Peligrosa noche

Noche de recuentos y aventuras, además de la ruptura con un amor.

Me cansé de rogarle,

me cansé de decirle

que yo sin ella

de pena muero,

Ya no quiso escucharme

si sus labios se abrieron,

fue pa´decirme:

ya no te quiero

Yo sentí que mi vida

se perdía en un abismo

profundo y negro

como mi suerte

José Alfredo Jiménez.

-En serio Francisco, es que tengo que rehacerme a mí mismo, he hecho cosas que jamás pensé siquiera hacer en mi vida y me siento fatal.

Me dijo frente a aquélla mesa con esos tequilas, entre el bullicio propio de una cantina en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

-Y en ese "rehacer" de tu vida, ¿dónde quedo yo?

-No lo sé, tal vez es mejor que terminemos, te repito que todo ha llegado demasiado lejos, se me han escapado de las manos mis propias acciones.

-Y tu esposa, ¿ya se enteró?

-Si es así, nada me ha dicho aún, pero el problema no es ella, no es Miriam y no lo eres tú, el problema soy yo mismo. El problema es toda esta situación en la que me he puesto.

-No te digo que entiendo como te sientes porque no sería cierto. En realidad, sólo tú sabes que pasa por tu cabeza, pero déjame decirte que si las cosas se presentaron de esa manera, es porque ella así lo quiso, y si estoy de acuerdo en que en verdad es una niña, también hay que aceptar que la decisión la hizo ella sola. Y te repito una vez más, yo nada tuve que ver.

-No se trata de lo que hizo ella, más bien de lo que yo me he atrevido a hacer

Ya no sé que más dijo ni como había llegado yo a esa plaza de Garibaldi donde me encontraba solo. Varias son las lagunas que permean mi memoria de esa noche. Sólo pedazos sin conexión alguna vienen esporádicamente

De pronto, las notas de José Alfredo Jiménez retumbaban en mí como nunca antes regresándome a la realidad; estaba sentado en aquélla banca entre acordes de mariachi, el resto de la botella de tequila que había obtenido sólo Dios sabe cómo, el ir y venir de prostitutas y vendedores de droga. Viéndome en esas circunstancias, descendí hasta los infiernos dantescos más bajos, desconocidos hasta esa obscura y fría noche invernal.

A Mario lo había conocido tres años antes, cuando yo contaba diecinueve, lo había amado desde aquélla mañana en que se cruzó en mi camino estando yo en el campus de la universidad, estaba en el tercer semestre de leyes en la misma universidad de la que él egresó. El ocupaba una de las secretarías de uno de los sindicatos más importantes de México en su sección para el estado de México al tiempo que también era diputado federal por el mismo estado en el Congreso de la Unión. En ese entonces el tenía treinta y ocho años y estaba en la flor de su vida; moreno con un cuerpo producto de arduas horas de gimnasio, era en extremo exitoso con ambos sexos. Vivía una doble vida, pero en ese medio y en este México tan cínico ya no se necesita ser tan discreto, basta simplemente no hablar de lo que no hay que hablar jamás aunque todos sepamos todo.

Aquélla noche regresábamos de un informe de gobierno, serían como las dos de la mañana y por fin había podido liberarse de sus compromisos. Era una noche lluviosa y triste en demasía. Su esposa se había ido unos días a Guanajuato, de donde era oriunda a cuidar a su mamá enferma. ¡¡¡Mentira!!!, todos sabíamos que se encontraba en su casa de campo en Tequexquitengo, Morelos, con uno de sus escoltas, un tipo alto y por demás hermoso al que ya había yo tenido la fortuna de disfrutar. Habíamos comenzado a tomar temprano, ya para esas horas teníamos largo camino andado y bastantes tragos encima. Nos llevó a su casa el agente de seguridad asignado para custodiarlo. En ese año de 1989 la situación en la Ciudad no era lo que es ahora, los plagios no eran tan comunes como ahora. Subimos enseguida a la recamara y me coloqué entre sus brazos.

-Francisco, ¿qué vamos a hacer?, no podemos seguir con esto, ¿a dónde nos lleva? Antes no me había yo atrevido a tanto, ¿qué me pasa contigo?, hace bastante tiempo que no logro hacerle el amor a mi mujer porque tú

En el último momento siempre se notaba reacio a decir plenamente lo que sentía.

Lo besé al notar que ya no podía seguir adelante con su declaración. Llevé mi boca para callar la suya, hurgué con mi lengua en su interior, sabía a Cordon Blue mezclado con Cohiba y eso me mataba, me enloquecía. Le quité el saco Hugo Boss que vestía y que habíamos comprado en New York. El cinturón de la misma marca no presentó resistencia a mis caricias. Deslicé mis manos junto con sus prendas bajando por sus muslos, el contorno de los mismos era esplendoroso y abundante en vellos obscuros, seguí mi camino descendente y me encontré con sus imponentes pantorrillas para después liberarlo de esas vestimentas por completo que me impedían gozar tan majestuosa figura.

Su bravía verga medía 22 centímetros y apuntaba desafiante al techo, sus huevos eran acorde al miembro en tamaño, colgaban pesadamente anunciando toda su ansía contenida. Su pecho lucía majestuoso enmarcado con sus abundantes vellos. Apenas lo hube desnudado, lo tiré en la cama para rendirme ante su enhiesta verga. Con el tronco sobre el edredón y los pies en el piso, me acomodé para darnos placer oral al unísono. El fuego de la chimenea en la habitación iluminaba con tonos rojizos todo en cuanto se posaban sus destellos, entre la delgada cortina del ventanal que daba hacía el jardín se colaban los rayos de la noche despejada después de una lluvia nocturna. Dejé que su verga traspasara mi garganta, era el único modo de contener tal portento. Después de un rato, no sé cómo, cuando mis manos tomaban su verga por la base, fueron capturadas por otras que lucían jóvenes y hermosas. Entre los afectos del alcohol, volteé desconcertado para encontrarme con la mirada suplicante de Miriam, su hija de 15 años quien no sabía yo cómo había llegado hasta ahí sin ser percibida, talvez por la mullida alfombra. Sus ojos imploraron por mi silencio, no sabía qué decir o qué hacer. Sin soltar mis manos dirigió sus labios para continuar lo que yo venía haciendo. Ella era una jovencita hermosa, su rostro de ángel me llenaba de frenesí al verla tragándole la verga a su progenitor. La calentura me arrastró para convertirme en su cómplice hasta que Mario nos lo permitiera. Sus infantiles labios descendían sobre el tronco sin lograr pasar de la mitad por la dimensiones de éste. Las comisuras parecían explotarle por lo grueso del monstruo que contenían. De sus pequeños ojos verdes, brotaban lágrimas debido al esfuerzo realizado. Cuando sus cabellos cayeron sobre los huevos de su padre, éste reacciono. Quiso tomar mis manos, pero cogió las de su hija. Desconcertado giró para averiguar qué sucedía. Retiré la mano de Mario para permitirle a su hija asirse a la verga de su padre.

-¿Qué pasa, qué hacen?, preguntó Mario enérgicamente, pero con un tono raro en su voz. Sonaba más suplicante que imperativo.

-Déjame, papi. Por lo menos, déjame esto. Decía aquélla niña suplicante por los favores de su padre. Denotaba en sus palabras la necesidad de atención de la cual estaba carente. Se veía una criatura asustada, sola y triste.

-No, esto es imposible, eres mi hija, mi única hija, ¿cómo te voy a permitir hacer conmigo esto?

-Por eso, si no es a ti, se lo haré al primero que se cruce en mi camino, a los escoltas, quizá.

-Y tú Francisco, ¿cómo lo permitiste, estabas de acuerdo?

-¿Qué, que yo qué? De pronto ella vino y no supe hacer nada, tiene un par de minutos, no dije más.

No permití que se moviera de donde estaba, ejercí presión sobre sus caderas para mantenerlo a nuestra merced, quería ver yo hasta donde éramos capaces de llegar. Al momento, Miriam tragaba una vez más aquél falo que para nada perdía rigidez, más al contrario, parecía lucir ahora más erguido que momentos atrás.

-No, déjenme, no puedo hacer esto. Decía Mario al momento que en su voz aparecía un tono de suplica disfrazado.

Me volteé y vine a lamer los huevos de ese hombre, quien me volvía loco de lujuria en ese momento, su hija volvió a acomodarse junto conmigo para prodigarle placer a su padre.

Pareciera que fue el acabose para él porque al momento tomó a su hija por el cabello para dirigirla. Ambas manos sujetaron con fuerza la cabeza de Miriam, la voltearon de costado y la poseyó violentamente por la boca, para nada era ese padre comprensivo que había yo conocido antes. Se transformo en una bestia en celo, lo único que le interesaba era satisfacer los bajos instintos que le había nacido.

-Gracias, papi, déjame también ser importante en tu vida.

-Cállate, Miriam, sólo atinó a decir.

Miriam se paró del lugar donde estaba, bajó sus prendas íntimas junto con su faldita, se levanto la blusa para despojarse de ella. Pudimos observar que no usaba sostén y como fiera fue a subirse en su padre, pero aquél la colocó en cuatro patas sobre la cama y bajó para lamer los jugos que escurrían entre las piernas de la adolescente, le restregó el potente falo entre sus nalgas sin penetrarla, La agarraba con fuerza y le manoseaba todo el cuerpo con lujuria. Sus manos llegaron a los pezones de su hija para estrujarlos al tiempo que le colocó un par de nalgadas que resonaron con fuerza por toda la habitación, sus manos quedaron marcadas en su hija, mientras su mirada seguía trasformándose cada vez más.

Se puso de pie sobre el colchón y obligó a su hija a que se tragara toda su verga hasta el fondo, no le importó que por un momento la niña pudiera asfixiarse, parecía que lo que se negaba a hacer era pensar en lo que estaba ocurriendo, me imagino que por esquivar el sentimiento de culpa que le pudiera brotar.

Me paré junto a él para que su hija dispusiera de mi falo si así lo quería, no tardó en sujetarlo con la mano para dirigirlo a su boca, mientras me enfrasqué a besos con su padre, él mordía mis labios con desesperación inusitada. Cuando su hija me daba placer con su pequeña boca, una vez más fue a lamerle su rajita. Sin decir más se puso en posición para penetrarla. Ensartó con cruel vehemencia su gran verga en la joven hasta ese momento casta. Sólo pudo soltar un tremendo grito al perder su virginidad de manera tan bestial. Las embestidas de Mario eran cada vez más potentes y profundas, sus caderas chocaban contra la joven. Entre sus pectorales empezaba a nacer un río de sudor, las gotas de transpiración que pedían de sus vellos iban en aumento. Me retiré de la joven para ir hacia mi amante, lo tomé a besos y lo atraje hasta mí para que quedara recostado sobre la cabecera, Miriam se subió en él y se ahora se penetró ella misma con aquélla daga ardiente mientras acariciaba con sus manitas los imponentes pectorales de Mario. Miré como sus dedos jugaban con los pelos de su padre. Aquélla niña era una fuente de jugos por lo caliente que estaba.

Me acomodé para mamar los huevos de Mario y la rajita de su hija al mismo tiempo, noté como escurría un pequeño hilo de sangre de la vagina de la recién hecha mujer. Todo estaba a punto de terminar y no podía quedarme con la calentura encima. Miré como la niña empezó a contorsionar entre los brazos de Mario, quien se había convertido para ese entonces una bestia. Se había nublado cualquier vestigio de prudencia y mesura de su parte. Arremetía con firmeza para clavar su miembro en su pequeña. Su coito era vigoroso, violento, sin medida alguna, parecía que le quería hacer pagar por la situación en la que estaba.

Al ver que Miriam soltaba el primero de sus orgasmos la quite de encima de su padre y me coloqué para sentir la hombría de ese tipo dentro de mí. Mario comenzó a cogerme como nunca antes. Me penetró de una sola estocada y me hizo sentir suyo. Me tomó violentamente.

Se volteó y me volteó para quedar con mis piernas en sus hombros. Sus pectorales se ceñían a mis muslos y él sudaba a raudales. Con sus manos intentó abrir más mis nalgas, sólo logró lastimarme. Nunca antes me había cogido de esa manera. Debo confesar que la situación era en verdad morbosa. Su hija al observarnos no dejaba de penetrase con sus dedos.

-Tú también verás quien es tu padre, pendejo, me dijo.

Sus ojos se clavaron en mí al momento de poseerme, noté en ellos deseo, calentura, complicidad pero sobre todo odio.

Sus dedos fueron ahora a apoderarse de mis tetillas, las apretó para llevarme al estado de placer que tantas otras veces me había llevado.

Dejé que solo él fuera quien marcara el ritmo y comencé a buscar con mis labios los suyos, me lo comí a besos mientras él me hacía acabar sobre mi abdomen sin siquiera tocarme al tiempo que él estallaba en mis adentros.

Sin decir nada, me vestí lo más aprisa que pude y salí de allí dejándolos solos con sus culpas. No estaba yo como para confortar a nadie, además ellos tenían que digerir lo que acababa de ocurrirles. Bajé hasta donde estaba el chofer para que me llevara a casa de mis padres

Suban todos, andando… Volví en mí una vez más de manera abrupta. Había una panel delegacional que estaba levantando a un grupo como de diez personas entre travestís, prostitutas y gente que por ahí se encontraba. Al reaccionar, noté que uno de los que encabezaban el operativo se dirigía hacía mí.

-Y tú, ¿qué haces aquí?

-¿Por qué, está prohibido?

-No te hagas pendejo, ándale, si traes una borrachera bien buena y mira, no te queda nada. Decía mientras se daba cuenta que la botella de tequila había quedado vacía.

-Súbete. Me ordenó con violencia.

A empujones, estaba a punto de abordar el vehículo entre las personalidades tan distinguidas que me acompañaban. Al dar el paso para ascender, el tipejo ese tomó mi mano para notar el anillo de brillantes que todavía me acompañaba.

-Tú, ven para acá.

Fui conducido a una camioneta suburban con dos policías que se veía eran jefes.

-Mi comandante, mire lo que pescamos, véale la manita.

-Súbete, una vez más me dirigían entre insultos y empujones en uno de los asientos traseros.

Cuando estuve arriba, vinieron a colocarse los dos policías ante los que fui llevado, uno a cada uno de mis costados, los otros se fueron para la panel a continuar con el operativo. Quedé solo con esos dos sujetos y el chofer, quien estaba obviamente adelante.

Al tenerlos cerca los observé con detenimiento. El más joven debió tener como 38 años y era de piel apiñonada, ojos café claro, cejas pobladas, barba partida, labios pequeños y carnosos. La camisa de su uniforme iba abierta y salía una madeja de vellos que llegaban hasta el cuello. Al sentarse junto a mí, sobresalieron el par de poderosas piernas que poseía y su paquete quedó marcado esplendorosamente bajo de sus pantalones. Su mano vino a apoderarse de la mía y sentí toda la fuerza de ese macho.

-¿Qué nos cayó esta noche? decía mientras tomaba mi mano para observar el anillo que me había dado Mario tiempo atrás, la acariciaba entre sus dedos. La situación, lejos de enfadarme estaba provocando en mí sensaciones de excitación y recelo mezcladas

CONTINUARÁ.