Perdido 4

El Renacido

1937

HISTORIA DE UNA TRAGEDIA

EL RENACIDO

Dicen que en la vieja patria, la tierra sangraba y los árboles se secaban de tanto llorar la muerte de hermanos enfrentados. Sin embargo, y a pesar del paisaje desolado que enfrentaban en medio de tanta desgracia, lazos invisibles de amistad  mantenían unidos a primos tan diferentes.

Hijos de dos hermanos enfrentados sin remedio por sus ideas políticas, abrevaron sin remedio las pasiones de sus padres. A pesar de ello, el rechoncho Manolo nunca pudo olvidar cuánto lo defendió el gigante Pedro para que pudiera exponer sus ideas sin ser agredido.

Quisieron resistir en su hogar, pero después de Guernica, decidieron emigrar antes de que la cruel guerra destruyera su fraternal convivencia. Llegaron al país en la bodega de un barco, huyendo de la guerra suicida y de la realidad económica de su patria. Descendientes de una larga familia de ebanistas y a pesar de sus diferencias políticas, decidieron encarar la aventura en tierras lejanas para conservar su amistad.

Montaron su taller en los fondos de una casa antigua y con los pocos ahorros que disponían, encararon la fabricación de muebles artesanales, comenzando su aventura americana con una línea de muebles llenos de torneados y tallas, que tuvieron una gran aceptación en el mercado.

Los éxitos comerciales comenzaron a llegar de a puñados, llevándolos a un crecimiento social y económico sorprendente, que pronto los convertirían en unas de las empresas más importantes del rubro.

Jóvenes emprendedores y llenos de vida, pronto conocieron en un club de su colectividad a Ana y Maria, unas hermosas muchachas de su tierra, con las cuales formalizaron el noviazgo. Un año después se casaron en una ceremonia doble.

Pedro era un hombre alto y fornido, su especialidad era la carpintería de producción y era un gran estratega comercial. Ana, su esposa, era una mujer también alta, de pelo rubio casi blanco y ojos color miel. Formaban una pareja armoniosa, de mente amplia y principios sociales muy arraigados.

Tuvieron tres hijos. José el primogénito, un hermoso rubio grandullón como su padre , dos años más tarde llegó Juana y once años después que José nació Carla, una rubiecita, muy parecida a su madre.

Manolo en cambio, era un hombre robusto, de carácter huraño y muy de iglesias. Beato, de confesión y misas semanales. Rígido al extremo y de ofensa fácil. Su especialidad era la talla y la ebanistería. Al contrario que su primo era conservador y realista. En cambio María, su esposa, era una mujer delgada, rubia y de unos hermosos ojos verde mar, bondadosa al extremo y muy sumisa a los desplantes de su marido.

Tuvieron dos hijas, María, la mayor, de la misma edad que José y heredera de los ojos de su madre y Bea una hermosa morocha, dieciocho años menor.

Pedro y Manolo, una vez alejados del ambiente tan convulsionado que desangraba familias en su lejana patria, supieron aparcar sus ideologías y complementarse a la perfección en el tema laboral. Su gran honestidad, su dedicación absoluta a la empresa y el lazo familiar que los unía, mantenía sus vidas en armonía.

Los primos  se criaron juntos y a medida que fueron creciendo, José y María se volvieron muy unidos. El año que cumplieron dieciocho años se confesaron su amor y la nochevieja, lo concretaron.

Ese año, las familias habían decidido festejar la nochevieja en sus chalets de la costa. Después de las uvas, como era costumbre los jóvenes se fueron a bailar con sus amigos, mientras los mayores continuaban el festejo en la casa.

Lo diferente esta vez, fue que la nueva parejita decidió festejar su amor en la cabaña de la playa. Llegaron casi corriendo, tomados de las manos entre risas. Al cruzar la puerta se desbocaron, llevaban dos años conociendo sus cuerpos y entregándose mutuamente pero sin concretar su unión.

Ese día sería distinto, las ropas duraron lo que tardaron en llegar al dormitorio y una vez desnudos al pie de la cama, se detuvieron unos minutos para deleitarse cada uno con la visión del otro.

María era una muchacha esbelta, de pelo castaño y unos ojos verdes que parecían brillar, de pechos generosos con unos pezones pequeños y erguidos que invitaban al atracón. Su caderas enaltecidas por su pequeña cintura daban lugar a un culo duro y respingón.

José era alto y fornido, rubio de ojos color miel y de anchas espaldas por su dedicación a la natación, cintura angosta y piernas fornidas. El paquete lo completaba una polla de tamaño considerable.

Pasado el momento de admiración mutua se lanzaron a comerse la boca con desesperación, José la tumbó en la cama y beso a beso se fueron girando, hasta quedar en un 69 maravilloso que tanto llevaban practicando. Tanta era la compenetración de la pareja, que acabaron en simultáneo, uno en la boca del otro,

Mientras se recuperaban entre caricias, se acomodaron para el último paso. Curiosamente fue María, quien enroscando sus piernas con las de José que estaba sobre ella, la que realizó el envite para la penetración.

José avanzó despacio, como con miedo de dañar a su amor, al llegar a la barrera, dudó y una vez más fue Maria la que de un caderazo se ensarto media polla de golpe. Lo que siguió fue un concierto de amor y pasión. Dos horas más tarde, después de dos copiosos orgasmos de él e incontables de ella, volvieron a la reunión más enamorados que nunca.

Tres semanas más tarde, María desesperada le confirmaba a José su embarazo. Al contrario de ella, José estaba exultante y decidieron comunicarle juntos la novedad a la familia.

Mientras los padres de José lo tomaron con hidalguía y después de retarlos por su imprudencia, les dieron su bendición, Manolo reaccionó con violencia y después de tratar a su hija de puta para arriba, la echó de su casa con lo puesto y sus documentos, negándole desde ese momento su condición de hija. Al intentar golpearla, José se interpuso y lo mandó al piso de una trompada.

Salieron huyendo de la casa de María pensando que la agresión a Manolo no sería tolerada por Pedro que siempre lo defendía y tomaron la decisión de huir juntos. Esperaron asustados la llegada de la noche y al caer las primeras sombras Jose entró a su casa como un ladrón, tomó dos maletas que llenó con su ropa y algunas robadas a su madre para María juntó todos sus ahorros, sus documentos y cuando la familia estaba cenando y el personal de servicio ocupado, escapó.

Hicieron auto stop, pararon en hoteles de mala muerte y llegaron a Brasil, donde ingresaron en una misión católica que José tenía referida de sus años de boy scout. Los acogieron con cariño y el párroco Joao, que estaba a cargo, escuchó su historia en confesión, les otorgó el perdón y una semana después los casó y les dió su bendición.

Ese mismo mes, se embarcaron en un carguero con los otros integrantes de la misión, en un viaje humanitario a Ruanda, uno de los países con más católicos del África, donde las diezmadas aldeas Tutsi, todavía sufrían el asedio de las guerrillas Hutu ante la permisividad del gobierno local y los de Bélgica y Francia que hacía la vista gorda junto a lo más rancio de la iglesia católica.

A la joven pareja la destinaron a la misión vecina a Kigali, donde María se dedicó a la enseñanza en una paupérrima escuelita, mientras José con toda su genética y experiencia de vida, se hizo cargo de la carpintería que contribuía a la reconstrucción de la aldea.

La misión era dirigida por el Padre Amarao, un brasilero de larga barba blanca, famoso tanto por su bonhomía y sus brutales carcajadas, como por las furibundas patadas contra los vagos y aprovechados.

El buen hombre los recibió con los brazos abiertos y ayudó a que se sintieran cómodos en la adaptación. Cuando nació el niño, en homenaje al nombre de sus padres, lo bautizó con el nombre de Jesús.

Dos años después de su nacimiento, Jesús lucía alto, fuerte y llamativo. Con su largo pelo rubio, casi blanco y sus iridiscentes ojos verdes era adorado como a un Dios por todas las mujeres de la tribu.

Precisamente el día de su cumpleaños, en momentos que el padre Amarao se aprestaba a celebrar la misa de la mañana, la aldea fue atacada por mercenarios Hutu que arrasaron todo a su paso. Su madre desesperada y mal herida alcanzó a refugiarlo en la cabaña del agua.

Una choza fresca de barro y paja, donde se guardaban las tinajas con el precioso elemento extraído de los pozos diseñados por José. María, con su último aliento, alcanzó a meterlo dentro de una tinaja con muy poca agua, para protegerlo del incendio.

La destrucción fue total, la matanza cruel y el destino de las mujeres sobrevivientes, peor que la muerte.

Dos días después, una de las pocas tribus nómades tutsi que aún recorrían la región, ingresó en la devastada aldea en busca de restos de alimentos o enseres que les pudieran servir.

Antes de partir, las mujeres revisaron la quemada cabaña del agua para reaprovisionarse y encontraron a Jesús dormido dentro de una de las tinajas. El revuelo fue total y a pesar de que  los hombres se disponían a sacrificarlo por considerarlo una molestia y otra boca a alimentar, se encontraron con la férrea oposición de todas las mujeres, que lo consideraba una especie de dios del agua por el color de sus ojos.

Con el niño protegido y bajo el cuidado y vigilancia de las hembras de la tribu, continuaron su recorrido rumbo a la misión multi clerical de Kibuye junto al lago Kiwu, donde los recibió el padre Javier, un hombre inmensamente gordo de edad indefinida y con una larga barba blanca, que inmediatamente se interesó en la historia del hermoso niño de largos cabellos rubios, casi blancos, que destacaba por su tamaño entre los demás niños de la tribu.

Después de largas negociaciones y con la oferta de grandes cantidades de provisiones, lograron vencer la reticencia de las mujeres para dejar al niño al cuidado de los religiosos.

Reunidos en cónclave y conmovidos por la historia de sobrevida del niño, del cual no pudieron averiguar su origen, decidieron que el padre Javier lo adoptara, le diera  su nacionalidad, su apellido  y educarlo entre todos los monjes que predicaban en la misión.

Teniendo en cuenta la historia de su aparición entre los muertos y estimando su nacimiento dos años atrás, lo circuncidaron por un tema de higiene y lo bautizaron Jesús Sin Tierra. Tal como rezaba el apellido del padre Javier.

Decidieron que el padre Batista le enseñaría idioma portugués, y cuando tuviera edad suficiente, todo lo referente al mantenimiento de la misión, además de entrenarlo en el arte de la capoeira. Vladimir lo haría en ruso, física y matemáticas. Peter en Inglés y literatura. Paolo en italiano e historia del arte. Hans en Alemán y Química y finalmente Jean en francés y filosofía. Javier en cambio, se ocupó de su espíritu y le enseñó el arte de los primeros auxilios y la atención de los enfermos.

Todas las mañanas desde que empezó a hablar, la pasaba con uno de ellos y hablando en su idioma, dedicando las tardes a jugar con los niños de los demás refugiados. A partir de su adolescencia, comenzó a ocuparse en reparar lo que fuera necesario y se necesitara en la misión. Creciò fuerte y sano rodeado de amor, respeto y disciplina.

Cumplidos los dieciséis años, se había transformado en un muchacho grande y hermoso y empezó a ser visto con interés por las mujeres de los voluntarios de la misión. Poco tardó el muchacho en cambiar los juegos infantiles vespertinos, por otros más sofisticados, en manos de sus nuevas instructoras.

Pocos días después de cumplir los dieciocho, fué llamado por Magdalena, la Joven y nueva esposa del viudo pastor protestante, un hombre mayor y severo, con dos hijos de su primer matrimonio, que no aceptaba que extraños a su familia, entraran a su cabaña sin su presencia, razón por la cual, los techos estaban muy deteriorados y poco preparados para la próxima temporada de lluvias.

La joven, era una muchacha de ciudad de veinte años, pelirroja y muy bonita, que había sido casada contra su voluntad con el pastor, en reprimenda por un noviazgo clandestino con un joven de la congregación de sus beatos padres.

Sin experiencia, había sido arrojada a una vida sacrificada en un entorno agreste y agresivo para el que no había sido preparada, en compañía de un hombre severo que solo le imponía obligaciones sin ofrecerle una sola muestra de cariño.

Esa mañana se presentó muy pesada y calurosa, las primeras nubes anunciaban tormenta, su esposo estaba misionando en un pueblo situado a un día de viaje y había llevado a sus hijos para comenzar su adiestramiento en la tarea.

Temerosa de que se desate el temporal y anegara su vivienda, pidió ayuda al padre Batista, quien, conociendo la sacrificada vida de la muchacha, no dudó en enviar a Jesús para  realizar la tarea a primera hora de la mañana.

Al llegar al mediodía, el sol pegaba tan fuerte y la humedad era tan alta, que el muchacho tuvo que quedarse trabajando solo con un pequeño pantalón corto para soportar las altas temperaturas sobre el tejado, sin darse cuenta que la muchacha lo observaba admirada desde la sombra de un árbol cercano.

Una vez terminado el trabajo, Magdalena lo invitó a tomar agua fresca, amparados en la fresca sombra de los techos recién reparados, justo en el momento que una feroz tormenta desató el infierno sobre la zona.

Los relámpagos y la furia del viento, llevaron a la temerosa joven a buscar amparo en los poderosos brazos de Jesús, que no tardó en advertir su respiración agitada y el ligero temblor de su cuerpo. Cobijándola sobre su pecho, deslizó su mano derecha acariciando su espalda, mientras que con la izquierda apoyada en su mejilla levantó su cara para mirarla a los ojos.

Poco tardaron  en juntarse sus labios en un tímido beso, que poco a poco fue tornándose en pasión descontrolada, pasión que desde ese día, mitigó la soledad de la sacrificada muchacha.

Semana tras semana, durante los viajes del pastor predicando en el desierto, se entregaban mutuamente, para luego intercambiarse información sobre mundos que ambos desconocían, si bien a Jesús, las historias sobre las costumbres de las grandes ciudades lo encandilaban, Magdalena escuchaba con mucha preocupación lo que su amante le contaba sobre el futuro que le esperaba.

A la edad de diecinueve años y con una preparación asombrosa, convalidó sus conocimientos en un riguroso exámen y fue inscripto becado, en la universidad pública más importante de la capital de su nueva nacionalidad. Lejos estaba de suponer lo que la vida le deparaba.

1959

PESCANDO EN LA DESGRACIA.

La desaparición de la pareja produjo un cisma en las familias, Manolo, orgulloso y altivo, decidió borrar a la puta de su hija de su memoria y se enfrascó en su trabajo en  la fábrica olvidando a su mujer, que hundida en una profunda depresión por la desaparición de María, abandonó la crianza de su recién nacida hija.

Pedro y Ana en cambio, se sintieron orgullosos de la actitud de su hijo, aunque inmensamente tristes por la desaparición de la pareja, mientras Pedro ahogaba sus penas encerrado en la fábrica, Ana se dedicó de lleno a atender a su amiga y criar a Bea junto a sus hijas, que la adoraban.

Juana, la mayor de ellas y la más fuerte, decidió estudiar abogacía, se casó a los veinte años con un abogado de buena familia y en años sucesivos, tuvo tres hermosas hijas que ayudaron a alegrar la vida de sus atribulados abuelos, que con su ayuda en la crianza, contribuyeron junto con su marido a que pudiera graduarse y tener una carrera destacada en la justicia, llegando a ser una fiscal de renombre a la edad de treinta y cinco años.

Su hermana menor, en cambio, nunca terminó de asimilar la desaparición de su ídolo juvenil y terminó casándose con Roberto, un trepa impresentable que la encandiló con su labia y su porte y se aprovechó de su sumisión para meterse en la empresa familiar, donde gracias a esos mismos dones, se convirtió en un vendedor estrella.

Con el correr de los años, la muerte de Pedro, que nunca se recuperó de la pérdida de su hijo, la dedicación absoluta de Juana a su carrera, el desinterés de sus sobrinas por los negocios familiares y la apatía de su esposa, sumado al envejecimiento de Manolo y la excentricidad de Bea, obsesionada en derrochar el dinero de su familia en viajes incomprensibles, lo fueron posicionado en las puertas del control absoluto de la compañía.

1986

PUZZLE.

Bea, atravesaba el bosque excitada guiada por Carmen, desde que recibió la llamada de Liliana dos meses atrás, casi no dormía. Había dedicado casi toda su vida adulta a resolver el misterio de la desaparición de su hermana y estaba por lograrlo.

Única heredera de la fortuna familiar desde la desaparición de María y a pesar de la férrea oposición de su padre había logrado hilvanar los retazos del gran misterio.

Desde pequeña, en las largas charlas con sus primas, donde le narraban las desventuras de la pareja, se fue formando una opinión de los pasos que habrían seguido, al huir del hogar.

Dueña de una paciencia infinita y una inteligencia superior, solo superada por su voluptuosa silueta, supuso acertadamente que buscarian el refugio de la iglesia, para lograr la absolución y calmar sus almas torturadas.

Cientos de cartas y faxes, habían culminado después de dos años, en el hallazgo del acta de casamiento de la pareja, en una misión de Brasil. Luego de un viaje de dos meses a la zona selvática donde se encontraba actualmente el padre Joao, se enteró del viaje de su hermana a la misión de Ruanda y su posterior desaparición luego de la masacre de la aldea.

Volvió a su casa sin hacer comentarios, el dinero que había en juego volvía peligrosa la divulgación de su precioso secreto. Acostumbrados a las exóticas excentricidades en las que solía dilapidar el dinero de la familia, -según la versión de su padre-, nadie se interesó en averiguar el motivo de su viaje.

Desmoralizada, ante el más que probable final trágico de la pareja, se aferró al último retazo de esperanza que le quedaba, su hermana estaba embarazada y los niños blancos eran codiciados por su valor en el mercado de adopciones.

Reemprendió su tenaz tarea inundando de faxes y cartas a todas las misiones católicas de Ruanda y países limítrofes, ante la nula respuesta se dió cuenta de su estupidez y la amplió a todas las misiones humanitarias del territorio.

El día que recibió la carta de puño y letra del padre Javier, con la foto del muchacho rubio con grandes ojos verde mar, creyó que su corazón estallaría de alegría, subió corriendo al ático, testigo de sus desvelos, pegó la foto en la gran pizarra y se puso a llorar, había completado el puzzle de la tragedia. La historia de su familia estaba completa.

LA LLAMADA

Con los datos brindados por el padre Javier, Bea ubicó la pensión donde estuvo su sobrino al llegar a la capital, y conociendo su nuevo nombre, chequeó los registros y logró averiguar que se había casado y dejado un número de contacto por si alguien preguntaba por él.

Logró ubicar a Liliana y completar la historia de su sobrino hasta su misteriosa desaparición, dejando su carrera sin terminar, ni dar explicaciones. Pero algunas cosas no encajaban, si algo había aprendido Bea en todos esos años, era a interpretar a la gente y no se le escapaba que Liliana le ocultaba información.

No le cabía ninguna duda de que se sentía culpable de esa desaparición, pero no pudo sonsacarle el motivo, hasta el día que se reunió con ella  después de esa esperanzadora nueva  llamada.

Llamada que la agarró a punto de partir hacia  Ruanda para completar toda la documentación que acreditara la identidad de Jesús.

Era mucho lo que estaba en juego, Roberto estaba por quedarse con la empresa familiar e iba a interponer cualquier recurso con tal de evitar que aparezca el heredero, recursos  legales o no. Esa era la principal razón por la cual no había participado a nadie de su descubrimiento.

Cuando finalmente visitó a una demudada Liliana y esta se derrumbó en medio de un llanto desconsolado al narrar el motivo de la desaparición de su esposo, confirmó sus sospechas más profundas, la vida de su familia estaba signada por el dolor y los amores trágicos.

Le propuso viajar a Miralsur  para ir a buscarlo juntas, cosa a la que la muchacha se negó terminantemente presa de una vergüenza absoluta, le confesó que si bien era cierto que había follado muchas veces con Juan en el pasado, también lo era que lo habían dejado desde que estaba con Jesús, todavía le dolía el haberlo perdido por el descontrol de una noche de euforia, plagada de alcohol y porros

Cuando Bea regresó de su viaje, publicó una solicitada en el periodico local de la pequeña ciudad, solicitando información sobre el paradero del muchacho. Dos días después recibió la llamada de Carmen y presintió que sus sueños se harían realidad

LA MISIÓN

Ser testigo del encuentro de Bea y Jesús, a Carmen le estrujó el alma, ver la conmoción de la muchacha, al encontrar a su hermana en los ojos de su sobrino y presenciar cómo cayó de rodillas abrazada a sus piernas ahogada en llanto, la emocionó hasta las lágrimas.

Comprendió que su tarea en ese milagro estaba cumplida, sea cual fuera su misión, había terminado, se despidió de los dos y marchó en silencio, envuelta en una dicotomía de sentimientos encontrados.

ATRACCIÓN GENÉTICA

Abrazada a sus piernas, no podía parar de llorar, lo había logrado, la gran misión de mi vida había culminado con éxito, me bastó verlo a los ojos para sentir que lo conocía de toda la vida,

Desde lo más profundo de mis entrañas, mis genes me gritaban que había llegado a mi destino, no sé en qué momento Carmen desapareció y nos dejó solos, Jesús me tomó de los brazos y me obligó a levantarme con una sonrisa. Él también sentía el llamado, estaba segura.

Me llevó tres días contarle la historia de su familia y escuchar la suya, lo más difícil sería introducirlo en nuestra vida evitando el rechazo y la desconfianza. El tema era muy delicado y los intereses en juego, demasiado altos.

Tomamos sus pocas pertenencias y montamos en mi auto rumbo a una gran ciudad vecina donde lo equipé de la ropa necesaria para que no llamara la atención, luego fuimos a una peluquería para adecentar su aspecto y partimos rumbo a mi casa, donde pasaría como uno mas de mi tantos novios. Para lograrlo, teñimos su pelo de castaño, porque, rubio, afeitado y con el pelo recogido era la viva imagen de su padre.

Una de las cosas que más me preocupaba eran sus periodos de amnesia, días en que según cuales fueran los estímulos, se despertaba sin saber quien era. Tenía que buscar la forma de hacerlo ver, sin descubrir su identidad.

Fueron tanto los chicos que volvieron con sus mentes trastornadas de esa desigual guerra y de los que nadie se hizo cargo, que no pensaba dejar que a Jesus le pasara lo mismo. Sea cual fuera el costo lo iba a curar, me sobraba amor para lograrlo.

Nuestros padres, habían comprado a su llegada una parcela de tierra de una hectárea en un barrio residencial y construyeron fondo con fondo sus propiedades, y seis en los laterales. Cinco para cada uno de sus hijos y una para invitados, dejando un gran parque con pileta en el centro del terreno.

La casa destinada para José estaba en medio de la de María y la mía y conectadas entre sí por el área de servicio doméstico para su mantenimiento. Desde la desaparición de la pareja, solo se hacían tareas de limpieza dos o tres veces por año y dado que yo estaba más tiempo viajando, que en la ciudad, en la mía se aplicaba la misma rutina, por lo que podríamos estar juntos sin llamar demasiado la atención del resto de la familia.

Llegamos de noche a la ciudad conversando como amigos que llevan toda una vida juntos y  poniéndonos al día de todas las novedades de nuestras respectivas vidas, entramos al garaje montados en el auto para que nadie nos viera y nos  instalamos en mi casa

Finalmente, después de conversarlo detenidamente, llegamos a la conclusión de que el mejor plan era que Jesús se instale en la casa de José y hacerlo pasar, aprovechando sus habilidades, como personal de mantenimiento encargado de la restauración de la propiedad, aunque el resto de la familia sospechara de otro vínculo entre nosotros dos.

Cuando volviera de mi largo y último viaje a Brasil y Ruanda donde me entregarían la documentación pertinente y estuviéramos seguros del equilibrio emocional de Jesús, largaríamos la bomba en una reunión familiar.

Recorrimos la casa juntos y en silencio, temiendo despertar a los fantasmas que la moraban y finalmente optamos por habilitar el dormitorio del personal de servicio para no llamar la atención. Desde ese día mi sobrino trabajó emocionado y a destajo en la puesta a punto de la casa de su padre, abandonada desde hace  tantos años, sin despegarse durante el día de sus anteojos oscuros.

La historia cuajó, Jesús al recorrer la casa descubrió unas manchas de humedad en el altillo y decidió empezar las reparaciones por la parte superior exterior, para ir bajando luego piso por piso reemplazando las instalaciones eléctricas antiguas y verificando las cañerías de agua y gas.

Poco a poco su presencia se hizo habitual y el resultado de su trabajo bastante notorio, por lo que el acercamiento del resto del personal de servicio fué inevitable y el cuchicheo de las empleadas más jóvenes admirando su llamativo físico, directamente imparable.

Sabiéndolo instalado, alejado de sus pesadillas y aceptado por todo el personal de servicio, emprendí el viaje que coronaría mi búsqueda y le daría a Jesus una familia.

Lejos estaba de imaginar, que la tragedia que perseguía a mi familia, volvería a hacerse presente.

………………………………………………………………………………………….