Pequeño pero pollón 6. La primera vez de Asier
"Y allí estaba yo, con la polla de Mario en mi mano derecha, mientras mi cipote descansaba sobre la mano izquierda de este. Lentamente comenzamos la paja de nuevo, y aquello produjo en mí una sensación nueva hasta la fecha."
La mañana siguiente llegó acompañada por los cantos de los pájaros. No fueron estos quienes me despertaron, en cambio. Fue mi hermano, que había introducido su mano bajo mis calzoncillos y jugueteaba con mi polla flácida. No tardé en empalmarme, sin embargo.
–La putita tiene ganas de más… –dije con esa voz de sueño habitual.
–No sabes cuántas –contestó mi hermano, que enseguida se situó sobre mí, quedando nuestros cipotes a la misma altura, rozándose entre ellos bajo la tela del pijama.
–No… –pedí–. Quiero reservarme para cuando lo hagamos con Eric y Hugo.
–Joder –respondió él, apenado–. Mira cómo estoy… –y se bajó los pantalones, dejando al descubierto su erección mañanera.
A mí se me ocurrió una idea.
–Ya que estás así –le dije, acariciándole el nabo–, ¿por qué no me cuentas cómo fue la primera vez con tus amigos? No sabía que fuerais tan cerdos.
–Bueno, si te digo la verdad, yo tampoco lo sabía. Pero he descubierto que me gustan las pollas más que a un tonto un lápiz –se acercó a mi cipote y, tras una breve mamada, se tumbó de nuevo a mi lado, aún agarrándome el rabo con la mano–. Todo comenzó hace cinco meses, en pleno septiembre…
Yo había llegado a casa un poco antes de que terminaran las clases, ya que nuestro profesor de Lengua había faltado y nos habían dejado marcharnos. Al entrar en casa, escuché el ruido del agua cayendo, lo que me hizo dirigirme al baño. Pensé que estaba solo en casa, y por eso me extrañó tanto.
Recordé entonces que tú no habías ido a clase porque tenías cita en el hospital, y debiste aprovechar la situación para hacerte una paja. Aunque yo sabía qué era eso, por aquel entonces yo todavía no me había hecho ninguna, así que me entró curiosidad por ver cómo lo hacías y, con cuidado, abrí la puerta del baño lentamente. Lo suficiente como para ver, a través del espejo, cómo te manoseabas el manubrio y cómo movías la mano, arriba y abajo, con fuerza y rapidez.
Tenías los ojos cerrados, de modo que no me preocupé porque me pudieras pillar, y me quedé ahí, espiándote, hasta que te corriste. En cuanto vi tu cara de placer y los tres o cuatro chorros de lefa que soltaste, me corrí sin tocarme.
Rápidamente me fui a mi cuarto y me cambié como pude. Eché los calzoncillos a lavar, no sin antes darle un buen lametón al charco de semen que había dejado. El sabor me pareció agrio, pero agradable.
Tras aquello, no podía quitarme tu enorme pollón de la cabeza. La cosa empeoraba cuando teníamos natación en el instituto. En los vestuarios, la mirada se me iba a los paquetes de mis compañeros, y más de uno se estaba dando cuenta.
Un par de semanas después, quedé aquí, en casa, con Mario, Criz y Alberto; ya sabes, mis amigos desde que soy pequeño. Con ellos tengo más confianza que con cualquier otra persona, así que aprovechando que papá y mamá se habían ido y que tú habías quedado, me dispuse a contarles mi aventura.
Les hablé de tu cipote, duro y largo; de los movimientos que hacías y de tu cara de placer cuando aquel líquido blanco y espeso salió disparado. Ellos mostraron interés y, antes de que terminara, ya podía notar un buen bulto bajo sus pantalones.
–¿En serio pillaste a tu hermano haciéndose una paja? –preguntó Alberto, emocionado.
–¿Y no te la cascaste tú también? –añadió Criz, ya sobándose la polla.
–N-no… –me limité a decir–. Es que nunca me he hecho una paja –admití.
Mis amigos se miraron entre ellos, sonriendo.
–Pues eso tiene que cambiar –dijo Mario, levantándose. Y mientras se bajaba los pantalones, añadió–: y va a cambiar ahora.
Yo me puse nervioso. No estaba seguro de querer hacer eso con ellos. Sí, tenemos mucha confianza, pero para mí el tema “sexo” siempre había sido algo muy íntimo. Siempre, hasta aquel día, claro.
Mario dejó su polla cubierta bajo la fina tela de sus calzoncillos blanco. La verdad es que se podía distinguir su silueta con claridad, pero se resistía a liberarla. Sugirió que hiciéramos lo mismo, y Criz y Alberto obedecieron.
Criz la tenía algo morcillona, pero la de Alberto pedía salir a gritos. Me insistieron un poco y acabé accediendo, quedando también en calzoncillos.
–Bueno, pues a la de tres, nos quitamos todos los calzoncillos, ¿va? –dijo Mario, que llevaba la voz cantante.
Asentimos los demás, y Mario comenzó la cuenta atrás.
–Tres… dos… uno… ¡¡YA!!
Y sin siquiera pensarlo, agarré mis calzoncillos con ambas manos y, de un solo movimiento, los bajé hasta mis tobillos. A la vista de todos quedó mi cipote, que ya en erección alcanzaba los 13cm que te tragaste anoche. 13cm que, como bien sabes, cuentan con un buen glande rosado, un tronco venoso y unos huevos redondos que apenas cuentan con vello púbico. Pero tengo otras cualidades, ya sabes.
Miré a los demás, y no podía creer lo que veía. Ante mí se alzaban tres buenos rabos.
El de Mario, del mismo tamaño que el mío, pero algo más grueso, con varias venas que recorrían su tronco hasta la base, donde descansaban dos huevos enormes, colganderos, cubiertos tímidamente por algunos pelos.
El de Criz, más largo, pero algo más fino que el mío. Sus huevos eran algo pequeños, pero su glande era gigante para mí. Era el que más pelos tenía, y se rascaba mientras me miraba con una sonrisa pícara.
Y el de Alberto, el más pequeño de los cuatro. Llegaría quizá a los 12cm, y todavía parecía el nabo de un niño. Le estaba costando crecer, y eso se reflejaba en su miembro, que apenas tenía vello púbico. Además, sus huevos también eran más pequeños.
Alberto, al ver la situación, se tapó con pudor.
–Joder, tíos, ¡la tenéis muy grande!
–No, es que tú la tienes pequeña –replicó Cris mientras se sobaba la polla.
–Asier, tienes un buen rabo –observó Mario–. Aunque claro, después de lo que nos has contado de tu hermano, supongo que te viene de familia.
–Eso parece –contesté yo.
–Venga, es la hora de la paja –continuó Mario.
Yo obedecí y cogí mi ordenador. Lo encendí y fui directo a Google. Nos metimos en xvideos y Mario escribió: orgía. De inmediato surgieron decenas de vídeos. Clicó en uno en el que aparecían cuatro tíos y dos tías, y nos pusimos a verlo.
Nos sentamos en mi cama, con el ordenador enfrente, y nos empezamos a pajear, cada uno la nuestra y a nuestro ritmo. El vídeo, que por la imagen prometía mucho, no resultó ser muy excitante.
–Cambia esto –pidió Alberto–. Mira, ahí hay uno que tiene buena pinta.
Mario echó un vistazo al título: orgía después de clases. En la imagen salía un chico sobándosela, queriendo entrar en una habitación. De modo que Mario clicó, y nos pusimos a ver ese vídeo. Claro que ninguno se esperaba que eso fuera un video porno gay. La orgía era entre cuatro pavos, ni una tía. Sin embargo, ninguno dijo nada. El vídeo estaba siendo bastante morboso.
Estuvimos un par de minutos cascándonosla, hasta que Criz sugirió que cada uno cogiera el cipote de su compañero. Al principio no nos hizo mucha gracia, pero el calentón del momento acabó por ablandarnos. De modo que Criz se la cogió a Alberto y viceversa, y yo hice lo mismo con Mario.
Y allí estaba yo, con la polla de Mario en mi mano derecha, mientras mi cipote descansaba sobre la mano izquierda de este. Lentamente comenzamos la paja de nuevo, y aquello produjo en mí una sensación nueva hasta la fecha.
El calor de su mano en mi polla, los movimientos hasta entonces desconocidos, el vaivén de mi piel, desnudando mi rabo una y otra vez. Yo sentía que estallaba, y tuve que anunciarlo.
–Espera, espera –dijo Alberto–. Ya que estamos así… ¿Por qué no hacemos lo mismo que los del vídeo?
Miré entonces al vídeo, que había dejado de ser mi centro de atención, y vi cómo esos chicos se estaban comiendo las pollas.
–No sé… –dije, reacio a la idea.
–A mí tampoco me apetece mucho –añadió Criz–, pero tiene pinta de dar un gustazo que flipas.
Empecé a entender que a Criz le encantaban los rabos, aunque quería disimularlo. Mario me miró y, resignado, se encogió de hombros.
–Qué remedio. Pero ¿cómo lo hacemos?
–Dejadme a mí –anuncié entonces.
Los dispuse en círculo, tumbados, de tal modo que todos podíamos acceder al rabo de uno de nosotros. Quedó la cabeza de Mario junto al cipote de Alberto, cuya boca quedó junto a la larga polla de Criz. Este, por su parte, me podía comer la polla a mí, y yo hacía lo mismo con la de Mario.
–Y ahora, a chupar –dijo Criz, al tiempo que se metía mi polla en la boca.
Los primeros segundos no pude ni moverme del gusto que me estaba dando. Si la paja de Mario había sido una visita al cielo, la mamada de Criz estaba siendo un paseo por el paraíso. El muy cerdo chupaba con un ansia increíble, palpando mis huevos desnudos sin parar. Se metía toda la polla en la boca y lamía mi glande con fiereza, dándome un placer indescriptible.
Mario me echó en cara que no hubiera comenzado con mi mamada, de modo que me puse manos a la obra. Agarré su polla con algo de recelo, y sin mirar me introduje ese falo en la boca. El sabor fue extraño, pero me acostumbré enseguida. Y mis ojos cerrados se tornaron en unos ojos abiertos como platos ante el descubrimiento de una buena polla.
Intentaba tragármela entera, pero su grosor me lo impedía. Mario me sujetó la cabeza e hizo fuerza para metérmela del todo, pero no pude evitar un par de arcadas. Me fijé en sus grandes huevos y me lancé de cabeza a por ellos. No conseguí meterme los dos a la vez, por lo que me resigné a chupar primero uno y luego el otro. Cuando terminé, fui de nuevo a por el nabo, y me lo introduje de nuevo en la boca. Mi lengua acariciaba su glande con sutileza, provocando sus primeros gemidos.
Aquel espectáculo se prolongó unos 10 minutos, hasta que Criz sintió el estallido llegar.
–Chicos, creo que me voy a… me voy a… correeeeeer.
Alberto no pudo reaccionar a tiempo y recibió el lefazo en la boca. No obstante, no lo escupió, sino que se lo tragó entero y, después, limpió a conciencia el rabazo de Criz. Este, por su parte, siguió chupándome la polla hasta que, inevitablemente, me corrí. No me dio tiempo a avisar, de modo que Criz, al igual que Alberto, recibió la corrida en la boca; y también al igual que Alberto, se la tragó entera como una buena putita.
–Mmm… qué rico –comentó.
Alberto avisó de que él también se iba a correr, así como Mario. Yo seguí chupando y, cuando noté la primera sacudida, me aparté. No quería tragarme el semen de Mario, por lo que quedó sobre su vientre mientras gemía. Sin embargo, la leche no se desperdició, ya que Criz se acercó a limpiar la zona con la lengua.
–Joder, vaya zorra, Criz –dijo Alberto, que ya se había corrido en la boca de Mario.
Nos vestimos un par de minutos después y pasamos el resto de la tarde jugando a la play. La siguiente vez que quedamos lo repetimos, y así ha estado siendo hasta ahora.
Concluyó mi hermano el increíble relato de sus inicios en las mamadas. Yo no podía ocultar mi tremenda erección.
–Parece que te ha gustado… –dijo Asier, cogiendo mi polla con la mano.
–Sí –admití–. Pero, como te he dicho antes, esto se reserva para la próxima vez.
Le di un beso en los labios y, tras meterle la mano bajo los calzoncillos y tocar su rabo erecto, me levanté y salí de la habitación.
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Y aquí la parte 6 de la saga. Como habíais pedido, traigo los comienzos de Asier en el sexo. Su primera vez con sus amigos. Espero que os guste, y que tengáis un buen pajote! Espero vuestros comentarios!