Pequeño pero pollón 11. Una última orgía
"Sentir su lengua relamiendo mi agujero era un placer bastante difícil de describir. Eso, sumado a la vista que tenía enfrente, hizo que me pusiera todavía más cachondo. Y es que, justo frente a mí, Mario y Eric ya habían empezado con su fiesta particular."
No es necesario haberse leído las partes anteriores, pero si recomendable para que la experiencia sea mejor. Dicho esto, espero que os guste.
Tras la mamada a Criz y la follada con Mario, yo ya estaba más que servido sexualmente. Por supuesto, le conté a Asier lo que hice con Mario, y como suponía, él se alegró de que todo hubiera ido tan bien. Eso sí, me reprochó no haberle esperado.
–La próxima vez –dijo– quiero estar presente y participar.
Yo asentí, claro. Asier merecía disfrutar de su amigo y de su hermano al menos por última vez.
Cuando empezaron las clases de nuevo, pude ver a Eric y le comenté lo que había sucedido. Noté algo de recelo en su mirada, pero se alegró por mí. De hecho, la sonrisa que lució fue la más amplia que le había visto hacer.
–Gracias por todo –le dije.
–Bueno, puedes agradecérmelo de otra forma además de con palabras…
Yo reí y, aunque quería a Mario y a nadie más, sentía que le debía al menos una última mamada.
Fue pasando el tiempo, y con él los días y las semanas. Yo veía a Mario por los pasillos del instituto, pero aunque nos saludábamos, no mostrábamos más confidencia que esa. Las miradas ajenas suponían demasiada presión para dos chicos tímidos como nosotros. Por si fuera poco, nunca veíamos el momento de quedar, de modo que no pudimos hacer nada en lo que quedaba de curso. Esto cambió, eso sí, cuando llegó el verano.
Yo llevaba semanas deseando que acabara el curso, ya que eso significaba que tendría más tiempo, lo que se traduciría en poder ver a Mario a solas. Y, efectivamente, así fue. Solo que la primera vez, no lo vi a solas: Eric y Asier estuvieron presentes. ¿Por qué? Bueno, digamos que queríamos formalizar nuestra relación ante ellos y, dicho sea de paso, follárnoslos de forma definitiva. Al principio a Mario no le hacía mucha gracia esta idea, pero conseguí hacerle ver que había sido gracias a ellos que habíamos llegado a esta situación, de modo que acabó accediendo.
Recuerdo que fue el primer viernes del verano. Las clases habían acabado justo el martes anterior, y fue el día que abrieron la piscina de nuestra urbanización, de modo que quisimos estrenarla. Asier invitó a Mario y yo a Eric.
Cuando se conocieron, Eric y Mario tuvieron una buena primera toma de contacto. Se caían bien y, por las miradas que se echaban a los paquetes bajo el bañador, sentían curiosidad por ver qué se escondía tras la tela.
Llegamos a la piscina y, como era lógico a las tres y media de la tarde, no había nadie, ya que todo el mundo estaba en su casa comiendo, como era lo normal. Además, no había socorrista, ya que al ser una urbanización pequeña, no era necesario. Mi hermano, cómo no, fue el primero en tirarse al agua.
–Había que estrenarla, ¿no? –gritó desde el agua.
El capullo empezó a tirarnos agua a los demás y no tuvimos más remedio que meternos en la piscina. Estuvimos un buen rato jugando, haciéndonos aguadillas y riendo, hasta que nos cansamos y nos pusimos a hablar. Fue entonces cuando comenzaron los tocamientos.
Yo ya había notado a Eric muy cerdo. Se había pasado todo el rato mirándonos los paquetes a los tres, intentando tocarnos las pollas cuando nos hacía aguadillas y haciendo comentarios guarros. De modo que, ya más calmados y todavía sin nadie a la vista, le dije que podía tocar todo lo que quisiera, que esa tarde estábamos para compartir.
Eric, por supuesto, mostró su sonrisa lasciva, y comenzó a palparme la polla por encima de la tela del bañador. Recuerdo que yo estaba apoyado en uno de los bordes de la piscina, con los brazos sobre el borde para no hundirme, de modo que Eric tenía total libertad para hacer lo que quisiera con mi cipote. Lo tocaba sin cortarse, pero manteniendo ese morbo que hacía que mi polla cada vez fuera adquiriendo más y más tamaño.
Mientras tanto, Asier y Mario habían vuelto a “jugar”, y sus tocamientos eran más infantiles. Pero se notaba que, en efecto, se estaban tocando la polla el uno al otro, y eso me puso todavía más cerdo. Fue mientras veía a Asier meter la mano en el bañador de Mario cuando una sensación familiar recorrió mi cipote. Miré hacia abajo y vi a Eric haciéndome una mamada bajo el agua. El muy cerdo me había bajado el bañador y se estaba dedicando a comerme la polla en la piscina. He de admitir que aquello me puso muy cachondo; le agarré de la cabeza y ensarté mi tranca en el fondo de su garganta. Eric aguantó la embestida a duras penas, y salió a la superficie a recriminármelo.
–Capullo que me vas a ahogar. Y no por culpa del agua, desde luego.
Yo, viendo que la cosa iba a ir a más, les sugerí que fuéramos de nuevo para casa.
–Pero están papá y mamá –dijo Asier.
–No, se iban a casa de los abuelos, ¿no te acuerdas? De todos modos, mi intención no es usar los sofás, sino nuestra piscina particular.
En efecto, además de la piscina comunitaria, nuestros padres habían decidido, años atrás, comprar una piscina para nosotros solos, ya que ellos querían algo más privado. Por esta misma razón, habían hecho una especie de caseta que rodeaba la piscina, con una claraboya para dejar pasar el sol, de modo que desde fuera no se veía ni oía nada. Era un sitio ideal para follar fuera de casa sin ser vistos.
Entramos en casa con los bañadores aún mojados, y lo primero que hizo mi hermano fue bajarle el bañador a Eric y darle una breve mamada.
–Lo siento, no me podía aguantar más.
–Como vuelvas a pedirme perdón por comerme la polla, la vamos a tener –respondió Eric en tono de broma.
Salimos a la parcela, entramos en la caseta de la piscina y mi hermano se quitó el bañador de inmediato. La cara de Mario era un poema.
–¿Qué pasa? –preguntó Asier–. Aquí no se ve nada. Y no te preocupes por los ruidos tampoco, que desde aquí no nos van a oír. Y ahora, hermanito mío, ven aquí, que quiero comerme por última vez ese pollón que te ha dado Dios.
No pude evitar soltar una leve carcajada.
–La verdad es que ninguno de los aquí presentes tiene una polla pequeña. Y eso me encanta –dije al tiempo que me acercaba a Asier.
Mi hermano se había sentado en una pequeña banca que teníamos en la caseta, y yo me había situado de tal modo que mi paquete había quedado a la altura de su boca.
–Cuando quieras, hermanito mío –dije imitándolo.
Asier no perdió ni un segundo y comenzó a bajarme el bañador. Mi polla saltó como un resorte, ya que, por supuesto, estaba empalmada desde hacía rato, y chocó contra su barbilla. Con sus manos sobre mis nalgas, mi hermano se introdujo poco a poco mi cipote en la boca, al tiempo que, con delicadeza, introdujo su dedo corazón en mi ano.
Con todo el tiempo que llevaba sin hacer nada con ellos, se me había olvidado la sensación que provocaba, y no pude evitar soltar un gemido al sentir cómo Asier introducía el segundo y tercer dedo en mi estrecho agujero.
–Parece que nuestro amigo quiere recibir visita… –dijo mi hermano mirándome a los ojos.
–Qué jodido guarro eres –respondí, dándome la vuelta y agachándome como pude. Aquello fue una invitación clara para que Asier me comiera el culo, cosa que empezó a hacer de inmediato–. Dios, qué gustazo…
Sentir su lengua relamiendo mi agujero era un placer bastante difícil de describir. Eso, sumado a la vista que tenía enfrente, hizo que me pusiera todavía más cachondo. Y es que, justo frente a mí, Mario y Eric ya habían empezado con su fiesta particular.
Mario se había sentado al borde de la piscina, con las piernas en el agua y medianamente abiertas, y Eric se había metido al agua y se había situado entre las piernas de Mario, con su boca en dirección a su cipote. Cómo no, Mario no había movido todavía un dedo, así que le había tocado a Eric hacer todo el trabajo. Le había desatado el bañador a Mario (llevaba uno de esos con cordones) y se lo había bajado hasta los tobillos hasta quitárselos por completo.
El rabo de Mario estaba relativamente empalmado, pero no había alcanzado todo su tamaño.
–Manejas un buen cipote, chaval –le había dicho Eric mientras mi hermano me empezaba a comer el culo. Ahora Eric se disponía a besar el abdomen de Mario, que, con los ojos cerrados y las manos apoyadas en el suelo, se dejaba hacer soltando leves gemidos.
–Cómele la polla –le pedí.
Eric me obedeció y, por fin, se introdujo el rabo de Mario en la boca. Empezó con movimientos lentos, succionando fuerte para que la polla de Mario alcanzara su tamaño máximo. Y, cuando al fin adquirió los 13cm de longitud y ese grosor único, Eric abrió los ojos como platos.
–Jo-der –pudo decir–. Nada mal, tío.
Mario se ruborizó, lo que puso todavía más cerdo a Eric. Este sujetó la polla de Mario con la mano derecha y, mirándolo a los ojos, se la fue metiendo lentamente en la boca, pasando su lengua por cada centímetro de carne. Mario suspiró de placer cuando Eric por fin tuvo todo el rabo dentro de su boca. Succionó y, acariciándole los huevos, comenzó a subir y bajar, empezando así una mamada de las que tan bien le salían.
Para entonces, Asier ya había terminado de comerme el culo estaba empezando a dilatarlo. Al no tener cremas ni lubricantes a mano, se untó los dedos en saliva e introdujo dos de golpe. Mi ano, ya acostumbrado a recibir visitas mayores, no se molestó en absoluto. Miré de reojo a mi hermano; su expresión indicaba que me iba a follar sin reparos.
–Asier… quiero que me des por culo. Saca los dedos y méteme la polla, por favor.
Mi hermano sonrió, agradeciendo la petición, pero me hizo incorporarme.
–Antes tendrás que chupármela para que entre con más facilidad, ¿no?
No dudé ni un instante y, como tantas otras veces había hecho, me metí la polla de mi hermano en la boca. Él me sujetó la cabeza con ambas manos y comenzó a follarme la boca, sin darme tiempo coger aire y haciendo que me atragantara más de una vez. Cuando consideró que era suficiente, me dio la vuelta de nuevo y comenzó a introducir su cipote en mi agujero, que ya estaba bien abierto debido a lo cachondo que estaba.
Noté su glande penetrar con dureza en mi entrada, y más que molestarme, me puso todavía más guarro. No tardé en sentir los huevos colganderos de Asier chocando con mi culo, haciendo ese ruido de “plof, plof” que tanto me gustaba escuchar. Sentía cómo su polla entraba y salía con rapidez, cómo su glande alcanzaba mis entrañas, provocando en mi una sensación de placer única.
Mientras mi hermano me daba por culo, Eric había puesto a Mario a cuatro patas, muy cerca de mí, y había empezado a dilatarle el ano, habiendo introducido ya dos dedos.
–¿Te está gustando? –le pregunté a Mario.
Él asintió, sonriendo.
–Duele, pero confío en que me de placer, como te lo está dando Asier a ti.
–Cuando menos te lo esperes, estarás pidiendo a gritos otra polla más –contesté. Aproveché para ponerme yo también a cuatro patas, quedando así mi cara a la altura de la suya.
Mientras, Eric ya había logrado meter cuatro dedos en el antes estrecho agujerito de Mario, en el que ahora había sitio para un buen rabo. Y eso fue lo que Eric metió. Echó un escupitajo en su polla, otro en la entrada de Mario y comenzó a empujar con suavidad.
–Trátalo bien –le pedí mientras mi hermano seguía follándome.
Mi amigo asintió. Se aferró a los glúteos de Mario y, con delicadeza, fue metiéndole el cipote. Mario hacía muecas de dolor, de modo que decidí besarle para intentar que el dolor se hiciera más ameno. Cuando por fin tuvo todo el rabo dentro, separamos nuestros labios.
–Ahora empieza lo bueno –le dije–. Eric, adelante.
Eric sacó casi por completo su polla, la volvió a meter con suavidad, la sacó de nuevo y, sin avisar, penetró con fuera a Mario, comenzando así una serie de embestidas que hicieron a Mario poner los ojos en blanco.
–Ooh, aahh, hhhmm… ¡Ah! Oohhh…
Eric debía haber follado mucho con Hugo durante el tiempo que estuvimos sin hacer nada, ya que su penetración había mejorado considerablemente. Sus movimientos eran bastante buenos teniendo en cuenta su edad; además, con la mano izquierda acariciaba la espalda de Mario mientras que con la derecha le había agarrado de la polla y le estaba haciendo una paja.
–Aahhh, joder, si sigues así me voy a correr –avisó Mario.
Aquella fue la señal para no continuar. Coincidió, además, con el sonido del timbre. Fruncí el ceño, me puse de nuevo el bañador y fui a abrir. Cuál fue mi sorpresa cuando, al otro lado de la puerta, estaba Hugo.
–Me ha dicho mi hermano que había fiesta –dijo a modo de saludo, agarrándome el cipote–. Y se ve que estaba en lo cierto, ya que nuestro amiguito está muy contento. ¿Dónde es la fiesta?
–En la piscina –contesté. Cuando echó a andar hacia allí, le agarré del brazo–. Ni se te ocurra pasarte con Mario. Como le hagas daño con tus jueguecitos, te arranco la polla a mordiscos.
Sonreí y fui hacia la piscina. La situación acababa de pegar un subidón de calidad increíble.
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Bueno, hasta aquí este capítulo, que es el comienzo del final. En el próximo relato acaba esta aventura que tanto me gusta. Lamento la tardanza, pero he estado hasta arriba de trabajos y no he tenido apenas tiempo para nada. Eso sí, no tendréis que esperar para poder leer el último capítulo, ya que lo tengo medio terminado. Que tengais un buen pajote!