Pequeño pero pollón 10. Los amigos de mi hermano

"Separé nuestras bocas y comencé a bajar lentamente por su torso. Sus pectorales, tan jóvenes como él, me parecían exquisitos. Me detuve en sus pezones para morderlos con delicadeza mientras mi mano se acercaba sutilmente hacia su entrepierna. La suavidad de sus abdominales, aún sin definir, pero ligeramente trabajados, me recordaron a mi hermano. Y cuando iba a llegar hasta su cipote, detuve mi mano."

Pasaron las semanas y llegaron por fin las vacaciones de Semana Santa. Las cosas con Eric y Hugo se habían calmado y apenas encontrábamos el momento para hacer nada, ya que siempre estaban los padres por casa.

Mi hermano hizo aquel proyecto de naturales, pero lamentablemente los grupos los hizo la profesora, por lo que no coincidió con sus amigos.

Yo ya estaba que me subía por las paredes. Seguía follando con Asier de vez en cuando, claro, pero ambos empezábamos a cansarnos de hacer siempre lo mismo. Mamada, 69, perrito. Al principio lo pasábamos bien y nos daba morbo, pero el normalizarlo estaba acabando con este. De modo que lo hacíamos una vez a la semana, cuando mis padres iban a visitar a nuestros abuelos o salían a comprar

Fue en una de estas ocasiones cuando sentí de nuevo ese morbo. Mi hermano cumplía años, de modo que iban al centro comercial para que pudiera elegir un regalo, ya que los demás serían sorpresa. El caso es que me quedé solo en casa.

Llamé a Eric con la intención de que viniera y pudiéramos follar, pero por lo visto se había ido de vacaciones a la sierra. De modo que me tumbé en el sofá y me puse a ver la tele. No pasaron ni cinco minutos cuando sonó el timbre.

Me levanté y abrí la puerta. Dos chavales me miraban fijamente.

–¿Está Asier? –preguntó uno de ellos, más alto que el otro.

Entonces los reconocí. Criz y Mario. Dos de los amigos de mi hermano a los que se las había chupado.

–No, no está. Ha salido. Pero vuelve en un rato. Pasad si queréis.

Intercambiaron miradas y Mario se encogió de hombros.

–Está bien, no tenemos nada mejor que hacer.

Cuando entraron por la puerta, pude ver cómo Criz sonreía, casi imperceptiblemente.

Los invité a sentarse en el sofá y nos pusimos a ver la tele. Fue en ese momento cuando quise ponerlos a prueba.

–Bueno, mi hermano me dijo que habíais visto porno juntos.

Miré a Mario, que evitando mirarme, asintió. No parecía tan vergonzoso cuando se folló a mi hermano. Criz, en cambio, me miró a los ojos.

–También nos hicimos una paja juntos. Los unos a los otros.

Ese niñato me la estaba poniendo dura. Se notaba que era un cerdo de los buenos.

–Y hasta os la chupasteis –concluí.

Esta vez, Mario no pudo evitar mirarme.

–¿Qué es lo que quieres? –preguntó, entre emocionado, nervioso y asustado.

–Estamos solos. Calculo que tenemos una media hora hasta que vuelvan mis padres con Asier. Podemos esperarlos viendo la tele… o podemos esperarlos comiéndonos las pollas. Lo que prefiráis.

Decidí que fueran ellos quienes escogieran. Obviamente estaba deseando comerles las pollas, pero quería que vieran que no los estaba obligando a nada.

Criz respondió enseguida.

–Por mí genial. Asier nos dijo que tenías un buen cipote…

Asentí y esperé la respuesta de Mario, que tardó unos segundos más en responder.

–Yo… No sé… –con lo atrevido que fue con mi hermano, y lo que le estaba costando conmigo–. Está bien. Pero solo mamadas, ¿eh?

–Por supuesto. En ningún momento tenía pensado llegar más lejos –mentí.

Mario me sostuvo la mirada, como intentando adivinar si decía la verdad o no. Finalmente, acabó agachando la cabeza.

–Bueno, ¿empezamos? –dijo Criz, ansioso por lo que se venía.

Criz permanecía sentado en el sofá, con las piernas medio abiertas, invitándome a colocarme entre ellas. Eso hice, de modo que quedé de rodillas frente a su paquete. Lo sobé un poco por encima de los pantalones, y él ya parecía enloquecer. A ese paso no iba a durar nada.

Alzó su culo para poder bajarle los pantalones. Observé entonces su paquete. Bajó la fina tela de sus calzoncillos verdes se intuía la larga figura de su polla. Tal y como me había dicho mi hermano, tenía pinta de que el rabo de Criz era más largo que el suyo, pero no mucho.

Le hice quitarse la camiseta y, para mi asombro, sus abdominales estaban bastante definidos a pesar de tener solo doce años. Recordé entonces que practicaba hockey, lo que explicaba ese abdomen. Pegué mis labios a sus cuadraditos, fuertes y suaves, libres de vello. Lo besé durante unos segundos, y Criz no paraba de gemir, casi en susurros.

Agarré sus calzoncillos y tiré de ellos hacia mí para quitárselos. Como un resorte, su polla salió disparada hacia su vientre, ya goteando precum.

–Hhmmm, uuff –gemía, conteniéndose.

–Tranquilo –dije en voz baja–. Esto no ha hecho más que empezar.

Contemplé su cipote, largo pero fino. Llegaría sin problemas a los 14cm, por lo que la falta de grosor no era, ni mucho menos, un problema. Lo cogí con mi mano derecha y lo masturbé lentamente, bajando el prepucio y subiéndolo después, dejando a Criz casi sin aliento.

Pero quería jugar con él. Liberé su polla y me dirigí hacia Mario, que había permanecido quieto, como sin querer intervenir. Pero el bulto entre sus piernas pedía todo lo contrario.

–Es tu turno –le dije mientras me acercaba a él.

Me senté sobre él, notando cómo su polla pedía a gritos salir de aquel pantalón y penetrar el mío para entrar en mi agujerito. Moví mi culo en círculos, frotándolo así con su cipote. Lo miré a los ojos y acerqué mi boca a la suya, sin llegar a juntarlas. En cambio, fue él quien, sin poder aguantar más las ganas, juntó nuestros labios.

Se notaba que era inexperto y, sobre todo, que estaba nervioso. Sus movimientos eran torpes, novatos, pero llenos de pasión. No quería soltar mis labios, y su lengua comenzó a empujar, tratando de encontrarse con la mía. Le permití el placer, y cuando nuestras lenguas se fundieron, soltó el primer gemido sordo.

–Hhhmmmm…

Mi trasero seguía haciendo su trabajo, poniendo esa polla a mil. Notaba su calor traspasando la tela, y aquello me ponía muy, pero que muy cachondo. Ese niño quería follarme.

Separé nuestras bocas y comencé a bajar lentamente por su torso. Sus pectorales, tan jóvenes como él, me parecían exquisitos. Me detuve en sus pezones para morderlos con delicadeza mientras mi mano se acercaba sutilmente hacia su entrepierna. La suavidad de sus abdominales, aún sin definir, pero ligeramente trabajados, me recordaron a mi hermano. Y cuando iba a llegar hasta su cipote, detuve mi mano.

Me aparté de su pecho y mi lengua fue recorriendo todo su vientre, pasando por el ombligo hasta llegar por fin a tocar contra la tela del pantalón de chándal, sobre el que ya se notaba con claridad el bulto que escondía.

Miré a Mario pícaramente y le bajé los pantalones y los calzoncillos de golpe. Quería ver ya esa polla. La quería toda para mí. Descubrí así un rabo de unos 13cm pero más grueso que el de mi hermano. Me llamó la atención ese par de cojones que tenía, bastante grandes para su edad.

Criz observaba la escena con celos. Se notaba que quería ya su mamada, pero Mario me estaba conquistando. Fue en ese momento, cuando Criz dijo que le tocaba a él, que me di cuenta de que realmente no quería la polla de Mario. Lo quería a él.

–No te importa, ¿verdad, Mario? –le pregunté.

Mario negó con la cabeza y me fui a por Criz. Quería terminar primero con él y ocuparme después de Mario. Me acerqué a Criz, que no dejaba lugar a dudas de que le faltaba poco para correrse.

–Pero primero, haz tú un poco de trabajo… –le sugerí.

Criz no dudó y me dejó hueco. Me senté junto a él y dejé que fuera él quien llevara el ritmo. Me bajó los pantalones con rapidez, llevándose los calzoncillos por el camino. Observó por fin mi gran pollón, que ya esperaba a ser lamido.

Criz acercó su boca a mi mástil, soltó un suspiro y, por fin, sentí su lengua acariciando mi glande, que palpitaba sin parar. Criz no era ni mucho menos un experto, pero sabía manejar la situación. Su lengua daba vueltas en círculos sobre mi glande mientras sus manos masajeaban mis pelotas y mi polla.

Pasó enseguida a comerme todo el rabo, metiéndoselo de golpe en la boca y tragando hasta el último centímetro de mi cipote. Se notaba que le gustaba lo que estaba haciendo. Quiso continuar, pero lo detuve. Lo invité a tumbarse en el sofá boca arriba y decidí que iba siendo hora de acabar el trabajo.

Cogí aquel mástil con ambas manos y comencé a comérmelo como alma que lleva el diablo. Chupaba cada recoveco de falo, arriba y abajo, succionando con fuerza al tiempo que palpaba sus huevos. De vez en cuando lo masturbaba con las manos para acabar antes, y surtió efecto. Apenas cinco minutos después, noté cómo su cuerpo se contraía y soltaba un fuerte gemido.

–Aaaaahhhh… Oohhhh, jodeeer.

Los gemidos fueron acompañados de tres potentes chorros de lefa que cayeron inmediatamente sobre mi lengua, que aún jugaba con su glande. Los recibí sin problemas y me lo tragué todo.

–Menuda zorra eres… –dijo Criz.

–Eh, sin pasarte –le dije.

Me gustaba que me lo dijera mi hermano, Eric o incluso Hugo, pero no un niño  que yo con el que no tenía apenas confianza.

Criz asintió en silencio y permaneció quieto unos segundos.

–Aún tengo que terminar con Mario… –le dije, sugiriéndole que se marchara.

–De-De acuerdo. Esperaré fuera.

Criz se marchó de casa y por fin me quedé a solas con Mario. Ahora lo tenía entero para mí. Quería disfrutarlo lo máximo posible.

–Lo que siento por ti… –comencé diciendo–. Creo que no he sentido nunca algo igual. No quiero solo chupártela. No se reduce solo a eso. Quiero… creo que lo que quiero es salir contigo. Creo que me gustas.

Mi timidez me había impedido en muchas ocasiones demostrar mis sentimientos. Pero no fue así en este caso. Sentía que con Mario todo era diferente. Ni siquiera con Eric, mi mejor amigo, o con Asier, mi hermano, me sentía tan cómodo.

Mario me miró a los ojos y una lágrima resbaló por sus mejillas.

–No lo sé… Creo… Esto es un poco raro. Me gustan las chicas. Pero contigo me siento tan a gusto…

–¿Eso es un sí?

Mario asintió y no pude evitar besarlo en la boca. Sentía que volaba al cielo con aquel beso. Su lengua era tímida, pero sus labios pedían más y más. Lo cogí por la barbilla e intensifiqué el morreo, y Mario empezó a jadear.

Ralenticé el ritmo poco a poco hasta separarme. Me tumbé en el sofá y le indiqué que se pusiera en la posición contrario.

–Un 69. Yo te la chupo a ti y tú me la chupas a mí.

–Está bien… –accedió Mario, aún algo tímido.

En cierto modo lo entendía. Él había sido amigo de mi hermano desde que eran pequeños, y yo lo conocía desde entonces, pero nunca habíamos establecido demasiado contacto. Alguna cena en casa, un par de partidos de fútbol y poco más. Y, siendo justos, lo que estábamos haciendo era extraño. Así que no le recriminé que estuviera tan torpe y callado, ya que debía resultar raro para él. Aquella vez con mi hermano, y todas las demás, había sido diferente, precisamente porque se trataba de Asier y no de mí.

–Relájate –le dije–. Aún nos quedan unos 15 minutos.

Mario miró a la puerta, como esperando que entraran mis padres con mi hermano.

–¿Crees que Asier se quejará de que lo hagamos?

–Mi hermano será el primero en alegrarse, créeme.

Mario no parecía muy convencido, pero acabó accediendo. Se subió al sofá, quedando su polla a la altura de mi boca y viceversa. Me di cuenta de que había perdido su erección, pero aún estaba algo morcillona. Decidí ponerme manos a la obra para disfrutar de aquel manjar.

Al tenerla desempalmada, pude metérmela entera en la boca, incluyendo el par de huevos que le colgaban. Jugué con ella hasta que la erección me impidió tenerla dentro, y entonces me puse a chupársela como una zorra. La introducía entera en mi boca, la sacaba y la volvía a meter.

Mientras tanto, Mario ya había empezado a comérmela a mí. Se notaba que lo había hecho varias veces con mi hermano y sus amigos, ya que tenía buena técnica. De vez en cuando se detenía en mi glande para lamerlo con ansias, pero sin llegar a hacerme daño. Aquel niño me estaba dando un placer que no conocía hasta entonces, y no era precisamente por su forma de comérmela, aunque no la chupaba mal.

Comencé a darme cuenta de que me quedaba poco para correrme. Aceleré el ritmo de mi mamada para que Mario se corriera al mismo tiempo que yo. Parece que sirvió, ya que el chaval comenzó a gemir.

–Hhmmm, hhhhhmmmmm… –gemía, sin sacarse mi polla de la boca.

Me ayudé de la mano para que su corrida fuera incluso más placentera, y entonces soltó el último gemido, que me hizo comenzar a correrme yo también. Y, al tiempo que notaba chorros de lefa salir de mi rabo, sentía una espesa leche caliente recorriendo mi lengua y mi garganta.

Fueron cuatro disparos que me llenaron de vida y placer. Limpiaba su polla para no dejar ni una sola gota de aquel líquido que me supo tan bien. Por su parte, Mario había intentado tragarse toda mi corrida, pero no lo había conseguido. Por sus labios se derramaba algo de lefa, y corrí de inmediato a limpiársela.

Pasé mi lengua alrededor de su boca y nuestros labios se encontraron de nuevo. Esta vez fue Mario quien buscó el contacto, y yo no me negué. El beso duró varios segundos en los que ambos nos abrazamos.

–Te quiero –susurró. Y no pude evitar sonreír, esta vez desde el corazón.