Pepe y Mario conocen a mi mujer
Entro a trabajar a una nueva empresa y mis dos compañeros están deseosos de conocer a mi mujer... y algo más. Lo que tendría que ser una simple relación laboral, se convierte en algo mucho más profundo...
Me llamo Carlos, tengo 39 años y os voy a explicar una historia que tuvo lugar cuando empecé en mi nuevo trabajo en junio de 2019. Nuevo trabajo y nueva ciudad. Mis padres empezaban a estar mayores y consideré que me tocaba volver a vivir cerca de ellos, después de estar viviendo casi 15 años en Valencia, así que regresé a Málaga. Amparo, mi mujer, como valenciana de pura cepa al principio le costó tener que marcharse de su ciudad, pero, al menos como prueba, aceptó el cambio, que al principio no. Fue fácil para ella. En Málaga yo conservaba algunos amigos de mi infancia, pero ella no conocía a nadie más que a mis primos y sus esposas, con quienes tampoco se puede decir que mantuviéramos una relación muy fluida.
Yo empecé a trabajar en una asesoría jurídica en el centro. Mi jefa, Pamela, tenía mi edad y su padre la había dejado a cargo de la empresa hacía tres años. Era muy seria, eficiente y muy profesional. Como compañeros de tenía a dos chicos: Pepe y Mario, y una chica, Vanesa, los tres eran más jóvenes que yo, rondaban la treintena. Me entendí muy bien con ellos desde el primer día, a pesar de que Pepe era un poco geta. Pero en la oficina se comportaban bien. Sin embargo, el primer día, salimos los cuatro trabajadores a tomarnos unas cañas “after-work” y Pepe, que no se cortó pidiendo comida, casi me ordenó que pagase la cuenta, que yo ya pensaba pagar, como novato, pero su actitud me molestó.
Fueron pasando los días y cada uno se fue situando en la oficina en su rol. Pamela, era una especie de diosa inaccesible que trataba con los principales clientes; Vanesa, la recepcionista, se pasaba el día esquivando las indirectas y bromas sexuales de Mario, aunque tampoco las frenaba; y Pepe, puede que el menos trabajador del grupo, se pasaba gran parte de la mañana enganchado a sus redes sociales, mientras yo me tenía que cargar con parte de su trabajo. Pero, la verdad, no me importaba. Mi trabajo me gusta y el ambiente de trabajo era bueno.
En el mes de julio, una vez se terminó la campaña del IRPF y otros impuestos, Pamela nos concedió libres las tardes de los jueves y los viernes. Así que empecé a poder ir a la playa con mi mujer, que, sola y aburrida, ya se las empezaba a conocer todas. Nuestra rutina era que ella se iba con su moto a una playa y yo me unía a ella, con mi moto cuando salía del trabajo. El primer jueves, me llevé la ropa de la playa en una mochila y me cambié en el baño de la oficina. Al salir, Pepe me dijo:
- ¿Anda, vaya pinta? ¿Dónde vas?
- Con mi mujer, a la playa.
- ¿A cuál vais? A una de Mijas.
- ¿A Playamarina?
- No sé cuál es.
- Una nudista- intervino Mario riendo.
- No, no…- aclaré- a la playa del Faro.
- Ah, muy bonita y muy tranquila- opinó Pepe.
Y me fui corriendo. Al ser una playa relativamente alejada, había muy poca gente. Amparo había traído una nevera de playa con bocatas de pan de molde y un montón de cervezas. Estaban de oferta en el súper, se justificó.
No me cansaba de mirar a mi mujer, que, a sus 35 años estaba espléndida. Debo reconocer que tenía un cuerpo de impacto y en la playa, me encantaba verla hacer topless. Sus pechos, sin ser gigantescos sí que eran bastante grandes, pero lo mejor es que seguían manteniendo muy firmes, como cuando la conocí con veintipocos. No había pasado por ningún embarazo, comía siempre moderadamente y practicaba el deporte justo como para dejarle una figura que en la playa nadie podía dejar de admirar, especialmente los hombres. Al principio me molestaban las miradas llenas de lascivia de otros hombres, pero pronto empecé a estar orgulloso de estar casado con una mujer tan atractiva, tan deseable, tan totalmente follable: y que era mía.
Pero aquel día en la playa tuve una sorpresa.
- Hombre, Carlitos, ¡qué casualidad! Y qué alegría.
Me incorporé y me chocó ver a Pepe y a Mario. Cómo que qué casualidad, pensé, si ya sabían que veníamos aquí. La verdad es que su presencia me molestó. Me incomodaba que conocieran a mi mujer que, sin embargo, se puso en pie de un salto, lo que provocó que sus tetas bambolearan ante las babosas miradas de mis compañeros de trabajo.
- ¿Quién es este pivón, Carlitos? ¿No nos vas a presentar?- intervino Mario.
- Soy Amparo, su mujer.
- Anda, Carlitos, qué cabrón, no nos habías dicho que tu parienta estaba a asó de cañón- respondió Pepe.
- Muy calladito se lo tenía el figura- remató Mario.
Para mi sorpresa, Amparo les invitó a sentarse con nosotros:
- Los bocadillos nos los hemos terminado, pero cervezas tenemos un montón, servíos.
En aquel momento, Mario y Pepe se despojaron de su ropa de calle. Pepe llevaba un bañador tipo pantaloncito, realmente discreto; pero Mario iba en calzoncillos. Y éstos no disimulaban lo enorme de su rabo que, aún dormido, podía llegar fácilmente a los 15cm, es decir, lo mismo que el mío erecto. No pude evitar descubrir como mi mujer le echaba una fugaz mirada y ponía los ojos como platos. Pero lo que más me incomodó fue que mientras Pepe se había estirado a mi lado, Mario se había estirado al lado de mi mujer y, encima, los dos charlaban animadamente, entre risas y cervezas.
Ya me empecé a poner nervioso cuando Mario sugirió que fuéramos al agua. Yo de inmediato dije que no, esperando que con ello, Amparo se quedaría conmigo, pero para mi sorpresa, aceptó. Pepe también se apuntó. Yo, cabreado, me negué a entrar en el agua, pero no les quité los ojos de encima. Sí que estuve a punto de entrar cuando, unos chicos que estaban jugando con un balón de voleibol, lo tiraron hacia donde estaban Amparo, Mario y Pepe. El balón lo cogió Pepe, pero lejos de devolvérselo a los chicos, se lo pasó a Amparo y, después, gritó:
- Mario, ¡quítale el balón! Amparo, ¡pásamelo!
Amparo obedeció, pero no pudo evitar que Mario se lanzase sobre ella, claramente a destiempo, lo que aprovechó para sobarle sus preciosas tetas. Los dos salieron del agua y Amparo se limitó a separarse de un empujón entre risas. Pepe devolvió el balón a sus dueños y Amparo se dispuso a salir del agua. Yo la esperaba en la orilla de pie, cabreadísimo.
- ¿Ese tío te ha sobado las tetas?
- No seas tonto, Carlos, joder. Estábamos jugando y se ha caído encima de mí. No pasa nada. Si son muy simpáticos. No me lo habías dicho.
Poco después salieron del agua, Pepe y Mario. La salida de Mario fue realmente épica, lo debo reconocer. Su cuerpo era atlético y los calzoncillos, pegados a su polla, que había tenido la malicia de ponerse de lado, provocaron que se girase media playa y que mi mujer no supiera disimular que se había quedado prácticamente hipnotizada mirándola. Algo que, sin duda, Mario captó.
Mi cabreo ya empezó a ser monumental cuando Pepe se fue a hablar con unos chicos que había detrás nuestro y les pidió las palas para jugar al tenis-playa. Cuando regresó, retó a mi mujer que, incomprensiblemente inocente, aceptó jugar. Evidentemente, fue un espectáculo verla jugar. Hasta los chicos de detrás nuestro se levantaron para ver las evoluciones tenísticas de mi esposa, cuyas tetorras bamboleaban de un lado al otro, haciendo babear a cuantos hombres había por el lugar. Ella parecía ajena a las miradas y se lo estaba pasando en grande. Mientras tanto, Mario, me sonreía desafiante, mientras se acariciaba el paquete. Estuve a punto de saltarle a la yugular. Pero precisamente en ese momento, en una de las jugadas, Amparo cayó al suelo, revolcándose en la arena, quedando como un cachopo. Con las manos empezó a quitarse la arena, también de los pechos. Mientras, entre risas, le empezó a quitar la arena por la espalda y, como no, del culo. Me sorprendió que Amparo no protestase. Mi mujer se había quedado como distraída mirando a Mario. Me levanté y le dije a Pepe que me tocaba jugar a mí. Al llegar a la altura de mi mujer, le cogí la pala y ella se metió en el agua. Me giré hacia la arena y vi lo que se había quedado observando: Mario había separado sus piernas y había dejado uno de sus huevos fuera del bañador. Su tamaño era extraordinario.
Con mi mujer ya en el agua, Pepe me dijo:
- Va, yo también estoy cansado de las palas- y me dio la suya. Me quedé mirándolo con cara de tonto mientras se metía en el agua detrás de mi mujer y, corriendo, saltaba tras ella para hacerle una ahogadilla.
Uno de los chicos del grupo de detrás nuestro se acercó a mí y me dijo que si quería jugar con él. Embobado por la escena acuática, en la que Pepe y mi mujer se revolcaban entre las olas, le devolví las palas al chaval y me quedé de pie mirándolos. Segundos después, los dos salían riendo del agua. Amparo pasó por mi lado, sin apenas mirarme, bromeando con Pepe:
- Claro, por que me has atacado desprevenida… Ya verás si te pillo yo despistado quien se va a reír…- y se volvió a estirar al lado de Mario, que no perdió detalle del cuerpo de mi esposa.
Pepe me ofreció otra lata de cerveza:
- Joder, Carlitos, no me lo pasaba tan bien en la playa desde hacía siglos. Tu mujer es muy maja. ¿Por qué la has tenido tanto tiempo escondida? Venga. Tío, anímate, que te veo muy depre. ¿No ves cómo se lo está pasando Amparo?
Le pegué un buen buche a la cerveza y me senté al lado de mi mujer, que se incorporó para beber de mi lata:
- Qué compis más simpáticos que tienes, cariño.
- ¿Te lo estás pasando bien?
- ¿No lo ves? Joder, no te ofendas, pero estaba harta de estar siempre sola o con tus padres, que son muy majos, eh. Pero es que me estaba aburriendo un poco aquí en Málaga.
¿Y si me estaba yo comiendo la olla por algo que realmente no estaba pasando? ¿Y si me habían entrado unos injustificables celos simplemente porque Pepe y Mario no me caían bien? ¿Y si los había prejuzgado y, en realidad, eran dos tipos majos?
Los cuatro nos echamos al sol, mientras seguimos vaciando la neverita de sus cervezas. Mario y Pepe entraron en el agua solo un par de veces, pero el resto ya no nos movimos hasta que, a eso de las siete de la tarde Mario anunció que se habían terminado las cervezas. Así que sugerí que era el momento de marcharnos a casa.
- ¿Cómo que a casa? ¡Si la fiesta acaba de empezar!- se quejó Pepe – Ahora mismo nos vamos a mi casa y nos tomamos unos gin tonics.
- Sí, buena idea- intervino Amparo.
- Pues, hala, todos pa Benalmádena, a casa de Pepe- sentenció Mario.
Mi mujer se guardó la parte de arriba del bikini en su mochila y se puso una camiseta blanca. Los demás, nos vestimos con la ropa que traíamos y los cuatro nos dirigimos hacia el aparcamiento de motos.
- Bueno- dije resignado- ¿nos dais la dirección y nos encontramos allí?
- Uy, nos tendréis que llevar vosotros en la moto, que hemos venido en bus desde Málaga- dijo Pepe- Y a mi urbanización no llega el transporte público.
¿Y cómo pensaban regresar?, pensé.
- Pero no tenemos cascos para vosotros… como nos pille la poli…
- No hay problema- zanjó Mario, colocándose al lado de mi mujer- os llevamos por los caminos de las urbanizaciones en lugar de por la carretera principal. No habrá ni policía ni atascos.
- Pues, hala, ¿quién se sube conmigo?- preguntó Amparo.
Y antes de que terminara la pregunta, Mario ya se había sentado en su moto. Durante el trayecto me volví a poner histérico. Solo al subirse a la moto, Mario pegó su cuerpo al de Amparo y la abrazó por la cintura, en lugar de utilizar los agarradores de la moto. Además, vi como mi mujer abría los ojos como platos al notar el cuerpo de Mario pegado al suyo… ¿qué le sorprendió: su cuerpo o le estaba empotrando su rabo? Pepe, que el muy cabrón era muy simpático cuando quería, me notó molesto y trató de destensar la situación hablándome de fútbol. Que un tío suyo era directivo del Málaga, que cuando empezara la Liga, me invitaría al palco cuando quisiera… Mamandurrias que trataban de distraerme de ver como Mario se refregaba contra mi mujer. Me puse paralelo a él para vigilarlo y, a cada socavón de los caminos por los que pasamos, alguno de tierra directamente, dejaba que una de sus manos se posara contra uno de los pechos de mi mujer.
- Perdona, Amparo, con los baches se me va la mano, y no te quiero apretar fuerte la cintura.
- No pasa nada, Mario- le respondió Amparo- Lo entiendo perfectamente. Pero ve con cuidado, que yo sé que es sin querer, pero mi marido esta un poco molesto.
Se pensarían que con el ruido de las motos no los oía, pero los pude escuchar claramente. Joder, Amparo, ¿cómo podía ser tan inocente?
Minutos después llegábamos a la casa de Pepe. Era una pequeña torre apareada, con un patio embaldosado por fuera, tres habitaciones y dos baños dentro y una piscina comunitaria. Entramos y Pepe nos ofreció que quien quisiera se podía duchar para quitarse el salitre. Amparo y yo dijimos que ya nos ducharíamos en nuestra casa (la idea era tomarnos un gin tonic y largarnos), Mario nos secundó. Así que mientras Pepe se encargaba de poner música y conectar el aire acondicionado, Mario sacó unos vasos tipo maceta y empezó a preparar las bebidas.
Amparo siempre había sido muy bailonga, así que empezó a bailar al ritmo de la música dance que empezó a salir de los altavoces. Yo siempre he sido de barra fija y disfrutaba viendo bailar a mi mujer con sus amigas… pero hoy no había amigas: solo estaban Pepe y Mario. Pepe se unió a mi mujer en la improvisada pista de baile, pero a una distancia más que prudencial. Me calmé. La escena me había distraído en ver lo que sucedía en la “barra”, Mario empezó a repartir gin tonics. Probé el mío y estaba cargadísimo:
- Joder, Mario, te has pasado, esto es una bomba- me quejé, en respuesta obtuve risas del resto de los asistentes.
- No seas nenaza, Carlos, que hemos venido a pasarlo bien- intervino Pepe.
- Sí está buenísimo, cariño- opinó Amparo, dándole un trago larguísimo.
Lo cierto es que estaba muy frío y, con el calor que llevábamos encima, entraba súper bien. Nos los terminamos mucho más rápido de lo que hubiera sido aconsejable. En el ambiente reinaban las risas y el buen rollo. De hecho, el alcohol hasta me animó a bailar al lado de mi mujer, sobre todo para marcar terreno.
Fue entonces cuando la fiesta se empezó a descontrolar. Mientras Mario repartía otra ronda de gin tonics, Pepe sacó una bolsita con pastillas. Delante de nosotros se tomó una y le alargó otra a Mario, que también se la tragó. Después se acercó a mí y a mi mujer y nos dio una a cada una.
- No, no, yo paso- dije. Pero Amparo se tomó la suya.
- Va, Carlos, hace siglos que no salimos. Desfasémos por un día, jodeeeeeeer!!!!
Al grito final de mi mujer lo respondió Pepe subiendo la música y él y Mario nos abrazaron y los cuatro empezamos a saltar, cantar y bailar. Después de un rato de bailoteo juntos, nos separamos y cada uno se fue a bailar por su lado. Me lo estaba pasando bien. Mario nos dio a Amparo y a mí otro gin tonic, pero la cabeza me empezó a dar vueltas y me tuve que sentar en el sofá. Los tres se quedaron en la pista de baile, mientras yo los miraba desde el sofá, con una sonrisa tonta en la cara y dándole largos tragos a mi gin tonic. Sentado parecía que se me pasaba el mareo, pero si me intentaba incorporar, todo me daba vueltas.
Amparo seguía bailando como una loca en la pista de baile. En uno de sus giros, chocó con la espalda de Pepe y el gin tonic se le derramó por la camiseta. Al ver lo ocurrido, ella se señaló las tetas, que se le marcaban perfectamente en la camiseta mojada. Con lo frío que estaban el gin tonic, los pezones se le habían puesto durísimos y se le marcaban perfectamente. A mí, joder, inexplicablemente, me dio un ataque de risa.
- ¡Miss Camiseta Mojada!- gritó Mario y se puso a bailar alrededor de ella pasando sus alrededor de su cuerpo sin llegar a tocarla. Risas generales.
De pronto, empezó a sonar un reggaetón. No es el tipo de música que acostumbremos a escuchar en casa, pero Amparo, para mi sorpresa, se empezó a marcar un twerking súper excitante. ¿Dónde coño lo había aprendido? De pronto, Mario se puso detrás de ella, la agarró por la cintura y empezaron a bailar cada vez más pegados. A esas alturas de la fiesta, ya no me importó. Nos lo estábamos pasando bien. Mario y Amparo, empezaron a moverse conjuntamente, totalmente pegados, mientras las manos de Mario empezaron a recorrer el cuerpo de mi mujer, llegando a agarrarle las tetas con todo descaro. A ella, lejos de importarle, echó la cabeza hacia atrás y Mario le empezó a besar al cuello. En ese momento, Amparo se separó de él, entre risas, y empezó a bailar con Pepe. Con él se pegaron cara a cara oyendo un ritmo caribeño y Mario se puso detrás de ella, haciendo un sandwich. Cuando terminó la canción, los tres se separaron y Mario exclamó:
- ¡Joder, Pepe, que calor hace!!!- y era cierto.
- El aire acondicionado da lo que da- se justificó Pepe.
El alcohol y las pastillas nos estaban haciendo sudar de lo lindo. Todos estábamos empapados.
- ¡¡¡¡Pues camiseta fuera!!!!!- exclamó Mario, sacándose la suya.
Pepe lo imitó… ¡y mi mujer también!!!! Cuando me iba a quejar, Mario me dio un vaso de chupito.
- No pongas esa cara- se defendió Amparo, totalmente desinhibida- si ya me han visto las tetas en la playa…
Resignado, me tomé el chupito, que me volvió a animar. Mario dejó una botella con un licor que no supe reconocer y del que seguí bebiendo sin control.
En la pista de baile estaban Mario con tan solo sus calzoncillos mojados y marcando su enorme paquete; Ampara con tan solo el tanguita de la playa; y, Pepe que al quitarse la camiseta mostró un torso musculado y lleno de tatuajes.
- Oye, el bañador me molesta, que vosotros vais más fresquitos- y Pepe se quitó el bañador.
Me quedé de piedra. Me parecía que ya se estaba pasando de la raya, pero era incapaz de moverme, era incapaz de articular palabra. Amparo, al ver la reacción de Pepe lanzó un yujuuu que me escandalizó. Pepe estaba bien dotado, llevaba el pubis depilado y movía su cintura de derecha a izquierda haciendo que su polla se moviera como un molinillo. Amparo aplaudía. De los altavoces salió otro reggaetón y Amparo empezó a bailar sensualmente ante Pepe, acercando sus manos provocativamente a su cuerpo, mientras que este arqueaba su cuerpo ofreciéndole descaradamente su polla, que Amparo no llegó a tocar, aunque no dejaba de mirar y admirar. Mario le pidió que repitiera el twerking y ella, obediente, empezó a mover el culo. Mario se pagó tras ella y los dos empezaron a bailar pegados. No perdió tiempo esta vez mi colega y sus manos empezaron a acariciar las caderas de mi mujer y fueron subiendo hasta alcanzar sus enormes tetas, de las que se volvió a apoderar ante la pasividad de Amparo. Es más, echó la cabeza para atrás y su boca se encontró con la de Mario y se empezaron a morrear. Y yo de espectador. Pero a aquellas alturas, lejos de indignarme… ¡¡¡me estaba excitando!!!! Se me estaba poniendo dura.
¡¡¡Pero la polla que estaba verdaderamente dura era la Mario!!!! De sus calzoncillos salía un tronco que debería llegar fácilmente a los 25 cm. Era un pollón de actor porno, por Dios. Y lo mantenía pegado al culo de mi mujer… hasta que ésta se dio media vuelta y empezaron a morrearse y sobarse mutuamente. Una de las manos de mi mujer agarró aquella tremenda tranca y la empezó a pajear. Pepe los miraba desde el otro extremo de la pista de baile y también se estaba masturbando. Mario empujó los hombros de mi mujer hacia abajo hasta dejarla de rodillas, se quitó los calzoncillos y Amparo le empezó a chupar su polla. Yo estaba tan caliente que me saqué mi polla (con diferencia la más pequeña de las tres) y también me empecé a pajear. Amparo me miró y sonrió, mientras lamía golosamente aquel tronco que era imposible que le cupiera entero en la boca. Tras un buen rato comiéndole el rabo, Mario la estiró sobre el suelo, le quitó el tanga y, separándole las piernas, le empezó a comer el coño. No sé que le haría, que Amparo empezó a gritar como una loca. Conmigo nunca se dejaba ir de esa manera… lo que me ponía aún más cachondo.
Pepe aprovecho para sentarse sobre ella y Amparo le empezó a hacer una cubana con sus tetazas, mientras le chupaba aquel tremendo glande. minutos después, Mario se incorporó y acercó su polla a la raja de mi mujer que, ni que decir tiene, estaba chorreando. Amparo apartó a Pepe encima suyo, que se quedó a su lado, pero de cara a mí. Amparo ni me miraba. Mario la empezó a penetrar.
- Despacio, despacio, que esta es mucho más grande que la de mi marido- tuvo la desfachatez de comentar, aunque aquello aumentó mi excitación.
Mario obedeció y empezó a arquear su cuerpo y a gritar de placer. En unos segundos, Mario había conseguido meterle todo su pollón dentro y se la estaba follando despacio, lo que aprovechó Pepe para meterle su polla en la boca, mientras lo pajeaba. Pepe me miraba sonriente y yo, estúpidamente, le devolví la sonrisa mientras me zurraba la polla viendo como aquellos dos se follaban a mi mujer. De pronto, el ritmo de follada de Mario empezó a acelerarse. Su largo tronco entraba y salía del interior de mi mujer, que no dejaba de gritar. Se había tenido que sacar la polla de Pepe de su boca, así que este empezó a acariciar su clítoris, lo que provocó que en pocos segundos, Amparo se corriera como una loca, gritando, temblando y convulsionándose en el suelo como poseída.
- Ahora me toca a mí- anunció Pepe, que tras dejar descansar a Amparo unos segundos, la colocó a cuatro patas y le empezó a taladrar su coño desde detrás.
La polla de Pepe no era tan larga como la de Mario, pero su glande era descomunal, lo que provocó un chillido de mi mujer. Mario se colocó delante de ella, de rodillas, y ella se tragó lo que pudo de aquel pollón. Mi mujer estaba disfrutando tanto que a veces parecía que se fuera a desmayar. Ya no sonaba música, solo se oían los gemidos de Pepe y Mario y los gritos de mi mujer.
- Joder, me voy a correr, este coño es una maravilla- gritó Pepe, que sacó la polla del interior de mi mujer. Y mirándome a mí, me dijo: lo tienes casi nuevo, chaval, se nota que lo usas poco.
Aquel comentario humillante me excitó y, al ver que Mario se estiraba en el suelo y Amparo se sentaba sobre ella hizo que me corriera como un tonto. Chorros de leche empezaron a salirme de la polla. Mis gemidos llamaron la atención de mi mujer que se limitó a sonreírme, mientras su coño volvía a engullirse el pollón de Mario. Mientras Amparo saltaba a lo cowgirl dejando que sus tetas nos hipnotizaran, Pepe trajo una botella de agua helada y le echó un buen trago. Nuevos gritos de mi mujer, que se volvía a correr con el pollón de Mario y que provocaron que se cayese desplomada sobre su torso, pero con su polla aún dentro de ella. Amparo estaba reventada y ya no se podía mover. Aprovechando la situación, Pepe se situó detrás de ella y, aún con la polla de Mario dentro, le empezó a lamer el culo.
Amparo se giró y alargó la mano, como temiéndose lo que iba a llegar, pero, incapaz de articular palabra, me miró. En mí solo vio a un hombre con el rabo nuevamente erecto viendo como dos cabrones se follaban a su mujer. Segundos después, Pepe acercaba su descomunal glande al ano de mi mujer que, resignada, empezó a arquear su cuerpo, como para facilitar la entrada de la polla de Pepe en su culo. La entrada del glande pareció reactivar a mi mujer, que volvió a mover sus caderas, empezando a acompasar su ritmo con los de Mario y Pepe cuya doble penetración estaba elevando a mi mujer al cielo. Me volví a correr viendo a mi mujer gritar con aquellos pollones taladrándola sin piedad, mientras ella se corría por tercera vez. Pepe también sacó su polla del culo de mi mujer, que se estiró sobre el suelo. Estaba destrozada. Apenas se podía mover. Pepe y Mario también estaban al límite, así que pusieron sus pollas cerca de la cara de mi mujer y uno de ellos le preguntó donde quería que se corrieran. Lo único que pudo hacer Amparo fue alargar sus manos hasta acariciarle los huevos de mis amigos que se empezaron a pajear en su cara hasta que la llenaron de su leche. Si la corrida de Mario fue brutal, la de Pepe ya se salía de los cánones. Los tres exhaustos, se quedaron estirados en el suelo. Yo tampoco me podía mover. Al cabo de un rato, Mario se levantó y desapareció en dirección al piso de arriba. Oí que se duchaba. Pepe se incorporó y le preguntó a Amparo si se quería duchar. Como pudo, mi mujer se incorporó e intento levantarse. Pepe la ayudó y los chorros de leche le empezaron a caer sobre las tetas. Al intentar hablar, también le salió algo de semen de su boca. Se había tragado un montón. Con sus dos agujeros destrozados, apenas podía andar y Pepe la acompañó al piso de arriba. Donde se ducharon juntos en la habitación de Pepe.
A mí me empezó a dar el bajón y a ser consciente de lo que había ocurrido. Me entraron unas irrefrenables ganas de vomitar y salí disparado a un pequeño aseo situado en la planta baja. Minutos después bajo mi mujer. Llevaba puesta una camiseta que le había prestado Pepe. Una vez abajo, aún cojeando, se puso el tanquita. En ese estado no podíamos coger la moto, pero tampoco podíamos quedarnos allí más tiempo. Mario se ofreció a llamarnos un taxi. Él y Pepe permanecían tranquilos, sonrientes, como si nada hubiera pasado; mientras que a Amparo y a mí nos inundaba un sentimiento de vergüenza y culpabilidad. La espera del taxi se hizo eterna y aún más la llegada a casa. No nos atrevíamos ni a hablarnos ni a mirarnos. Qué nos había pasado…
La mañana siguiente sentí que una estampida de búfalos corría sobre mi cabeza. Pamela, mi jefa, me dijo que me quedase en casa a descansar, que por un día se apañaban sin mí. Amparo no se despertó hasta el mediodía y fue para no parar de llorar. Se sentía fatal. Nos abrazamos, nos pedimos perdón y nos perdonamos. Y en dos viajes fui a recoger las motos que me había dejado aparcadas en casa de Pepe. Fueron pasando los días y, si bien no olvidamos aquel episodio, sí que lo obviamos. Pepe y Mario se volvieron mucho más amables conmigo en la oficina y de vez en cuando me pedían repetir la fiestecilla, que todos lo habíamos disfrutado mucho. Vanesa, la recepcionista, dijo que también se apuntaba a la próxima… si ella supiera…
A mediados de julio, Mario tomó vacaciones. Y me fui haciendo más amigo de Pepe, que se dedicó a sacarle hierro al asunto de la fiesta. En esos días tomamos cierta confianza. Mientras tanto, mi mujer me iba llamando de vez en cuando y quedábamos en la playa… pero sin mis amigos. Sin embargo, un día me sorprendió que me llamase desde Playamarina, la playa nudista. Cuando llegué, me topé con una sorpresa: al lado de mi mujer estaba Mario y los dos en pelotas. Amparo se levantó a saludarme y su aliento olía indisimuladamente a semen y su cuerpo a haber follado. Detrás de mí, apareció Pepe:
- Hombre, ¿hoy has llamado a tu marido?- exclamó mi amigo.
Lo que pasó a partir de ese momento, os lo podréis imaginar. Desde entonces, he tenido que aprender a compartir a mi mujer.