Perdido 5

La gran mentira

ABURRIMIENTO

Tiradas en las tumbonas de la piscina y sin nada mejor que hacer, las tres hermanas repasaban en detalle la anatomía de la nueva adquisición de su sofisticada tía y debían aceptar que se había superado.

Al contrario de los frikis, intelectuales o amanerados que solía traer a su casa, esta vez se había agenciado a un auténtico animal, que tenía alborotado al personal femenino de servicio, mujeres que se desvivían en atenciones queriendo llamar su atención y eran rechazadas por el muchacho sistemáticamente con una brutal indiferencia

Las hijas de Juana eran tres bellezas deslumbrantes de veintiuno, veintidós y veintitrés años, criadas en la abundancia y con pocas obligaciones por fuera de las universitarias. Estaban de novio con tres integrantes del equipo de rugby universitario y por su belleza, formaban parte del staff de porristas.

Abril, se había presentado caluroso y húmedo, las clases en la universidad no comenzaban hasta mitad de mes y sus novios vivían entrenado con su equipo, preparándose para la nueva temporada. La suma de los factores daba como resultado el aburrimiento.

Y ese aburrimiento fue el origen del sismo que marcaría sus vidas a partir de ese día. La gran idea surgió de Julia, la hermana mayor, apostar una semana de asignación parental a ver quien era la primera en llamar la atención del palurdo. Las otras dos hermanas aceptaron el desafío entre risas.

La primera en lanzarse fue Cristina, la hermana menor, una rubia voluptuosa de hermosos ojos celestes que corrió a la casa, se colocó el bikini brasilero más atrevido de su guardarropa y empezó a desfilar y contonearse bajo el andamio donde trabajaba Jesús, sin lograr que aparte la vista de sus tareas, más que para dedicarle una ligera mirada curiosa que indignó a la muchacha , logrando que volviera a su tumbona furiosa por el fracaso.

El siguiente turno le tocó a Graciela, la del medio, una muñeca delgada de pelo negro y ojos celestes con un culito y unas tetas de ensueño, que no dudó en sacarse el corpiño y llamarlo a los gritos para preguntarle detalles del trabajo que estaba realizando. Jesús la miró un segundo y siguió con su trabajo sin molestarse en contestar, con la consiguiente molestia de la frustrada muchacha.

Julia fue más expeditiva, se sacó el corpiño con una sonrisa malvada, se metió la pequeña braga entre los cachetes y le ordenó a Jesús a los gritos que baje de la escalera, con el propósito de ordenarle que le pase bronceador en la espalda.

Bea le había recomendado al muchacho pasar desapercibido y evitar todo tipo de enfrentamiento o discusión con el personal de servicio, pero nada le dijo del resto de los habitantes de la casa.

Suponiendo que si solo era un empleado más debía obedecer, a pesar de intuir lo que las muchachas se traían entre manos, bajó y se enfrentó a la voluptuosa castaña de ojos color miel con un escalofrío. Algo muy profundo se removió en sus entrañas al tenerla cerca. Lo primero que le ordenó la muchacha, fue que por educación, se quite los lentes y la mire a los ojos, cosa que Jesús obedeció al instante.

En ese preciso instante Julia conoció el infierno y su alma se abrasó en él.

Sin que sus hermanas, que estaban a las espaldas del muchacho entendieran por qué, Julia empezó a balbucear, sin poder apartar la vista de ese fuego que la consumía

  • Qui...quie...quiero…que… Nada, nada... sigue con lo tuyo

Jesús se quedó mirándola y Julia, ante el carcajeo de sus hermanas, se metió en la casa furiosa, volviendo el muchacho a sus tareas profundamente conmovido..

LA GRAN MENTIRA.

Desde el día del incidente Julia estaba molesta, se había comportado como una colegiala estúpida frente al galancito de turno. Para colmo de males, no podía sacarse esos ojos de la cabeza, era pensar en ellos y sentir que algo en el interior de su cuerpo, se removía inquieto.

Dos días más tarde, picada en su orgullo, decidió cortar por lo sano y sacarse la duda  de la cabeza de una vez. Aprovechando que sus hermanas no estaban en casa y luciendo el  bikini más escueto que tenía, volvió a reclamarle al muchacho que baje de la escalera y la ayude con el protector solar.

Jesús descendió nervioso y volvió a pararse frente a ella mirándola a los ojos con una tímida sonrisa, sin dirigirle una sola palabra y sin percatarse que escondidas tras unos setos, las otras hermanas habían regresado y observaban la escena divertidas desde un extremo del jardín.

Julia, turbada nuevamente y sin entender por qué, le alcanzó la crema y se echó rápidamente boca abajo sobre la tumbona como única forma de alejarse de esos ojos. Ojos que la encandilaban y la llamaban a saltar sobre Jesús desde lo más profundo de sus entrañas. Ojos que la llamaban, como llaman las profundidades de un abismo, cuando te asomas demasiado.

Para sorpresa de las espías, Jesús se sacó el sucio mono de trabajo, quedándose en el pequeño bañador que Carmen le había regalado, se dirigió a la ducha, se dió un baño rápido y después de secarse con el toallón de una de las muchachas, se sentó a horcajadas sobre la parte superior de los muslos de Julia, le embadurno la espalda y apoyando las palmas abiertas, con una sorprendente habilidad recorrió su columna con los pulgares de abajo arriba, provocándole a la muchacha un escalofrío que la conmovió hasta el alma.

Graciela asombrada, veía a Julia entregada a los masajes de Jesús, ronroneando como una gatita y no lo podía creer, estaba por decir algo cuando vió aterrada a sus novios entrar al jardín acompañados de una de las empleadas de servicio y no tuvo mejor idea que ponerse a gritar para alertar a su hermana y salvar la situación.

  • ¡Déjala animal, que estás haciendo! ¡Walter, Raúl ayúdenla!.

Los fornidos muchachos entraron a la carrera y al ver a Jesús sobre la muchacha, que se retorcía desesperada para salir de debajo de su cuerpo, el más grandote de ellos y novio de Julia le aplicó un trompazo en la sien que lo volteó al piso.

Raúl nunca pudo aplicar el segundo, Jesús se irguió lentamente, frío y con la mirada ausente y ante el amago de un nuevo golpe, lo tomó del brazo y en un rápido giro lo colocó de revés sobre su hombro y se lo partió en tres pedazos.

Sus dos compañeros intentaron intervenir pero fue en vano, en dos veloces medias vueltas los dejó sin sentido con sendos talonazos en la cara. Con calma, sereno y frío como un cadáver, tomó sus cosas y se metió en la casa ante el asombro de las hermanas menores y una violenta y repentina sensación de culpa de la mayor.

Después de atender a los golpeados muchachos, Julia se levantó con la firme intención de ir a buscar a Jesús y disculparse, sin importar lo que su novio pudiera pensar, pero antes de que pudiera calmar las cosas, ya se escuchaban las sirenas de la policía y la ambulancia, alertadas por la espantada empleada doméstica.

Para su desesperación, cuatro policías entraron a la carrera armas en mano acompañando a los médicos y ante las asustadas y superadas muchachas, se metieron en la casa siguiendo las indicaciones de Raúl que se quejaba a los gritos. Después de un par de minutos se escucharon unos disparos y todo terminó.

La primera ambulancia partió con los lastimados novios y un rato más tarde al ver que retiraban en camillas a dos policías muy golpeados y a Jesús con la cabeza ensangrentada, Julia no podía dejar de llorar.

PERDIDO

Por fin el día ha llegado. Entro a la sala entre el murmullo de la gente, que me mira con reprobación y curiosidad. Obnubilado, con mi traje naranja, todavía siento el ardor de las heridas en el estómago , pero nada comparable con el retumbar de mi cabeza. Me toco la frente y recorro la cicatriz, parece mentira que hayan pasado tantos meses.

Con esposas en las muñecas y los tobillos, arrastro los pies por la sala para evitar tropezar con la larga cadena que los une. A pesar de los insistentes tirones del impaciente guardia, no me apuro. En pocas horas mi suerte estará echada, y lo peor, es que no sé por qué.

Pasamos frente a un cristal y veo la imagen reflejada de un pobre hombre. Alto, de anchas espaldas, pero abatido. Con el largo y teñido cabello, mitad rubio, mitad castaño que le cae sobre la cara, barba rubia de varios meses y los ojos apagados. ¿Soy yo?

Durante las pasadas semanas, esperando malamente encerrado en un calabozo de los tribunales, he escuchado un mar de acusaciones y testimonios, sobre usurpación, violencia, resistencia a la autoridad, amenazas con arma de fuego, simulación de amnesia. ¿Hablaban de mí?

Me sientan en el banquillo de los acusados, me sacan las cadenas y dos policías se ubican a mis lados, me hacen jurar decir la verdad y nada más que la verdad, pero...¿Cuál verdad? Si estoy perdido, no recuerdo nada.

Siento una picazón y me paso la mano por el pecho, palpo la cicatriz que lo recorre bajo las tetillas, la herida que pudo haberme matado y sin embargo me salvó la vida en prisión

NADIE

Me internaron en el penal recién salido del hospital. Sin ninguna consideración a mi estado convaleciente, me desnudaron y me bañaron con una manguera a presión, comentando entre risas que lindo culo tenía y como me lo iban a dejar los internos.

Como yo no hablaba,por el color de mis ojos, me internaron en el sector ario del área internacional y me tocó compartir celda con un gordo rapado de mirada hosca, que ni me dirigió la palabra.

Al otro día, después de desayunar, nos hicieron limpiar los pabellones, nos llevaron a almorzar y por la tarde nos mandaron a la lavandería. Era bueno estar ocupado, el día pasaba más rápido.

Una hora más tarde ocurrieron los hechos que marcarían los meses que siguieron.

Al terminar las tareas nos llevaron a las celdas a tomar los elementos de higiene y de allí a las duchas, antes de la cena. Una vez desnudos y bajo el chorro de agua, empezaron a realizar comentarios jocosos en alemán -que curiosamente comprendía- sobre mi pene circuncidado y mi supuesto origen judio.

No me percaté del momento en que se fueron retirando los demás y quedé rodeado por tres skinheads, dos colocados a derecha e izquierda mio y un tercero vigilando la puerta.

Como respondiendo a una orden se pegaron a mi y me empezaron a acariciar el culo. Mi respuesta fue instantánea. Solté violentamente el codo derecho, le revente la nariz a uno y en el movimiento siguiente, recorrí el espacio en sentido inverso y le reventé el oído con el puño al de mi izquierda.

Debo reconocer que mi maestro, si lo he tenido, se avergonzaría de mí. Por contemplar a los maromos retorciéndose en el piso, descuidé al de la puerta, que esgrimiendo una faca, me abrió la piel del pecho de izquierda a derecha.

Es todo lo que pudo hacer antes que mi talón le reventara la cara en un medio giro violento. Para cuando levanté la vista, un gigantón rubio insultaba a los caídos en alemán

  • Inutiles de mierda, ¿son tres y no pueden someter a un puto judio de polla circuncidada?

  • Quédate a solas conmigo y verás como te deja el culo esta polla

, le grité también en alemán.

Decir que se quedó helado, mirándome con la boca abierta es poco. Dos minutos después estalló en carcajadas y se acercó a estrecharme la mano.

  • Hola soy Herbert, me alegra ver un tipo con cojones que me enfrente en su primer dia, lávate la herida y ven conmigo que te hago curar. Por cierto ¿ Como te llamas ?

  • Ni idea.

Me volvió a mirar boquiabierto y volvió a estallar en carcajadas.

  • Ja, ja, ja Contigo me voy a divertir mucho.

A partir de ese dia, para diversión de todos, apelando al viejo chiste me convertí en un don nadie

  • ¿Quien te manda? Nadie…¿Con quien vas? Con nadie.

De haber sabido quién era Herbert y como se las gastaba, no sé si hubiera tenido tantos cojones. Cuando descubrió que hablaba varios idiomas, me convertí en su protegido y transmisor de mensajes a los diferentes cabecillas de las otras nacionalidades.

LA VISITA

Tener esos amigos en prisión tiene sus ventajas, nadie te jode, los guardias te respetan y puedes dormir sin miedo a que te corten el cuello. Pero la más importante, tener algún tipo de privilegio.

Llevaba dos meses recluido, cuando me llamaron de la alcaldía para preguntarme si aceptaba un pedido de visita vis a vis para el día siguiente. Estuve a punto de negarme, me habían contado muchas historias de mujeres que se excitan teniendo relaciones con los presos y que incluso se casan con ellos después de algunos encuentros. Pero la esperanza de que fuera alguien que pusiera una luz de conocimiento en mi aturdida cabeza, me llevó a aceptar.

Me vinieron a buscar después del desayuno, me permitieron bañarme en un bañito anexo a la sala del encuentro y me dejaron en una pequeña habitación con una cama individual, un par de sillas y un pequeño armario como único decorado.

Minutos más tarde, la puerta volvió a abrirse y una voluptuosa muchacha castaña de una belleza deslumbrante y tristes ojos color miel, vestida con un simple vestido oscuro y zapatos de medio taco, entró en el recinto tímidamente sin atreverse a mirarme de frente y se paró delante mío.

Pensando que mi visita estaba incómoda y se hallaba en esa situación obligada de alguna manera, tomé su mentón suavemente y la obligué a levantar la cabeza para indicarle que no temiera, que no estaba obligada a nada y podía retirarse cuando quisiera.

La muchacha levantó la cara con temor y cuando sus ojos llorosos conectaron con los míos, una oleada de extraño reconocimiento me sacudió, sin llegar a entender por qué.

Permanecimos mirándonos a los ojos sin decirnos una palabra, hasta que la mujer se arrojó a mis brazos llorando desesperada.

  • Perdóname...fue un error...se me fué de las manos…. no pensé que…

No pudo terminar la frase,  interrumpí sus palabras con un beso tan sentido y profundo que le paralizó el corazón. nos desnudamos sin pudor, mirándonos a los ojos como si nos conocieramos de toda la vida, me acosté en el pequeño lecho y arrodillé a mi amante sobre mi cara, la cual no tardó en volcarse sobre mi cuerpo y dar cuenta de mi erguida virilidad.

Bebimos con ansiedad el elixir de nuestra excitación descontrolada y girando nuestros cuerpos quedamos cara a cara para besarnos con ansiedad, compartiendo los sabores de nuestra expuesta intimidad.

El acople fue brutal, mi hembra excitada recibió con furia la violenta intromisión de sus intimidades y sintiendo que un fuego de pasión la consumía, acopló su ritmo a la follada brutal. Cuando agotada de los innumerables orgasmos que su cuerpo le regaló, sintió como la llenaba con pasión, se aferró a mi cuerpo completamente entregada.

Habíamos alcanzado el sol, y así sin palabras innecesarias, su fuego nos consumió.

La visita, que se repitió a lo largo de los meses siempre igual, en silencio, dejando que nuestros cuerpos hablaran por nosotros, fue un bálsamo para mi soledad.

DESPERTAR

Poco a poco todo va quedando en silencio

Levanto la vista y veo a los que me acusan en el primer banco, me miran con rencor. Aseguran que a uno le arruiné su futuro al romperle un brazo y que a los otros dos los mandé al hospital. A su lado están sus novias, pero sus miradas son distintas, dos de ellas rehuyen mis ojos, como si tuvieran vergüenza, pero la tercera me mira con ansiedad, desde mi incómoda posición, comparto su  profundo dolor.

A continuación, en la primera fila, se hallan sentadas dos mujeres mayores. Una de ellas, una mujer de entre sesenta y setenta años, casi tan alta como yo, rubia y delgada de mirada penetrante, no me saca los ojos de encima, como si me estudiara. Me produce escalofríos, recuerdos ancestrales llaman a mi mente y la alteran, pero no logro descifrarlos. La otra tiene una mirada triste en sus familiares ojos verdes, como si estuviera ausente.

Las acompaña una mujer rubia, una mujer joven de unos treinta y cinco años que se mueve inquieta, como si no quisiera estar allí y finalmente, completando la fila, de traje impecable está ella, hermosa, altiva, implacable. La mujer que me mandará a la cárcel.

La fiscal

En forma metódica, semana tras semana, se encargó de demoler todos los argumentos del lamentable abogado de oficio que me asignaron. Con una saña rayana en el fanatismo, procuró que el juez tuviera claro lo peligroso que resultaría, que no me dieran una pena ejemplar.

Debería odiarla, pero no puedo. Algo en mi interior me lo impide

Basada en que todos los tests psicológicos a los que me sometieron, demostraban que era poseedor de una inteligencia superior, argumentaba que mi amnesia era una burda y magistral simulación para eludir las responsabilidades de mi accionar criminal.

Levanto la cabeza, y en la segunda fila, ubico a los policías que dicen que amenacé con un arma. Son cuatro y están uniformados. Supongo que son los que dicen que me dispararon porque me resistí al arresto. A su lado, sobre el pasillo, la mujer misteriosa. Una mujer joven, hermosa y voluptuosa, de mirada profunda, de largo pelo negro y unos ojos celestes que encandilan. No se ha perdido ni un día del juicio. En ella leo determinación y esperanza, como si esperara un milagro.

De pronto se hace el silencio, todos se paran y entra el juez. Un hombre adusto de mirada severa. Parece muy dispuesto a decretar mi condena. Lo que no sé es por qué.

La fiscal, comienza con su alegato final, habla de la ocupación de una propiedad ajena, del ataque sexual a las tres mujeres vecinas, de la agresión a sus novios que las quisieron defender y cuando empieza a describir con lujos de detalles la actuación policial, se abre la puerta de la sala y entra un monje franciscano a las apuradas..

Se trata de un hombre de edad indefinida, inusitadamente gordo, de larga barba blanca, que se dirige iracundo hacia el juez, llevándose por delante a los policías que lo quieren detener.

  • ¿Que hace padre? ¿Qué es esta inaceptable intromisión?

Grita la fiscal

  • Inaceptable es lo que han hecho con mi hijo. Solo hay que ver el estado en que se encuentra.
  • ¿Su hijo?

Algo se remueve en mi interior, las nieblas se disipan.

  • ¿Javier?... ¿Padre Javier?...¿Padre?

Grito conmovido

Sin que lo puedan evitar, salto del banquillo y corro hacia él.

Caigo de rodillas y me abrazo temblando a su túnica marrón, cuando los policías se lanzan sobre mí, él se interpone y lo evita.

  • Déjenlo en paz, bastante lo han lastimado ya.
  • ¡Esto es inaudito!

Trona la fiscal

  • Señoría ponga orden

. Acota enervada

El juez parece reaccionar y la mira de mala manera, luego dirigiéndose al sacerdote, le habla con voz serena. El logo en su solapa, muestra que es un hombre de la iglesia.

  • ¿Padre, me puede explicar a qué se debe esta intromisión? Mejor aún ¿Me puede explicar quién es el muchacho?
  • Soy su padre adoptivo, formo parte  de la misión internacional María auxiliadora de Ruanda. Y el muchacho es Jesus Mones Calvet, hijo de José Mones y María Calvet, heredero de la familia y propietario por derecho del palacio que le acusan de usurpar.

La fiscal se lleva una mano al pecho con los ojos extremadamente abiertos, la rubia joven estalla en un llanto desconsolado y su marido, que está entre la platea se remueve inquieto, todos sus planes se han ido a la mierda.

La más alta de las mujeres mayores se levanta de su asiento y camina hacia mí trayendo de la mano a la de cara triste. Se para delante mío y con exquisita dulzura me acaricia la cara retirando el cabello que la cubre, mira mis ojos verdes y se dirige a su amiga.

  • Mira María, míralo bien, los niños han vuelto a casa.

La mujer triste levanta la cara, esboza una sonrisa con lágrimas en los ojos y se funde conmigo en un abrazo sentido. Su marido avergonzado, abandona la sala.

Con una sonrisa, Bea se acerca al padre Javier y le agradece por su ayuda, luego se da la vuelta y le entrega al juez y a su prima, la fiscal, toda la documentación que el monje le ha alcanzado.

Duros meses y múltiples visitas a juzgados y consulados sin poder abrir la boca por los intereses en juego -a pesar de sufrir sabiendo a  su sobrino en prisión- han dado sus frutos.

En un rápido acuerdo en la oficina del juez y luego de que las tres hermanas contaran avergonzadas la verdad de lo ocurrido el día de la agresión, se retiran todas las acusaciones en mi contra, inclusive la de los policías que prefirieron evitar un conflicto con una familia tan poderosa.

Finalmente, sintiéndose engañados por sus parejas y al no poder sustentar la acusación, los tres apaleados novios se retiran frustrados, invitando a hacer lo mismo a sus conmovidas novias que se niegan terminantemente.

Bea queda cara a cara conmigo y no hacen falta palabras, nos fundimos en un abrazo, conmovidos en el nuevo y mutuo reconocimiento, luego me toma de un brazo y me presenta a la fiscal, que profundamente alterada, solo atina a darme  la mano.

Cuando le toca el turno a mis primas, la primera en levantarse y abrazarme pidiéndome perdón es la más pequeña, a la que le sigue Graciela de igual guisa y advirtiéndome entre risas que de ahora en más, piensa fardar del chulo de su primo ante sus amigas.

Me separo de ellas para acercarme a Julia, que permanece sentada con la cabeza gacha llorando en silencio, cuando la levanto de su asiento y ante el asombro de todos, nos miramos a los ojos y nos fundimos en un abrazo comiéndonos la boca, las dos ancianas se miran resignadas y estallan en carcajadas agarrándose la cabeza.

EPÍLOGO

Es tan grande el asombro por la sorpresa, las risas de sus tías, los gritos de alegría de las hermanas y los murmullos de indignación de los parientes de los novios, que la sala se convierte en un aquelarre ante la desesperación del juez, que sintiéndose ninguneado, empieza a golpear desesperado con su mazo de madera sobre el mallete, tratando de demostrar su autoridad. El último de ellos, suena como un disparo en medio de una sala que ya estaba en silencio.

Al ver el juez que Jesús se paraliza y separa a Julia de su lado, se yergue lentamente con la mirada ausente, y con los ojos fríos como el hielo se gira para mirarlo, descubriéndolo con el martillo alzado en la mano... piensa que quizás se ha extralimitado,

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