Perdí mi virginidad violando a María

Era tanta la excitación, que con Ana urdimos un delicioso plan para comernos a María

EL DÍA QUE NOS COMIMOS A MARÍA

Esta historia es real y ocurrió hace ya veinte años, por esa época yo contaba apenas con 17 años no tenía experiencia sexual y para mi las mujeres eran todo un misterio ya que mis padres habían considerado que era mejor que estudiara en un colegio solo para varones, y mi celibato se veía reforzado por una enorme timidez razón por la cual prácticamente no tenía amigas. En familias como la mía, las empleadas del servicio eran el motivo de mis fantasías desde que comenzó mi pubertad.

María fue empleada de la casa desde que yo tenía 12 años, no era una mujer agraciada, de cuerpo relleno y casi sin cintura, rostro bastante común y unos ojos pequeños que se perdían tras unos gruesos lentes. De origen campesino siempre vestía con ropa holgada y oscura que ocultaba sus formas, pero lo que si se le notaba mucho eran unas enormes caderas; comencé mostrándole revistas pornográficas que conseguía en el colegio, al principio las rechazaba, pero poco a poco conseguí que entra en mi juego y aceptara verlas y comentar sobre las mujeres que aparecían en ellas.

Cuando cumplí 15 años decidí tratar de ser más osado y comencé dándole palmadas en las nalgas, en un proceso similar al comienzo se disgustaba, pero finalmente termino aceptando no solamente las palmadas sino que abiertamente le manoseara las nalgas y al cabo del tiempo también acepto que le apretara los senos, aunque no me dejaba pellizcarle los pezones. Un día en que estábamos a punto de pasar a mayores, acostados en el tapete de la sala, ya le había abierto la blusa y le había subido la falda hasta la cintura y me había quitado yo el pantalón, llegó un tio, hermano de mi mamá, y entró en santa colera diciendo que eso era una abominación, que yo era un pecador y ella una mujer del demonio. Mojigato rezandero a fin de cuentas porque luego me enteré que por esos días el ya se comía a una sobrina que luego dejó embarazada.

El resultado fue que despidieron a María y yo me quedé virgen y con la calentura.

A María la reemplazo Ana, también de origen campesino, pero muy distinta, era una diosa con un cuerpo hermoso, caderas anchas con unos glúteos redondos y firmes, cintura estrecha y vientre plano, senos grandes con unos pezones que se marcaban en sus blusas apuntando al cielo, una cara muy linda con unos labios carnosos y siempre húmedos. Semejante mujer enseguida aumento el alboroto de mis hormonas, ya en los 16 años, y pronto traté de implementar la misma estrategia que con María, por lo que aprovechando un día que mis padres ya se habían acostado y ella estaba en la cocina, entre furtivamente y pose mis manos en sus glúteos, ella volteo a mirar, sonrió y encajo un bofetón que me dejó doliendo todos los dientes, se me quedó mirando y me dijo que con ella solo lo que ella permitiera.

Pasaron varias semanas sin que se hablara del asunto y yo manteniéndome lo más alejado posible de aquella fuerte mano. Recuerdo que fue un domingo antes de que ella saliera a su día libre y cuando mis padres se encontraban en misa, que me dio una palmada en mi trasero cuasndo yo pasé a su lado, la mire sorprendido y me dijo: ya ves, cundo yo quiera, y acto seguido me estampo un beso con lengua explorando lo más profundo de mi garganta, para posteriormente irse quedando yo en medio de semejante exitación, de hecho fue necesario que me masturbara varias veces para que por fin bajara la delatora erección.

Las semanas siguientes fueron muy intensas, nos besábamos a todo momento incluso con el riesgo de ser sorprendidos; yo trataba de desvestirla pero no se dejaba, así como tampoco dejaba que le cogiera los senos, sin embargo un día en medio de los besos ella desabrocho mi pantalos, metio la mano, tomo mi pene, retrajo el prepucio y comenzó a mover deliciosamente su mano de arriba abajo, estuvo así varios minutos hasta que no me pude contener más y eyacule en su mano; la sacó, la limpió con mi camisa y me dijo: no te hagas ilisiones, esto es lo único que vas a tener de mí, pero te lo hago cundo quieras. Yo no sabía si estar feliz por lo que había sentido, u ofendido por semejante calentada, sin embargo acepte su juego y así seguimos varios meses en los que ella me masturbaba todos los días, llegando incluso su provocación un día a mostrarme como se bebía el semen que había quedado en su mano.

A esas alturas yo ya no aguantaba más y estaba dispuesto a lo que fuera con tal de tener sexo, aclaro que jamás hubiera ido a una prostituta porque en es época me parecían algo sucio y desagradable. Pero dice in refrán que Dios aprieta pero no ahorca, y efectivamente así fue.

Un día al entrar al edificio donde viviamos, me encontré con María que la habían contratado en uno de los pisos superiores para que fuera una vez a la semana para hacer el aseo. Fue un encuentro que aproveche para ver cómo estaba ella frente a mí, y me dí cuenta de que estaba enamorada, pero le daba miedo que nos encontráramos pues temía perder nuevamente su puesto. Me despedí de ella y comencé a fraguar mi plan.

Le conté a Ana lo que había pasado con María y le dije que quería comérmela a como fuera lugar y que ella iba a ayudarme porque las masturbadas ya no eran suficientes. Primero me dijo que no se iba a prestar para que yo me acostara con María, pero como le dije que al paso que íbamos si no era María, entonces iba a ser ella, accedió y durante el siguiente mes se dedicó a ganar la confianza de María, hasta que al fin un día la invitó al apartamento, con el pretexto de que no había nadie.

Efectivamente el día esperado llegó y yo me encontraba escondido en la habitación de mis padres, donde había una cama doble, un espejo enorme frente a la cama y totalmente alfombrada con un tapete grueso y mullido y entre otras cosas estaba el teléfono, que fue el pretexto de Ana para que ella la acompañara a la habitación.

Cuando entraron cerré la puerta con llave y le dije a María que se tranquilizara y que me perdonara por el engaño para llevarla hasta allí, pero sabía que era la única forma. Ella estaba muy asustada y trató de escapar, por lo que yo la abrase y tranquilizándola redije que no temiera, que todo estaba bien, que nosotros nos amabamos y que para que la pureza de lo nuestro no se perdiera, Ana iba a ser nuestro testigo ante Dios de que ella iba a ser mi mujer, que no se preocupara que así no era pecado… Los argumentos eran muy tontos, pero ella los acepto y se sentó en la orilla de la cama, con la cabeza baja, las piernas fuertemente cerradas y las manos en las rodillas. Comencé a besarla en la nuca y en las orejas, pero ella seguia sin mover un músculo, me costó trabajo levantar su cara para besar su boca, pero seguía igual de quieta e inexpresiva. En ese momento le dije que así no se podía, que era evidente que ella ya no me amaba y que ya no sentía nada, ella respondio timidamente y con voz baja que no era así, que todavía me amaba; traté entonces nuevamente de besarla en la boca y acepto el beso, aunque apretaba los dientes, después de un rato vencí su resistencia y nuestras lenguas se entregaron a un jugueteo en el cada vez ella estaba más relajada, aceptando mis caricias.

Poco a poco desabotoné su blusa y le quité el brasier, por primera vez tenía a mi disposición los senos de una mujer, los acaricie primero, luego los bese y los chupé, para finalmente apretarlos y morder los pezones, alo que ella respondió con un pequeño grito pero dejándose hacer lo que yo quería. Le quité la falda y los zapatos, y mientras la veía allí postrada y sonriente. Ana sentada al otro lado de la cama nos veía hacer y se sonrojo un poco cuando me desvestí completamente dejando a la vista la enorme erección que tenía en ese momento, sentía el pene como si fuera a estallar y mi excitación no daba esperas.

En ese momento algo pasó pues al verme María, así desnudo frente a ella comenzó a gritar ya decir "no, no, no, no quiero", trate de calmarla pero seguía gritando igual, de pronto me di cuenta que estaba tratando de que no se parara y para ello me había sentado sobre ella sosteniendo sus brazos con mis rodillas. La imagen fue todavía más excitante al verla así dominada y con mi pene sobre su pecho a escasos centímetros de su cara, pero ella no dejaba de gritar, por eso, sin pensarlo más le dí un par de bofetones que le hicieron sangrar la boca, pero que lograron su cometido, que se callara, aunque seguía moviéndose tratando de soltarse. En ese momento ana la toma por las muñecas y le sostiene los brazos contra la cama, por encima de la cabeza, yo tomo sus piernas, le quito las pantaletas y dejo al descubierto su indefenso sexo, separo los muslos y ubicandome frente a ellos comienzo a lamer los labios de su vagina y a dar pequeñas chupadas a su clítoris, al comienzo estaba seca pero cuando toque por primera vez el clítoris, se lubricó enseguida y dejó de forcejear; segui en ese trabajo oral, que me pareció delicioso, hasta que ella arqueo su cuerpo y gimio indicando que había tenido su primer orgasmo, quedo con el cuerpo totalmente flojo y los ojos cerrados, lo que aproveche para montarme sobre ella y comenzar a empujar con mi pene, allí me dí cuenta de que ella también era virgen, pero cuando me sintió a la entrada de su sexo, comenzó a moverse nuevamente tratando de impedir la penetración, mientras nuevamente gritaba. La tomé fuertemente de las caderas y de un solo empujon la penetre haasta que mis testículos golpearon sus gluteos, dio un grito, se puso rígida y cerro los ojos llorando. Yo comencé a bombear, primero con un ritmo lento y luego cada vez con más fuerza, al cabo de un rato ella comenzó a gemir nuevamente y tuvo otro orgasmo, Ana la soltó y María se abrazó fuertemente a mí mientras arqueaba su cuerpo. Luego de semejante orgasmo comenzó a besarme como si quisiera comerse si lengua, le pregunte si le había gustado y me dijo que sí, pero que le había dado mucho miedo y pena al comienzo.

Como yo todavía seguía con esa erección y no me había venido, le dije que toda mujer ante Dios debía ser penetrada por su hombre por todas partes y que para que nuestra unión fuera completa le hacían falta todavía otras posibilidades, pero que no se preocupara que yo le iba a enseñar. La puse en la cama en cuatro patas mirando el espejo para que se viera a sí misma mientras la poseía; acto seguido la penetra desde atrás y ella se reía al ver como se sacudían sus senos con cada arremetida, me unte vaselina y le puse otro poco en el ano y acto seguido comencé a empujar, y otra vez ella comenzó a oponer resistencia : "no quiero, me duele, eso es feo, eso es sucio", pero no le hice caso a sus reclamos y apenas hubo entrado el glande, le di un empujón hasta el fondo al que ella respondió con un grito, pero sin embargo se quedo allí mientras la bombeaba. Al mirar hacia un lado me dí cuenta de que Ana se había desnudado y estaba sobre el tapete, masturbándose con las dos manos, tres dedos de una en la vagina y dos dedos de la otra en el ano; ese espectáculo ya era demasiado para mi excitación y tuve la que creo la mayor eyaculación que he tenido en mi vida, sentía como cada espasmo dejaba mi semen dentro de su recto, me abrasé a su espalda un rato mientras recuperaba mi aliento y luego se lo saqué, extasiado con la visión de ese ano dilatado y la mezcla de semen y sangre que escurría por sus piernas.

Ana decidió paliar ese dolor y comenzó a lamerle las piernas y el ano, tomándose cada gota hasta dejarla limpia, acto seguido comenzaron un desenfrenado 69 en el que siguieron port lo menos media hora más. Al cabo de ese tiempo mi pene ya se había recuperado, por lo que aproveche la exitación de las para meter mis dedos en ambas y luego darle una lamida a Ana hasta se vino en un orgasmo que no solo empapó mi cara, sino que también dejó mojada la cama. Al verla en ese estado, y antes de que se pudiera recuperar, le encaje mi miembro hasta el fondo y ella comenzó a mover sus caderas de una forma tan espectacular que al poco rato comencé a sentir los espasmo de una nueva eyaculada, pero al darse cuenta me dijo "adentro no que me preña", se los saque y ella comenzó a chuparlo hasta que me vine en su boca, se lo tomo todo y no dejaba de chupar, sentí que iba al cielo y volvía mientras ella me dejaba completamente seco.

Las siguientes semanas fueron de sexo continuo, María ya no solo aceptaba de buena gana, sino que en muchas ocasiones entró a tomar la iniciativa; el mejor alarde de lo que había aprendido lo aplicó el día en que la convencí de dejarse comer por siete compañeros del colegio, pero esa es otra historia.

Cuando cumplí 18 años salí del país para ir a estudiar durante un año donde unos parientes, al volver Ana ya no trabajaba con nosotros, María tampoco iba al otro departamento y nunca pude volver a localizar a estas dos mujeres, aunque no las olvido y de hecho todavía me masturbo cada vez que me acuerdo de ese primer día.