Pensamientos Pecaminosos. Capitulo 7.

La historia se centra en la vida de un sacerdote católico y su constante lucha entre sus deseos terrenales y sus obligaciones morales. Los cuales se intensifican notablemente durante la aparición de un joven llamado David. ¿Podrá el sacerdote hacer frente a esta situación? o ¿El deseo lo consumirá?

Capitulo 7

Encuentro final

Todo siguió su curso y sus vidas cambiaron por completo. Los meses se hicieron años, cinco, en realidad. Mientras que al otro lado David, continuaba con su matrimonio, decidido, hacer feliz a su esposa ya que esta era una mujer maravillosa y honesta que se preocupaba por él y no merecía la humillación de ser una desdichada. Cerca de sus cuarenticinco y convertido en toda una autoridad del eclesiástico, Nicolás cumplía con todas las responsabilidades designadas. Pero un giro del destino, como tratando de burlarse, les ofreció una triste, pero una oportunidad al fin.

En el pueblo del Challao, Ernesto el casero, agonizaba. La enfermedad que lo consumía había decidido que este era el final. Una carta desesperada de su esposa hacia el padre Nicolás, rogaba por su presencia ya que este era el último deseo del hombre, que el sacerdote fuera quien le diera la extremaunción. Una vez recibida, el sacerdote no lo pensó dos veces y compró el boleto mas próximo al Challao, solo quería estar al lado de Ernesto. Nuevamente en un viaje casi interminable, Nicolás cedió ante la ansiedad y durante los tres días, no probó bocado y no pudo dormir ni la primera, ni las siguientes noches.

Llegando a la estación los hijos mayores de Ernesto, pasaron a buscar a Nicolás y lo llevaron con urgencia a su residencia en el lado este del pueblo. Una humilde pero acogedora casa llena de vecinos lo recibía, en su interior Ernesto yacía sobre su cama. Hablaba entre cortado y no podía levantar sus parpados, su conciencia se desvanecía por momentos y solo reconocía a la gente por su voz. Nicolás se sentó a su lado con los ojos llenos de lágrimas. Y tomó su mano.

-Ernesto. soy Nicolás estoy aquí, a tu lado.

-Padre Nicolàs.- trató de pronunciar Ernesto.

Nicolás acercó su oído cerca del rostro del hombre, ya que sus palabras eran muy difíciles de escuchar.

  • Por supuesto o lo dudabas.

  • Que chistoso.

  • No hables, quédate tranquilo.

  • No, debo preguntarle algo. -expresó Ernesto.

  • Por favor que salgan todos, hace calor aquí.

  • Dime que te aqueja. Yo escucharé tu confesión- dijo, sosteniendo la biblia con sus manos.

  • ¿Es feliz?- la mayoría de los vecinos habían salido de la habitación y ahora se encontraban solos.

  • ¿Por que me preguntas eso?

  • Yo sé que acá lo era, pero se fue.

  • Pero que dices.

  • Él venia todos los días -Nicolás no podía creer lo que escuchaba.

Las tenues pero firmes palabras de Ernesto, explicaron al sacerdote, como se dio cuenta de lo que sucedía entre ellos. Como él joven venia todos los días y lloraba en el banco de la capilla o preguntaba por las cartas mandadas por el sacerdote y las leía en silencio. Al principio sintió repulsión, pero luego, la lástima se apiado de él. El hecho de ver destrozado al joven y su gran amistad con el sacerdote fue lo que hizo, comprender a Ernesto, el por qué de la decisión de Nicolás.  Abandonando todo lo que amaba y se yéndose lejos, a otro lugar.

  • Estás equivocado amigo mío.

  • Nunca supo mentir, su voz siempre tartamudea -expresó Ernesto.

  • Me conoces bien ¿verdad?

  • Por eso le dije que venga a verme.

  • ¿Qué?

En ese momento la puerta se abrió y la esposa aviso que el matrimonio había llegado.

  • Perdón padre. Llego la hija del concejal, junto a su esposo ¿los hago pasar?

  • Si -pronunció débilmente.

-¿A quien, Ernesto?- preguntó el sacerdote.

El joven matrimonio pasó y el tiempo se detuvo por completo. Las miradas se cruzaron y Nicolás reconoció al instante ese rostro, aquel único. Capaz de hacerlo arder y renacer en un solo instante. Se levantó de su silla tambaleante y dejando caer la biblia de sus manos, casi cayó, también al suelo. El hombre que tenía ante sus ojos no era el crío que dejo hacia, cinco años atrás. Era un hombre hecho y derecho de veintiséis años. Encargado  y representante de los negocios de su suegro, un esposo ejemplar.

-¡David! - gritó Nicolás. Pero el joven lo miró sin inmutarse y solo lo saludo de manera formal.

  • Buenos días, le presentó a mi esposa Aldana Francis.

El sacerdote sintió un malestar.

-Buenos días jovencita, es muy hermosa. Mi nombre es Nicolás Aubertier.

-Gracias, un gusto padre.

El ser completamente ignorado lo mataba en el lo mas hondo de su ser.

-Por favor nos dejaría solos con Ernesto, luego nos iremos.

-Sí. Me retiro.- Nicolás salió de la habitación y esperó a que la pareja saliese. Cuando se estaban retirando los saludo y el joven contestó.

  • A pesar de estar muy ocupados, vinimos porque se lo había prometido a Ernesto. Yo si mantengo mis promesas. Hasta luego.

Emprendiendo su regreso a casa y antes de llegar a su hogar. David pidió al chofer detener el coche.

  • Querida espérame en la casa, debo arreglar unos asuntos en la oficina de tu padre.

  • Pero David ¿tiene que ser ahora?

  • Si, es sobre unos traslados de personal, que debo revisar con urgencia. En unas horas regreso.

David descendiò del coche y se dirigiò directamnete a la oficina. Este abriò la puerta de forma torpe y nerviosa. Comenzò a buscar por sobre el escritorio y los cajones, revolviendo los papeles y maldiciendo al mismo tiempo.

  • ¿Donde diablos esta esa direcciòn?

Nicolás mientras tanto, en la casa de Ernesto, comprendió inmediatamente el por que, de la actitud del joven. Su resentimiento era muy fuerte, pero en el fondo, estaba feliz por volverlo a ver.

Paso la noche junto a su amigo, acompañándolo, después de darle la extremaunción, se quedo sentado a su lado, hasta dormirse al pie de la cama. Esa fue la última noche de Ernesto.

Con la llegada de la mañana los restos fueron llevados al cementerio principal. David no concurrió a la ceremonia pero su familia y esposa fueron en su representación. Luego de la ceremonia y con el corazón destrozado. Nicolás se acercó a la estación para tomar el tren de regresó a su hogar. Una vez en el mismo, observó por la ventana, despidiéndose del lugar y de todos los malos momentos. Llevándose consigo los mejores recuerdos. Ver el andén desde esa perspectiva lo trasladaba al momento en el que vio a David por última vez callado y pensante, él también permanecería en sus recuerdos como aquel deseo imposible de concretar.

Tras un largo y tedioso viaje ya llegado a Jujuy, dejó sus pertenencias y comentó con los otros párrocos todas las vivencias, los momentos recordados y los lugares que nunca pudo olvidar, para asì continuar con su vida rutinaria.

Pasada una semana, el sacerdote estaba en una reunión de eclesiásticos, realizando una charla de orientación, con los nuevos seminaristas, cuando fue llamado a la sala contigua. El Obispo de la arquidiócesis quería hablar con él.

  • Nicolás pasa por favor.

  • Lo escuchó, padre Alfonso.

  • El más importante de nuestros colaboradores, se erradicara con su familia, aquí en Tilcara, de todos los destinos nos eligió a nosotros. Por favor recíbelo y bríndale lo que necesite, pues este se convertirá en su nuevo hogar.

Los colaboradores eran diferentes personas que hacían donaciones para la iglesia, a cambio de los trabajos que los misioneros, los seminaristas y los pobladores realizaban a voluntad, en los campos.

  • Si, ¿cuando llegará?

  • En unos minutos. Espéralo en la oficina del corredor derecho. Tú conoces tu trabajo. Te lo encargo.

  • Quédese tranquilo. Permiso.

  • Adiós.

Nicolás fue directamente a la oficina, pero al llegar, encontró la puerta abierta. Paso directamente. Como no vio a nadie sentado en el sillón, giró su cuerpo y tomó el picaporte. De repente la puerta se cerró abruptamente delante de su cara,  su cuerpo golpeo violentamente la madera y unos brazos  rodearon su cintura y lo abrazaron fuertemente.

El aliento de una boca se posó sobre su oreja y el calor de un rostro oprimía su mejilla. Las palabras que escuchó, movilizaron todo su ser y estremecieron cada hebra de su cabello. Sintió como era arrastrado al mismo infierno, uno que pensó dejar atrás.

Palabras peligrosas y un tanto pecaminosas. Una frase  murmurada, aquella voz que deseaba en lo más profundo de su corazón volver a escuchar:

  • “Pensó que lo dejaría descender solo hasta el más profundo infierno. Lo siento, se equivocó padre, así que dobléguese y entreguese. Pero primero perdóneme,  porque he pecado…”

Fin…

*Nota del autor : Lo que sigue se los cuento en otra historia.

Este fue el primer relato que escribí, ya hace tiempo, gracias por leerlo. Aliss