Peligrosa luna de miel

Es escabroso y difícil comprender que lleva a un sujeto o a un grupo de ellos a una violación, aunque...

Silvina apoyó una vez más su mano en mi rodilla y la sacudió simulando una falsa ira.

─ ¡Gustavo, no te duermas!

─ ¡Amor, ¿podrías dejarme de hinchar un poquito las pelotitas?. ¡Si no me dormí en la infame exposición a la que me condenaste, menos lo haría ahora!

Ella rió a carcajadas. Yo acompañé su humor con una mueca resignada. Era muy tarde, y era cierto que tenía sueño. Había tenido un día bastante intenso, pero pese al cansancio, intenté cumplir con mi promesa de acompañar a mi mujer a la exposición que inauguraba uno de sus amigos. Después de todo, con sólo diez días de casados y viviendo una precaria luna de miel, porque aún faltaban unos cuantos días para que pudiéramos irnos de viaje, no podía rechazar su invitación. Pero una vez en el lugar, los objetos creación de Lucas, tal creo que era el nombre del artista, me sorprendieron primero, me indignaron después, y finalmente, cuando sentado en una silla en un rincón aguardaba pacientemente a que Silvina concluyera con los elogios y homenajes a su amigo, por un instante efectivamente me dormí aunque salí rápidamente de ese estado cuando mi cuerpo abandonaba peligrosamente la vertical.

Me sorprendió y debo admitir que me desagradó, comprobar que Silvina seguía pegada al tal Lucas, a quien llevaba del brazo de un lado a otro. Mucho más tarde las despedidas, nuevos elogios, alguna que otra ironía que me permití acerca del "arte" de Lucas y finalmente estábamos en la calle, en busca del estacionamiento donde habíamos dejado el auto. Y si. Estaba realmente derrengado, y no me privé de hacérselo saber a Silvina explicándole que si la playa hubiera estado cien metros más lejos, hubiera preferido quedarme a dormir en el césped, bajo uno de los árboles de la plaza que cruzábamos, no importándome, es más, deseando, que se sintiera un poquitín culpable por haberme sometido a la tortura de perder valiosas horas de mi vida, asistiendo a la muestra de infames y nada elaborados objetos demostrativos de las cualidades del "artista". Pero a ella no le preocupó en absoluto mi agotamiento ni mi mal actuada indignación. Estaba brillante, alegre.

─ Es cierto. Aceptó. Esto que hizo ahora Lucas es una verdadera porquería, pero si vieras como pinta cambiarías tu impresión.

─ ¿Qué? ¿También pinta? ¡Válgame dios! ¡No me cuentes más, por favor! Y por si tiene la ocurrencia de hacer una puta muestra más, ¡te prohibo que me invites!.

─ Ya verás cuando sea famoso. Lamentablemente le haría falta dinero para entrar en el circuito, pero

─ ¿Dinero? ¡Con todo el que pusiste vos! ¿Aún le falta?. Pero esta vez mi broma no pareció ser muy del agrado de Silvina, porque se puso repentinamente seria, de modo que cambié de tema.

Pese al incidente, ¡bah!, es exagerado llamarlo incidente, recordaba nuestros diálogos con una sonrisa, pero no perdía de vista el camino. Era una noche hermosa y casi no había tráfico en aquella parte del arbolado camino secundario que llevaba a nuestra casa, y por eso conducía distendido, lo que a mi mujer le daba la sensación de que el sueño me estaba dominando.

De pronto, clavé los frenos deteniendo totalmente el auto con un chirrido de neumáticos sólo apagados por el alarido de Silvina.

─ ¿Lo viste?. Fueron mis primeras, innecesarias palabras. ¡Claro que lo había visto!

─ ¿Qué era? Era, por lo visto, la noche de las preguntas que sobraban. Sabía que los dos habíamos visto lo mismo: Un cuerpo tirado en el camino, al que por milagro o centímetros, no le había pasado por encima.

Nos bajamos y nos acercamos, mejor dicho, me acerqué al cuerpo tendido, porque prudentemente mi mujer venía unos pasos detrás de mí. Me sobresaltó el grito de Silvina y cuando me dí vuelta para verla forcejear sujeta por los brazos de un hombrón, sentí que el cuerpo en el piso, cobraba vida, pero no pude pensar mucho más, porque un golpe en la nuca me hundió en una nebulosa gris, a través de la cual sin embargo, alcancé a ver desdibujándose las copas de los árboles, mientras era mi cuerpo el que ahora caía al pavimento.

Fui vagamente consciente de ser arrastrado por el pasto y un rato después, cuando ya había cesado el movimiento, pude abrir los ojos y ya veía claramente los árboles, el pasto humedeciendo mi cara, dos o tres hombres parados a corta distancia, uno más agachado a mi lado revisando mis bolsillos. Con un quejido, giré la cabeza buscando a Silvina y entonces la ví. A tres o cuatro pasos de donde yo estaba, la habían amordazado y atado de pie, a un árbol, pero no parecía haber sufrido otros daños.

─ Bueno, ¿Y? Apremió uno de los tipos al que me estaba registrando.

─ ¿Y qué? ¡Qué este hijo de puta no lleva un solo peso encima! ¡Y en la cartera de la mujer había nada más que monedas!

─ ¡Peor para él! ¡Atalo!

El mismo tipo que seguía a mi lado, me ató las muñecas por delante y una vez que lo hubo hecho, con una cortaplumas cortó toda mi ropa y en instantes estaba absolutamente desnudo. Intenté hablarles:

─ Muchachos, tranquilos, quédense con el auto o si quieren llévenme hasta un cajero y les doy lo que tengo, no hagan algo grave por nada

─ ¡Hacelo callar al marica! Y con una trompada en mi boca el hombre cumplió la orden.

No sabía que iba a pasar pero temí lo peor. Estos tipos no parecían drogados, pero por algún motivo presentía un ominoso peligro. Me preocupaba por Silvina, y comencé a desesperarme cuando uno de los hombres se quitó el saco y avanzó desde el grupo, desprendiéndose el pantalón. Ví también el presentimiento en la cara aterrorizada de mi mujer, pero lo que siguió, resultó terroríficamente inesperado.

─ ¡Rubia! ¡Mirá bien lo que vamos a hacer con tu marido! Y acto seguido se bajó el pantalón, montó encima mío, giró mi cuerpo, y sin poder dar crédito a lo que me estaba pasando, sentí su inmunda verga, dura como un hierro, que hurgaba entre mis nalgas. No pude evitar un alarido de terror cuando de un solo empujón me la metió en el culo. Entonces el otro hombre me volvió a golpear y lo hizo cada vez que yo intenté un grito o tan solo una queja. Opté por morderme los labios para contener la expresión del inmenso dolor y de las nauseabundas sensaciones que me producía la impía violación. El hombre encima mío, parecía atacado de un incontenible frenesí y bombeaba en mi culo con violencia inaudita. Los otros tipos lo alentaban con la más asquerosa retahíla de inmundas palabrotas e interjecciones.

Habían comenzado a saltar mis lágrimas tal vez no tanto por los dolores, como por la horrible humillación que significaba el ser violado delante de mi mujer. Además de experimentar el terror por lo que seguramente harían después con ella. El tipo tensó de pronto su cuerpo, y tuve conciencia de que estaba acabando dentro mío. Pese al asco que sentí, también brotó el alivio por la terminación del acto, alivio que se convirtió en llanto de impotencia, cuando advertí que otro de los hombres repetía los gestos del primero, dirigiéndose hacia mi. Finalmente supe que en realidad eran cinco los hombres que habían consumado el asalto, porque los cinco pasaron por mi culo. Y cuando el quinto había contribuido a llenarme de leche que ya me empapaba las nalgas, los muslos antes de caer al pasto, volvieron los del principio a la carga, pero ahora la violación fue doble, porque mientras uno me la metía en el culo, el otro me llenaba la boca, hundiendo su estilete hasta mi garganta, hasta acabar dentro de mi boca, en la cara, los ojos, en todas partes. Así siguieron turnándose durante lo que para mi fueron horas de nunca terminar. Perdí la cuenta de quienes me violaron por el culo, quienes acabaron en mi boca, quienes se masturbaron sobre mi cuerpo desnudo, hasta que todo terminó, casi como había empezado, con la desaparición de los salvajes sin que mediara palabra o explicación alguna.

Inexplicablemente, gracias al cielo, habían olvidado a Silvina, que aparte del horror por mi sufrimiento, no había sufrido otro daño. Y allí estábamos. Ella aún atada, pero evidentemente sin la mordaza, porque escuchaba sus sollozos, yo tirado en el suelo sin atinar a moverme.

Intenté incorporarme pero inmediatamente una puntada en mis entrañas martirizadas me derrumbó de nuevo. Descansé un minuto e intenté otra vez, logrando sentarme. Tomé conciencia entonces de los restos secos de semen en mi cuerpo y con un grito de asco empecé a revolcarme en el pasto dejando que su humedad me limpiara. Finalmente logré llegar junto a Silvina y logré desatarla. Luego ella desató mis muñecas y allí nos quedamos, sentados los dos en el suelo, sin mirarnos. Finalmente me levanté y emprendí el camino hacia donde supuse que estaba el camino, seguido por Silvina. Para nuestra sorpresa, el auto estaba allí, con lo cual, pensé por un instante, cada vez entendía menos el sentido del asalto.

Me derrumbé en el asiento posterior, mientras Silvina se hacía cargo del volante. En pocos minutos estábamos en casa. Llené la bañera en el baño anexo a nuestro dormitorio, en tanto Silvina ocupaba el de la planta baja. Me metí en el agua y me quedé largo rato, con la ridícula esperanza de que el agua y las sales quitaran de mi no solo la inmundicia exterior, sino la otra, la que estaba empezando a ganar mi alma.

Ya vestido con un pijama y metido en la cama, discutimos un rato con mi mujer sobre qué hacer. Por último aceptamos que debíamos llamar a la policía, aunque era un trago que no me gustaba para nada saborear. Naturalmente tuvimos que ir al hospital, que fue otro mal trago que debí afrontar. La revisión médica fue exhaustiva y por supuesto dolorosa, a pesar del esfuerzo del médico por tratar decentemente mi maltrecho culo.

Un rato después, en la habitación en penumbras, porque no había querido dejar encender la luz y solamente la iluminaba los rayos de la soberbia luna de aquella noche, Solano, el respetuoso y extremadamente discreto oficial que había concurrido junto a otro policía que permanecía sentado en un rincón, volvían una y otra vez sobre los sucesos, tan extrañados y desorientados como lo estaba yo. Sin duda, era difícil alcanzar a teorizar sobre los móviles de los sujetos. A propósito de ello, me permití una salida de irónico humor negro, "De últimas, no creo estar tan bien como para que los haya deslumbrado sexualmente". La mirada de Silvina y la del propio oficial, me hicieron sentir que si tenían sentido del humor, no era este su mejor momento.

Ya se advertía el amanecer, cuando por fin se fueron, anunciaron, "a inspeccionar el lugar del asalto".

Mi mujer anunció que no creía poder dormir, de modo que no se acostaría. (Mucho más tarde descubrí que se había recostado en el diván de la sala). Yo tampoco dormí, pero pasé horas interminables en una atormentada semi vigilia, durante la cual, las sensaciones físicas experimentadas regresaban una y otra vez, para prolongar en un solo, largo padecimiento la violación que se hacía infinita.

Durante la noche siguiente hablamos largamente con Silvina. Una pared se había levantado entre ambos y yo, desesperado, podía percibir la distancia que se había abierto entre nosotros, una distancia construida desde mi mujer por algo muy parecido a la repulsión.

Esto se puso negro sobre blanco durante los días siguientes, a partir de la segunda noche, en la que Silvina me anunció que no podía acostarse conmigo. Respeté su decisión, me pareció aceptable, aunque parcialmente incomprensible. Finalmente yo había sido la víctima de todo aquel horror, e incluso, tal vez ella había salido indemne gracias a eso. Pero confié en que el paso de los días, volvería las cosas a su lugar.

Lugar que claro, no pareció ser el mismo para Silvina, porque luego de un par de semanas, me anunció su deseo de separarse de mi. Debería haberlo esperado, dado el comportamiento de mi mujer en aquellos días, pero mi entendimiento no parecía serme de mucha ayuda.

Y fue menor la que recibí de ella, ya que no hubo forma de que se extendiera sobre sus sensaciones.

─¡Carajo Silvina! ¿Qué pensás?, ¿que disfruté de que me cogieran?

Pero no hubo respuestas.

Silvina se fue y tuve que pasar a entenderme con su abogado, un desagradable sujeto llamado Simoniev, con el que mi contacto fue muy breve, ya que había resuelto no oponerme a nada de lo pudiera venir de Silvina. Dejé la casa para ella, e inmediatamente me mudé a un departamento que tenía en el centro. Intenté recuperar la normalidad, aunque más no fuera laboral, pero fue sólo eso, ya que mis noches siguieron siendo tan convulsas como la primera. Cuando mis ojos cansados de escudriñar la oscuridad, comenzaban a entornarse, aparecía de nuevo toda la secuencia de la brutal violación. Y empecé a preocuparme de no poder soslayar esas imágenes, cuando advertí que había cierta cuota de inexplicable morbosidad en la minuciosidad con que mi mente reconstruía una y otra vez no ya los sucesos, sino también las sensaciones, mis propias sensaciones.

Un par de meses después, recibí en mi oficina un llamado telefónico del Oficial Solano. Me citaba para el día siguiente a las nueve de la mañana.

Cuando llegué, me anuncié en la guardia y de inmediato me hicieron pasar a una pequeña y descascarada oficina. Solano dejó su escritorio para adelantarse a saludarme y luego de interesarse sobre como estaba llevando mi vida, (Él ya sabía del despelote con mi mujer), me dio la espectacular noticia. Habían detenido a cinco individuos, que según él, podrían ser los del ataque y me pidió si querría participar de un reconocimiento. Le recordé, aunque fue innecesario, que tal vez solamente podría reconocer a los dos primeros hombres, es decir, el que me había registrado y había estado muy cerca de mí y el otro, el grandote que había sido el primero en acercarse cuando comenzaron…bueno…"Ya sabe…", dije…."el acto".

Solano asintió, afirmando que de todos modos, tenían buenos elementos para probar la vinculación de los cinco, de modo que el reconocimiento de, aunque fuera uno o dos de ellos, era importante para la investigación.

Fuimos a una habitación, una de cuyas paredes estaba formada en casi toda su extensión por el clásico cristal de un solo sentido o como se llamen estos artilugios para mirar sin ser visto. Se encendió la luz en la habitación contigua, y fueron entrando los integrantes de un grupo, hasta el número de ocho hombres.

Antes de ver a mis presuntos atacantes me quedé helado por la sorpresa. Miré con más detenimiento, pero si, tuve que rendirme a la evidencia. Solano que advirtió mi sobresalto, me preguntó si me pasaba algo.

─ ¡No, no! Pero escúcheme Solano, ¿que hace ese tipo aquí, el primero de todos?

─ ¿Lo reconoce? ¿Es uno de los agresores?

─ ¡Nooo!, ¡No!. Es decir, si. ¡Claro que lo reconozco! ¡Pero no tiene que ver con el ataque! Bueno, no lo sé. No vi a todos, usted lo sabe, pero ¡ese tipo es Lucas!

─ ¿Lucas? Pero entonces, ¿Lo conoce? ¿Lucas cuánto? ¿De dónde lo conoce?

─ ¡Es el artista! ¿Se acuerda? ¡Yo les conté! ¡Veníamos de una exposición! ¡Ese tipo es amigo de mi mujer! ¡Bah, amigo! ¡Yo creo que en realidad la vivía! Silvina estaba metida con esto del arte, bueno, de lo que hacían estos tipos, este Lucas y un grupo de… en fin…usted ya sabe… un grupo de bohemios… A Silvina, aunque era más que negada para los pinceles, le encantaba compartir con estos sus "sesiones de trabajo". Pero eso le significaba tener que pagar por "las clases". ¡Y le aseguro que ni un ingeniero, cobra la hora cátedra al valor de lo que le costaban a Silvina!.

─ Bueno, es una línea de investigación. ¿Reconoce a los otros?

Miré atentamente y efectivamente reconocí al que había estado agachado a mi lado, que luego me había atado. Seguí paseando la mirada, y entonces lo ví. Tal cual lo recordaba, gigante, amenazador. Me estremecí, y de pronto sentí algo parecido a una terrible nausea, por lo cual le pedí al oficial que me autorizara a retirarme.

─ Comprendo. Dijo Solano, y me precedió hacia la salida.

Rechacé el ofrecimiento del oficial de hacerme llevar, y decidí caminar. Una dura sensación de agobio se desplomaba sobre mi espalda. "Comprendo", dijo Solano. ¿Qué crees que comprendés Solano? ¿Tu cargo te capacita para comprenderlo todo?. Si, seguro que si. Entonces, mi querido Solano, ¿Me podrías ayudar a quitarme esta sensación de asco de encima? Porque es tal cual te dije Solano. Me invadieron incontrolables nauseas. Pero claro es comprensible. Y vos Solano lo tenés claro. ¿Cómo no sentir nauseas ante la situación de verte de nuevo con quien te hizo lo que te hizo?. Pero te tengo una noticia Solano. Vos no lo comprendés todo. La nausea no fue por el tipo. O si, pero de otra forma. La nausea, las ganas de vomitar, la increíble descompostura que casi me desmaya, se originaron en mi, Por mi. ¿Te extraña? ¿Te das cuenta qué difícil es saberlo todo?. El asco me lo provoqué yo mismo. ¿Aún no te das cuenta Solano?. No, no. Digo mal. No me lo provoqué yo mismo. Mi querido Solano, ¡fueron las sensaciones que me provocó la visión del tipo!. ¡Ninguna desagradable! ¿Qué me podés decir Solano de esto?.

Dos semanas después, recibí en mi departamento la visita del oficial.

Lo saludé efusivamente, lo hice pasar, lo invité a sentarse y le ofrecí una copa, que aceptó con gusto. Hablamos de banalidades, hasta que:

─ Bueno, al grano. Los cinco tipos fueron dejados en libertad bajo fianza.

─ ¿Qué? ¿Cómo bajo fianza? Pero ¡la puta madre! ¡No hay caso con la justicia en este país!. ¿Es posible qué para un delito como este, permitan fianzas? ¿No es que solamente puede haber fianzas cuando la pena presumible, está por debajo de los tres años?

─ Solamente son procesados por agresión callejera. Ni siquiera hubo robo.

─ Disculpe, pero me parece que fué algo más que un robo, ¿No cree?

─ El juez, prestó mucha credibilidad a un testimonio.

─ ¿A un testimonio? ¿Y? ¡El mío, el del médico que me revisó, el de mi mujer! ¿De qué testimonio me está hablando?.

─ Justamente Gustavo. El de su mujer.

─ ¿El de mi mujer? ¿Y qué dijo mi mujer?

─ No hizo más que relatar con toda minuciosidad, el descubrimiento que hizo luego de casarse, cuando usted mismo, le habló de su propia homosexualidad.

Un mazazo en mi cabeza no hubiera tenido el demoledor efecto de las palabras del policía. Me quedé paralizado. Un rato después:

─ Gustavo, ¿se siente bien?

─ Vea Solano, no tendría ningún sentido que yo le jure que no sé de que habla mi mujer. Cuando nos casamos, llevábamos un año prácticamente conviviendo, nos amábamos, nos divertíamos, nuestro sexo era rico, apasionante, pero bueno, ¿De qué sirve esto? No entiendo nada. Y por otra parte, a esta altura, me da lo mismo que usted me crea o no.

─ Yo le creo Gustavo. Porque hay más.

─ ¿Más?. Bueno al menos, peor de lo que fue esto no va a ser.

─ Usted sabrá. La fianza fue pedida y pagada por el Dr. Simoniev.

─ ¡Bueno, bueno! ¡Qué chico que resultó el mundo! ¡Y qué gentes! Me alegro de no haber tenido que litigar con ese tipo. En fin

─ Gustavo, el Dr. Simoniev pagó la fianza por cuenta de Silvina Di Marco. Así es Gustavo. Su esposa.