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Entre en una cafeteria, y la camarera, me devolvio a la vida...
Entré en un bar a tomar un café; Estaba cansado. Llevaba horas conduciendo, y mis ojos, no veían más que rayas, rayas y más rayas, de un firme desgastado. La camarera me sonrió al entrar, y entonces, dejé de ver la carretera, y por fin empecé a ver el mundo. Era una mujer extraña, no era de una belleza extraordinaria, ni un cuerpo escultural, pero cuando se acercó a tomarme nota, me volvió a sonreír, y vi una luz en sus ojos, que me estremeció por dentro.
Llevaba un uniforme, de color rosa, gastado ya de tanto lavarlo. Tenía tres botones, todos ellos desabrochados dejando entrever un escote generoso. Cuando se reclinó para servirme el café pude ver sus senos, y un discreto sujetador blanco que las cubría. Noté como entre mis piernas algo crecía, ella, no lo podía ver, la mesa me tapaba las piernas, pero no pude evitar sentirme como un adolescente ante su primera erección, pensando, en que todos se darían cuenta.
Según se fue alejando, la observé: como caminaba, como movía sus caderas con cada paso que daba, sus piernas largas y apetecibles... y en mi cabeza las imaginé, abrazando mi espalda.
Tomé un café, luego una botella de agua. Más tarde le pedí un bocadillo, el periódico, un paquete de tabaco ... miraba su ir y venir, de mi mesa a la barra, barra arriba, barra abajo, de la barra a mi mesa. Me sentía hipnotizado por aquella mujer, de pelo enmarañado y senos generosos, de anchas caderas y piernas largas. La imaginaba en mi cama, en mi coche, en la barra besándome. Mi sexo se estremecía con su mirada, mi respiración se agitaba cada vez que se acercaba, cada vez que sus pechos se ponían a la altura de mis ojos... enloquecía mi lengua queriendo salir de mi boca, luchando por lanzarse a su regazo y lamer sus senos, para sentir en mi boca como se iban inflamando sus pezones. Pensaba en subirle aquella faldita y morder sus muslos, beber sus jugos más íntimos ...
El local se quedó vacío. Era tarde, pero yo, no me quería ir. No quería dejar sola a aquella mujer, no quería volver a la carretera, no quería dejar de sentir aquel inmenso placer de tener mi sexo erecto y mi mente calenturienta gozando de su cuerpo.
Pensé en las películas porno que había visto, y en la posibilidad, de que ella apagara las luces, cerrara la puerta, se acercara a mi y me besara. Fabulaba con lo que podría ocurrir, con sentir como me desnudaba entre besos y se arrodillaba delante de mi para meterse en su boca aquello que había despertado.
Podía sentir su boca caliente lamiendo mi sexo, acariciando mis partes más íntimas al tiempo que yo metía mi mano entre sus braguitas ... sentía la humedad de su sexo, como se deslizaban mis dedos de arriba abajo, deteniéndome en su endurecido clítoris, y como se agitaba su respiración ante mis movimientos ... pensaba en como podrían entrar mis dedos dentro de ella, y como aumentaría el deseo en ambos. Quería que viniera hasta mi, que se sentara encima, y con sus manos introdujera mi pene dentro de ella, sentirla cabalgando sobre mí, al tiempo que yo veía como entraba y salía dentro de ella....
Cuando en mi mente ambos estábamos a punto de llegar al climax, ella se acercó a mi: "disculpe, pero ya es la hora de cerrar" ... quise decirle algo, invitarla a un café, contarle lo maravillosa que era como amante... pero no tuve valor, eso, sólo pasa en las películas.
Le pedí la cuenta, pague y quise dejarle una buena propina, pero ella, no era ninguna puta. Me sonrió y me dio las gracias.
Volví al coche, a la carretera, pero ahora, ya no iba solo, llevaba aquella camarera en mi cabeza, sentada a mi lado, acariciando mi pierna, y diciéndome:"tengo ganas de llegar a casa y que me hagas el amor".