Peligros del deporte

Un tirón muscular me lleva a hacerle un "inocente" masaje a un amigo, que pronto tiene ganas de más.

Era un miércoles por la tarde, a mediados de primavera, y aprovechando el buen tiempo había salido a correr con un amigo con el que quedaba de vez en cuando para hacer deporte. Íbamos en tirantes y con un pantalón de baloncesto, el suyo azul y el mío rojo.

Llevábamos apenas media hora cuando le dio un tirón que le obligó a sentarse, se le había cargado el cuádriceps y apenas podía caminar. Por suerte pasábamos cerca de mi casa y pude llevarle allí haciéndole de apoyo. Entramos, y vi una nota de mis padres conforme se habían ido a comprar y cenarían fuera, por lo que sólo la perra nos hacía compañía. Le hice tumbarse en la cama para aplicarle un relajante muscular en la pierna, y cuando volví me lo encontré tumbado sin pantalón, sólo con la camiseta y unos slips blancos ligeramente sudados. Tenía unas buenas piernas, musculadas, morenas y algo peludas, y tenerle tan a mi merced con tan poca ropa me estaba empezando a calentar, puesto que ya hacía tiempo que le traía ganas, pero procuré pensar en otras cosas porque un empalme con aquellos pantalones sería imposible de ocultar.

Me senté en el borde de la cama y comencé a aplicar la crema sobre el muslo, con suavidad y apretando en ciertos puntos, pasando ambas manos de arriba abajo y haciendo círculos con los pulgares. Jaime, mi amigo, estaba con los ojos cerrados y de vez en cuando soltaba algún quejido, pero se le veía relajado. Aprovechando su estado, cada vez subía más con mis manos, a lo que Jaime respondió abriendo más sus piernas, y facilitándome que “casualmente” mis dedos rozaran su paquete al pasar por la cara interna del muslo.

  • Qué buenas manos tienes…

  • Bueno, me gusta hacer masajes –le respondí.

  • ¿Sí? Pues por mí no te cortes, masajea lo que quieras.

Por suerte seguía con los ojos cerrados, porque a mí se me acabó de poner dura al momento. Eché crema en la otra pierna y comencé a masajearla también. Bajé por ambos gemelos, dedicándole mi atención a todos los músculos, pero pronto volví a los muslos y a la zona cercana a aquello que me moría de ganas de chupar, que además daba signos de empezar a despertar lentamente. Dispuesto a seguir disfrutando de su cuerpo, le hice quitarse la camiseta y darse la vuelta, para poder masajearle la espalda.

Puse todo el esmero para hacerle el mejor masaje que nunca había hecho, y por los suspiros que le oía todo apuntaba a que lo estaba consiguiendo. Pero yo seguía caliente, y quería comprobar hasta donde podía llegar aquello, así que siguiendo con el masaje fui bajando hacia sus nalgas, que se veían duras atrapadas en aquel slip, y poco a poco fui bajando más, hasta sus piernas pasando por sus nalgas. En vistas que no hubo protesta, repetí la operación per subiendo, deteniéndome un segundo amasando su duro culo, y como quien calla otorga… finalmente le agarré de la goma del calzoncillo y se lo bajé.

  • ¿Pero qué haces? – me increpó incorporándose sobre los codos tras volverse a colocar el calzoncillo.

  • Calla tío, que ya que estoy puesto lo hago bien y entero, como lo hacen en los spas.

-No sé yo… -no le veía muy convencido, pero puse mi mejor cara de indiferencia-. Está bien, pero sin mariconadas, ¿eh?

  • Por supuesto –le respondí sonriendo. Si supiera en lo que yo andaba pensando…

Volvió a tumbarse, y lentamente le fui bajando el slip, dejando a la vista un culo duro y también algo peludo, acorde a sus piernas y el resto del cuerpo. Me puse más crema en las manos, y comencé a masajearle las nalgas, sin sobrepasarme y también atendiendo piernas y espalda. Poco a poco volvió a relajarse, por lo que comencé a acercarme más con las caricias a la zona del perineo y los huevos, y mis manos ya no sólo masajeaban sus nalgas sino que también abrían los cachetes, dejando visible un ano cerrado que se contraía cuando alguno de mis dedos pasaba más cerca de lo normal. Según mis caricias se volvían más intensas en toda la zona sensible de Jaime, él abría más las piernas y sus suspiros se hacían más frecuentes e intensos, hasta que un gemido escapó de sus labios cuando mi dedo pulgar finalmente pasó por encima de su agujero.

Proseguí sobándole, ya sin reparo alguno a la hora de jugar con mis dedos en su entrada, o de bajar por el perineo hasta sus huevos, que frotaba levemente antes de volver a centrar mi atención en su culo, a cada segundo más apetecible para mí. Finalmente, tras varios minutos en los que la tensión sexual no hacía más que aumentar, como la frecuencia de los gemidos que se le escapaban a Jaime, lentamente le fui metiendo el dedo índice, que pese a la estrechez se abrió paso hasta el final. Me calentó muchísimo el gemido que soltó cuando se lo sacaba, y volví a introducirlo. Estuve un rato jugando con mi dedo en su culo, metiendo y sacando variando el ritmo, mientras me sobaba el paquete, húmedo pese a no haberle dedicado atención alguna. Era el momento de probar con dos dedos, y no dio muestras de dolor cuando el dedo corazón se unió al que ya había dentro. Yo estaba muy caliente, y como hacía tiempo que no me comía una buena polla le dije que se girase. Al hacerlo dejó a la vista un torso bastante definido y con algo de pelo, y una polla circuncidada pero muy similar a la mía, unida por un hilillo a la mancha de preseminal que me había dejado en la colcha. Me miró con lujuria y se agarró la polla por la base, moviéndola, y con un dedo se repartió bien por todo el capullo aquel líquido tan viscoso, antes de ofrecérmelo.

El olor a su polla inundaba la habitación, y tras probar su sabor al chupar el dedo que me ofrecía no pude aguantar más y me lancé a devorar aquel pedazo de carne duro como el hierro, que pronto desaparecía casi entero en mi boca al ritmo de sus golpes de pelvis. Me estaba gustando mucho la follada de boca que me estaba regalando, pero quería volver al juego anterior, por lo que mientras mi lengua disfrutaba de toda la extensión de su rabo, mis dedos volvieron a su culo, que los recibió inmediatamente. Cualquiera que entrase habría quedado en shock: mi amigo totalmente desnudo en la cama, con las piernas en alto, y yo de rodillas en el suelo comiéndole la polla con glotonería, mientras los dedos de la mano izquierda le follaban el culo.

Ambos gemíamos sin parar, él de placer; yo de puro vicio. Y el vicio me pedía más, y más quería yo, por lo que le dejé allí jadeando y fui a buscar un condón.

  • No, no y no. Todo esto está muy bien, pero eso ya son palabras mayores. –Jaime se había escandalizado de golpe, sentándose en la cama. Fui hacia donde estaba él.

  • ¿Crees que lo de ahora era disfrutar? –le dije al oído en un susurro mientras acariciaba ligeramente su torso-. Déjame hacer, despacio y a tu ritmo, y te prometo que vas a gozar como nunca lo has hecho…

Noté su estremecimiento, y se dejó caer hacia atrás, la mirada expectante. Yo me deshice del pantalón y mis bóxer, liberando por fin mi dura polla, que ya dolía después de tanto rato en erección, y apresuradamente me puse el condón. Me la unté bien de crema, y esparcí más en su entrada, y de rodillas entre sus piernas abiertas y levantadas, comencé a metérsela suavemente. Un quejido escapó de su boca cuando acabó de entrar toda, y me quedé en esa posición un poco para que se acostumbrase.

Su polla se había desempalmado y ahora descansaba, pringosa, sobre su abdomen manchado. Le comencé a pajear para ponerla dura y así desviar la atención del culo, donde había empezado a moverme lentamente. Pasó un rato hasta que la cara de Jaime dejó de estar contraída y su polla empezó a crecer en mi mano, hecho que tomé como una invitación a empezar a dar caña de verdad. Y progresivamente fui aumentando el ritmo, arrancando gemidos y suspiros en cada embestida que mi polla daba a ese duro y virgen culo. La situación era muy excitante, sabía que no iba a ser un polvo largo pero si muy intenso, y vaya si lo fue.

Tras un rato en aquella postura, en la que bombeaba a más no poder deseando llegar cada vez más profundo, me obligó a cambiar, tumbándome yo para cabalgarme. Debido a la inexperiencia no se movía demasiado bien por lo que el placer era menor, pero tenerle allí encima botando, con la polla dura golpeando sus abdominales chapoteando y esa cara de vicio me estaba volviendo loco. Y loco me volví cuando me dijo entrecortadamente que se corría, y agarrando su polla empezó a llenarme pecho y vientre de caliente leche, provocando que yo comenzase a descargar descontroladamente en su culo mientras él seguía botando en mi polla.

Se dejó caer sobre mi, su cuerpo contra el mío, su corrida aun caliente entre ambos.

  • A la próxima cambiamos posiciones, ¿eh?

  • Vale, pero sin mariconadas –le respondí guiñándole un ojo.