Peligrosa luna de miel (2)

Luna de miel que ya es historia olvidada. Pero como termino encontrándome con aquel que en realidad soy...

Seguí fatigando durante un tiempo más los pasillos de los tribunales, intentando, durante largas conversaciones con el Juez Zúñiga, sino convencerlo de la necesidad de no cerrar el expediente de lo que él mismo había dispuesto caratular como "Agresión callejera", al menos encontrar una mínima pista sobre el sentido o los motivos de lo que me había sucedido, o de la conducta de Silvina.

Pude advertir que a veces el Juez parecía dar cierto crédito a mi relato, repetido hasta el cansancio, siempre igual, sin contradecir ninguna de las versiones que a lo largo de esos meses desgrané ante Zúñiga, pero también es cierto que lo incomprensible de los hechos, conspiraba contra la credibilidad del suceso. Y a medida que el tiempo pasaba, el Juez fue perdiendo interés en mantener abierto el caso, hasta que un día me anunció que si no se producía alguna novedad de importancia, en treinta días dispondría el archivo definitivo de las actuaciones.

A esa altura, debo admitir que mi propio interés ya estaba bastante afectado por el desgaste. Únicamente Solano parecía mantener la voluntad de no hacer a un lado su preocupación, cosa que le agradecí en alguna oportunidad en que nos encontramos, aunque no comprendí demasiado, ni él se tomó el trabajo de explicarme, la causa de su interés.

Un día cualquiera de ese tiempo, regresé del juzgado, cansado, harto, deprimido y decidido a intentar dejar atrás la historia. Sin probar bocado me serví un generoso vaso de whisky y me recosté en el sillón de la sala. Terminé la bebida y me dio pereza levantarme para servirme otra medida

Como salidos de la nada, Lucas y uno de sus compinches se abalanzaron sobre mi. Sin darme tiempo a reacción alguna, me sentí aplastado por sus cuerpos sobre el mío y sobre todo por sus olores, esos que no había podido quitarme, como si hubieran quedado adheridos como una fina película a mis fosas nasales. Casi ni comprendía sus gritos, sus palabras si las había, pero un oscuro miedo se apoderó de mi al comprender sus intenciones. Me estaban arrancando la ropa, cortándolas con una navaja y en segundos estaba totalmente desnudo. Ahora ellos también lo estaban y lo primero que advertí más por sentirlas en mi piel que por verlas, fueron sus vergas, duras como el hierro, que se paseaban por todo mi cuerpo siguiendo el ritmo febril de sus movimientos mientras se deshacían de mi ropa, manteniéndome a la vez inmovilizado.

Giraron mi cuerpo para colocarlo boca abajo. El secuaz de Lucas tirando de mi pelo, dio vuelta mi cabeza hacia el costado y cuando vi, pegada a mi cara su pija hinchada, comprendí que esperaba de mi. Intenté mantener la boca cerrada, pero en ese instante Lucas abría mis nalgas, ante lo cual no pude evitar un grito de negación, lo cual fue aprovechado por su compañero para meterme el glande en la boca, mientras me ordenaba que lo chupara. No quise hacerlo, pero la punta de la navaja apoyada en mi cara, cerca del ojo izquierdo, me hizo resignarme a mi suerte y venciendo el asco que sentía, accedí a sus deseos.

Me contuve reteniendo la respiración en el momento en que sentí como Lucas apoyaba su verga en mi agujero y luego, lentamente, durante un minuto o dos, empezó a forzarlo para vencer la resistencia de mis músculos. Y no pude evitar casi un aullido, cuando de un solo empujón derrotó mi resistencia y su palo ardiendo buscó el fondo de mis entrañas.

El dueño de la pija que tenía en la boca se movía ahora frenéticamente, metiendo y sacándola, mientras se ayudaba con su mano pajeándose cada vez más rápido. El mismo movimiento, pero en el culo, me hizo presentir que estaba a punto de ser inundado de semen. Los movimientos de los dos parecían estar sincronizados por un mismo mecanismo y en el páramo del total desinterés y desprendimiento que se había operado en mi mente, casi pude ver los chorros de leche de ambos hundiéndose dentro mío y luego, cada uno de los hilos del espeso líquido, deslizándose por la comisura de mi boca y por mis nalgas, rebalsando todo lo que no pudo ser aceptado por mi garganta y lo que mi culo tembloroso tampoco pudo retener.

El estrépito de la puerta abierta con violencia me sacó de ese estado e inmovilizó a mis violadores. Pude ver como el Oficial Solano se precipitaba en la sala revólver en mano, pero ¡Totalmente desnudo!, exhibiendo su verga misteriosamente parada. Su movimiento hizo que mis captores se echaran hacia un lado, contra la pared, intimidados por el arma que empuñaba el policía, que ahora montado sobre mi, los seguía amenazando. Yo no atinaba a nada, tal vez paralizado por la sorpresa de esa cadena de sucesos, en tanto sentía que la pija del oficial era la que ahora pugnaba por mi dolorido agujero. Ante la dedicación de Solano a la tarea de cogerme, los dos hombres se dirigieron de nuevo a mi, y turnándose, hicieron otra vez de mi boca el receptáculo de sus vergas. Ahora sentía como Solano me cogía, sentía el dolor de mi culo lacerado, de mi boca golpeada torpemente en cada invasión de las vergas increíblemente duras y de mi lengua moviéndose, ni sabía ya si como resistencia o procurando cumplir la orden de chuparlas. Las manos de los hombres disputaban por mi cuerpo. Alguna me mantenía aferrado por el pelo, otra apretaba o acariciaba mis pezones, otras se deslizaban por mi espalda, por mis nalgas, ya acariciándolas, ya sobándolas con brusquedad o pegándoles con las palmas abiertas, en un castigo que solamente podía servir para alimentar la excitación y el salvajismo de mis torturadores.

Que ahora gritaban, me insultaban y golpeaban mientras se aproximaban a su clímax. Y fue de nuevo lo esperado. Chorros de semen caían sobre mi, en las nalgas, en la espalda, en la cara, llenándome los ojos de la espesa túnica. Con mis manos también enchastradas por la leche de los hombres, intenté frotarme los ojos, procuré quitar los restos de mi cuerpo, empapado en sudor y aún temblando por la pesadilla de la que acababa de despertar.

Nada había cambiado a mi alrededor. El vaso seguía en el piso al lado del sillón. La sala estaba totalmente a oscuras, ya que la noche había llegado mientras dormía. Me levanté tambaleante y me dirigí a la ventana para recibir el vivificante aire fresco de la noche.

Sin poder quitarme los devastadores efectos de la pesadilla, me metí bajo la ducha. El agua fría, terminó de despertarme, pero no me serenó. Pero ahora no era el terrible sueño la causa. Era el hecho de encontrarme con oscuras sensaciones, con algo muy parecido a frustrados anhelos, con todos los interrogantes que el tenebroso mundo que había surgido de mi inconsciente me había dejado. ¡No podía creer en lo que me estaba pasando!. Pero no podía negarlo aunque intentara rechazarlo. ¡Deseaba ferviente, terriblemente que Lucas se corporizara allí mismo en ese momento!. ¡Deseaba con ansiedad incontenible el contacto de ese cuerpo del que recordaba cada detalle desde la noche aquella en que lo tuve por primera vez encima mío!.

Salí de la ducha con una sensación de borrachera por la certeza casi dolorosa de mi imposible deseo. Me envolví en la toalla y me derrumbé en la cama. Sentía arder mi cuerpo, pero más que una sensación, era la percepción real del padecimiento de cada terminal nerviosa por la carencia del único estímulo capaz de darles sosiego. Empecé a acariciar mi cuerpo, el cuello, los pezones, como intentando reproducir la acción de los dedos que hacía un rato los habían acariciado, pellizcado, torturado, acaricié mis nalgas, jugué abriéndolas, deslicé uno de mis dedos hasta el agujero. De pronto, como si se hubiera independizado de mi voluntad, el dedo empezó a hurgar en mi culo mientras con mi otra mano me acariciaba y frotaba la pija, dura y erguida como había sentido las de los hombres en mi sueño, pero con el vago e impreciso deseo de asociarla únicamente con la de Lucas.

Pero mientras me pajeaba, mi mente no estaba tan claramente despejada. Porque la imagen de Lucas se mezclaba y confundía con la de Solano. Y eran dos los rostros, dos las vergas, tan distintas como lo son el día y la noche, pero igualmente ansiadas en esa hora de torturante pasión descontrolada. Era mi propio dedo el que entraba y salía frenético de mi culo, era mi mano la que me pajeaba, pero, en el instante supremo, en el momento de derramarme sobre la sábana, fue una pija la que acabó en mi culo y una lengua la que ordeñó hasta la última gota de mi leche urgente.

En el instante siguiente, hubo un quejido, ¿un sollozo? de pura frustración y así, recogido sobre mi mismo, me quedé, esperando inútilmente el consuelo de un sueño que no llegó.

Tal vez logré dormir algunos minutos. Me despertó la calidez del sol entrando por la ventana de la habitación. Me levanté y mientras desayunaba, busqué en el diario noticias sobre exposiciones de arte, pero no encontré lo que buscaba. Cerré el diario y me puse a protestar contra mi mismo. ¿Qué buscabas?. Sabía que buscaba. Quería saber de Lucas. Pero no me atreví a preguntarme para qué. Pero esta especie de novedosa locura por la que estaba poseído se puso nuevamente de manifiesto, un par de horas más tarde, cuando me encaminé al Departamento de Policía y sin tener idea de que le iba a decir, pregunté en la guardia por el Oficial Solano. No estaba, pero el agente que me atendió no me dio precisiones sobre si no había venido o se encontraba realizando alguna comisión.

No quise volver a la oficina y me fui a casa. Revolví entre un montón de mis papeles y por fin encontré la tarjeta personal que me había dejado en alguna oportunidad Solano.

Marqué su número, pero nadie contestó. Más tarde insistí con idéntico resultado. Entonces llamé al Departamento y esta vez me pidieron que aguardara en línea. Justo en ese momento un estremecimiento recorrió mi cuerpo. ¿Y qué si lo encontraba? ¿Qué demonios le diría?. Tuve la sensación de que estaba perdiendo el control de mis actos, pero su voz en el teléfono me trajo a la realidad. Supongo que del borbotón de palabras que le dije, se puede haber desprendido la idea de que quería saber si tenía nuevos datos sobre mi caso, aunque el tipo no era ningún estúpido y se dio cuenta que había algo más en mi llamado.

Cuando paré de hablar, me dijo que advertía alguna preocupación distinta en mi, que me notaba algo…raro. Me sugirió entonces que nos encontráramos para compartir una copa, esa misma noche, a las nueve, en un pub no lejos del centro. Acepté, colgué el teléfono y me tiré en el sillón.

¡Ay carajo, ¿qué estoy haciendo?. Supuse que no iría, pero enseguida negué mi autoengaño y acepté que lo vería, y bueno, ¡el diablo sabía que saldría de todo esto!.

Nos habíamos encontrado, bebimos, charlamos de nada, en fin que la noche pintaba como el fracaso de algo, que sin saber muy bien que era, alcanzaba de todos modos para hacerme sentir defraudado y ansioso. Inevitablemente tuvimos que terminar la velada. Cuando salíamos él se ofreció para llevarme en su auto. Acepté y nos encaminamos al estacionamiento

¿

Sabés que tengo la sensación de que aún te quedan cosas por decirme?. Me dijo, a lo cual respondí apenas con un encogimiento de hombros.

Ya en el auto y antes de que arrancara, no hice más por contener mis impulsos, giré hacia él y echándole los brazos al cuello lo besé en la boca. No respondió a mi beso, pero tampoco hizo movimiento alguno de rechazo. Lo dejé, me enderecé en mi asiento y con la voz quebrada, sólo pude musitar:

Creo que tomaré un taxi, ¿te parece?

Aún puedo manejar, no te alteres. Dijo esto y poniendo la mano sobre mi muslo, presionó afectuosamente, luego de lo cual, arrancó y empezó a maniobrar para salir. No cruzamos palabra en el trayecto, pero cuando llegamos, bajó del auto mientras yo hacía lo mismo y me di cuenta que lo cerraba.

Supongo que podrás invitarme con un café, ¿no?

Yo… mirá… si, si claro que puedo.

En el ascensor no sabía para donde mirar. Él si. Él tenía la mirada clavada en mi. Entramos en mi departamento.

Sentate por ahí, ponete cómodo. Voy a encender la cafetera. ¿O preferís tomar otra cosa, cerveza, algo….?

Cerveza está bien.

Regresé con dos latas y me senté frente a él. El estaba sentado con las piernas algo separadas. Me dije para mis adentros, "Por favor cerrá esas piernas porque está a punto de esfumarse lo poco que me queda de civilizado". Pero advertí que el bulto entre sus piernas se hacía más y más voluminoso. Como hipnotizado, me levanté y me arrodillé entre sus piernas apoyando mi cara sobre el atractivo bulto. Eché la cabeza atrás y lo miré. Encontré una cálida sonrisa y sus manos tomaron mi cara con firmeza. Entonces mis manos se soltaron en febril actividad, desprendiendo la hebilla de su cinturón y bajando el cierre. Él levantó ligeramente su cuerpo del sillón, para facilitar que bajara su pantalón, cosa que hice llevando también el calzoncillo. Y entonces, por fin, me encontré viviendo el instante soñado. Tomé su pija con mis dos manos, me incliné y la besé. Sentí su reacción y entonces hundí más aún mi cabeza buscando sus huevos y más atrás. Apreté mis labios contra la piel caliente y desencadené una lluvia de besos que deposité en un huevo, en el otro, nuevamente en el primero, para luego seguir subiendo por el tronco endurecido hasta llegar a la morada cabeza, Besé despacito el pequeño orificio, y luego dejé caer algo de saliva que con la lengua distribuí por todo el glande. Sus manos me sostenían la cabeza cada vez con más fuerza, hasta que ya sintiéndome dueño de ese hermoso instrumento, comencé a jugar con deleite, usando la lengua, los labios, los dientes, la boca entera. Ahora lo aferraba por sus caderas y lo mantenía de ese modo pegado a mi, chupando desesperadamente, conociendo, a medida que la liberaba, esa terrible y nueva pasión que había amanecido en mi. Cuando sentía su excitación llegando muy arriba, me retiraba por un instante y lo contemplaba o besaba y lamía sus muslos. El me metió de nuevo la pija en la boca presionando para llegar a mi garganta y yo puse la cara en el ángulo adecuado para dejarlo hacer. Movía mi boca atrás y adelante y ayudaba con mis manos porque lo sentía aproximándose al momento deseado. ¡Y por fin! Aunque todo me parecía un sueño, sabía que no lo era. ¡Era todo real! Era real mi cuerpo ardiendo, mis labios ardiendo, mi lengua ardiendo y esa hermosa verga ardiendo. Mis manos habían encontrado sus nalgas y tomando una con cada una, hice de manera que mis dedos trabaran en su raya y cuando lo hice, uno de ellos encontró su agujerito y pícaro, se puso a hurgar en él, deseoso de introducirse, de acariciarlo, de esconderse en esa cuevita. Pero no hubo más tiempo. En una última contracción de sus músculos, todo su semen se derramó dentro de mi boca, empapando mi lengua ahora enloquecida, viboreando y saboreando la preciosa leche.

Tragué toda la que pude y luego con la lengua me dediqué a limpiar de sus vestigios toda su pija, pero sus fuertes brazos ahora me levantaban para que me sentara en sus piernas, me estrechaban en un interminable abrazo y su boca llamó a la mía, que se apoyó con firmeza ofreciéndole la lengua para que se uniera a la suya en un largo, muy largo y apasionado beso que interrumpimos cuando sentimos que necesitábamos aire que respirar.

Seguimos jugando con nuestros labios, con las lenguas, con las manos. El chupaba mis pezones y yo creía morir transportado por la caricia de sus labios.

Nuevamente su pija estaba lista y entonces él me bajó el pantalón y me sentó sobre sus muslos ahora en contacto directo con la piel de los míos. Mojó con saliva sus dedos y lenta y suavemente humedeció mi agujero; apoyó luego la punta del glande mientras yo lo ayudaba abriendo las nalgas con mis manos. Clamé por sentirlo invadiéndome. Le grité mi amor.

¡

Ay amor!

¡

No me hagas esperar más mi vida! ¡Cogeme querido!

¡

Ya estoy puta caliente! ¡Mi hermosa yegua! ¡Claro que te voy a coger! ¡Te romperé ese orto hermoso!

¡

Si, si, siiiiii, mi vida, mi macho, mi dueño! ¡Clavá a tu puta caliente, muy caliente! ¡Haceme tuya mi amor! ¿Alguna mujer te hizo gozar como lo hago yo? ¿Verdad que no? ¡Decime que no! Decime que querés únicamente a tu puto!

¡

Claro que si!

¡

Claro que quiero a mi puto! ¡Claro que quiero a mi amor!

Entraba y salía, bombeaba desesperado, mis caderas se acompasaban a sus movimientos, sus manos aferraban mis tetas, su cara pegada a mi espalda, luego sus labios y su lengua recorriendo mis hombros, sus dientes mordiendo la carne que se le ofrecía gozosa y palpitante.

¡

Siiii!

¡

Asi amor!

¡

Apretame los pezones, haceme sentir mis tetas! ¿Te gustan? ¿Si? ¡Decime cuánto te gustan mis tetas! ¿Te gusta mi culo? ¡Tomalo todo!

Y de pronto, casi un estertor, y los potentes chorros que se metían hasta lo más recóndito de mis entrañas, mientras un grito sin sonido se dibujaba en mi boca ante la gloria de ese instante.

Luego apreté los músculos para no dejar salir la verga que descansaba ya pequeña y frágil y así nos quedamos, quietos, relajados, apretado entre sus brazos, sintiendo sus besos ahora suaves y tiernos recorriendo mi espalda.

Luego seguimos en la cama. Lo hicimos todo y probamos todas las posturas. Nuestros cuerpos se conocieron en cada milímetro de piel. Me cogió dos veces más. Lo masturbé con la boca hasta cansarme o hasta sentir que ya no podía darme más nada. Muy entrada la madrugada me dormí entre sus brazos, con su pija ya fláccida entre mis nalgas.

Dos días más tarde, dando vuelta una esquina, tropecé con Lucas. Pero esto tal vez sea otra historia.