Pequeña fantasía

Fantasía de mi amor, que en pocas horas, pensamos transformar en realidad.

Ya no tenía dudas, sabía con certeza el destino que le esperaba. Claro que hacía mucho tiempo que lo deseaba, y ahora, mientras devoraba el camino a su encuentro, lo deseaba intensamente. Ya lo conocía, habían hecho el amor varias veces, de manera tradicional, variando un poco y atreviéndose cada vez a más.

Pero esta vez era diferente, marchaba a un encuentro distinto. Le había revelado sus secretos, sus ansias, sus fantasías. Había tenido miedo y vergüenza, de cómo el la tomara, de que pensara de ella. Fueron solo fantasmas, desaparecidos enseguida, por el gozo en la aceptación de el.

El taxi recorría la distancia que la separaba del encuentro, demasiado rápido como para ponerse a pensar. Demasiado nerviosa, repasando todas las órdenes que había recibido. Debajo del tapado, estaba toda vestida de blanco virginal. Zapatos de taco alto, medias, portaligas, cola less, y un transparente body, tal como su hombre le había indicado.

Sentía los pezones duros, victimas del frío y la excitación. Sus manos sudaban, su respiración ya era acelerada. El taxi se detuvo, y ella pagó y se apeó sin esperar el vuelto siquiera. Casi voló hasta la entrada del edificio, para dirigirse al lento ascensor que nunca llegaba. Cuando este se elevaba lentamente, notó sus piernas temblar, y su sexo empaparse como siempre que en el pensaba.

Se plantó frente a la puerta, saco de su bolsillo una blanco pañuelo de seda, vendó sus ojos y golpeó. A partir de ese momento, todo serían sensaciones de placer. Oyó la puerta abrirse, y de inmediato el olor de su hombre la invadió. Unas manos fuertes, pero suaves y conocidas, le indicaron el camino. Nada podía ver, pero se sintió observada, imaginándose en el medio de una amplia habitación.

Lo sintió por detrás, mientras el le sacaba el abrigo. Lo sabía contemplándola, absorto, sin dudas aprobando su obediencia. La tomó por el talle, siempre desde atrás, mientras le susurraba que la amaba, que esa noche sería su noche, y que esté tranquila en sus manos, que solo sintiera todo el amor y el placer que el le iba a regalar.

Su voz la tranquilizó y excitó a la vez. Sus manos, suaves como siempre, comenzaron a recorrer su cuerpo. Tocaban lentamente, acariciaban apenas con un roce, todo era sensación y placer.

Lentamente la fue desvistiendo, despacio, sabía que eso le gustaba, y más cuando ella no podía verlo. El body fue a parar al piso, y el se apropió de sus hermosos y grandes senos. Los masajeaba lentamente, acariciando las aureolas y pellizcando con fuerza los pezones. Sintió su hombría, erecta y palpitante clavarse en su cintura. Ya respiraba por la boca, jadeante, inmersa en un éxtasis que recién comenzaba.

La llevó hasta la cama, donde con dulzura terminó de desvestirla. La hizo colocar en cuatro patas, totalmente ofrecida. El repasó su cuerpo una y mil veces, casi sin tocarla. Ella sentía sus fluidos resbalar por sus muslos, para perder la noción del tiempo y el espacio.

Su hombre abrió de golpe sus nalgas, sin duda observaba su ano, y unas violentas ganas de ser penetrada por ahí la asaltaron. Pero lo conocía, sabía que aún muchos juegos le esperaban, antes de que el la perforara.

Sus dedos hábiles fueron a su sexo. La conocía, sabía lo que a ella le gustaba. Primero un dedo, luego dos, al fin tres, entraba y salían con lentitud, para quedarse bien quietos, bien metidos, un largo rato, para luego volver a comenzar. Su otra mano jugaba en su esfínter, para penetrarlo también, entrar y salir, rotando.

Estaba al borde de su primer orgasmo, y con voz entrecortada pidió permiso. Se lo negaron tajantemente. El cesó las caricias, tal vez enfadado. Unos instantes de incertidumbre, maldiciendo el haberse apurado. Pero el no estaba enojado, solo quería darle más simplemente.

Asió sus pechos, y los retorció hasta el dolor. Le coloco lo que creyó eran pinzas para la ropa, tomándole las puntas de los pezones. Lo mismo hizo con sus hinchados y empapados labios vaginales. Fue entonces cuando oyó el zumbido, clásico y muy bien conocido, de ese vibrador que tanto placer le había regalado.

Lo fue sintiendo cada vez más adentro, tal vez demasiado, pero en realidad, poco importaba. El manejaba las velocidades, de lenta, aumentando progresivamente, para apagarlo cuando ella se hallaba en la puerta misma del orgasmo. Jugó así varías veces, hasta el punto de no poder ya mantenerse sobre sus manos y rodillas.

Le preguntó dulcemente si quería acabar, y ella se lo pidió por favor. Con el noble aparato aún vibrando suavemente, lo sintió colocarse detrás de ella. Le acariciaba las nalgas, sobándolas, le beso el ano, despacio, para luego violarlo con la lengua. Sabía que el demoraba todavía más, buscando su placer máximo, pero ella ya no podía resistir más.

El se acomodó, sabía lo que vendría. La tomo con fuerza por la cintura, y lentamente su miembro durísimo, comenzó a pugnar por un lugar dentro de ella. Se concentró en relajar al máximo el esfínter, y cuando este le mandó una oleada de calor con algo de dolor, sabía que su ano había sido expugnado.

El se movía lento, ganando unos milímetros en cada penetración. Tardó buen tiempo en llegar hasta lo profundo, hasta el lugar máximo que la anatomía podía permitir. La abrazó por completo, sacándole de golpe las débiles pinzas de los senos y vagina. Al mismo tiempo que le susurraba que ahora si podía, y la envestía brutalmente, solo una vez para quedarse quieto luego. Se sumó el máximo poder del vibrador, y con todo ello casi al mismo tiempo, estalló en un orgasmo que nunca había conocido, poderoso, vibrante, que por oleadas y oleadas, no dejaba de venir.

No supo a ciencia cierta cuanto tiempo necesitó para recobrar la cordura. El seguía dentro de suyo, pero el vibrador había acabado su función. La había dejado disfrutar del momento, pero ella sabía que ahora debía corresponderlo. En esa posición, la misma que se hallaba casi desde el comienzo, empezó a bambolearse, suavemente, adelante y atrás, mientras sus caderas me movían en círculos. Le hubiera gustado sacarse la venda y tratar de observarlo, pero sabía que le disgustaría, y en ese momento, su único pensamiento giraba en brindarle todo el placer que pudiera.

Sus movimientos se aceleraron cadenciosamente, notaba como el miembro era cada vez más duro e intenso, como llegaba cada vez, un poco más al fondo de su ser. Sentía las manos, siempre dulces, acariciar su espalda, hasta el punto de convertirse casi en arañazos.

El le ordenó que se detuviera, y ella obedeció al instante. La tomo de las caderas, y en tres o cuatro punzantes penetraciones, la inundó con su semilla. Permanecieron así abotonados, cansados, inmóviles y satisfechos por unos segundos.

Lentamente su hombre se dejó caer sobre el costado de la cama. Y más lentamente, logrando movimientos casi felinos, ella, a tientas ubicó el pene aún enhiesto. Con dulzura y amor, se lo metió en la boca, para limpiarlo y sorber la última gota de semen, néctar de pasión y amor.

Este relato es fruto de nuestra fantasía, que en unas horas pensamos transformar en realidad.