Penitencia

Por amor a Cristina

PENITENCIA

Mas temprano que de costumbre, recorro los fríos y húmedos pasillos arrastrando la carretilla con las herramientas necesarias para mis tareas, hoy es un día especial y no he logrado dormir. Las pesadillas que hace diez años me atormentaban, han regresado con inusitada fuerza para recordarme mi vergüenza.

Diez años desde que, para mi desgracia, decidí cobardemente que otros pagaran el precio de mi autoinfligida humillación.

Arrastrando los piés como un espectro de lo que fui, veo mi imagen reflejada en el pulido bronce que acabo de limpiar. Nada queda del gallardo joven y orgulloso arquitecto que supe ser, y sí mucho del patético engendro en que me convertí. El pelo prematuramente blanco, la barba descuidada y las profundas arrugas producto de largas horas de insomnio, han tallado en mi apariencia las huellas de mi perdición.

La estúpida arrogancia de decidir convertirme en un ángel vengador al enterarme de la traición de mi hermano del alma -una más después de dos años de burlas y desprecios tolerados por un enfermo sentimiento de amor-  provocó la destrucción de todo lo que me rodeaba.

Intentar calmar el dolor que me provocaba, que mi mejor amigo también se anotara en la larga listas de amantes de mi mujer soñada, desató en mí una sed de venganza inusitada, y la enfermiza creencia, de que el tsunami desatado no me alcanzaría con sus furiosas olas vengativas, me llevó a perder lo poco que me quedaba, y que no era precisamente dignidad.

Así como los angustiosos años vividos soportando bajezas que nunca creí tolerar, en la íntima y egoísta creencia que tanta corruptela no me iba a arrastrar, el derrame de mi represalia provocó tanto dolor, que me es difícil de tolerar.

Niños con padres en la cárcel, familias destruidas y avergonzadas por la divulgación pública de la corruptela, carreras políticas destrozadas y ancianos padres avergonzados que ya no se atreven a frecuentar a sus amigos de toda la vida, fueron las víctimas innecesarias para calmar la vergüenza de mi humillación.

Creer que la ola no me iba a alcanzar, la falacia final. ¿Cómo no iban a suponer que la desvergonzada entrega del cuerpo de mi mujer a políticos y empresarios para cerrar dudosos contratos no contaba con mi conocimiento?¿Que todo ese entramado montado por mi cuñado no contaba con mi aprobación?¿Que en mi enferma cabeza segada por la ambición, no había dejado de lado todos mis principios y arrastrado a toda mi familia a la perdición?¿Que con matarlo alcanzaba?

Y con todos caí, sin excepción.

Sin matrícula ni profesión aquí quedé, juntando los despojos de mi propia frustración, repasando tumbas,  consolando almas perdidas que vagan los pasillos pidiendo una visita que los recuerde, puliendo bronces y arreglando cruces sobre cuerpos olvidados que supieron ser.

Hoy es el día en que la vuelvo a ver. Como todos los meses la veo llegar de la mano de la preciosa niña que siempre la acompaña. Poco queda de su porte felino y su cruel arrogancia, me duele verla así.

Que mal pagué haberla querido tanto, en mi afán de destruir todo testimonio de lo que yo mismo permití, le arruiné la vida, como si eso me devolviera la dignidad. En lugar de castigar al único culpable de permitir lo que me tocó vivir, dejé un tendal de víctimas inocentes, que recibieron con la guardia baja la furia desatada. Y no me lo puedo perdonar, los fantasmas regresan por las noches atormentando mis sueños en profundas y aterradoras pesadillas.

Era tan fácil escapar... con decir no, hasta acá llegué, alcanzaba. Pero no fue así, decidí arrastrarme en el fango del desprecio, con la infantil ignorancia de la autocompasión, creyendo en mi arrogancia que dejando bien en claro mi desacuerdo y poniendo líneas rojas alcanzaba... como si eso fuera suficiente para calmar mi alma arrasada.

Ya están llegando al sepulcro. Vestida de riguroso luto la ajada silueta, se detiene junto a la tumba a dejar unas flores junto a la circunspecta niña que se arrodilla a rezar unas plegarias, al culminar, mira a su madre y le ruega.

-. Mami...quiero besar a papá.

La mujer la mira con cariño, le acaricia la cabeza y tomándola por debajo de los pequeños brazos, la levanta para que no pise la tumba y la acerca a la foto adherida al crucifijo, donde la niña deja un cariñoso beso. Todo eso en mi silenciosa presencia.

Finalmente, se alinea la ropa cual reflejo de su olvidada prestancia y hurgando en su cartera le dá unas monedas a la niña para que me las alcance. Conmovido por su vital presencia, inclino mi cuerpo para recibirlas, sin dejar de disfrutar en su hermosa carita, los ojos de mi madre que me observan en su sonrisa.

Finalmente quedó solo ante su fría presencia, asumiendo mi fatal sino y mirando el sepulcro me resigno.

Yo tomé su vida y él ganó la última presea.

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