Pensamientos extraños (1)
Ojalá me ordenara desnudarme y cuando empezara me rompiera la ropa. Estoy tan caliente que voy a reventar. Pero eso nunca pasará, porque soy una mujer del montón y nunca se ha fijado en mí. No va a ser hoy.
Tuve un accidente doméstico. Estaba subido a una escalera intentando descolgar una cortina para lavarla cuando me incliné demasiado y el cuerpo se me fue, cayendo desde arriba y golpeándome la cabeza. Al parecer estuve inconsciente, porque cuando me desperté estaba tirado en el suelo, mareado y con un enorme dolor de cabeza.
Llamé a emergencias y me llevaron al hospital.
A pesar de todo, tuve suerte, porque según las pruebas, aparte de un enorme chichón y un tremendo dolor de cabeza, no tenía ningún daño importante.
Al cabo de 48 horas me enviaron de vuelta a casa, diciéndome que si tenía mareos o vómitos, volviese al hospital inmediatamente. Estoy más cerca de los sesenta que de los cincuenta, así que el golpe podía haber tenido consecuencias funestas. Por suerte no fue así.
Dormí casi 24 horas porque cada vez que despertaba, el dolor de cabeza me volvía loco, así que tomaba el analgésico que me habían recetado y me tumbaba hasta quedarme dormido otra vez. Cuando desperté, por fin con un dolor de cabeza leve, estaba muerto de hambre y medio deshidratado, porque no había comido nada y apenas había bebido desde que volví a casa. Cogí un zumo del refrigerador y me preparé un sándwich.
Estaba comiéndolo cuando llegó Susana. Es una chica de alrededor de 40 años que viene una vez a la semana para echarme una mano en casa. Limpia y me plancha la ropa. Cuando le abrí y me vio con una venda enorme en la cabeza se asustó.
― Simón, ¿Qué te ha pasado en la cabeza? ¿Estás bien?
― Estoy bien. No te preocupes. Solo ha sido un pequeño accidente. Es que las vendas son muy aparatosas. Me han dicho que me las quite esta noche. Solo es un chichón. Me caí de la escalera intentando quitar una cortina y me golpeé en la cabeza, pero en el hospital me dijeron que no es grave.
― No deberías hacer esas cosas cuando estás solo. Si es más grave igual no puedes ni pedir ayuda. Tenías que haber esperado por lo menos a que estuviese yo en casa para subirte a la escalera.
― La verdad es que no se me ocurrió. No me parecía peligroso.
Susana empezó con la limpieza. Yo me hice un café después de comer el sándwich y me lo fui tomando tranquilamente sentado en la cocina.
Mientras me tomaba el café, me distraje mirando a Susana, que revoloteaba de un lado a otro de la casa haciendo su trabajo. Tenía pensamientos extraños. Pensamientos que para mí no tenían sentido. Pensaba: “Desde que me dejó mi marido me siento muy sola. Necesito alguien que me haga compañía y me controle como me controlaba mi Paco. Ojalá este me ordenara que me desnudara y me mandara satisfacerlo, Solo de pensarlo me derrito”.
Al tiempo que tenía esos pensamientos, no entendía a que venían, porque esos pensamientos no tenían nada que ver con mis inclinaciones. Yo soy hetero, así que nunca he tenido un marido. Empezaba a pensar que el golpe había afectado a mi cerebro.
Susana estaba limpiando el salón ahora. Se veía desde la cocina. La estaba viendo durante un buen rato. Y los pensamientos siguieron fluyendo en mi cerebro sin parar: “Ojalá me ordenara desnudarme y cuando empezara me rompiera la ropa. Estoy tan caliente que voy a reventar. Pero eso nunca pasará, porque soy una mujer del montón y nunca se ha fijado en mí. No va a ser hoy. Me encantaría ser su sirvienta. Su esclava sexual. Solo de pensar en hacer algo mal y que me castigue como quiera hace que me derrita”.
Yo seguía desconcertado, porque no terminaba de entender por qué pensaba esas cosas como si yo fuera una mujer. No acaba de ocurrírseme que podía estar pasando. Igual me estaba volviendo loco. Además, yo soy más bien dominante en mis relaciones sexuales. Yo nunca disfrutaría en esa actitud de sumiso.
Cuando terminé el café me fui y me senté en el sillón. Seguí durante toda la mañana con esos pensamientos extraños intermitentemente. Estaba convencido de que el golpe había trastornado mi cerebro.
Por fin Susana acabó su trabajo y se marchó. Curiosamente, los pensamientos extraños se acabaron. Pero todavía no se me ocurrió relacionarlos con Susana.
Al día siguiente volví al trabajo. Yo trabajo en una inmobiliaria que tiene siete empleados además del jefe. Cinco son agentes comerciales, como yo, que trabajamos por un sueldo modesto pero con buenas comisiones si cerramos un buen alquiler y, sobre todo, una buena venta. Unos meses cobraba más y otros menos, pero casi ningún mes bajaba de los tres mil euros, así que no podía quejarme. Uno de los compañeros solo hacía trabajos administrativos.
Había venido al trabajo solo en mi coche, pero en cuanto entré en la oficina, la ola de pensamientos raros volvió a invadirme. Cambiaban rápidamente y me di cuenta de que dependía de a qué persona estaba mirando. Cuando miraba a Andrés pensaba: “Un par de ventas más, y me puedo comprar el BMW”. A este pensamiento lo acompañaba una gran sensación de Euforia. Un instante después, sin transición pensaba: “¡Qué bueno está. Ojalá me cogiera en los servicios y me empotrara sin decir una palabra”. En ese momento me di cuenta de que cuando pensé la primera frase estaba mirando a Andrés y cuando me vino la segunda frase miraba a Tamara. Me fijé en que ella observaba atentamente al compañero que estaba al otro lado de la sala, Raúl. En el momento que miraba a Raúl me llegó otro pensamiento distinto: “¡qué guapa es! Si me atreviera a pedirle una cita…”. Entonces vi que Raúl también miraba a Tamara. Y por fin lo entendí todo. Lo que yo sentía como si fuesen mis propias sensaciones y pensamientos, parecían ser en realidad las sensaciones y pensamientos de las personas a las que miraba.
Parece que Tamara y Raúl se gustaban, pero ninguno sabía lo que deseaba el otro. Empecé a trabajar sin atreverme a mirar a nadie. No quería escuchar nada más. Estuve poniendo al día trabajo que se había ido quedando atrás por los días en casa. Pasada una hora, vi por el rabillo del ojo que Tamara se dirigía al servicio, no sin antes mirar de reojo a Raúl. En ese momento recordé lo que había sentido al mirar a Tamara. Miré a Raúl y no sé por qué pensé con mucha intensidad: “Raúl, no seas imbécil. Esa chica está loca por ti. Entra en el servicio y sin decir nada, bésala. Y si se deja, empótrala contra la pared”. Eso fue solo en mi pensamiento, pero a mí me sonó como un grito.
En ese momento vi como Raúl tras sacudir la cabeza, puso una mirada extraña y se dirigió al servicio. No pude resistir el impulso, esperé a que pasara y fui tras él. Cuando la puerta se cerraba, la sujeté un poco para que quedase una rendija y poder mirar lo que ocurría. Estaba convencido de que lo de Raúl había sido una casualidad. El servicio es unisex, así que no es raro que entrasen los dos en él. Llegué justo a tiempo para ver como Tamara se volvía al escuchar a alguien entrar tras ella, y, esbozaba una pequeña sonrisa al ver que era Raúl. Él, muy serio, se dirigió hacia ella, la cogió por los brazos y le plantó un beso en la boca.
Ella, al principio, sorprendida, intentó retirarse pero en un instante reaccionó, se abrazó a él, y le respondió al beso con todas sus ganas. Se morrearon durante un minuto acariciándose al mismo tiempo. Ella le acariciaba la espalda y él le acariciaba el trasero con una mano mientras le tocaba los pechos con la otra, con bastante intensidad. A continuación la levantó de un golpe por la cintura, le levantó la falda con la otra mano y la sentó en la encimera, junto a los lavabos. Luego le sacó el jersey dejándola con un sujetador bastante normalito. No era bonito pero sujetaba como debía lo que había debajo. Se ve que no se había vestido para una ocasión, pero con ese sujetador destacaban unos buenos pechos que no eran tan evidentes cuando llevaba un jersey de ese estilo, ancho y discreto. Luego le pasó una mano por la espalda y le desabrochó el sujetador, sacándoselo a continuación. Para ser tan poco lanzado era muy rápido quitando sujetadores. Los dos parecían poseídos. Se tocaban, se estrujaban, se manoseaban, todo con mucha excitación.
Estaban como locos. Unos momentos después le cogió el tanga que llevaba y le pegó un tirón hasta partirlo. Ella soltó un gemido. Parecía que le había hecho daño, pero ella no protestó. Él se soltó el pantalón, lo dejó caer, se bajó los bóxers de un tirón y se la metió en la vagina sin transición, sin ninguna preparación. A ella no pareció dolerle. Al contrario, por el gemido que soltó parecía que le había sentado maravillosamente. Ella debía estar empapada para que ese empujón de golpe no le doliera.
En ese momento pensé que eso no estaba preparado, que podía haber riesgo de embarazo, pero no iba a hablar, así que pensé con intensidad: “no te corras dentro”. Raúl estuvo un buen rato metiendo y sacando con empujones muy fuertes. Ella gemía cada vez más fuerte. Sus pechos saltaban arriba y abajo con cada empujón. Por un momento dio la sensación de que ella se asfixiaba, y finalmente estalló en un orgasmo brutal. Se agitaba y jadeaba como si tuviera un ataque epiléptico.
Él se salió, y empezó a masturbarse con mucha intensidad y pocos segundos después se corría manchando las piernas y el sexo de ella. Luego se acercó y la abrazó. Esta vez con ternura. Y la besó en los ojos, en las mejillas, en los labios, dulcemente. Ella lo miraba con ojos todavía sorprendidos.
Luego se separó, se subió los pantalones, la limpió con toallas de papel, recogió el jersey y el sujetador y se lo alargó a ella. Incluso le ayudó a abrocharse el sujetador. Más tarde le ayudó también con el jersey. Y por fin la ayudó a bajar de la encimera y volvió a abrazarla. Después ella recogió los restos de su tanga y los metió en el bolso, que se había quedado en el suelo. En ese momento fui consciente de que Tamara iba a tener que seguir sin bragas hasta que pudiera irse del trabajo.
Antes de que saliesen del servicio yo me volví rápidamente a mi mesa, alucinado con lo que había pasado. Al principio pensé que era mucha casualidad que hubiese pasado tal como yo lo había pensado. Durante el resto de la mañana estuve trabajando, tratando de no mirar a nadie. Aunque alguna mirada les eché a los dos. Y los pensamientos que me llegaban eran iguales de parte de los dos. “He triunfado. Ya no se me escapa”.
Por la tarde, una vez que terminé el trabajo me encerré en mi casa con miedo de ver a nadie. La verdad es que me daba miedo volver al trabajo al día siguiente, pero no tenía más remedio. Por otro lado no tuve más remedio que masturbarme recordando el polvo tan morboso que habían echado mis compañeros. Me pasé todo el día dudando y pensando que era absurdo creer que yo había tenido nada que ver con lo ocurrido, pero por otro lado no podía creer que fuese casualidad.