vestidos y equipados, que comandados por los mismos asesinos que durante seis años sometieron a su pueblo, marchan a enfrentar a una potencia nuclear dispuesta a no ceder terreno. Niños que están lejos de imaginar el horror que les tocará vivir.

EL HORROR

La llegada a las islas nos llena de alegría, a pesar del fresco clima y la hostilidad de los habitantes, el sentir que pisamos suelo patrio reconquistado, nos reconforta y nos va ganando el alma.

Decidimos dejar de lado nuestras dudas sobre los motivos verdaderos de la dictadura para comenzar el conflicto y nos brindamos apoyo unos a otros, sin olvidarnos que estamos en manos de asesinos de su propio pueblo.

Tenemos más temor a las reacciones violentas de los inexpertos oficiales, que a lo que pueda hacernos el enemigo. Guardias eternas bajo un clima destemplado, con ropa insuficiente y mal alimentados y ejercicios demenciales, comandados por impiadosos oficiales a través del radio sin salir de sus cómodas viviendas, se convierten en la realidad de nuestra nueva rutina.

Hasta que llegan ellos, llega la nieve y llega el horror. Las guardias se vuelven insoportables, la ropa apenas nos abriga y se empieza a escuchar, como se acercan los bombardeos.

Valientes suboficiales venidos del interior del país, con un sentido del patriotismo que emociona, arengan a la tropa a entregar la vida para defender a la patria y ofrecen la suya sin dudar, exponiéndose primeros en la línea de combate.

El día que todo cambia había amanecido gris y con una pequeña ventisca de aguanieve, ante la cercania de los bombardeos, mandaron a mi brigada a cavar trincheras en el árido y duro terreno de las islas, que por suerte había ablandado la constante llovizna.

Decidimos cavar de a uno por vez, mientras los otros vigilaban. Al llegar mi turno solo queda el emparejamiento del fondo del pozo, porque  ya estábamos a dos metros de profundidad, que era lo recomendado.

En medio de la jarana porque al futuro ingeniero le había tocado la mejor parte, escuchamos un silbido agudo, seguido de una brutal explosión que arroja a la mitad de mi equipo dentro del pozo, cubriendo mi cuerpo con sus vidas rotas, cual mortaja fraternal. Sintiendo como el aire escasea, la oscuridad me va absorbiendo transportándome a la nada.

Mayo de 1982

MORTAJA FRATERNAL

Despierto entumecido bajo una pila de cuerpos congelados que me miran con sus ojos muertos, preguntando por qué sigo vivo, rostros aniñados de jóvenes vidas arrebatadas. Cómo explicarles lo que ni yo mismo entiendo.

El zumbido en mis oídos es atroz y el peso sobre mi cuerpo apenas me permite respirar. Trato de recordar quien soy y nada acude en mi ayuda, para colmo, la llovizna blanca no cesa y la noche se aproxima.

Escucho pasos y risas que se acercan, un lenguaje gutural que no logro descifrar alerta mis sentidos y me indican que no haga ruido. Alguien salta al pozo, y como si fuera un alienado, clava y desclava la bayoneta calada de su fusil sobre los cuerpos muertos, almas generosas que me cobijan en su último acto heroico.

Finalmente, le dice algo a su compañero y se retira a las carcajadas luego de revisar los flacos bolsillos de un par de ángeles caídos y no encontrar nada. Alterado, trato de comprender qué hago allí y no lo consigo. Recuerdo el contexto pero no la circunstancia.

Arañando el barro congelado, fabrico un surco y me arrastro por él, saliendo de la fría mortaja congelada que me salvó la vida. Robo bufandas, guantes y capote de cuerpos que ya no los necesitan y meto en una mochila lo que arrebato de sus vituallas.

Evitando luces de fogatas, me interno en la helada oscuridad caminando desorientado y a los tumbos, hasta llegar con mi último aliento a un viejo granero abandonado de prisa al llegar la desigual batalla, donde cientos de jóvenes desprovistos de hasta lo más básico, portando armas viejas, con el coraje y el amor por su bandera como único abrigo, enfrentaron hasta dejar sus vidas, al colosal imperio colonial que venía a reclamar lo que presumía suyo.

Juventud sacrificada en el altar de sus ideales, por una dictadura sangrienta que buscaba perpetuarse en el poder, acudiendo a valores metidos muy profundo en la sociedad.

Con las pocas fuerzas que me quedan, abro la puerta y al intentar cerrarla escucho un quejido en la oscuridad. Desarmado, e iluminado malamente por una luna que se esconde para no presenciar el horror, alcanzo a divisar el traje blanco de un enemigo que se retuerce en la oscuridad.

Por miedo a que sus lamentos llamen la atención a sus compañeros, me acerco a su cuerpo para ayudar a la parca a terminar el trabajo. El soldado está echado boca abajo sosteniéndose el vientre con sus manos y agitando malamente una pierna ensangrentada,

Me acerco lentamente, lo despojo del puñal que cuelga de su cintura y lo tomo del pelo echando su cabeza hacia atrás para exponer su cuello, estoy por degollarlo cuando le veo la cara y desisto del intento.

Unos inmensos ojos azules como el cielo de mi tierra, coronan la hermosa cara de un muchacho joven que me mira aterrorizado...no soy capaz de hacerlo. Guardo el cuchillo en mi cintura y después de desarmarlo, lo tomo en brazos y lo llevo bajo techo.

Lo tiendo con cuidado en medio de sus lamentos, sin dejar de admirar la tecnología que lo rodea, uniforme atérmico con sensores incorporados, gafas infrarrojas, armas automáticas de última generación y un botiquín de primeros auxilios con todo lo necesario. En comparación con lo que yo llevo, debo parecer a sus ojos lo que Moctezuma a Hernán Cortés.

Logro encender un fuego en una vieja cocina a leña, hiervo agua de lluvia en una lata y le lavo la herida del vientre. Parece un corte de bayoneta a lo ancho, sin afectar órganos vitales. Rasgo sus pantalones desde la rodillas, lo corto en tiras largas y sin saber de donde saco mis conocimientos, le hago un vendaje compresivo para que deje de sangrar, luego de echarle sulfa que el muchacho lleva en la mochila, junto a un kit de calmantes y antibióticos.

La pierna es otra cosa, un disparo le partió el hueso sin afectar ninguna arteria, lo desinfecto lo mejor posible, le echo el polvito y se la vendo entablillada con un par de varas que hay en el establo. Por suerte el muchacho se ha desmayado y ha dejado de gritar. finalmente le aplico una dosis de antibiótico además de un calmante y lo dejo descansar.

Pasa una mala noche al igual que yo, pero mas no puedo hacer. Al llegar la mañana la niebla cubre todo el paisaje y decido salir a la búsqueda de algo para comer, no logro hacer mas de cien metros, cuando escucho el estampido y siento un impacto en el cuerpo que me voltea.

En medio de la niebla escucho voces en inglés y de alguna manera los entiendo, me dan vuelta sin compasión, me levantan de la pechera y me zamarrean, hasta que alguien de un rango superior, los detiene y se agacha a mi lado.

Me pregunta quien soy, a que compañia pertenezco y cuantos mas hay de nosotros por los alrededores, algo que desconozco y no diría aunque supiera. Solo atino a levantar el brazo y señalar el granero.

La niebla me envuelve y se lleva lo poco que queda de mí, casi no puedo respirar y en mi ahogo, un carrusel de imágenes de mi supuesto pasado, atormentan mi cerebro en un flashback infernal. Gritos, violencia, miedos, ahogo y la brutal represión.

Mayo de 1982

DESPERTAR

Despierto aturdido sin saber donde estoy ni qué hago aquí, alcanzo a comprender que estoy esposado a una cama, en una especie de hospital de campaña diferente a los que he visto hasta ahora, siento un leve mareo y asumo que estoy en algún tipo de embarcación.  Es evidente que me han capturado, lo extraño es que aún esté vivo.

Me han desvestido y curado las heridas, mi uniforme se encuentra lavado y perfectamente doblado a mi lado y en la cama a mi derecha, se encuentra el joven al que he ayudado en las islas.

Entro y salgo del sopor al ritmo de la morfina mientras me recupero. Cuando comienzo a sentirme mejor, vuelven a interrogarme y nada les puedo contar, el aturdimiento continúa y la amnesia persiste, ya no estoy seguro del motivo y los hechos que me han llevado a este lugar, el resto permanece en la niebla más absoluta.

Por la noche, un grupo de hombres enmascarados, vistiendo uniformes de combate entra en la habitación acompañado de un médico y me inyectan algún tipo de sustancia que rápidamente me sumerge en un letargo absoluto.

Me despierta el sol de la mañana, me hallo en un bote de goma encallado en la orilla de una fría playa desconocida, mientras unos niños curiosos me miran con respeto y orgullo. De mi cuello cuelga un cartel...

Life for life

Mayo de 1982

ORGULLO

Los niños salieron corriendo y volvieron acompañados de sus padres que se acercaron y lo ayudaron a salir del bote. Al ver que estaba vendado lo levantaron en brazos, lo subieron a un carro y lo llevaron a su casa.

El cariño y el amor que le prodigaron, sumado al orgullo que les inspiró su condición de veterano, hizo que pronto se corra la voz y termine siendo el mimado de todo el pueblo.

Rodeado del amor de esa gente, recuperó su cuerpo, pero no su espíritu ni su nombre, poco a poco la oscuridad lo fue envolviendo y solo encontraba paz mirando al mar y repitiendo un nombre.

Miralsur.

Los vecinos conmovidos, y pensando en hacerle un bien, le armaron una mochila con todo lo necesario, lo despidieron emocionados y lo subieron a un micro que lo dejó en la madrugada a la entrada de la pequeña ciudad.

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