Pensamientos

Ideas que se me ocurren al ponerme un vestido y arreglarme frente al espejo.

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Las primeras caricias nos la da el vestido suave que le robamos a la hermana para vernos y sentirnos femeninas.

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Me siento expuesta cuando me pongo el vestido. Vulnerable, desprotegida. Siento el viento correr abajo.

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El viento me levanta el vestido y mi calzón se hace visible.

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Si me descubriera mi familia, me ahorraría el trabajo de explicarles. Quiero que me sorprendan vestida de mujer.

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Mi primera salida a la calle con una prenda femenina fue cuando me puse un calzón debajo de mi ropa de chico. Era rosado y suave. Creo que fue ese día que me descubrieron por mis gestos delicados. Es que solo con esa prenda acariciando mi intimidad femenina yo me sentía como una verdadera mujer. Todavía no tenía la menor idea de toda la feminidad que el destino me había reservado.

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Todas las formas de vestirse de mujer son un aspecto de la feminidad. Es la primera a la que nos dedicamos porque lo primero que nos llama la atención son las chicas y sus vestidos, y pensamos que al vestirnos como ellas seremos como ellas.

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El otro aspecto es cuando ya he experimentado muchos vestidos, minifaldas, blusas, ropa de lencería, zapatos. Y entonces, así vestida, toda linda, sexy, mujercita y segura de mis atractivos dirijo la primera mirada coqueta hacia un hombre.

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Ese es el momento más excitante de ser una chica travesti, porque esa sensación tan deliciosa de vestirse, arreglarse, maquillarse recién cobra sentido cuando el otro sexo me hace reforzar el de mujer. Toda esa delicadeza de mujercita vestida se pone al servicio de un hombre, algo que yo ya no soy nunca más.

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Mi pene pequeñísimo es un clítoris. Él es mi hombre. Yo soy su mujer. Debo obedecerle, debo satisfacerlo. Mi placer máximo consiste en estar a su servicio y sentir placer porque él lo siente, y porque yo se lo doy.

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Me siento doblemente mujer. Porque además de entregarme a él como lo hace una verdadera mujer, sumisa, obediente y delicada, siento que añado la humillación del chico al que el abusivo de la clase somete.

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Roberto no me saca el calzón para colocar su redonda, dura, húmeda y enorme pinga en la puerta de mi culito. Esa monumental torre se abre paso entre mi calzón rosado y el primer contacto con mi orificio anal sucede de pronto. Ay, le digo. Y Roberto empuja despacio ganando terreno entre mis entrañas y conquistándome como un ejército de soldados rudos, sudorosos, musculosos y sucios.

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Ay, digo de nuevo. Y ya la tengo totalmente introducida.

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Muévete más rápido, más fuerte, más profundo, le digo. ¿Te duele?, me pregunta. Me duele pero me gusta, le respondo. Y entonces Roberto lanza una arremetida final y me llena mi conducto anal de su caliente y pegajoso semen.

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Mi pequeño pene siente hasta el aire que lo acaricia. Y el contraste entre su débil participación y la poderosa y violenta introducción de su enorme pene de mi ano hace que yo, más mujer que nunca, eyacule de una manera tan femenina, tan obediente, tan entregada, tan dominada, tan poseída.

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Su semen se resbala por entre mi culito. Me pide que lo tome con mis dedos y lo lleve a mi boquita pintada.

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Si me escribes a marycuchita@live.com estaré muy feliz. Un beso, donde quieras…