Pequeño pero pollón 2. Hugo, agresivo y putita.

"Que me comas la polla, Marcos. Quiero que me comas la polla. Asentí y, tímidamente, me senté a su izquierda. Le bajé los pantalones y contemplé su nabo, recién depilado. Le cogí el cipote con mi mano izquierda mientras él me acariciaba con los dedos. Enseguida me dio otra bofetada, esta vez en el culo. Sus dedos rondaban mis glúteos, ansiosos por profanar mi cueva. Pero yo me centré en su mástil."

Tras aquel encuentro con Hugo, el hermano de Eric, no volvimos a vernos en mucho tiempo. Eric me había escrito un whatsapp diciendo que su hermano le había prohibido juntarse conmigo, hasta tal punto que incluso el hecho de vernos suponía un problema.

Por tanto, cuando nos cruzábamos por los pasillos lo más que podíamos hacer era mirarnos de manera cómplice, pero sin llegar siquiera a tocarnos. De modo que yo había vuelto a ser aquel chico tímido que apenas hablaba con nadie, mientras que Eric volvía a estar rodeado de sus amigos con esa actitud chulesca. Sin embargo, yo sabía que él no era así y que eso simplemente era una tapadera.

El tiempo pasó y aquellos chicos de doce años pasaron de curso. Por unas cosas u otras, coincidimos en la misma clase. Aquello fue esperanzador y, a la vez, entristecedor, pues ver a Eric a diario sabiendo que no podía hablar con él resultaba muy frustrante. Pero había una oportunidad.

El curso fue avanzando y nosotros seguíamos sin establecer contacto. Fue entonces, a mediados de curso, cuando Ricardo, el profesor de historia, mandó un trabajo. Y de nuevo, casualidades de la vida, nos tocó hacerlo juntos. Por supuesto, esto era un rayo de luz para mí, que por fin podría hablar con Eric sin sufrir represalias. Y a la vez, era un rayo fulminante para Eric, que tendría que convencer a su hermano de que él no tenía nada que ver con la decisión.

El caso es que, obviamente, teníamos que quedar para hacer el trabajo, así que Eric hablo con su hermano para ver qué quería que hiciéramos.

–Prefiere que lo hagamos en mi casa –me dijo, doliéndose del brazo.

–¿Qué… Qué te ha pasado? –le pregunté, señalándole un moratón.

–Nada, ayer me di un golpe con la puerta. Pero no me molesta.

Quiso reírse, pero apenas le salió. No quise insistir y asentí.

–El viernes después de clase, ¿entonces? –inquirí.

–Sí, sí. Mis padres no estarán, pero mi hermano se queda, así que no podremos hacer nada.

Aquello me sorprendió. No habíamos vuelto a hablar del tema, ni siquiera por whatsapp, pero él aún lo recordaba. Y por lo que parecía, le seguía apeteciendo, igual que a mí.

–Bueno… no importa –contesté, bajando la cabeza.

–Lo siento –dijo. Y se marchó.

En aquel momento no entendí a qué se refería. Y tampoco le di muchas vueltas. Recogí mis cosas y me marché a casa. Aún quedaban tres días para el viernes, y yo ya estaba deseando que llegara. Tanto que, de camino a casa, mi polla se puso morcillona. Al llegar, dejé la mochila en suelo y subí a mi cuarto. Mis padres no estaban, de modo que me miré al espejo del baño y me bajé los pantalones, dejando mi cipote al descubierto.

Un año después del encuentro con Eric, mi rabo había crecido, y ahora llegaba hasta los 15cm en plena erección. Seguía siendo mi orgullo. Quizá lo único bueno que tenía. Me dispuse a pajearme, y la verdad es que estuve un rato magreándome y tocándome los huevos, que era grandes como pelotas de golf. Pero cuando ya estaba a punto, me acordé del viernes. Eric había dicho que no podríamos hacer nada, y eso me daba mucho más morbo. Quería cascármela después de hacer el trabajo con él.

Pasaron los días hasta que por fin llegó el viernes. Cómo no, me desperté con una erección de caballo. Mi mástil apuntaba a lo alto, firme. Me toqueteé un poco, observando toda la zona. Me habían salido algunos pelos más, pero seguía sin estar realmente poblada. Era un pene de adolescente común a excepción del tamaño.

Me vestí y fui al colegio. Aquel día se me hizo eterno. Cada minuto que pasaba miraba el reloj, deseoso de que llegaran las 14:30 para ir a casa de Eric. Y, tras mucho sufrimiento, llegó.

Eric parecía algo abatido, y el moratón aún seguía allí. Me acerqué a él y, tímidamente, le pregunté.

–¿E-Estás… bien?

–Sí –contestó–. Es solo que no he podido dormir. ¿Nos vamos?

Asentí con una sonrisa de oreja a oreja. El plan era comer en su casa, estar un rato jugando a la play y, después, hacer el trabajo. Yo no podía estar más feliz. Tenía intención de alargar mi estancia el máximo tiempo posible.

Durante el trayecto apenas hablamos. Bueno, apenas habló Eric. Yo, haciendo esfuerzos, me quité como pude la timidez y saqué varios temas de conversación. Pero Eric solo respondía con sí, no o no sé. Era como si no tuviera ganas de estar conmigo. Pero a mí me daba igual. Solo el hecho de estar hablando con él era algo perfecto.

Llegamos a su casa y, tal y como marcaba el plan, comimos y estuvimos jugando a la play. Cómo no, en presencia de Hugo, que no paraba de vigilarnos. Más a su hermano que a mí. A las seis de la tarde, cuando por fin llegó el momento de hacer el trabajo, Hugo fue detrás de nosotros y se metió en la habitación.

–Hugo, por favor, necesitamos concentrarnos para trabajar mejor.

–Está bien, os dejaré solos. Pero la puerta se queda abierta. Y como vea algo sospechoso, os echo de casa a los dos. A ostias.

La declaración lo dejaba bien claro. Cualquier ruido innecesario suponía puñetazo. De modo que nos limitamos a hacer el trabajo. Y cualquier opción de sexo con Eric quedó anulada. Y nuestro outfit, el chándal del colegio, me ponía las cosas muy difíciles, pues su polla se marcaba perfectamente.

Eric y yo alargamos el trabajo más de lo necesario, simplemente para pasar tiempo juntos, hasta que a las nueve de la noche decidí que era hora de marcharme.

–Tenemos que quedar otro día para terminarlo –le dije a Hugo, mintiéndole.

–De acuerdo. Ven el viernes que viene. Os habéis portado muy bien, así que te acompañaré a tu casa.

–No… no hace falta –contesté, algo inhibido.

–Sí, sí hace falta. Me porté muy mal contigo la última vez que nos vimos. Déjame que te lo compense.

Asentí y me despedí de Eric. El camino a casa fue muy incómodo. Hugo no hablaba y a mí me daba vergüenza, por lo que ninguno de los dos dijo ni una palabra. Al llegar a mi casa, Hugo me pidió un vaso de agua.

–Claro, pasa –entramos en mi casa y fuimos a la cocina–. Perdón, está todo desordenado. Es que… mis padres no están en casa, y esta mañana se me ha olvidado recoger y…

Entonces, lo que nunca pensé que podía pasar, pasó. Hugo, en un movimiento casi imperceptible, me agarró la polla, sonriendo.

–No veas cómo me pones, niñito –me dijo.

–¿Qué… qué haces? No… no entiendo qué pasa.

–Lo que pasa, Marcos, es que me pones la polla como un camión. Lo que pasa, Marcos, es que quiero comerte ese pedazo de polla que me dijo mi hermano que calzas. Lo que pasa, Marcos, es que quiero follar contigo.

Me puse rojo de inmediato. Aquella declaración era, por una parte, muy excitante, y por otra parte, muy peligrosa. Eso podía ser simplemente un truco para que intentara chuparle la polla y darme una ostia por “maricón”. Pero me la jugué. Y, al igual que estaba haciéndome él, le agarré el cipote.

El sonido de la bofetada se escuchó hasta en casa de Eric. Me llevé una mano al moflete, con una lágrima deseando salir. Pero Hugo me lo impidió. Me sujeto por la barbilla con su mano derecha, me apretó los mofletes y hundió sus labios en los míos. Aquel beso apasionado fue asombroso. Hacía mucho que no sentía algo así, y la última vez que lo había hecho había sido con Eric, un año atrás. Pero se notaba que Hugo, a sus quince años, tenía más experiencia.

Nos fundimos en aquel beso durante varios segundos en los cuales nuestras lenguas jugaban como dos bailarines. Rozándose suavemente, chocando la una contra la otra, haciéndonos cosquillas. Y mi polla reaccionó al gesto.

Hugo, aún con su mano en mi paquete, se dio cuenta. Se separó y dijo.

–Vaya, sí que parece que tienes muy buen tamaño… Un pollón como Dios manda. Qué pena no haberlo podido disfrutar durante este último año. Pero voy a compensar todo lo que te he hecho sufrir.

Me agarró del brazo y me llevó al salón, donde teníamos un sofá de buenas dimensiones en los que cabían perfectamente hasta cuatro personas cómodamente. Se sentó en el sofá, me acercó a su boca y, con los dientes, agarró mi pantalón de chándal. Con las manos atrás, en señal de que su boca bastaría por el momento, comenzó a bajar mi pantalón, lentamente.

Sonrió cuando mis calzoncillos quedaron al descubierto por completo. La verdad es que me estaban un poco ajustados, y mi cipote ya pedía a gritos ser liberado. Pero Hugo se tomó su tiempo y, con delicadeza, empezó a chupar mi nabo a través de la tela del calzoncillo. Yo ya estaba más cachondo que conejo en celo, pero quería alargar el momento.

Tras unos segundos, Hugo sujetó mis calzoncillos con los dientes y, de nuevo, comenzó a quitármelos lentamente. Sus ojos se abrieron como platos cuando quedé al desnudo por completo. Mi polla le dio un pequeño golpe en la nariz al salir disparada hacia arriba.

–Joder… –decía Hugo, con una mano en su polla, aún cubierta por los pantalones.

Olió mi nabo intensamente, saboreando la fragancia juvenil, y casi infantil, que desprendía.

–La tuya es más grande, desde luego.

Ese comentario me dio a entender que la tenía más grande que él. Algo que me sorprendió porque Hugo tenía quince años mientras que yo solo tenía trece. Pero sin dejarme hacer ningún comentario, se metió mi polla entera en la boca.

Estaba hecho una buena putita. Se metía el cipote al completo, sin dejar ni un centímetro fuera, para saborearlo perfectamente. Lo hacía con una rapidez asombrosa para mí, que aún recordaba el ritmo que había marcado Eric aquella vez. Y, como buena putita, me apretaba las nalgas contra su rostro para que mi glande chocara con su campanilla, provocando arcadas que no le impedían continuar.

Cuando estaba a punto de correrme, bajó el ritmo y me comió los huevos.

–Cómo me gusta que no tengas casi pelos en los cojones, coño –y se levantó y me dio otra bofetada que me pillo desprevenido–. Está bien, te toca.

Como me había quedado paralizado por la torta, me dio otra.

–Que me comas la polla, Marcos. Quiero que me comas la polla.

Asentí y, tímidamente, me senté a su izquierda. Le bajé los pantalones y contemplé su nabo, recién depilado. Le cogí el cipote con mi mano izquierda mientras él me acariciaba con los dedos. Enseguida me dio otra bofetada, esta vez en el culo. Sus dedos rondaban mis glúteos, ansiosos por profanar mi cueva. Pero yo me centré en su mástil.

Era la primera vez que comía una polla. Ni siquiera con Eric lo pude llegar a hacer. Pero tenía unas ganas tremendas, por lo que puse todo mi esfuerzo en hacerlo lo mejor posible.

Comencé por el glande, dejándolo al descubierto y repasándolo con mi lengua a conciencia.

–Ahhh, joder, qué gustazo. ¿Has practicado mucho con mi hermano, o qué?

–No –dije como pude–. No hemos podido hacer nada porque se lo prohibiste.

–Es verdad. O sea que habéis cumplido. Muy bien. Y ahora, a seguir chupando, zorra.

Le hice caso y volví a prestarle atención únicamente al cipote que tenía en mi boca. Una vez terminé con el glande, me introduje lentamente el tronco. Le calculé unos 16cm, lo que me extrañó por el comentario previo sobre el tamaño del mío. Pero no le di importancia y continué con la mamada.

Con algo de esfuerzo, pude meterme toda la polla en la boca, sin dejar ningún centímetro fuera. En cambio, las arcadas que me produjo me hicieron apartarme. En cuanto lo hice, Hugo me agarró de la cabeza, me abrió la boca y me escupió dentro.

–Sigue comiendo, pedazo de zorra. Cómeme la polla como sabes.

Asentí, asustado, y continué mi trabajo. Volví a meterme todo el nabo en la boca, pero esta vez aguanté las arcadas. Hugo comenzó a moverse con fuerza para follarme la boca, y aquello cada vez me gustaba más. Tanto que sentí que me iba a correr.

Avisé a Hugo, e inmediatamente, me apartó.

–Túmbate de lado –me indicó.

Se tumbó junto a mí, en un perfecto 69, y añadió.

–Ahora. Cuando quieras, te corres. Pero ten cuidado, que yo también estoy a punto.

Asentí de nuevo mientras Hugo se metía mi polla en la boca. Yo hice lo mismo con la suya, recorriendo cada recoveco de su carne. Magreaba sus huevos con mi mano derecha mientras con la izquierda le acariciaba los glúteos. Él, por su parte, hacía más de lo mismo, pero abofeteándome de vez en cuando.

Estuvimos así durante un par de minutos, hasta que, por fin, sentí el volcán en erupción. Con un gemido como nunca había tenido avisé a Hugo de que me iba a correr. Hugo decidió recibirlo en la boca, y de mi nabo salieron cinco potentes chorros que fueron directos a la garganta de Hugo. El muy cerco siguió chupando hasta después de haberse tragado toda mi corrida.

–Oohhhhh, joder, joder, que me corro. Marcos, trágatelo como la zorra que eres. Oooohh vamos jodeeeeeeeer.

Su gemido fue la señal de que venía. No me esperaba que aquel líquido fuera tan agradable para mí. El primer chorro se sintió como una sustancia asquerosa, pero los seis restantes fueron realmente el elixir de la vida. Saboreé con gusto aquel maná que emanaba de la polla de Hugo, hasta que acabé con él.

Hugo se desplomó del todo en el sofá, con una sonrisa de oreja a oreja.

–Me parece que, a partir de ahora, tú y yo nos vamos a divertir mucho.

Me limité a sonreír y le dije que el viernes le vería de nuevo.

–Te espero con ansias. Te prepararé una sorpresa. Y sí, definitivamente, tu polla es más grande que la de mi hermano –y se despidió, guiñándome un ojo.

Unos segundos después, comprendí lo que aquello significaba.

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Aquí la segunda parte de "Pequeño pero pollón". Hugo se ha unido a la fiesta, y parece que tiene planes para la próxima vez... ¿Qué creéis que puede ser? Espero vuestros comentarios. ¡Que tengáis un buen pajote!

P.D. Siento esa introducción tan larga como la polla de Marcos, pero necesitaba crear ese ambiente de hostilidad entre Hugo y nuestros amigos :)