Pepe en Bilbao

Parecerá raro, mi primera vez con más de 50 años.

Hacía poco tiempo que me había mudado al País Vasco, mi mujer había encontrado un buen trabajo allí. Ella es informática y encontró un puesto con un supersueldo, tanto que casi podríamos prescindir de mi salario de fontanero. Pero aunque sólo sea por entretenimiento no pienso dejar de trabajar, y menos después de lo que me pasó ayer.

Antes de contároslo debo explicar que yo no soy, ni mucho menos, un homosexual como los del estereotipo televisivo. A mis cincuenta y pocos años soy más bien un macho hispano de los de toda la vida, alto, fuerte, ancho, con más kilos de la cuenta pero bien repartidos (sin barriga prominente), moreno, con pelo corto y bigote de guardia civil. No tengo para nada pinta de maricón, y menos aún cuando trabajo. Vestido con mis pantalones azul mecánico y con mi camisa azul claro etreabierta, tras la que asoma una camiseta de tirantes blanca contra la que contrasta la mata de pelo negro rizado de mi pecho, tengo mas bien pinta de piropear a toda muchacha que se cruza en mi camino, que de que se me vayan los ojos hacia otros machos. Si además me viesen en ropa interior, con mis calzoncillos “braslip” de toda la vida, que pasaron de moda hace 40 años, nadie se imaginaría lo mucho que me atraen los bultos de los hombres que son así como yo.

Sin embargo nunca, hasta ayer, había ni siquiera rozado uno de esos bultos. Mi vida sexual "heterosexual" es completamente satisfactoria, no tiene ninguna pega, pero me ha faltado siempre una mitad. De más joven estaba más resignado a renunciar a esa mitad, pero con los años he ido bajando la guardia, hasta que ayer cayó del todo.

Ayer la empresa me envió a arreglar un problema de un cuarto de baño en un edificio de estos de gente rica, con pisos amplios y luminosos. El portero me dió las instrucciones precisas y encontré el piso sin dificultad. Cuando toqué el timbre me sorprendió lo rápido que abrieron la puerta, el hombre debía de pasar en ese mismo momento por el pasillo justo detrás de la puerta. Asomó la cara un hombre canoso, de unos 60 años, con bigote también canoso, en camiseta de tirantes, que me miraba inquisitivamente y sorprendido de la visita, pero antes de que pudiese decir nada reaccionó.

  • Joder, ¡se me había olvidado!, ¿el fontanero, verdad?
  • A su servicio -respondí jocoso.

Se le veía un poco dudoso, en tensión.

  • Mire..., ¿le importaría esperar...? Es que... Bueno, mire..., pase adentro -dijo entrecortadamente, nervioso.
  • Es que me ha cogido en paños menores -añadió al tiempo que abría más la puerta pero manteniéndose siempre oculto tras ella.

Luego cerró la puerta y quedó ante mí, a menos de un metro, un hombre de ensueño. Ahora el nervioso era yo, empecé a sudar mientras él continuaba con su perorata disculpándose por haberme recibido casi desnudo. Yo luchaba mientras por seguir su conversación mirándole a la cara, sin que notase que mis ojos forcejeaban por bajar la mirada hacia sus calzoncillos beig. Apenas podía escuchar lo que decía, su pequeña disertación sobre lo maleducado que estaba siendo, estaba casi temblando. Pero recuperé el sentido justo a tiempo.

  • ¡No, No! -respondí casi gritando cuando aseguró que ahora mismo iba a vestirse mientras yo inspeccionaba el grifo de la bañera.

Me miró sorprendido, parecía dudar si mi negativa tan firme era a inspeccionar el grifo o a que se vistiese.

  • Quiero decir que no se moleste por mí -añadí tratando de aparentar sosiego-. De ninguna manera tiene que vestirse -dije con firmeza-, está usted en su casa y con el calor que hace, cuanta menos ropa encima mejor.
  • Sí, hace calor, pero la educación es lo primero -respondió serio.
  • De verdad que no se preocupe, si hubiese venido una fontanera jovencita, una rubia pechugona, a lo mejor tendría que preocuparse por si se le lanzaba encima. De verdad que a mi no me molesta. Si yo estuviese en mi casa estaría exactamente igual -añadí con mala idea.

No supe interpretar la cara con la que respondió a mi último comentario, una cara seria, inexpresiva. Yo hubiese deseado que me invitase a quitarme la ropa ya que estaba acalorado, y quedarme como él en calzoncillos y camiseta, pero eso no pasó. ¿Habría captado mis malas intenciones de mariconazo? ¿Lo comentaría luego en plan chiste con la gente de mi empresa? ¿Harían chistes luego todos a mis espaldas? Joder!, me dije, concéntrate en el trabajo, Pepe, y déjate de mariconadas.

  • Vamos a ver el grifo -dijo él secamente y muy serio, pero sin insistir en vestirse, por lo menos de momento.

Lo seguí por el pasillo, disfrutando por fin de poder inspeccionar a gusto aquel cuerpo tremendo, ese pelo corto rebelde, ondulado, esas espaldas anchas, aunque no tanto como las mías, esa camiseta de un color blanco brillante (su mujer debía de usar detergente de marca), que desaparecía en el interior de unos calzoncillos beig clásicos similares a los que yo uso, quizás marca abanderado, de los que tienen abertura delantera pa mear, y por los que es posible posible que asomase al menos algún pelillo (antes no me había atrevido a inspeccionar). Que pena que el pasillo no fuese más largo.

Mi reacción cuando entré al cuarto de baño fue totalmente genuina, sin segundas intenciones

  • Joder!!!, esto si va a ser una putada.
  • ¿El qué? -preguntó sorprendido.
  • Ese tipo de mampara de baño, hace poco tuve unas diferencias de opinión con una de esas, es que no son lo mejor para trabajar.

Era verdad, era una de esas mamparas de cristal fijas que solo cubren la parte más cercana al grifo. No pueden moverse de sitio, ni son fáciles de desmontar y montar de nuevo, de manera que te obligan a trabajar desde dentro de la bañara en el hueco estrecho que queda. Le expliqué que el problema era también psicológico, me ponen de mal humor los espacios estrechos para trabajar, sin sitio donde soltar la herramienta, pero que en fin, el trabajo era el trabajo y habría que meterle mano.

Ponía cara como de sentirse culpable, si lo hubiese dicho para justificar el montante de la factura que le iba a entregar dentro de un rato el resultado estaría siendo el esperado. Pero no, estaba siendo sincero, los espacios estrechos me ponen de lo más nervioso.

  • Y sin contar el calor que hace, y que la bañera está empapada -añadí ya casi con remordimiento-. La voy a hacer una porquería con las botas.
  • La seco en un momento, tranquilo -respondió solícito-, aunque no servirá de mucho porque hay un escape.

Miré con más detenimiento y efectivamente un leve chorro de agua brotaba del grifo como un diminuto aspersor.

  • Vaya, pues ni te molestes, si se mojará otra vez, y más  cuando desmonte el grifo. Mira, me voy a quitar los zapatos y los calcetines, y me voy a remangar un poco los pantalones, así además no me los mojo, al menos no mucho, porque tienes un aspersor en el grifo. Menos mal que hace calor.

Se quedó callado, mientras yo me quitaba zapatos y calcetines. Yo había hecho mi último comentario deseando que me invitase a quitarme la ropa, tratando que mis palabras pareciesen los más “heterosexual” posible. Pero en fin, no era cuestión de insistir más, ya estaba bien de mariconadas. Ya había tenido bastante suerte hoy con poder disfrutar de la vista que tenía enfrente, este hombretón semidesnudo.

  • Hombre -comentó cuando ya me estaba remangando la pernera del pantalón-, también te puedes quitar la camisa si no te la quieres mojar, seguro que en un día como hoy frío no te va a dar.
  • Cierto -contesté al tiempo que veloz como el rayo desabrochaba ya el primer botón de mi camisa azul clara- seguro que frio no voy a pasar.

Empleé el tono más neutro de que fuí capaz, tratando de disimular mi entusiasmo por quitarme más ropa. No le di tiempo casi ni de acabar la frase (Dios mío, ¿se habrá notado mi prisa?) para que mis manos olvidasen la pernera a medio remangar y empezasen a quitarme la camisa.

  • De hecho -continuó- si no te quieres mojar los pantalones también te los puedes quitar, por mi no te preocupes, al fin y al cabo yo estoy en calzoncillos.

Me tuvo que notar que cambiaba de color, esto no podía ser verdad, no podía estar pasandome a mi. Me estaban incitando a hacer de fontanero en calzoncillos. ¿Me querría follar este tío? No, no podía ser, se habría mostrado menos estrecho al principio. Más bien yo le habría inspirado confianza, y estaría poniendo en práctica la simple camaradería entre dos machos heterosexuales.

  • Pe..., pe..., pero. No, qué va -dije metiendo la pata inicialmente, casi temblándome la voz, sintiéndome aturdido-, no, que a lo mejor llega la familia y...
  • Ah, no te preocupes por eso, esta semana estoy de Rodríguez, mi mujer y mi hija van a estar en Madrid hasta el fin de seman.

E insistía el tío. Bueno, pues habrá que hacerle el gusto pensé.

  • En ese caso, la verdad es que voy a estar mejor ahí dentro sin los pantalones, contesté sonriente.

Inmediatamente acabé de quitarme la camisa y él alargó la mano para cogerla. La sostuvo en la mano a medio metro de mí, mientras observaba cómo yo me quitaba los pantalones. Nunca antes me había sentido tan sexy, incluso me llegué a empalmar un poco. Sentía como mi interlocutor me miraba mientras yo, como a cámara lenta, desabrochaba el cinturón, luego el botón, bajaba la cremallera y me bajaba los pantalones. Como me hubiese gustado que me violase en ese mismo instante. Sentía, más bien imaginaba, que me devoraba con la mirada, que me arrancaba con los ojos la poca ropa que me quedaba, mi camisilla ya sudada y mis calzoncillos anticuados. Tomó de mi mano los pantalones y los colocó con cuidado encima de la cisterna.

Yo me sentía estupendamente, eufórico. Estaba allí en ese cuarto da baño, de fontanero, practicamente desnudo con otro caballero en la misma situación. Era improbable que la situación fuese más allá, pero lo que tenía hasta el momento me estaba sentando estupendamente. Era lo más cerca del sexo homosexual que había estado en mi vida de maricón reprimido.

Entré en la bañera contento y feliz, canturreando.

  • Vamos a ver que tenemos aquí -dije palpando el grifo viejo que goteaba.
  • Pues un grifo que hay que cambiar por este -contestó él enseñándome el nuevo.

También parecía feliz. Sonreía abiertamente y bromeaba sobre el trabajo. Su expresión fría y a la defensiva en nuestro encuentro inicial había desaparecido totalmente, supongo que el hecho de que lo sorpendiese en calzoncillos, y mis inoportunos comentarios al llegar, habían creado una situación tensa para un heterosexual como él. En fin, yo no lo iba a violar ni nada.

Cuando fue a cerrar la llave de paso en la cocina volvió con un par de cervezas frías que nos sirvieron para calmar la sed y, en mi caso al menos, aumentar mi euforia. Silbaba mientras manipulaba la llave inglesa y canturreaba arrodillado en la bañera al tiempo que trataba de encajar el grifo nuevo. Me imaginaba a mi macho, que observaba mi trabajo desde atrás, tocandose el paquete mientras soñaba con bajarme los calzoncillos y violar el culo que ahora mostraba empinado. Estaba claro que seguramente lo único que le interesaba es que yo hiciera bien mi trabajo, pero encendía mi imaginación pensar que pudiese estar interesado en otra cosa.

Una vez el grifo estaba colocado, solo faltaba asir a la pared una de esas barras verticales que permiten regular la altura del chorro de agua en la ducha. Esto me planteó un problema, iba a ser difícil sostener la barra y marcar la posición de los agujeros yo solito, y no me parecía muy adecuado pedir que me ayudasen porque podría ser malinterpretado y enfadar a mi hombre de nuevo. Es que en la estrechez de la bañera una ayuda requeriría cierto contacto físico, y estaba claro que él no estaba por la labor. Mi primer intento de hacerlo sólo fue un desastre, costaba sostener la barra con una mano sola y para cuando estaba marcando los últimos agujeros ya se me había movido. Los borré todos, maldecí, y lo intenté una segunda vez con el mismo resultado.

  • ¿Te puedo ayudar? -preguntó por fin.
  • Mejor sí, yo sólo va ser dificil. Sólo tienes que sostener el soporte quieto mientras yo marco la posición de los tornillos.

Mientras él entraba en la ducha yo me arrimaba más a la pared para hacerle sitio, de manera que pudiese ayudarme sin contacto entre nosotros, es decir sin mariconadas. Si estiraba los brazos podría sostener el soporte sin ni siquiera rozarme. Pero sorprendentemente él no pareció tan preocupado como yo por ese asunto, notaba el calor de su cuerpo cuando me rozaba aquí o alla, sentía su respiración tan cerca..., olía su cuerpo recién bañado. Traté de concentrarme en marcar los agujeros rápidamente, no quería dejarme llevar y tener una erección incontrolable, dificil de disimular en calzoncillos. Cuando acabamos retiró el soporte pero se quedó en la bañera, joder, se ve que estaba dispuesto a hacerme perder el control. El me alcanzó el taladro, luego los tacos, y se ofreció a sostener de nuevo el soporte a la pared mientras yo lo atornillaba. Esta vez yo no podía pegarme tanto a la pared al atornillar, y el pareció moverse más hacia el frente, así que, joder, joder, lo tenía pegado como una lapa. Yo me movía al girar el destornillador rítmicamente, sin poder hacer otra cosa que empinar mi culo hacia atras para hacer fuerza, y en vez de separase, él presionaba al mismo ritmo su pelvis hacia delante. Yo ya estaba totalmente empalmado, mi polla habia formado una buena tienda de campaña en mis calzoncillos anticuados, y sentía su bulto presionando entre mis nalgas. Todo estaba claro ya, no había dudas, había llegado por fin el día en que iba a perder mi virginidad, pensé eufórico. Apretaba los tornillos cada vez más rápido, más fuerte, mientras él, que ya no sostenía el soporte, me rodeaba con sus brazos y se apretaba fuerte contra mi espalda, empujando rítmicamente su pelvis contra mi culo.

Yo temblaba cuando acabé el trabajo, supongo que asustado de mi primera vez, desde luego esto no era normal para un hombre de mi edad.

  • ¿Estás nervioso? -preguntó.
  • No sabes cuanto, pero también estoy disfrutando.
  • Date la vuelta.

Me giré y me encontré con la cara sonriente, cómplice, de mi amante, y me abracé con él, temblando y jadeando. Sentirme tan cerca de este macho maduro, oler su cuerpo, besar su cuello, me transportaba al nirvana. Me sentía flotando, como borracho, no quería separarme nunca de este cuerpo. Me sentía seguro rodeado por los brazos de este hombretón, y me sentía caliente como hacía mucho tiempo que no estaba. Agarraba sus nalgas con una mano y su espalda con la otra y me apretaba contra él con todas mis fuerzas. Empujaba mi polla contra la suya como si quisiera taladrarlo a él también. Deseaba abandonarme, dejarme hacer, quería hacer feliz a este hombre, y serlo yo también de paso. Se separó un poco, me miró a los ojos sonriendo y me beso suavemente en los labios. Yo respondí abriendo la boca y besándolo como un poseso, metiendo mi lengua al encuentro de la suya, para que jugasen juntas. No podía controlarme, seguía temblando al tiempo que apretaba su cuerpo contra el mío y su lengua contra la mía. Mi pelvis y la suya apretaban al unísono una contra la otra, y las pollas todavía encerradas forcejeaban haciéndose sitio entre los dos cuerpos.

Sentí como su mano se movía hacia delante y abría el grifo, y sentí el agua fría en mis pies descalzos, pero era como una realidad remota, nada existía aparte del cuerpo que me rodeaba con sus brazos. Sin embargo, cuando desvió el agua, ya caliente, hacia la parte alta de la ducha y sentí el chorro de agua en mi cabeza y mis hombros me preocupé.

  • ¿Estas loco? -dije cariñosamente-. ¿Cómo le voy a explicar a mi mujer que me empape sólo la ropa interior?
  • No te preocupes, tengo secadora, luego la secamos. No te podía dejar marchar sin saber si habías hecho bien tu trabajo -dijo sonriente.
  • Joder, ¿y si viene alguien?
  • Tranquilo, ya te dije que mi mujer y mi hija están de viaje. Nadie más tiene llave, relájate y disfruta del resultado de un trabajo bien hecho, por un fontanero como hay pocos.

Ya para entonces estábamos los dos empapados de reconfortante agua tibia. Olvidé mis temores y reanudé la exploración del cuerpo de mi macho, pasaba ahora mis manos por su espalda y por su pecho, a los que la camiseta ahora mojada se adhería firmemente. Notaba cada rugosidad de su pecho a través del algodón, sus tetillas duras, la pelambre tupida que subía y bajaba rítmicamente con cada acometida de su pelvis contra la mía.

Noté entonces un extraño movimiento en su entrepierna, y al bajar los ojos pude ver que su polla había logrado por fin liberarse del encierro de sus calzoncillos, encontrando camino a través de la abertura lateral. Me invadió una extraña sensación de júbilo y emoción, era la primera polla empalmada que veía en vivo desde hacía una eternidad, y era una polla hermosa, no demasiado grande ni gorda, pero bien formada, con una cabeza que delataba bien su forma bajo un prepucio largo, que la cubría casi en su totalidad y dejaba asomar un minúsculo trozo de glande sonrosado. Se me aflojaron las piernas y caí arrodillado ante aquella obra de arte de la naturaleza. Tenía un aspecto espléndido, tiesa, bien dura, apuntando ligeramente hacia arriba, marcando con ligeros movimientos ascendentes los latidos acelerados del corazón de mi macho, brillando con el agua que caía de la ducha.

Nunca antes había mamado polla alguna, pero me lancé hacia ella a pecho descubierto, sin contemplaciones, loco como estaba por sentirla dentro. Abrí la boca y me la tragué entera, de golpe hasta la garganta. Había leído al respecto y sabía que tragarse una polla entera requiere entrenamiento, pero tal era mi ansia de disfrutar de aquella verga que olvidé las contemplaciones. En otra situación, tamaño artefacto en mi garganta hubiese acabado en desastre, pero este macho me tenía como drogado, anestesiado, las molestias del falo no eran nada en comparación con el placer que me invadía, que no era sólo físico. Era como una liberación, como culminar el proyecto vital. Después de toda una vida soñándolo, se estaba haciendo realidad. Deje escapar unas lágrimas de emoción, que se fundieron con el agua de la ducha haciéndose imperceptibles. Mis labios se abrían y cerraban contra la base del miembro, rozando el vello púbico de mi amante, el cual me hacía cosquillas en la nariz. Cuando no pude aguantar más la respiración retocedí un poco, y seguí jugueteando con mi lengua y su glande durante unos minutos, hasta que mi macho, que durante todo el tiempo había estado acariciando mi cabeza, me hizo saber que quería otra vez ir más adentro. Tiró de mi cabeza y empujo con su pelvis, lentamente primero, y luego con fuerza. Durante más de medio minuto la retuve dentro, sin respirar y sin moverme, sintiendo el latir del corazón del dueño de aquel miembro pulsante que sentía en mi garganta. Mi propia polla estaba dura como el acero. Lentamente retiré la cabeza y me aplique a trabajar con la lengua la cabeza de aquella polla dura, frenéticamente, y luego a meterla y sacarla de mi boca, apretando mis labios contra el glande, con el mismo frenesí.

  • Espera -me dijo cariñosamente-, todavía no quiero correrme, levántate, quiero irme contigo a la cama.

Lo miré sonriente y él me devolvió la sonrisa cómplice.

  • Pero primero te voy a dejar bien limpito -dijo a tiempo que tomaba un poco de champú y lo ponía en mi cabeza.

Yo simplemente lo imité, siguiendo todos sus pasos. Primero champú en la cabeza, luego nos quitamos mutuamente la camiseta y nos pusimos gel por todo el pecho y la espalda, disfrutando yo de un precioso pecho peludo tapizado de una espesa mata de pelo entrecano. Luego nos bajamos simultáneamente los calzoncillos y restregamos bien con gel nuestras pantorrillas, nuestros muslos, y finalmente nuestras partes pudendas. A juzgar por el tiempo que dedicamos a limpiarnos nuestros anos, nuestros huevos y nuestras pollas, debieron quedar que deslumbraban de brillantes.

Finalmente, luego de media hora abierto, mi amante cerró el grifo y procedimos a secarnos, esta vez cada uno el cuerpo propio, para variar. Y durante unos minutos la conversación se fue hacia la fontanería, en la que se alabó mis virtudes fonteneriles (el grifo ya no perdía nada de agua), aparte de otras muchas virtudes innombrables. Bromeamos y reímos, casi a carcajadas, sobre mis habilidades, y para cuando estábamos secos ya nuestras pollas habían perdido la presión, que pronto recuperarían.

Me cogió de la mano y me llevó al dormitorio. La imagen de los dos desnudos, recorriendo el pasillo luminoso cogidos de la mano como dos enamorados es una imagen que nunca olvidaré. Me sentó en la cama y se situó frente a mi con las piernas bien abiertas y la polla, de nuevo estaba empezando a empalmarse, a la altura de mi boca. Repetimos todo el ritual de la bañera, punto por punto, pero esta vez además hubo tiempo para lamersela entera por el exterior, y para chuparle sus huevos peludo, uno a uno primero, luego ambos a la vez. Luego se dio la vuelta ofreciéndome el culo, y enterré mi cara entre sus nalgas carnosas y peludas. Separé ambas con las manos, tratando se hacer sitio para que mi lengua alcanzace su negro agujero, pero era muy dificil en esta posición. Haciéndose cargo de mi deseo, me pidió que me tendiese en la cama boca arriba para luego él, como si fuese la cosa más natural de mundo, subirse andando a la cama y sentarse justo sobre mi cara, con su ano a la altura de boca. Me volví como loco, lamía y saboreaba la entrada de su peludo agujero como un loco, e introducía mi lengua en su interior tanto como podía. Él mientras tanto se hacía una paja antológica, jadeando y gimiendo con las caricias de mi lengua, a lo que yo respondí haciéndome también la paja mejor que puedo recordar. La excitación iba en crescendo, llegué a preocuparme por si los vecinos podrían oír sus gemidos y el ruido de la cama. No podrían oir mis gemidos, desde luego, pues mi boca estaba ocupada. Finalmente llegamos al climax, al unísono, y los chorros de semen se encontraron en mi pecho, embadurnándome entero de ese líquido caliente y pasoto. Se levando y se acostó a mi lado, lo que aproveché para volver a chuparle la polla y tragar los últimos residuos de aquel efluvio maravilloso de mi macho.

Cuando nos levantamos apenas cruzamos palabras. Fuimos al baño y él se ocupó de secar mi ropa interior en lo que yo acababa el trabajo y me duchaba de nuevo. Aunque insistí en no cobrarle (ya pondría alguna excusa a la empresa) no hubo manera. Se despidió de mí en la puerta, aún desnudo, con un beso en la boca que supo a gloria. No quedamos en vernos de nuevo, pero intercambiamos nuestros email. ¿Quién sabe? Quizá pueda pronto subir al cielo de nuevo.