Pequeñas historias tiernas 1: ¿a dónde vas, Irene?
Pequeño minisodio sobre una joven universitaria, que transcurre entre la universidad, su trabajo como luchadora erótica y una peculiar relación con otras dos mujeres. Dedicado al autor Fanta Fantasi.
Lo primero de todo es felicitar a Fanta Fantasi su excelente historia sobre la joven Irene, y en segundo lugar el agradecerle el permitirme publicar esta pequeña historia basada en su saga.
A tod@s, os recomiendo leer los relatos de "Irene la luchadora".
¡Espero que os guste este pequeño minisodio!.
MINISODIO
Pequeñas historias tiernas 1:
¿a dónde vas, Irene?
Irene se despertó bañada en sudor, desnuda, atrapada entre las dos mujeres de su vida, sus dos Amas.
A su derecha estaba su primera Ama y mentora en su oficio de luchadora, una fuerte mujer de rasgos asiáticos que la otorgaban un exotismo que ocultaba a una apasionada y pervertida amante. Estaba cubierta por unas bragas de Hello Kitty y un top ceñido que marcaba sus pechos de tal forma que parecían una segunda piel.
A su izquierda, la mejor amiga de Irene, que además de compartir clases con ella también compartía su educación como sumisa al haberse convertido en su segunda Ama. Llevaba un pijama completo de dos piezas bajo el que Irene sabía que no llevaba nada, puesto que antes de haberla dejado subirse a la cama con ellas, sus dos Amas habían tenido un fuerte encuentro lésbico ante sus ojos.
Las dos dormían acurrucadas contra Irene, como si fuese su oso de peluche particular, desnuda entre las dos a pesar de que el invierno ya había llegado a la ciudad… pero órdenes eran órdenes, y la habían prohibido llevar nada de ropa en casa después de su última derrota, por muy injusto que hubiera sido el combate.
La joven rubia volvió a escuchar el mismo sonido que la había despertado. Era como si alguien se hubiera tropezado en el gimnasio que tenían en casa y luego una especie de susurros.
¿Serían ladrones?. Se levantó e intentó despertar a sus Amas, pero dormían muy profundamente y no reaccionaban.
Avanzaba lentamente por el pasillo hacia el pequeño gimnasio que había en la casa de Xana. La puerta estaba entreabierta y se filtraba una luz que la llamaba. Acudía como la polilla a la llama, sin poder evitarlo, sin más armas que su propio cuerpo de luchadora. No la importaba ni su desnudez ni su miedo, tenía que defender a sus Amas del peligro que se agitaba susurrante en ese cuarto.
De repente la luz se apagó. Irene se quedó quieta, temblando y a oscuras en el pasillo, justo antes de que la deslumbrara un fogonazo.
Intentó proteger sus sensibles ojos cuando varias sombras se lanzaron sobre ella. Intentó luchar, pero sus miembros parecían moverse a cámara lenta y cuando quiso darse cuenta una capucha de latex cubría su cabeza impidiéndola casi respirar cuando cerraron la cremallera en su nuca, bloqueándola con un pequeño candado metálico que notó extremadamente frío al dejarlo caer contra su cuello.
La obligaron a avanzar sujetándola por los brazos en la oscuridad de la capucha que apenas la dejaba respirar por un pequeño orificio a la altura de su boca y con sus muñecas atadas a la espalda, dejándola completamente indefensa y muda pese a las ganas que tenía de chillar y patalear para defender a sus Amas. Su propia seguridad y la posibilidad de que la violaran había quedado relegada a un segundo plano frente al peligro que creía corrían las adormecidas Xana y Verónica.
De repente, volvía a ver. Dos pequeños agujeros a la altura de sus ojos permitían que Irene viera el destino al que sus captores la llevaban.
Ya no estaba dentro de la casa… pero a la vez sí que seguía dentro, porque acababan de salir del pasillo que llevaba al dormitorio donde apenas unos instantes previos compartía cama con sus Amas.
Ante ella, un par de columnas daban acceso a un espacio cerrado semicircular lleno de gradas de piedra de varias alturas… era como estar en el escenario del Teatro Romano de Mérida que había visitado una vez con su familia hacía más de diez años.
Las gradas estaban ocupadas por un grupo de personas, hombres y mujeres, cubiertos por togas blancas al más puro estilo romano y unas máscaras de cerámica que ocultaban sus rasgos y la llevaron a imaginarse estar viviendo un sacrificio en los carnavales de Venecia.
Dos mujeres la conducían sujeta de los brazos hacia un pequeño cuadrilátero en el centro justo del escenario, totalmente rodeada por esas caras de porcelana que seguían en completo silencio todos sus movimientos.
Sus captoras llevaban vestidos de fiesta, abiertos a un lado para permitir un movimiento más fluido de sus piernas y, a la vez, permitir mostrarlas. Una vestía totalmente de rojo y la otra de azul, cubriéndose ambas con sendas máscaras de porcelana para no poder ser reconocidas.
La llevaron hasta el centro del lugar, bajo un enorme foco, y allí la dejaron, cubriéndose su desnudez como podía con las manos en un inútil gesto de pudor frente al escrutinio del público mudo.
La mujer de azul se acercó a ella y la puso un sujetador y un tanga verdes, más pequeños de los que solía usar y que la molestaban más que otra cosa. Durante el proceso, la mujer aprovechaba para someterla a todo tipo de tocamientos frente al público, pinzando entre sus fuertes dedos varias veces sus sensibles pezones y la desnudez de su depilado sexo.
Cuando terminó, se puso frente a ella. No llevaba ya ninguna máscara. Era Marisa, su manager.
- Ya puedes dar un buen espectáculo, pequeña, que he invertido mucho en ti y va siendo hora que me lo agradezcas. Demuestra lo que ese coñito ha aprendido de Xana.
Marisa se retiró y su lugar delante de ella fue ocupado por la mujer de rojo, que la propinó un fuerte tortazo en la cara cubierta por la capucha de látex. Irene no sabía cómo reaccionar, no sabía se el espectáculo ya había empezado y debía enfrentarse a su otra captora o si era otra cosa.
La pelirroja se despojó de la máscara delante de Irene, era Marta, una manager rival que la había ofrecido un contrato después de su último combate. Mucho más joven que Marisa, pero también mostraba un aire de autoridad y de morbo que hacían que Irene se sintiese a medias intimidada y a medias excitada.
Se quitó lentamente los guantes, también rojos, que la llegaban hasta el codo, y los tiró hacia el público, que rompió el silencio para vitorearla. La joven manager se puso de espaldas a Irene y saludó como si fuese una estrella del teatro, inclinándose de tal forma que su vestido se ciñió aún más a sus curvas y pudo saber sin ningún lugar a dudas que Marta no llevaba absolutamente nada bajo el vestido.
Irene se excitó pensando que sería su rival, no pudo evitarlo.
Marta se dio la vuelta y cambió la sonrisa con la que había agradecido al público su asistencia para mostrar a Irene una mueca feroz y sádica.
- Aquí y ahora vas a ser mía, golfa –sentenció, acercándose a su rostro y escupiendo las palabras-. Despídete de toda tu vida anterior, que cuando pierdas serás otra perra más de mi harén y no volverás a ver a esas dos putas.
La sádica cara de Marta cambió de nuevo a un rostro de lo más angelical mientras se giraba de nuevo hacia el público dispuesta a abandonar la zona de lucha y, como respondiendo a una señal, una pantalla detrás del público mostró a Irene a sus durmientes Amas.
- Ah, -añadió, mientras se giraba de nuevo Marta para mirarla- y si por un casual ganases tú… las que sufrirían las consecuencias serán ellas.
La guiñó un ojo mientras abandonaba por fin el escenario. La pantalla tras el público dejó de enfocar a sus Amas para mostrar una serie de cuerdas, látigos, pinzas, velas y consoladores de todo tipo y forma en una mesa junto a la cama donde sus Amas seguían durmiendo plácidamente.
Irene quería chillar de frustación. Hiciera lo que hiciese perdía. Si ganaba, sus amadas Amas sufrirían un duro castigo, y si perdía sería ella la que sería malparada tanto en su propio cuerpo como frente a Marisa.
Su rival apareció. Era Dulce, la venezolana a la que había derrotado en su primer combate y a la que sus Amas permitieron que la llevase al límite de sus resistencias en otra ocasión.
Llevaba un conjunto decorado con la bandera de su país.
Se acercó con una sonrisa de suficiencia en la cara y gritó al público.
- Con esta niñata no tengo ni para empezar. ¿Quieren que le demos algo de ventaja a este chochito?.
La ovación del público fue escandalosa, aplaudiendo la idea de la experimentada luchadora.
Qué bien, encima tengo al público en contra, ¿qué más puede pasar? . Pensó la joven luchadora rubia.
Dulce se despojó del sujetador con los colores de su país y se lo lanzó al público mientras miraba despectivamente a Irene.
- Hoy no te va a salvar nadie. Hoy serás mi perrita.
Y antes de que a Irene se la ocurriese nada qué decir, la voz de Marisa surgió de las sombras.
- ¡Qué empiece el combate!.
Dulce se acercó como una tromba, con sus pechos votando al ritmo de sus pasos. Tan absorta estaba Irene en la contemplación casi hipnótica del movimiento de los senos de la venezolana que apenas tuvo tiempo de bloquear el primer golpe.
Se encontraba muy espesa. Y no sólo mentalmente. Su cuerpo se movía como a cámara lenta.
Su rival se retiró del primer contacto con el sujetador de Irene en sus manos, sonriendo a un público entregado y que aullaba su nombre.
Ya no llevaban máscaras. Y lo peor para Irene fue descubrir que los conocía a todos. Allí estaban varios profesores, compañeras suyas de clase, el conductor del autobús que cogía durante una temporada para ir a la facultad, todas las luchadoras con las que se había enfrentado y… sus propios padres.
Todos gritaban y aplaudían a Dulce, que volvió a la carga.
Ella trataba de defenderse como mejor podía, pero el espacio que dejaba la capucha de cuero para ver era mínimo y no dejaba de recibir golpes de la venezolana. Tan pronto estaba castigando sus desprotegidas tetas a base de tortas o retorciéndola los pezones como era capaz de arañarla con sus largas uñas su trasero o dándola patadas en casi cualquier parte de su anatomía.
Cuando terminó con ella, Irene estaba tendida contra el acolchado suelo del ring, con Dulce de pie sobre ella. Literalmente de pie sobre ella, porque el dolorido culo de la rubia estaba siendo pisoteado por la venezolana, que agitaba en el aire los restos de lo que durante breves momentos había cubierto el sexo de la luchadora.
- Separa las piernas, perrita –ordenó Dulce, nada más bajarse del culo de la joven.
Obediente, Irene abrió sus piernas al máximo, sabedora de que el no hacerlo incrementaría el castigo que la venezolana tuviera pensado.
Inmediatamente, la venezolana empezó a darle puntapiés en el coño sin ninguna piedad mientras Marisa y Marta aparecían ante ella desnudas, salvo por unos arneses de los que pendían unos enormes dildos, y unos látigos de cola de caballo.
- Me has decepcionado, te has comportado como una niña y no como una luchadora –la recriminó Marisa mientras lanzaba un primer latigazo a la espalda de la perdedora.
- No sé si quiero un chochito tan débil en mi casa –añadió Marta, escupiéndola antes de descargar su propio látigo en la indefensa perdedora.
- Xana ha sido demasiado débil contigo, perrita –dijo Dulce, cambiando los golpes con su pie a su inflamado coño por su experta mano con la que iba atormentando los labios vaginales de Irene y llenándolos de pinzas.
Irene lloraba en silencio, aceptando los castigos que recibía por lo fácilmente que había sido derrotada.
Tumbada en el suelo fue sufriendo los insultos y escupitajos que la lanzaban sus compañeras de clase, sus profesores, su propia familia mientras Dulce se ensañaba con su coño lleno de pinzas aplicando sin piedad un consolador doble que también la perforaba el culo y sin que las dos managers dejasen de azotar su espalda.
Después de un rato que se la hizo eterno, sólo quedaron con ella cinco espectadores, dos hombres y tres mujeres, de nuevo cubiertos con máscaras de porcelana.
Las managers y Dulce la pusieron una correa de perro y la hicieron pasearse a gatas por todo el campo de lucha, exhibiéndola hasta quedar de espaldas a los cinco restantes miembros del público.
- Por favor, ¿alguien nos ayudaría a quitarle las pinzas a esta perra? –preguntó Dulce, sentándose frente a Irene y mostrándola sin pudor su propio y peludo coño. La miró con malicia y añadió-. ¿Lo natural es más sano, verdad?. Ya puedes comer, perrita.
Irene, resignada, comenzó el proceso de comerle el peludo coño a la venezolana. Sentía un asco terrible, pero a la vez sabía que si no cumplía bien su cometido el castigo sería aún mayor y que, quizás, sus propias Amas podrían ser objeto de castigo.
Al poco de empezar a comerle el coño a Dulce, sintió un repentino e intenso dolor cuando alguien tiró de la primera de las pinzas que colgaban de su propio coño. La venezolana la agarró con fuerza de la capucha de cuero para forzarla a seguir comiéndole el coño y evitar los gritos de dolor que pugnaban por salir de su garganta.
Casi ciega, al tener que cerrar los ojos cuando el vello púbico de Dulce entró por las rendijas de la capucha, y medio asfixiada al tener que usar su lengua por el agujero restante de la endiablada capucha de látex para dar placer a la venezolana, apenas tenía tiempo de pensar en otra cosa que no fuera el evitar desmayarse por el dolor que se mezclaba por los latigazos contra su espalda y tetas que seguían propinándola sus managers como por la intensidad del dolor que provenía de su coño cada vez que retiraban las pinzas tirando de ellas en vez de abriéndolas en una muestra de sadismo del público que aún tenía con ella.
Los minutos pasaban y la joven luchadora aguantaba a duras penas la sesión de castigo.
Las managers, no contentas con fustigarla y dejar que su coño fuese torturado con las pinzas y al quitárselas, empezaron a emplear los dildos en su culo, apenas lubricándolo con la saliva de los salivazos que la dedicaron tanto ellas mismas como los cinco últimos asistentes al espectáculo.
Mientras, ella se veía obligada a seguir comiéndole el coño a Dulce, que parecía aguantar sin fin pese al intenso calor que emanaba de su húmedo interior.
Por fin, después de interminables embestidas en su ano por parte de sus dos managers, Dulce empezó a convulsionarse y correrse en la boca de Irene. Tenía un flujo intenso, dulce como su nombre, casi afrutado… e Irene empezó a devorarlo con ansiedad, disfrutando por primera vez esa noche.
- Ahora viene lo divertido –anunció Dulce.
Irene sintió como una mano introducía la llave del pequeño candado que anclaba la capucha en torno a su cabeza y poco después estaba liberada, a la vez que aún más expuesta que nunca antes porque cualquiera podía reconocerla ya sin ninguna duda.
- ¿Contenta? –preguntó Dulce.
- Yo… -empezó a responder Irene, antes de que la venezolana la propinase un puñetazo en la cara, haciéndola caer.
- ¿Desde cuando las perras hablan? –gritó la ganadora, a la vez que la indicaba que volviera a su posición a cuatro patas frente a ella.
Irene obedeció, pese a que notaba el sabor de la sangre en su labio partido y su primer instinto había sido el limpiarse la sangre de la cara y responder a la brusquedad de la mujer.
La venezolana asintió al observar la pasividad de la perdedora y cómo volvía a ponerse a cuatro patas frente a ella.
- Repitamos. ¿Contenta?.
- Guau –ladró Irene.
- Buena perra –la felicitó Dulce, levantándose de la silla y agarrándola del cabello para que Irene tuviera que levantar su cuello al máximo.
La ganadora del combate besó con fiereza a Irene, metiendo su lengua por todos los rincones de la boca de la rubia y mordiéndola el labio roto para incrementar la sensación dolorosa. Cuando se retiró, tenía sangre de la perdedora en su propio mentón.
Marisa, Marta y Dulce se pusieron delante de ella sonrientes para decir las tres a la vez, mientras señalaban al público que Irene tenía detrás.
- Ahora ya puedes comer, chochito.
A gatas, la perdedora se fue girando hasta quedar frente a los cinco últimos espectadores.
Ante ella estaban cinco cuerpos desnudos, sólo cubiertos por unas máscaras de porcelana. Tres coños y dos pollas se alternaban delante de ella para disfrutar de la boca de la perdedora.
Detrás de ella se puso Dulce, que empezó a jugar con sus dedos en el coño y el ano de la perdedora, dirigiéndola sin una sola palabra hacia su primer coño.
Era el coño de una mujer joven, con un poco de vello púbico rubio y rizado. Se la notaba ya tremendamente excitada cuando Irene aplicó su boca a la misión de descargarla de toda la tensión que sufría su coño.
Sabía muy dulce y tierno, seguramente era la primera vez que otra mujer la comía el coño, se imaginó Irene, provocándola una intensa excitación que la permitía evadirse del tratamiento rudo que los dedos de Dulce estaban empezando a aplicar tanto en su coño como en su ano.
Poco después la joven sentada en la silla gemía sin parar y se sujetaba al cabello de Irene mientras su cuerpo convulsionaba y liberaba un torrente de fluidos que la luchadora lamía con frenesí.
- Ya. Sooo –la gritó Marta, mientras la separaba de la primera espectadora como si Irene fuese un animal-. Es mi turno.
Mientras Dulce guiaba a Irene a su primera polla, la máscara de porcelana de la primera joven fue al suelo para mostrar la cara de… ¡Laura, la hermana de Irene!.
O eso la pareció, mientras el corazón la daba un vuelco, justo antes de que Marta se la llevase unos pasos atrás a una zona oscura para besarla con pasión.
Un intenso dolor rompió sus pensamientos, cuando Dulce empezó a abrir su culo con los dedos de su mano en busca de lograr que dilatase al máximo.
A la vez una sucia polla, húmeda y con sabor a orín, apareció contra su boca.
- Y no olvides mirarme a los ojos para subir nota… jajaja… -añadió el espectador mientras lanzaba a un lado la careta para que Irene pudiera comprobar que la polla que iba a mamar era la de uno de sus profesores.
Esta vez estaba segura, era su profesor y la había reconocido.
Pero no podía hacer otra cosa que obedecer las reglas. Mientras Dulce introducía poco a poco su mano dentro del ano de Irene, la chica comía con una mezcla de asco y determinación la sucia polla de su profesor, el cual parecía no habérsela lavado en todo el año esperando ese momento.
Para empeorar las cosas, Marisa apareció a su lado y la obligó a alzar los ojos para mirar la cara de su profesor mientras devoraba su polla lo más rápido que podía para poder sacársela de la boca.
Por suerte para ella, su profesor no tuvo mucho aguante y se vació en su garganta apenas unos segundos después de que Dulce lograra meter sus manos completas dentro de su coño y su culo a la vez.
- Disfrutaste, ¿verdad, perrita?. Te has ganado un notable alto… jajaja… -sentenció su profesor, mientras se marchaba tambaleante después de ver cómo Irene se tragaba todo su esperma sin desperdiciar nada.
Antes de que su luchadora gatease hasta el siguiente coño, Marisa la detuvo, mirándola con picardía.
- Creo que es hora de que pruebes algo muy especial…
Las dos mujeres que quedaban se levantaron, quitándose las caretas: eran Xana y Verónica.
Por un momento, Irene se olvidó del dolor que la ocasionaba Dulce abriéndola su coño y culo al máximo con sus manos ante la idea de poder comer el coño de Verónica, puesto que desde que su amiga se había convertido en su Ama aún no la había permitido hacerlo.
Incluso no la importó… no demasiado en ese momento, que Xana tuviera los rasgos contraídos demostrando lo contrariada que estaba por la forma tan rápida, fácil y humillante en que su pupila había sucumbido ante Dulce.
Las dos mujeres se pusieron al lado del hombre, que se acababa de levantar.
Sus dos Amas flanqueaban a un hombre maduro, con una ligera barriga pero con un miembro aún potente.
Se agacharon y empezaron a pajearlo delante de ella, alternándose en comerse la madura polla ante ella mientras Marisa se ponía detrás de él, acariciándole el torso y besándole el cuello mientras retiraba la máscara que lo cubría.
Cuando el hombre bajó los ojos hacia Irene, la chica palideció aún más que frente a todos los dolores y humillaciones sufridas hasta entonces. Era su padre. Y, aún peor era su mirada de decepción mientras Xana y Verónica le comían alternativamente la polla y los huevos.
- Date la vuelta –sentenció su destino Dulce, sacando sus manos del interior de Irene-. Ya estás preparada para recibir lo que mereces.
Lentamente se dio la vuelta, encontrándose de repente de regreso en el dormitorio de sus Amas mirando al espejo de cuerpo entero del interior del armario.
Xana y Verónica guiaban el pene de su padre hacia el ano de Irene…
Irene se levantó de golpe. Estaba desnuda y empapada en sudor en la cama junto a Xana.
Su Ama y maestra abrió un poco los ojos.
- ¿Una pesadilla?.
- No, no… no lo sé… yo…
- Vete a beber un poco de agua y haz un poco de pesas para olvidarte.
Se levantó temblando, dejando a Xana durmiendo en la cama y se dirigió al gimnasio que tenían al final del pasillo.
Cuando Irene abrió la puerta una fuerte luz la deslumbró…
- Ya pensé que no vendrías a terminar a por el resto –escuchó de una voz masculina que conocía muy bien.
Abrió los ojos. Verónica la estaba mirando desde el otro lado de la mesa de la biblioteca con una sonrisa de parte a parte de la cara.
- ¿Qué?... yo… esto… ¿me he dormido?.
- Ya lo creo, y el examen es dentro de un rato, así que espabílate o tendré que…
- ¿Qué pasa, no saben que hay que estar en silencio? –las regañó un profesor que pasaba. El mismo que acababa de aparecer en los sueños de Irene.
- Lo siento, don Severino, es que mi amiga estuvo ayer teniendo que complacer a mucha gente y está cansada –contestó en tono jocoso Verónica, pero provocando que Irene se pusiera extremadamente colorada recordando tanto el combate con Helena como el sueño que acababa de tener.
- Esas bromas no tienen gracia –contestó el profesor, no antes de darle un buen repaso con los ojos a Irene-. Las veo en el examen, espero que no me vengan con más bromas.
- Sí, señor –contestaron ambas.
Está claro que debo dejar el Red Bull , pensó Irene mientras recogían sus cosas antes de dirigirse al examen.
Muchas gracias por la lectura. Espero os guste y, os invito a leer la historia completa de las aventuras de Irene la luchadora de la mano de Fanta Fantasi, sin cuyos consejos y permiso no habría sido posible este breve relato.