Pensamientos Pecaminosos.

La historia se centra en la vida de un sacerdote catòlico y su constante lucha entre sus deseos terrenales y sus obligaciones morales. Los cuales se intensifican notablemente durante la apariciòn de un joven llamado David.¿Podrà el sacerdote hacer frente a esta situaciòn? o ¿El deseo lo consumirà?

Capitulo 1

Una mirada desde adentro.

Nicolás Aubertier es un sacerdote católico erradicado en la iglesia de Lourdes, ubicada en su pueblo natal: El Challao, en la provincia de Mendoza - Argentina. Nacido en una de las familias más respetadas e influyentes, que pertenecían a una institución, con la finalidad de difundir la enseñanza de que, todos los cristianos, son llamados a la santidad. A vivir una vida ordinaria, ofreciendo su trabajo a dios y la oración constante, acompañada de la mortificación corporal, como estímulo a la superación personal.

Comprendió las duras enseñanzas y disciplinas impuestas, aquellas fomentadas por su círculo íntimo. Como ducharse con agua fría en invierno, realizar rigurosos ayunos y auto flagelarse el cuerpo; así como madrugar, ponerse a estudiar y ayudar con los quehaceres domésticos. Su familia se componía por su padre Antonio, su madre Constanza y una hermana llamada Priscila, miembros de un grupo de religiosos fanáticos los cuales castigaban con total crueldad cualquier acto barbàrico y fuera de lo normal. Su padre reflejaba una imagen intimidante y un tanto sombría.

Desde pequeño supo lo que era el sacrificio y el trabajo pesado, siempre fue encaminado en obedecer todas las doctrinas impuestas por la iglesia y las decisiones tomadas por su familia. Lamentablemente conoció cuales eran las consecuencias de la desobediencia, mediante el suceso ocurrido con Priscila. Aquella imagen de la joven siendo llevada muy lejos, con el rostro flagelado y las vestiduras rasgadas. Solo los sollozos de su madre le hacían saber que no se encontraba en una pesadilla, era la cruel realidad de saber que su hermana fue encontrada con un joven del pueblo y que solo a sus quince años era arrojada a las afueras de la ciudad, a su propia suerte.

A sus ocho años, luego de  aquel lamentable suceso, su familia abandonó el pueblo sumergida en la desazón. Su padre Antonio fue el más afectado y humillado. Aún recuerda sus recias palabras:

“La vergüenza y la desagracia a sucumbido a mi familia, no permitiré que absolutamente nadie, vuelva a desgraciar el renombre familiar”- escucha y grávate esas palabras Nicolás.

Y así fue como con el correr del tiempo, transitando la adolescencia decidió volver al pueblo y se inscribió al seminario local. Dedicando su vida al servicio de Dios y de su comunidad. Aunque en su interior siempre surgió la duda y alguna vez se imaginó tener un futuro diferente. Nunca fue como otros niños y siempre tuvo gustos y pensamientos peculiares que jamás comentó con nadie. Al punto de muchas veces sentirse abnegado y sobrepasado por la situación.

Pero esa fue su decisión…

Actitud inmoral

Como cada domingo del mes, por la mañana, las actividades religiosas de la comunidad de El Challao están en su punto más alto. A sus cuarenta años Nicolás es el párroco representante de la humilde iglesia de Lourdes. Encargado de realizar la misa de cada fin de semana, presta el  servicio de ayuda espiritual y confesión. Hoy mismo es un día importante ya que se cumplen veinte años desde la inauguración de la misma. Con la prolijidad que lo representa prepara las ofrendas y la mantelería. Las flores ya están acomodadas, las puertas se abren y el sonido de las campanas anuncia a la comunidad, que la misa esta por comenzar,  la gente comienza por ubicarse. No obstante un joven sentado en la tercera fila, se reúne con su familia. Los cánticos resuenan, seguidos  por la lectura de los salmos. Un devoto se acerca al altar y se persigna, fija su mirada en el párroco y su interior se sacude, pero mantiene su integridad. Aunque su rostro demuestra su intranquilidad.

Dada ya por finalizada, todos los creyentes se reúnen a la entrada de la iglesia, para saludar al sacerdote y recibir su bendición. Nicolás adora  recibir las cálidas demostraciones de afecto de sus devotos.  En ese momento, una suave presión se apoya sobre su hombro, una mano amiga lo invita a saludar.

.- Disculpe padre. Permítame presentarnos. Somos la familia Keller. Mi nombre es Ricardo.

Dicha familia se había erradicado hacia solo un mes en la zona este del pueblo. Una familia tipo, conformada por dos jóvenes y cariñosos padres, dos hijas hermosas como rosas inmaculadas y su agraciado hijo menor.

.- OH! Soy el padre Nicolás, un gusto conocerles.

.- Padre, ellos son mis hijos: Anna, Lucia y mi esposa Clementina Keller. Y he aquí David, mi hijo menor.

De la nada y sin previo aviso unos delicados dedos tocaron su mano y unos labios temblorosos pero decididos se posaron suavemente en un beso casi angelical.

.- Bendígame padre.

La imagen que contemplaba Nicolás opacaba cualquier belleza creada por nuestro señor. Las diminutas falanges de aquel muchacho terminaban en una delicada y bien formada muñeca. Sus brazos parecían el marco perfecto para aquel cuerpo bien proporcionado; una piel blanca como la porcelana le recordaban a nuestra santa madre, en su pureza.  Pero esos ojos claros, penetrantes, ofrecían una mirada oscura un tanto desconfiada, que no parecían armonizar con el resto de su rostro. Al contrario te hundían en las tinieblas.

.- Te bendigo hijo mío - contestó.

La muchedumbre se agolpaba y los interrumpían constantemente.

.- Fue un gusto, con su permiso. Este se retiró y continuó saludando.

Luego de despedir a todos, el sacerdote se dispone a continuar con sus tareas. Todos se han retirado. Solo los caseros ayudan con la limpieza, su mañana ha sido muy movilizada y ahora es su momento de relajarse. Camina por los amplios pasillos y se dirige a su habitación. En ese instante sonidos de golpes captan su atención, las viejas puertas de roble tienden a resonar un poco más ya que el tiempo no ha sido tan piadoso con aquella vieja iglesia. Acomoda sus vestiduras, su puerta esta siendo tocada con gran insistencia. Corre a ver quien es,  podría ser un campesino en problemas o alguien que necesita su pronta ayuda.

Abre las puertas y un estupor congela su sangre pero acelera su corazón, un rostro conocido pero avasallante lo mira sin compasión:

.-Soy David. ¿Me recuerda? - Necesito confesarme.-

Por un instante sintió como era elevado a las alturas y arrojado sin ninguna compasión.

-¿Que necesitas? Solo palabras simples podía modular.

.-Perdone por molestarlo padre Nicolás.

Su nombre nunca sonó tan dulce como aquella vez al ser pronunciado por esos bellos labios.

.-Disculpe, su túnica está mal abrochada.

Sus suaves manos se elevaron hasta su pecho y sus dedos alcanzaron los botones de la misma. Un frío escalofrío recorrió su cuello y se alojó en lo mas bajo de sus caderas. En ese momento solo pudo arrebatar sus manos. Y esquivar la mirada.

  • Yo puedo hacerlo.

No comprendió porque reaccionó de esa manera, solo pudo adivinar. Su cara suavemente se acercó a su cuello sin dar tiempo, a ningún tipo de reacción, su aliento humedecía su oído y el respirar constante lo adormecía como un suave narcótico.

-¡Umm! Huele a café.-

-¡No digas tonterías crío!- su interior rogaba por gritar.-

.- Estoy ocupado.

Fueron las palabras que pronunció. A pesar de todo un sacerdote debe de mantener la compostura. Súbitamente fue arrastrado del brazo y llevado hacia adentro.

.- ¡Oye! ¿Que haces? ¿Espera?-

.- ¡Necesito confesarme padre! - exclamó.-

.- Esta bien. Pasa y te escucharé.-

-Gracias.

¿Que podía de sucederle? ¿Que ocurría en su mente que necesitaba tan desesperada confesión?

Inconscientemente acarició su suave cabellera, sus mechones se encontraban pegados a su cara por la traspiración.

-¿Que voy hacer contigo? - Pensaba en su interior.

Luego de toda la conmoción se dirigieron a la cocina, Nicolás se sirvió un vaso de agua; él joven solo miraba por sobre sus pies, sentado en una esquina de la mesa, no pronunciaba sonido. El sacerdote se sentó en su habitual silla. Mientras sostenía su vaso, era observado por un par de ojos, ocultos bajo unos mechones de cabello, que enmarcan unas finas facciones infantiles. De la nada, un crío de tan solo veintidós años, se arrodilló ante su presencia. Y una joven voz comenzó a relatar secuencias propiamente salidas de una película lasciva y corrompida. Un sin fin de hechos escandalosos y deshonrosos; los cuales nublaron sus sentidos y lo hicieron sentir avergonzado, algo que no había sentido desde sus ocho años, cuando su madre contaba sucesos de su infancia y ahora con sus cuarenta debía de volver a experimentar.

-Jamás volveré a olvidar esas palabras:-pensó en ese momento.

En el preciso instante, en  que preguntó:

-Padre Nicolás, usted. Eh…Alguna vez. ¿Se ha tocado?

Sin mediar palabra su mano se descontroló apretando fuertemente el vaso hasta quebrarlo.

-¡Auch! - La sangre comenzaba por brotar. Unas suaves pero masculinas manos lo tomaron. Lentamente el joven colocó el dedo índice sobre sus labios en un movimiento casi sensual.

Comenzó por sorber y lamer muy despacio, el tiempo parecía detenerse.

La sangre se mezclaba en una danza, con esos labios color carmesí. Sintió como cada parte de su cuerpo se entumecía desde la punta de sus pies, terminando con una sutil punzada en su estómago.

  • ¿Qué haces? ¡Déjalo!- Gritó sin darse cuenta.

Se levantó y se dirigió al lavatorio, su cuerpo no respondía, solo atinó a cubrirse con sus vestiduras.

-¿Qué es esto? ¿Qué me pasa? ¿Una erección? -¡Oh dios!

La presión que sostenía sobre su mano era tan fuerte que  sentía desgarrarse por completo.

-Por favor, ven en otra ocasión.

Se alzó del suelo y se paró a sus espaldas.

-Padre no me ha contestado.

  • Lo siento… reza mucho hijo.- solo esa es fue su respuesta.

El joven giró su cuerpo y caminó hacia la puerta, segundos antes de tomar el picaporte, volteó ligeramente su rostro. Una picara sonrisa se formó en sus labios.

-Padre Nicolás. ¿Solo los incorruptos logran entrar al cielo?

-Pues claro.- le contestó, sin percatarse de sus verdaderas intenciones.

-Ya veo.

Cerró la puerta y Nicolás se quedo sin aliento. Una fría sensación lo paralizó por completo.

-¿Quién es? ¿Qué pretende?

Solo más preguntas surgían en su mente, con una misma respuesta:

Será aquel envilecido* que ha venido a tentarlo...

Continuará.

Nota: * significa corrompido.