Pequeño pero pollón 8. Mi primo, un rubio chulito
"Andrés comenzaba a tranquilizarse y, por tanto, a mejorar su mamada. Sus dientes ya no chocaban torpemente contra mi glande. Sus labios carnosos succionaban mi trozo de carne, provocando en mi un placer único. Su mirada, ansiosa, seguía clavada en mis ojos, pidiendo en silencio que no le arrebatara el manjar que tanto estaba disfrutando."
Aquella tarde fue jodidamente increíble. Estuvimos unas dos horas follando sin parar. Después de lo que había pasado, decidimos follar entre hermanos, de modo que se la metí a la zorra de mi hermano mientras observaba cómo Hugo se follaba al suyo. Y, cómo no, tanto Eric como Asier gemían como perras.
Tras corrernos después de eso, nos quedamos exhaustos. Tirados en la cama de matrimonio, con las sábanas llenas de lefa, desnudos y con nuestras pieles rozándose. Sin darnos cuenta nos quedamos dormidos.
Desperté a las 20:43 al escuchar un sonido procedente del garaje. Mierda. Eran mis padres, que estaban aparcando. Desperté rápidamente a los demás, ordenamos la cama rápidamente y subimos a mi cuarto.
Escuchamos la puerta del garaje abrirse mientras subíamos las escaleras hacia la planta de arriba.
–¡Ya estamos aquí! –gritó mi madre desde abajo.
–¡Hola! –respondió mi hermano–. Joder, espero que no se les ocurra mirar el sótano. Hay que lavar esas sábanas cuanto antes –me dijo mirándome a los ojos.
–Tranquilo –contesté–. Ya se nos ocurrirá algo.
Eric y Hugo se fueron unos minutos más tarde. Mis padres insistieron en que se quedaran a cenar, pero no quisieron abusar. Total, ya se habían comido un par de pepinos por la tarde.
Nos despedimos de ellos y Asier y yo subimos de nuevo a mi cuarto, donde estuvimos hablando de lo que había pasado.
–¿Y la polla de Hugo? Joder, ¡menudo rabo! –decía mi hermano, aún emocionado.
–Ha estado muy bien. Eso sí, ahora que tú lo has hecho con mis amigos…
Mi hermano me miró y pilló la indirecta.
–Tranqui. Creo que en naturales tenemos que hacer un proyecto… Me juntaré con mis amigos y los traeré aquí para que puedas disfrutar de ellos.
Lo miré y sonreí. Hacía mucho que no me lo pasaba tan bien con Asier. Con mi entrada en la adolescencia, las cosas se habían vuelto un poco difíciles, y nuestras personalidades tan diferentes estaban siendo un problema. Sin embargo, en la cama ambos éramos igual de cerdos, por lo que nos sentíamos muy unidos.
–Me alegro de poder compartir esto contigo –me dijo entonces, cogiéndome de la mano.
–Lo mismo digo, enano.
El resto del fin de semana no tuvimos oportunidad de hacer nada, y la semana siguiente pasó demasiado rápido. Además, mi mente estaba en la comunión de mi prima. No me apetecía nada ir. No me gustaban los eventos en los que se reunían tantas personas. Además, hacía siglos que no veía a esa enana. Y, por si fuera poco, recuerdo que su hermano mayor se metía bastante conmigo.
De modo que me pasé toda la semana intentando inventarme una excusa que me librara de ir. No obstante, no se me ocurrió nada convincente. Y allí estaba yo, un sábado a las diez de la mañana, en la iglesia viendo cómo mi prima tenía su primera comunión.
Me había puesto una camisa rosa y un traje negro, acompañado de unos pantalones vaqueros azules marinos. Me había peinado el pelo como un niño chico, idea de mi madre, por supuesto. Mi hermano, por su parte, se había puesto una camisa blanca y una chaqueta gris, además de unos vaqueros rojos, y se había peinado de punta. El capullo estaba hecho todo un moja bragas. De hecho, cuando lo había visto en casa, se me había puesto dura.
Tras el acto de la comunión en la iglesia nos dirigimos a una finca con un pequeño bosque a su oeste en la que comimos y recibimos un gran banquete típico de estos eventos. Era lo único que me gustaba de estas cosas: la comida. Sin embargo, no todo era alegría.
Coincidí con mi primo Andrés, el hermano de mi prima, mientras cogía un canapé. Catorce años, rubio, melenita, ojos verdes, labios carnosos y facciones marcadas. Vestía una camisa azul y unos pantalones vaqueros negros ajustados. Si mi hermano era un moja bragas, este mojaba el vestido entero.
Me miró a los ojos y, acto seguido, se fijó en mi pecho. Rio.
–¿Camisa rosa? Es que eres una maricona, ¿o qué?
No supe que responder, por lo que agaché la cabeza. Me di cuenta entonces del bulto que se le marcaba en el pantalón. No parecía excesivamente grande, pero sí lo suficiente como para embobarme.
–Eh, que te estoy hablando. Sé que lo que te gusta está ahí abajo, pero mis ojos están aquí arriba.
Lo miré de nuevo. Esta vez le sostuve la mirada. Me acerqué a él y le susurré al oído.
–En el bosque en diez minutos. Ve y espera, que yo hago el resto.
Me alejé de él y fui con mi padre. Apenas unos segundos después, me arrepentí de lo que había dicho. Andrés era un chulo y un prepotente. La última vez que lo había visto bromeó con el tema del sexo, pero ni de coña accedería a mi petición. Probablemente iría a contárselo a sus padres o a los míos.
Mi hermano pasó por delante de mí y vi que hablaba con Andrés. Se separaron de nuevo y me olvidé de ellos. Intenté no recordar aquello, pero solo podía pensar en si mi primo me delataría o no. Esperé unos minutos y decidí comprobar qué había pasado. Me dirigí al bosque. Caminé varios minutos y busqué a Andrés por todas partes, pero no lo encontré. Desistí y pensé que, tal y como me había imaginado, había pasado de mí.
En cambio, mientras volvía a la finca, escuché unos ruidos. Presté atención y me acerqué a un pequeño recoveco que había entre varias rocas. Y allí lo vi. Solo que no era lo que esperaba.
Mi hermano, de pie y con los pantalones bajados hasta los tobillos, tenía sujeta la cabeza de mi primo, que le comía la polla sin parar. Andrés estaba vestido, con las manos en el culo de mi hermano, empujando con fuerza para tragarse todo el rabo de su primo pequeño. Asier me vio y me saludó.
–Llegas justo a tiempo –me dijo mientras se separaba de Andrés–. Vi cómo este capullo se reía de ti, así que he decidido vengarme. Eso sí, no te creas que lo he traído aquí a rastras. El muy cerdo ya estaba aquí cuando he llegado, esperando que vinieras a comérsela. Pero he llegado yo primero y, ya ves, las cosas han cambiado –concluyó mientras miraba a nuestro primo.
–Eres… eres un puto genio, hermanito –conseguí decir–. Además, has encontrado el sitio perfecto. Aquí no nos va a pillar nadie.
Asier se encogió de hombros y me hizo ponerme a su lado, de pie.
–Empieza, putita.
Mi primo asintió y se abalanzó a mi paquete. Con las manos apoyadas en el suelo, en posición de perrito, comenzó a chupar y morder mis pantalones. Mi pene todavía estaba flácido, pero ya comenzaba a despertar. Notaba cómo se iba poniendo dura con cada movimiento de Andrés.
Decidí dejarme hacer y no intervenir en lo que se avecinaba. Tras unos segundos empapando mis pantalones, mi primo decidió pasar a la verdadera acción. Se puso de rodillas; con ambas manos me desabrochó el botón de los vaqueros y, lentamente, fue bajando la cremallera. El cerdo de Andrés realmente lo estaba disfrutando.
–¿Es tu primera vez? –pregunté.
–Sí –respondió él al instante–. Pero un amigo me contó que su novia se la chupó un día. Me dijo cómo lo había hecho y que le había gustado mucho. Simplemente estoy haciendo lo que me contó.
–Pues no pares –contesté.
Mi primo obedeció y bajó mis pantalones hasta el suelo. Mi polla aún seguía presa por mis calzoncillos blancos que dejaban intuir a la perfección su figura y tamaño.
–Jo-Joder –soltó mi primo–. Es… Es grande.
Sonreí y lo invité a continuar. Andrés parecía cada vez más cachondo. Podía ver su cuerpo temblando por la situación, su boca medio salivando y notaba su respiración agitada. Efectivamente, era su primera vez.
Me quitó los calzoncillos y los olió durante un par de segundos. Inhaló profundamente la esencia de mi polla en la tela, algo húmeda por el precum que había empezado a soltar. Los bajó hasta mis tobillos, cogió mi rabo por la base, me miró a los ojos y, con una calma pasmosa, comenzó a tragarse mi polla.
Lo hizo lentamente, centímetro a centímetro, mientras me sostenía la mirada desde abajo. Con la mano derecha me agarraba firmemente el nabo, como si se le fuera a escapar, mientras con la izquierda palpaba mis huevos, bien cargados de leche tras toda una semana sin descargar.
Andrés comenzaba a tranquilizarse y, por tanto, a mejorar su mamada. Sus dientes ya no chocaban torpemente contra mi glande. Sus labios carnosos succionaban mi trozo de carne, provocando en mi un placer único. Su mirada, ansiosa, seguía clavada en mis ojos, pidiendo en silencio que no le arrebatara el manjar que tanto estaba disfrutando.
Yo cada vez me ponía más caliente. Tener a mi primo comiéndome la polla era algo que nunca se me había siquiera pasado por la mente. Ni siquiera lo había soñado. Era algo que, sencillamente, no entraba en mi cabeza. Pero ahí estaba, de rodillas, sumiso, chupándomela. Lo agarré del pelo con ambas manos y me lo empecé a follar con fuerza. Como no le cabía entera, tuvo varias arcadas y se resistía, pero yo empezaba a estar fuera de mí. Me iba a correr en su boca, y luego le iba a follar el culo.
En cambio, mi hermano me lo impidió. Me sujetó las manos y me miró a los ojos.
–Qué coño haces –fue lo primero que dijo–. Le estás haciendo daño. Está casi llorando. Una cosa es hacerle pagar por lo que ha hecho, y otra muy distinta es cargártelo.
Miré a Andrés y lo comprendí. Un par de lágrimas caían de sus ojos y no paraba de toser mientras jadeaba.
–Tienes razón –contesté–. Me he pasado. Perdóname, Andrés. No voy a obligarte a nada que no quieras hacer. Pero es que me estabas poniendo tan cachondo que he perdido la cabeza.
–No… te preocupes –respondió mi primo como pudo–. Me estaba gustando que me follaras la boca, pero me estaba atragantando. Tienes un pollón considerable, la verdad. Los dos, en realidad. Pero eso solo hace que quiera comérosla a los dos a la vez.
Dicho esto, Andrés se reincorporó y, de nuevo de rodillas, cogió mi polla con su mano izquierda y la de Asier con la derecha, que estaba flácida por lo que acababa de pasar. Se metió primero esta en la boca y comenzó a tragar lentamente, igual que había hecho con la mía, mientras me masturbaba con su mano izquierda.
Unos segundos después nos hizo juntar nuestros rabos y trató de meterse ambos a la vez. Abrió la boca todo lo que pudo y logró meterse los dos glandes en la boca, pero no pasó de ahí. Nuestros tamaños y su pequeño orificio no lo permitían. En cambio, no desistió y quiso quedarse con ambos capullos en la boca, jugando con la lengua.
Yo notaba el glande de mi hermano pequeño chocar con el mío, lubricados por la saliva de mi primo. Su lengua nos recorría rápidamente. Con mi mano izquierda cogí a mi hermano por la cabeza y junté nuestras bocas. Nuestros labios chocaban con fiereza, y nuestras lenguas jugueteaban en el interior, mezclando saliva.
Aquella situación se alargó varios minutos. Mi hermano y yo nos acariciábamos metiendo nuestras manos por dentro de las camisas. Recuerdo que llegué a tocarle el culo e incluso le introduje un dedo que lo hizo gemir.
Yo ya no aguantaba más, así que avisé a Andrés de que me iba a correr. Mi primo se apartó, pero no lo suficientemente rápido, de modo que el primer trallazo de leche le cayó bajo su ojo izquierdo. Acto seguido, mi hermano se corrió, dejando escapar tres potentes trallazos y dos más flojos.
Mi primo jadeaba, pidiendo algo con lo que quitarse la lefa de la cara. En cambio, no teníamos nada a mano, y no íbamos a usar nuestras camisas de servilleta. Fue entonces cuando Asier se agachó, sacó la lengua y la pasó como si de una fregona se tratase, recogiendo con eficacia el semen de la cara de Andrés. Se esmeró en el proceso y, de hecho, le plantó un morreo a nuestro primo, que lo recibió por sorpresa, pero no se apartó. Mi hermano se reincorporó, al igual que nuestro primo.
–Bueno, yo… –dijo, bastante cortado–. Creo… creo que me voy.
–De eso nada –contestó Asier–. Aún no hemos terminado. Bueno, realmente, tú no has terminado. Porque no te has corrido, ¿verdad?
–N-No.
–Pues entonces, es nuestro turno –miré a mi hermano, extrañado, como preguntándole por qué deberíamos hacerlo–. Se ha portado muy bien, ¿no crees? Tenemos que recompensarle por el esfuerzo que ha hecho en comernos la polla.
Acto seguido, Asier se puso de rodillas y bajó los pantalones de Andrés con tranquilidad. Pudimos ver entonces unos calzoncillos amarillos en los que se marcaba un buen paquete. No parecía nada del otro mundo, pero tampoco tenía pinta de ser pequeño.
Mi hermano no se resistió y, rápidamente, sujetó los calzoncillos y los bajó, dejando al descubierto un precioso pene adolescente. Por supuesto, estaba completamente erecto. Le calculé unos 14cm, prácticamente igual que Eric, quizá un poco más grande, pero sin llegar a mi tamaño. Eso sí, era un poco más gruesa que la mía. Sus huevos, oscurecidos por la pubertad, estaban cubiertos de un pelo débil, prueba de que aún no era tan machote como se creía. Su glande ya babeaba precum, y mi hermano no pudo evitar darle un lametón.
–Ahh-aaahh –gimió mi primo.
Realmente se notaba que era la primera vez que le hacían una mamada. E iba a tener la suerte de que probaran su polla dos bocas en lugar de una, porque yo ya estaba otra vez cachondo perdido. Me puse a la altura de mi hermano y, mientras este jugaba con el glande de nuestro primo, descapullándolo y volviéndolo a cubrir, yo me centré en sus huevos.
Dos perfectas bolas colgantes que me llamaban, suplicando un buen lametón. Y así lo hice. Me introduje uno de ellos en la boca al tiempo que acariciaba los muslos de Andrés, subiendo sutilmente mi mano derecha por su cuádriceps hasta posicionarla en su trasero. Decidí comerle los dos huevos a la vez, jugueteando con ellos en mi boca. Aproveché el momento para introducirle un dedo en su ano. Lo recibió con reparos, pero no me pidió que lo sacara. Comencé a masajearlo y pareció gustarle.
Asier, por su parte, ya había pasado a la acción y le estaba comiendo la polla como la buena puta que era. Yo también quería carne, así que me encontré con los labios de mi hermano en la polla de mi primo, y comenzamos a hacerle la mamada entre los dos. Aquello pareció gustarle incluso más, y ello sumado a mi dedo en su ano, provocó que su cuerpo se tensara.
–Me corro –avisó, torpemente–. Me-Me corrooOoooOOoO!!!
Creo que quiso apartarnos, pero ni mi hermano ni yo cedimos, sino que continuamos chupándole la polla, tratando de conseguir ese manjar que nuestro primo expulsaba y que quería desperdiciar. Noté el ano de mi primo cerrándose entorno a mi dedo, y su polla palpitó unas seis o siete veces, pero solo pude recibir dos chorros de leche. Mi hermano se había quedado con la parte grande.
Antes de levantarme, le di un azote a nuestro primo y le susurré al oído:
–Cuando descubras el placer de tragarte la corrida, no querrás desperdiciar ni una gota.
Me subí los pantalones, me di la vuelta y me marché. Escuché los pasos de mi hermano unos metros detrás de mí, y cuando me giré vi a nuestro primo de pie, con los pantalones aún bajados y un par de dedos rozando su glande para luego metérselos en la boca.
Cuando mi hermano y yo llegamos de nuevo al banquete, mi madre estaba hablando con su hermano, el padre de Andrés.
–Chicos –dijo, con una sonrisa de oreja a oreja–. Buenas noticias. Os quedáis a dormir en casa de los tíos.
Asier y yo nos miramos. Sonreímos con picardía y asentimos.
–Sí, mamá –respondió mi hermano–. Lo pasaremos genial.
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Hale, pues aquí la octava parte. En un primer momento no tenía pensado que las aventuras con el primo se alargaran, pero me ha gustado mucho introducirle, así que le daré un segundo relato para que muestre todo lo que puede dar. Espero que os haya gustado y que tengáis un buen pajote!