Pequeño pero pollón 3. Follando con Eric

"Eric resopló, indeciso. Pero cuando posé mi mano sobre su abdomen, sus ideas se aclararon. [...] Poder acariciar su cuerpo puro me ponía a mil. Continué las caricias, acercándome poco a poco a sus partes. Me encantaba ese momento previo a la mamada. Esa ansia por comerle los huevos. Esa tensión."

Aquella misma noche soñé con Hugo. Sus ojos del color de la avellana me observaban el cuerpo entero y su cuerpo fuerte me mantenía preso bajo él, impidiéndome moverme. Yo agarraba su cabeza hincando mis dedos en sus rizos alocados, marrones como la madera. Pero el sueño no duró mucho. Mi madre me despertó diciéndome que tenía que ir al hospital.

Cierto. La prueba de la edad. Es una prueba que normalmente se hace pronto, pero a mí me la habían adelantado y no entendía por qué. De modo que me levanté con la erección provocada por el magnífico sueño que estaba teniendo y fui directo a la ducha.

Me desnudé y, antes de meterme bajo el agua, contemplé mi cuerpo. Lo cierto es que no estaba para nada fuerte, pero tampoco estaba en los huesos. Simplemente era un cuerpo de adolescente en plena efervescencia. Tampoco tenía apenas vello, y el poco que tenía en la zona púbica me daba más vergüenza que otra cosa, pues era muy poco.

En cambio, mi cara era otra cosa. Mi madre siempre decía que iba para modelo, y aunque todas las madres suelen decir eso, la mía lo decía con conocimiento de causa. Tenía unos rasgos perfectamente definidos, los ojos verdes, tirando para turquesa, y un pelo revoltoso color caoba. La verdad es que, a pesar ser bajito y tímido, tenía mi fama entre las chicas y algunos chicos. Lo que, por cierto, provocaba más timidez por mi parte al ver que muchos me observaban.

Me duché y fui directo al hospital junto a mis padres. También nos acompañó mi hermano, de un año menos que yo. Cuando entré en la consulta, el doctor hizo salir a nuestros padres, quedándonos mi hermano y yo en la consulta.

–Tú debes de ser Marcos –dijo, mirándome al tiempo que me tendía la mano.

–S-Sí –asentí, vergonzoso.

–Y tú debes de ser Asier –añadió dirigiéndose a mi hermano.

–Eso es. No se te escapa una –contestó de cachondeo.

Mi hermano era todo lo contrario que yo en cuanto a personalidad. Un chico echado para adelante, sin pelos en la lengua y más lanzado que un cohete. Desde luego, habría dudado que era mi hermano de verdad si no fuera por el físico; era una copia casi exacta de mí. Algo más bajito, por la edad, y más aniñado, pero tenía los mismos ojos, pelo y complexión que yo.

–Asier… –dije, intentando llamarle la atención.

–No importa –intervino el doctor–. Él será el primero al que examine.

Y dicho eso, lo hizo tumbarse boca arriba sobre la camilla. Lo examinó con los instrumentos necesarios, y Asier parecía divertirse. Pero cuando el doctor le pidió que se quitara los pantalones y los calzoncillos, se negó.

–Necesito saber si va todo bien allí abajo –insistió el doctor–. Vamos, que yo también tengo pene y no pasa nada.

–Es que… Bueno, da igual.

Mi hermano se quitó de un movimiento los pantalones y los calzoncillos. Descubrimos entonces por qué no quería hacerlo, y es que tenía la polla morcillona. ¿Se había puesto así simplemente porque el doctor lo había examinado? ¿O había sido algo involuntario?

Cuando vi esa preciosidad ante mis ojos, tuve que resistirme para no lanzarme a por ella. Asier tenía doce años, por lo que su pene tampoco era gran cosa. Aun así, de pequeño no tenía nada.

Mi hermano se puso colorado de inmediato. El doctor le explicó que no pasa nada, que era algo natural y que no tenía por qué preocuparse. Le estuvo examinando el pene durante unos segundos, bajando y subiendo el prepucio en busca de problemas.

–Bien, por aquí todo está perfecto. Marcos, es tu turno.

Gustosamente intercambié posiciones con mi hermano. En cuanto me tumbé, pude observar un gran bulto bajo el pantalón del doctor. Era un cerdo y estaba disfrutando como tal. Pero yo no dije nada. Me estaba empezando a gustar todo este tema.

El doctor me examinó al igual que a mi hermano, y como tal, me indicó que dejara mi polla al aire. Así lo hice, lentamente, y mientras lo hacía miré a Asier provocativamente. Mi hermano contemplaba la escena, atento. Observaba cada movimiento, explorando cada rincón de mi cuerpo. Cuando mi polla quedó liberada por completo, abrió los ojos como platos.

Lucí una sonrisa pícara que mi hermano pilló al vuelo. Seguramente fuera la primera polla que veía en su vida, aparte de la suya, por lo que su asombro era normal. Eso, unido a que tenía un tamaño considerable, lo dejó absorto en mi cipote.

–Doctor, ¿puede traerme un vaso de agua? –pedí, intentando que nos dejara solos.

El médico asintió y se marchó.

–Vuelvo en dos minutos –dijo, guiñándonos un ojo.

Cuando cerró la puerta, me acerqué a mi hermano.

–¿Te gusta? –le pregunté, aún con la polla al aire.

–Joder, cómo no me va a gustar. ¡Es enorme!

–Bueno, tú no tienes mal tamaño tampoco.

–Justo ayer me la medí. 13cm –dijo, altanero.

–Ya habrá momento de probarla –le dije, palpándole los huevos.

Me volví a sentar en la camilla y, a los pocos segundos llegó el doctor con el vaso de agua. Nos dio unas pocas indicaciones más y, aún con el bulto entre las piernas, se despidió de nosotros.

–Disfrutad –nos dijo, sonriendo. Por supuesto, se refería al sexo.

Saliendo por la puerta, me acerqué al oído de Asier y le dije:

–El finde que viene encontraremos un hueco. Hasta entonces, tendrás que aguantar.

–Tranquilo –me contestó–. Tengo otros métodos –añadió, sonriendo.

Volvimos a casa junto a nuestros padres, y el fin de semana pasó volando. Como había previsto, nuestros padres estuvieron en casa todo el tiempo, por lo que no tuve ocasión de hacer nada con Asier. De modo que solo me quedaba esperar al viernes para repetir con Hugo.

Los días pasaban, y mis pelotas cada vez estaban más cargadas. Llevaba desde el viernes sin correrme, y ya empezaba a notar los efectos. Finalmente, tras la larga espera, llegó el ansiado día.

–¿Nos vamos? –me preguntó Eric.

Me quedé un momento inmóvil, contemplando su figura. Sus ojos, negros como el azabache, destilaban una oscuridad inquietante. Su pelo, algo rubio y liso, revoloteaba por su cabeza sin un orden claro. Tenía un pequeño conjunto de pecas a la izquierda de su nariz que lo hacían único. Y su cuerpo, robusto como el de su hermano, le hacía parecer intocable, aunque yo sabía que eso no era así. En cambio, me fijé en algo más; sus moratones habían desaparecido.

–¿Qué te… pasó? –pregunté, señalando su brazo.

–No te preocupes, esta semana no ha tocado –respondió. Ante mi cara de susto, añadió–: No es lo que te piensas, eh. Mis padres no me han tocado ni un pelo. Venga, vamos.

Asentí y nos dirigimos a su casa. Al llegar, Hugo nos esperaba, paciente.

–Papá y mamá no están. De nuevo. Así que me quedaré aquí vigilándoos –y me guiñó un ojo imperceptiblemente para Eric.

Comimos, jugamos a la play y, sobre las seis, fuimos a la habitación de Eric y dejamos la puerta entornada. Ya habíamos terminado el trabajo, por lo que simplemente estuvimos hablando un poco.

–Quiero… quiero repetir lo que… lo que hicimos el año pasado –le dije, tímidamente.

–Marcos, no… –intentó negarse. Pero su polla decía lo contrario.

–Eric, no va a pasar nada, de verdad –contesté, decidido.

Eric resopló, indeciso. Pero cuando posé mi mano sobre su abdomen, sus ideas se aclararon. Se recostó en la cama, dejándose hacer, mientras yo palpaba sus abdominales, que estaban empezando a formarse. Dios, aquello era una sensación increíble. Poder acariciar su cuerpo puro me ponía a mil. Continué las caricias, acercándome poco a poco a sus partes. Me encantaba ese momento previo a la mamada. Esa ansia por comerle los huevos. Esa tensión.

Eric respiraba agitadamente, intentando no hacer ningún ruido. Metí mi mano derecha por dentro de los calzoncillos de Eric, e inmediatamente sentí aquella adrenalina que se apoderaba de mi cuerpo. Pensar que Hugo podía pillarnos en cualquier momento me daba más morbo todavía.

Masturbé a mi amigo durante unos segundos, manteniendo esa tensión sexual. Aún con su polla en mis manos, me acerqué a sus labios y nos fundimos en un lento beso que nos hizo mezclar saliva. Me separé suavemente y le quité la camiseta. Fui deslizando mi lengua a lo largo de su pecho.

Me detuve en sus pezones, duros como el hielo. Los mordí con suavidad, provocando en Eric un tenue gemido de placer. Justo entonces, escuchamos el agua correr: Hugo se había metido a la ducha. Era nuestro momento.

Rápidamente, me dirigí a los pantalones de Eric y se los quité de un golpe, llevándome conmigo los calzoncillos. Inmediatamente reconocí ese pedazo de carne. Por supuesto, era más grande que un año atrás, llegando con facilidad a los 14cm. Me lo introduje en la boca sin perder tiempo.

–Joder con el tímido –comentó mi amigo. No pude evitar soltar una risita.

Tras la experiencia con Hugo, aquello poco me importaba ya. Solo quería comerle la polla a mi amigo para devolverle el favor que me había hecho un año atrás. De modo que apreté con fuerza mis labios contra su mástil, haciendo que Eric soltara otro gemido, esta vez más alto que el anterior.

Me centré en los huevos, que estaban más poblados de pelos que los míos, pero no tanto como los de Hugo. Succioné con delicadeza, atrapando primero uno y después ambos a la vez, haciendo cosquillas a Eric mientras con mi mano izquierda le masturbaba y con la derecha exploraba sus suaves piernas, atreviéndome sutilmente a acariciarle también parte del culo, lo poco que me permitía la posición en la que estábamos.

Volví de nuevo a prestarle atención al cipote, succionando el glande y rozándolo con mis dientes para darle más placer. Me lo metía y me lo sacaba de la boca con rapidez, aumentando cada vez más la velocidad al tiempo que le masturbaba y la acariciaba como podía el ano.

–Tío, la chupas de puta madre –me dijo–. A este paso me voy a correr en nada.

Lo miré y sonreí. Me saqué el nabo de la boca y me puse boca abajo formando un 69.

–Pues ahora vas a flipar –le contesté.

Él entendió lo que pretendía y abrió la boca al instante. Me quité los pantalones, dejando mi cipote al aire.

–La ostia, veo que no has cambiado. Sigues siendo pequeño, pero con un pollón de la leche.

Ambos reímos.

–¿Te entrará entera? –le pregunté.

–Tranquilo, tengo algo de experiencia.

Reí, recordando la situación del año anterior, donde con algo de esfuerzo logró meterse toda mi polla en la boca.

–Vamos a ello, entonces –le dije–. Eso sí, de momento te la chuparé un poco para que no te corras todavía. Quiero que nos corramos a la vez.

Eric asintió y, sin más preámbulos, me agarró el nabo y se lo metió en la boca. Aquella sensación me invadió por dentro, haciéndome sentir pleno. Mi mejor amigo me estaba comiendo la polla; y lo hacía mejor que su hermano.

Su mano cálida cubriendo mi cipote se sentía asombrosamente bien. Pero lo mejor era su boca. Tenía un manejo que no le recordaba que tuviera un año atrás. Supongo que, al ser más mayor, intentaría hacerlo mejor aún.

Notaba su lengua recorriendo mi glande en círculos, succionando el líquido preseminal que brotaba de él. De vez en cuando se introducía de golpe mi polla entera en la boca, demostrando mejor experiencia, y aguantando durante unos segundos sin llegar a tener arcadas.

–Decías de mí, pero tú la chupas mejor todavía. Joder, vaya cerdo.

Eric se rio brevemente y volvió a la faena. Mientras tanto, yo palpaba todo su cuerpo, chupando delicadamente su preciosa polla, que apuntaba hacia mí, firme. Era algo curvada hacia arriba, y aunque era un poco más pequeña que la mía, era igual de gruesa.

Cuando noté que me quedaba poco para correrme, le avisé.

–Córrete en mi boca –me pidió.

–Lo mismo te digo –contesté, esbozando una media sonrisa.

Me puse manos a la obra y, mientras recibía semejante mamada de Eric, yo le correspondía con una casi igual de buena. Empezaron los gemidos, los tocamientos de culo y las pajas mientras nos follábamos la boca el uno al otro. En cuestión de segundos, ambos nos corrimos a la vez.

Recuerdo un potente chorro de leche impactar contra mi paladar. Los tres siguientes, más débiles, pude saborearlos con la lengua, para acto seguido tragarlos con gusto y limpiar a conciencia la polla de Eric. Él, por su parte, había recibido dos potentes trallazos de semen en la garganta, y otros tres o cuatro más tenues que le permitieron saborear mi manjar. Al igual que yo, relamió mi cipote en busca de cualquier gota que hubiera escapado. El placer de una mamada después de la corrida me pareció irresistible.

Me di la vuelta, quedando nuestras cabezas a la misma altura. Nos miramos y, lentamente, nos fuimos acercando para fundirnos en un beso increíble, el mejor hasta el momento. En ese momento, escuchamos la puerta.

–Vaya, vaya… –dijo Hugo, observándonos desde la puerta–. Con que habéis vuelto a incumplir las normas… Tendré que daros un castigo.

Y así, mojado, con una simple toalla cubriéndole la cadera y un cinturón en la mano derecha, se fue acercando a nosotros, con una sonrisa pícara que avecinaba lo que iba a ocurrir.

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Hasta aquí la tercera parte. Como veis, Hugo tiene intención de castigar a su hermano a Marcos. ¿Qué es lo que pretende realmente? Y además, Asier, el hermano de Marcos, parece ser un aficionado a las pollas. No le perdais de vista ¡Que tengais un buen pajote!