Pepe y su abuela Pepa I

Los padres de Pepe son 2 reputados médicos que pasan poco tiempo en casa. Sarita, su hermana pequeña y él reciben con agrado que su abuela, que acaba de enviudar, se vaya a vivir a su hogar.

Bueno por fin lo he decidido, voy a contar mi historia. Lo que relato en las letras que tenéis a continuación sucedió hace aproximadamente un año. Ahora tengo 19 años y vivo fuera de mi país, España, ya que decidí que mi vida familiar podría desmoronarse si alguien descubriera lo que había sucedido y lo que es peor, lo que presumo hubiera seguido sucediendo.

En casa éramos cuatro. Mi Padre, Jaime, médico cirujano que apenas pasaba tiempo en casa. Un hombre robusto con abundante y blanquecino pelo. Mi madre, Soraya, también doctora muy reputada en nuestra pequeña ciudad costera, una mujer de 48 años no muy alta, morena y siempre muy ajustada en el vestir, con grandes tacones. Mi hermana, Sarita, 2 años menor que yo, siempre fue muy delgadita, y nuestro padre recriminaba continuamente su  estilo de vestir, faltas o pantaloncitos muy cortos que apenas cubrían un mínimo de sus esqueléticas piernecitas, incluso por casa con esos shorts siempre de colores crema dejaba poco a la imaginación. Y por último yo, Pepe, que acababa de terminar el instituto y pasaba el verano pensando en que Carrera matricularme, si medicina como exigían mis padres o periodismo como yo deseaba.

Todo comenzó a cambiar cuando mi abuelo murió. El padre mi madre se fue al otro barrio dejando viuda a mi abuela, Pepa.  A la que yo debía mi nombre. Ella a sus 69 años era una mujer excelsa. Medía más o menos 160 centímetros y siempre se caracterizó por sus estilismos de lo más exuberantes. Recuerdo a mi madre criticando este hecho sin cesar. La recuerdo siempre con falda y chaqueta, y una camiseta escotada que dejaba a la visión del tendido buena parte de sus generosas y maduras tetas. Sus piernas eran firmes para su edad, ya que visitaba con frecuencia el gimnasio, (siempre llevó una vida muy sedentaria pues mi abuelo, también doctor, cumplía todos sus caprichos) donde presumía de triunfar entre jubilados y demás usuarios por sus apretadas mallas. Mi abuela era una persona presumida y excesiva en sus usos y costumbres.

El caso es que la muerte de mi abuelo provocó que mi madre decidiera que la abuela, viniera a pasar una temporada a casa. Quién sabe si definitiva o no. El día que llegó cenamos los 5 juntos y todo fue bien, recordamos anécdotas del abuelo, y hasta mi hermana, normalmente bastante ausente, fría, chulesca y maleducada, sonrió en bastantes ocasiones.

El momento clave de esta historia fue de lo más ridículo y supongo que muchas de las historias incestuosas comenzaron de forma similar. Después de la cena me fui a mi habitación a chequear un poco mis redes sociales, alguna página de deportes, y cómo no, una cosa llevo a otra, y la media hora me la estaba pelando como un mono leyendo relatos eróticos. Llevaba ya un buen rato meneándomela, cerca de eyacular cuando alguien entro en mi habitación. Nadie lo hacía nunca y menos sin llamar. <> Pensé. Me la guarde lo más rápido que pude pero era obvio que quién quiera que estuviera a mi espalda me había cazado.

  • Perdona Pepe, no sabía que estabas… - Era mi abuela. Claro, quién sino iba a venir a mi habitación. Completamente sobresaltado intenté disimular como pude.

  • Nada abuela, estaba aquí, hablando con unos amigos por Internet. –Ya. Claro. Me fijé en que se había puesto un camisón. Vaya tetas tenía mi abuela. Bajo el camisón blanco y su sutil batita había un cuerpo aplastantemente sensual, acababa de estar a punto de eyacular, y ahora tenía delante de mí una viuda absolutamente follable. Nunca hasta ese momento había pensado en mi abuela de ese modo, pero tenía que seguir disimulando.

  • Dime abuela, ¿qué pasa? – Dije mientras seguía disimulando mi erección.

  • Nada cielo simplemente venía a desearte buenas noches, y agradeceros que estéis siendo tan buenos conmigo. Eres un sol – Se acercó a mi silla para darme un beso, y yo con mi calentura aproveché para restregar mi cara con la suya y poner mi mano en su suave costado. No me creo aún que mi polla no explotara en ese mismo momento.

Mi abuela se fue y yo me quedé pensativo. Supongo que ese fue el momento donde las dudas sobre lo que está bien y lo que está mal me embargaron, por ello os lo ahorro. Pese a todo, esa noche me metí en la cama, y manché las sabanas de leche pensando en mi abuela Pepa.

Los días siguientes pasaron de forma lógica. Cada vez que coincidía con mi abuela ya fuera en la cocina, por los pasillos, en la sala de estar viendo el telediario,… mi obsesión por mirarle a las tetas iba en aumento. Por casa no iba tan espectacular como en la calle, pero si gustaba de ponerse unas mallas grises que no dejaban nada de su espléndido culo, un poco gordo y caído por la edad, pero que muchas de 50 e incluso 40 firmarían. Por encima camisetas sin mangas y escote generosísimo, parecía que me quería joder la vieja. ¿Quería ella que mi dolor de huevos fuera en aumento, o qué?. Qué afortunado mi padre, pensaba yo, que no está en nunca en esta casa.

Hasta mi hermana Sara, un día, mientras cenábamos los tres en la cocina dijo:

  • Pero tío! ¿Quieres dejar de mirarle las tetas a la abuela? – Y sus carcajadas hicieron que mi cara subiera de temperatura y enrojeciera por momentos.

  • Pero qué dices imbécil

  • Bueno, bueno, basta. – Cortó mi abuela, mientras disimuladamente intentaba esconder, con escaso éxito, sus pechos. – Tienes la lengua muy suelta Sara.

  • Pero abuela! Si yo no he hecho nada.

Gracias a dios la conversación entre ellas fue girando hacia otros derroteros pero yo no podía pensar en otra cosa. Mis miradas eran demasiado evidentes y ahora mi abuela ya lo sabía, si es que antes no se había dado cuenta.

Pero la historia dio un paso más. Una noche, llegué a casa con un par de copas, a eso de la una de la madrugada y me dirigí a la sala de estar. Allí estaban mi hermana tumbada boca abajo con sus piernas cruzadas hacia arriba y en braguitas, algo que ya me turbó, viendo en la tele un programa de corazón, y mi abuela que se había quedado dormida sentada el otro sofá, con los brazos cruzados bajo sus tetas. Saludé a mi hermana y me senté junto a mi abuela.

No podía parar de mirar sus tetas y me moría de ganas por tocárselas. Estaba dormida y no se enteraría. Mi oportunidad surgió cuando mi hermanita se levantó y dijo:

  • Me voy a la cama, no se te ocurra mirarme el culo al irme – Dijo colocándose las braguitas. Y se largó.

Estaba excitadísimo, solo en la sala con mi abuela, con la única luz de la tele encendida. No pude resistirlo y me empecé a tocar la polla. Sólo la miraba, la tenía a menos de diez centímetros, pegada a mí, esas voluminosas tetas a mi merced. Estaba desatado y un poco envalentonado por las copas aparté con cuidado su elástica camiseta para intentar ver sus pezones. Necesitaba saber cómo eran pero topé con el sujetador. Caí en la cuenta de que ya estaba acariciando sus tetas y retrocedí con un ataque repentino de raciocinio.

Pero en ese estado no podía parar. Volví al ataque para liberar sus tetas del sujetador. Sus pezones rosados eran enormes, sus tetas debido a su volumen y madurez caían y yo los levantaba y aplastaba. Se me estaba yendo de las manos, me acerqué a su cuello y lo lamí suavemente cuando de repente…

  • Pero qué… ¿qué haces Pepe? – Se había despertado.

Tenía la polla al aire, y ella estaba con las tetas fuera, no había vuelta atrás.

  • ¿Qué significa esto, me lo puedes explicar?

  • Uf abuela, estás buenísima –

Y me lancé de nuevo a sus tetas. Ella se resistía pero no gritaba, consciente de que Sarita estaba en casa. Yo no reaccionaba y seguía restregando mis manos por sus tetas y mi boca por su cuello.

  • Basta, Pepe. – Me separó con fuerza. Y me separé, de repente, avergonzado. – Ya basta por Diós. – Se colocó su ropa ajustando la camiseta a sus tetas y mirándome como mira alguien muy sorprendido y decepcionado. Pero al verme retroceder cambió su actitud, me sonrió, miró a mi polla, que estaba durísima y señalándola, se agachó, la lamió suavemente y dijo: <>

La lamió de la punta hasta los huevos y volvió a subir, para metérsela en su boca. Así chupó toda mi polla y yo estaba agonizando de placer.

  • Vaya polla tienes Pepe. Pero avísame cuando te vayas a correr.

Y siguió chupando, yo me atreví a agarrarla por su pelo rubio teñido. No tardé en darme cuenta de que me iba a correr y así se lo hice saber, pero mi abuela esperó a lado de mi polla con la boca abierta y ahí solté, como latigazos de leche sobre su cara, toda mi lefa.

  • Y ahora a la cama cielo. – Me dijo sonriendo.

  • Abuela, quiero follarte, estas buenísima. – No pensaba conformarme sin follarme a mi abuela, verla desnuda, sentir como mi polla entraba en su coño, casi me estaba empalmando de nuevo.

  • No Pepe, tienes 18 años y estás borracho, no sabes lo que dices.

Finalmente cedí, y obedecí a mi abuela. La besé en la mejilla, rozando sus labios y palpé sus tetas por última vez.

  • Buenas noches abuelita.

Por esa noche, esto fue lo que pasó. Pero mi abuela, mis padres, Sarita y yo, tenemos una historia más profunda, una historia que no estoy seguro que remover sea bueno.