Pedro y los tres

El novio de mi hermana resultó ser un tipazo de fuertes brazos, amplio pecho y un robusto culo bien sensacional. Mostraba un paquete provocador sobre la bragueta del pantalón. El tipo era deportista y sin duda tenía pinta de ser fogoso. Sus ojos castaño claro, un poco juntos, eran de mirar directo y sereno, y su boca, carnosa y entreabierta, parecía dispuesta siempre a la sonrisa.

Pedro

y los tres

1

El novio de mi hermana resultó ser un tipazo de fuertes brazos, amplio pecho y un robusto culo bien sensacional. Mostraba un paquete provocador sobre la bragueta del pantalón. El tipo era deportista y sin duda tenía pinta de ser fogoso. Sus ojos castaño claro, un poco juntos, eran de mirar directo y sereno, y su boca, carnosa y entreabierta, parecía dispuesta siempre a la sonrisa. De tez morena clara, señalada por el sol tropical, mantenía un vivo color casi dorado. Además se acababa de graduar de ingeniero y trabajaba ya en la industria petrolera. Yo, al verlo por primera vez, quede impactado, contemplándolo con mi boca abierta y babeando. Nunca pensé que mi hermana pudiera levantarse a un tipo así, no porque ella no fuera lo suficientemente bonita, que sí lo era, sino porque la personalidad del novio no cuadraba con la de ella quien era muy tímida, reservada y no le gustaba hacer ningún deporte. Deduje que mi hermana algún otro atributo debía tener, que yo no conocía, y que Pedro, su novio, sí sabía definir.

A partir del allí Pedro comenzó a ir casi a diario a casa y a compartir, con nuestra familia, todos los momentos cotidianos, se hizo amigo y a todos nos cayó bien porque el tipo era simpático y se ganaba el aprecio. El día en que cumplí dieciocho años, me regaló una calculadora científica que yo necesitaba porque comenzaba a estudiar ingeniería. Ese día mis amigos me tenían otra fiesta así que insistí, en casa, en que me cantaran el cumpleaños y en que la torta la cortaran para poder irme. Como a las diez de la noche salí apurado, Pedro también se despidió, así que los dos bajamos en el ascensor. Se ofreció a acercarme en su carro y yo se lo agradecí porque iba retrasado. La fiesta me la programaron, sobretodo, mis amigos Fidel y Hugo, con quienes mantengo una relación estrecha, nos queremos y tiramos parejo, entre los tres. Yo ya me imaginaba la fiesta, cargada de gente rara, llena de gays que talvez ni yo conocía, y de lesbianas cada una más macha o más mamita que la otra.

-¿Y no me vas a invitar a tu fiesta? –me preguntó Pedro cuando enfilábamos el carro por la autopista, con una voz que emanaba cierta ironía.

-No creo que te guste ir a esta fiesta –le contesté con sinceridad.

-¿Porqué?

-Será una fiesta muy gay, ¿entiendes? –decidí comunicarle en voz clara y sin tapujos.

Si Pedro pensaba que podría amedrentarme por mi condición, se equivocaba. Supongo que él era consciente del enorme atractivo que ejercía en mí y pensó que me desenmascaraba, pero no era así, yo traté de ser bien transparente.

-¿Y tú eres gay, acaso? –me preguntó.

-Sí soy.

-Y tus padres, ¿que dicen?

-Nada, porque no lo saben.

-Algún día tendrán que saberlo, ¿no?

-Talvez sí, talvez no, talvez luego me interesen más la mujeres y me case. Solo quiero probar, ahora me gusta y lo disfruto, después quizá

-Demasiados talvez, ¿no crees?

-No hay nada seguro, apenas estoy cumpliendo dieciocho años.

-Y yo solo tengo veinticinco, yo te entiendo, no te preocupes, por mí todo está bien.

-Detente, creo que es aquí.

La música ya retumbaba dentro de la casa, humo y luces de colores salían proyectados por las ventanas.

-Yo me bajo en esta fiesta –dijo Pedro, con determinación, encauzando el auto hacia el estacionamiento de la sala de fiestas.

-Yo no sabía que la fiesta sería así –dije.

-¿Me invitas, entonces?

-Ya entraste, ¿no?

-Oye, pero... no habrá drogas, ¿verdad?

-Claro que no. Cero drogas y sexo seguro.

Me recibieron con gran muestra de afecto, mi entrada a la casa estuvo alumbrada por un seguidor como si yo fuera un artista de extraordinaria importancia. La música se detuvo unos instantes y sonó la voz del Dj anunciando mi llegada con fondo de fanfarria dedicada a mí. Me cohibí pero hice la entrada, y después del consecuente cumpleaños y el brindis, la fiesta continuó deslumbrante con personas todas conocidas por mí, amigos, amigos de mis amigos, muchachos y muchachas de mi edad, unos con los cabellos recién pintado de colores chillones y que formaban una bandita de rock metálico que tocaría más tarde, había bastante gente gay. Desde que llegué Fidel y Hugo me abrazaron y me besaron.

-¡Uy! Gracias por esta fiesta, les quedó bien ¿saben?

Fidel es mi amigo desde la infancia y vive muy cerca de mi casa, tiene veintiún años y estudia derecho. A mi me gustó desde que era pequeñito, sin saber porqué, me atraía inocentemente. Pero cuando fue creciendo, y al ir yo, también, creciendo, sí supe por qué me gustaba. Y no solo su cuerpo y su cara, yo admiraba su inteligencia y su personalidad, era de muy buen trato, con un elevado concepto de la amistad. Nunca estaba bravo, bueno sí, a veces se ponía refunfuñón, cuando tenía hambre. Su rostro era muy refinado y varonil, de perfil destacaba su nariz que parecía salida de los cinceles de un antiguo escultor griego. Lo único malo es que no era gay, y tenía novia, una gordita que lo atosigaba y lo celaba hasta de las moscas. Todavía adolescente Fidel se dejó una encrespada barbita que remarcaba aún más su mandíbula. Y coño, se puso irresistible, a mi me daba dolor nada más verlo, al tenerlo tan cerca y sentirlo inalcanzable.

Una tarde llegué al gimnasio. Fidel ya había llegado y calentaba en una bicicleta. Fui a cambiarme y cuando entré al vestuario cuadré miradas con un adolescente que yo nunca había visto por allí y que era tan rubio como un cielo de primavera. Después, entre pesas y aparatos, seguimos cruzando miradas. Al estar con Fidel me daba cierto corte pero yo había quedado impactado, era tan guapo… Y era atrevido, él mismo se nos acercó y se presentó. Se llamaba Hugo y una de sus principales virtudes no era precisamente la de ser bello, que lo era, sinó su verbo. Hablaba cosas interesantes y era divertido, simpático y nos hacía reír. No era fuerte pero se le notaba lo gay. Yo no era tonto y pronto percibí que a Hugo le gustaba Fidel y cada vez que podía, sin importar que yo no le quitara la mirada de encima, le pegaba sus ojos al bien formado paquete que Fidel se gasta entre las piernas.

Hugo nos invitó a una fiesta que sería esa misma noche. Fidel, no sé que mentira le dijo a su gordita, me pasó buscando y fuimos. La fiesta fue en casa de un amigo de Hugo, que tenía más de cuarenta años y era encantador, elegante y rico. Vivía en un penthouse desde el que se veía toda la ciudad. Había pocas personas pero resultó muy divertida, era una reunión gay. Fidel estuvo muy serio, pero se quedó. La música no era estridente y se podía conversar. Ya yo tenía cuadrado a Hugo sin palabras. Sólo con los ojos nos habíamos dicho lo que terminaríamos haciendo. Llegada la medianoche la fiesta terminaría en una discoteca. A mí me gustó mucho la idea porque no conocía ninguna, yo todavía no cumplía los dieciocho.

-¿Tú crees que a nosotros dos nos dejen entrar a la discoteca, Hugo? –le pregunté.

-Sí –respondió Hugo blandiendo sus hermosos ojos con una seña pícara –, pero yo tengo otro plan.

Si era el plan que yo imaginaba, el de la discoteca quedaba postergado. Me mordí los labios y lo miré fijamente, diciéndole que sí.

-¿Cuál plan?

-Entre tú y yo, vamos a tirarnos a Fidel.

-¿Qué? A Fidel… ¿Fidel? –contesté sorprendido.

-Claro, a Fidel, tu amigo, ¿no quieres?

-¿Y él quiere?

-No lo sabe, todavía –respondió Hugo riendo y solicitando mi complicidad.

Yo no lo podía creer, mi pene respingó y sentí una corriente que me llenó de excitación.

-A ti te gusta él, ¿verdad? –me preguntó.

-Claro que me gusta.

-Está buenísimo, ¿verdad?

-Que sí, ¿no?

-Lo tendrá grande, ¿tú lo has visto desnudo?

-Si lo he visto, en reposo tiene un buen pedazo y está buenote.

-Tiene unas buenas nalgas, también.

-Por todos lados está bueno.

-¿Tú nunca te lo has tirado?

-No.

-Pero sí le tienes ganas, ¿verdad?

-Desde hace tiempo.

Esa noche nos fuimos a la playa. Una luna menguada pero brillante como un faro nos iluminó. Encendimos una fogata, nos desnudamos y nos metimos al mar. Desde esa noche estamos juntos, los tres.

Por como se comportó percibí que un tipo como Pedro, graduado en la universidad, viajado y, sin duda, vivido, entendió el ambiente de la fiesta y se incorporó a ella disfrutándola de verdad. Por un momento temí que alguien pudiera confundirse por su hermosura y pasarse de mano con él, pero no fue así. Me separé por un rato de Fidel y Hugo para compartir con otros amigos y amigas ya que era la fiesta por mi cumpleaños, solo un poquito, saludé a los más conocidos, luego debí volver a ellos, me hacían falta, no los había visto desde el día anterior, en la tarde, porque estuvieron sin mí, durante todo el día, organizándolo todo.

-¿Y cómo fue que invitaste a la fiesta a tu cuñado? –preguntó Hugo, incisivo, con cierto dejo de ironía cómplice ya que Pedro nos gustaba a los tres y bromeábamos sobre su físico.

-Él me pidió que lo invitara. Le dije claramente que era una fiesta gay y no pareció sorprenderse tanto. Yo sé que él entiende, ha vivido en Europa. Y cuando vio esta tremenda fiesta que ustedes me tenían preparada no pude detenerlo, él mismo dirigió el carro al garaje.

-Cada día Pedro se pone más bueno, ¿verdad?

-Que sí, ¿no?

-Esa barbita que se deja de dos a tres días provoca.

-¿Y los ojos? Parecen de mentira cuando mira. Son castaños y tan profundos.

-Y la mandíbula cuadrada que lo hace tan varonil.

-¿Y el cuerpo? Es tan duro que parece de madera. Cuando tiene la camisa abierta uno no puede dejar de mirarle el pecho.

-Y se le nota tremendo paquete entre las piernas, ¿no?

-Y el culo, parece esculpido por un artista.

-Y esas piernotas.

-Bueno, ya está –exclamó Fidel, quien no había intervenido en la conversación –. Hasta parecen un par de viejas solteronas buscando marido.

-Sí, porque a ti no te gusta Pedro –refutó Hugo.

-Claro que sí pero no por eso voy de morboso como ustedes.

En los tres meses que continuaron hasta acercarse la boda con Claudia, Pedro se convirtió en el hermano que no tuve. Se hizo mi confidente y hasta le comenté sobre mi relación, en trío, con Fidel y Hugo. Siempre me invitaba a salir, con él y con Claudia, pero a mí eso de ir atravesado me incomodaba, y alguna excusa encontraba para evitarlo. Pero el día que Pedro invitó a la familia a la playa dije que sí porque quería ver a Pedro en traje de baño o, por lo menos, en short. Esa noche dormimos en una casita frente al mar que pertenecía a su papá. En la ducha, después de haber pasado el día en la playa, a falta de Fidel y Hugo, me masturbé imaginándome al perfecto y robusto cuerpo moreno que había visto en la playa durante todo el día. Pedro jugó balonmano sobre la arena y reavivó su bronceado con rapidez, su piel brillaba húmeda por el sudor y el protector solar. Vestía sólo con unos short azul marino. ¡Que culo! Sus piernas eran tan macizas. Sus movimientos, hábiles y certeros, ejercitaban grupos de músculos que hacían notar que era pura fibra. Su pecho, ¡coño!, sus hombros… Me gustó que no se rasurara completamente los vellos de las axilas ni los del pecho porque estos eran suaves, no muy abundantes, y le daban un aire de belleza muy natural. Acabé y cuando se derramaba mi leche sobre las baldosas de la ducha pensé que, en verdad, a mí nunca me había gustado tanto un tipo como me gustaba Pedro.

2

Me invitó a su despedida de soltero y no le pude fallar. Era un secreto: la reunión sería en el propio apartamento que habitarían, él y Claudia, cuando se casaran y regresaran de la luna de miel. Él no quería que ella se enterara para que no objetara o se apareciera por allá. Yo fui, sobretodo, por complacerlo. En la fiesta estaban tomando bastante licor, desde temprano, en un ambiente bien hétero en el me sentí más bien extraño. Intenté divertirme haciendo lo que los otros aunque no bebí mucho. Hicieron beber muchísimo a Pedro quien, me constaba, era bastante comedido con el licor. Cuando llegaron las bailarinas e hicieron de strippers frente a nosotros yo también las aplaudí y las silbé, hasta le toque las nalgas a una de ellas para participar del ambiente. Y para mi interior sostuve que, para estar con una mujer así, yo preferiría quedarme gay para toda la vida. No faltó la consabida torta enorme de donde saldría una bailarina, especial para Pedro, que era la más bonita pero gorda. No me atreví a burlarme pero fue una lacra de espectáculo al lado de lo que planificábamos mis amigos y yo.

A las dos de la mañana ya todos los invitados se habían retirado borrachos y Pedro, a quien hicieron tomar demasiado, quedo caído sobre la alfombra. Como pude lo ayudé a levantarse para que fuera a acostarse en la cama. Al fin se incorporó y fue, tambaleándose, hasta la habitación, apoyándose sobre mi hombro para no caer.

-Me quiero bañar, estoy demasiado borracho –atinó a decir Pedro y comenzó a quitarse la camiseta blanca del Real Madrid, con el nombre, en la espalda, del jugador Raúl que yo le había regalado.

No pudo sostenerse en pié y se sentó sobre la cama para quitarse los zapatos y terminar de desvestirse. Quedó llevando sólo un bóxer gris de tela de suave algodón que permitía terminar de delimitar el trazo firme de su cuerpo. Su pesado paquete se marcaba abultado y sugerente. Se levantó y fue al baño tambaleante, sus nalgas se dibujaban macizas y compactas. Antes de entrar a la ducha, se desnudó completamente quedándose afuera mientras calibraba el agua tibia. Yo quedé atónito al verle las nalgas sin comprender todavía como podía gustarme tanto un cuerpo masculino. Verlo completamente desnudo y no poder catarlo era un suplicio que soportaba por el mínimo placer de observarlo a través del vapor y del vidrio esmerilado de la ducha. Cuando salió todavía venia borracho, con el nudo de la toalla blanca a medio hacer sobre sus caderas, lo sostenía con su mano. De un manotazo retiró la colcha y se tiró, boca abajo, cayendo derrumbado sobre la cama. El nudo de la toalla nunca llegó a concretarse y esta cayó, libremente, sobre sus nalgas cubriendo la total desnudez del hermoso cuerpo de mi futuro cuñado. Por un instante estuve tentado a retirar la toalla y mirarlo completamente desnudo, pero no quise aprovecharme de que estaba borracho e invadir su intimidad de esa manera.

Ya me retiraba de la habitación, después de sentirlo respirar en sueño profundo, a dormir al sofá de la sala. Flanqueaba la puerta y tenía la mano puesta sobre el interruptor para apagar la luz, cuando oí un quejido. Ese tipo de quejido, agudo y lastimero, como si pujara, ya lo había oído antes y sabía de donde provenía. Volteé para verlo y parecía dormido. Sin embargo, como para afianzar su posición sobre la cama, se movió de una manera tan sutil, y a la vez tan sensual, arqueando su trasero y moviéndose, sugerente, sobre las blancas y delicadas sábanas. Esa actitud no me dejó duda y volví, sobre mis pasos, para encontrar a quien parecía profundamente dormido. Mi certeza se sobrepuso sobre mi incertidumbre y retiré el segmento de toalla blanca que cubría sus nalgas, para entonces comprender lo que era la perfección hecha culo, carnoso, macizo, turgente, de piel muy suave y sin una sola marca o estría. Vellitos sutiles cubrían sus piernas y la parte trasera de sus muslos para enredarse justo debajo de su as de oros. Eran vellitos tirando al rubio, sedosos y finos, que resguardaban su orificio como guardianes.

Le puse una mano sobre la pierna para que ya despertara y lo llamé "Pedro, Pedro". Lo hice en voz alta para que me escuchara. Yo quería hacerlo, sí, pero con él bien despierto, que no se hiciera más el dormido. Jamás nadie durmió tan profundo, con la respiración acompasada, casi en un coma etílico. Y fue que subí mi mano siguiendo los pelitos hasta llegar al centro de ellos y sumirme, un poco, hasta sentir el pliegue de sus nalgas tibiecitas. Le hundí un dedo pero lo seco y los pelitos me impidieron hurgar más adentro. Me lo mojé con saliva y así fui desviando suavemente cada pelo del camino hasta que sentí, en la yema de mi dedo, la piel lisa y delicada del borde de su ano. Me eché más saliva y hasta le hundí, de repente, el dedo, los primeros centímetros. Comprobé que estaba despierto porque su cara dio un leve respingo y sus ojos quedaron apretados. Si la cosa era así decidí jugar al dormido y tirármelo muy pero muy suavecito.

Comencé a desnudarme y su actitud sedente me sugestionó. Supuse, por instantes, si en verdad estuviese dormido, que yo lo despertaba y él me reclamaba... Me aterraba la idea con solo imaginarla. A la vez, la misma incertidumbre me excitaba más y mi pené respingaba como potro brioso. Mirando su perfecto cuerpo desnudo, y sabiendo su huequito ya húmedo, quedé en pelotas y me senté sobre la cama para acariciar sus nalgas adorables. Al rato las abrí para ver entre ellas, hice presión con mis pulgares separando sobre el propio huequito. La locura, flanqueando su ano, la piel de las nalgas era tersa y los vellitos disminuían dándole un aspecto aterciopelado que palpé con mis dedos. Me incliné y comencé a besarle las nalgas y a tomarlas en mi boca abierta. Su piel era olorosa a jabón de un perfume exquisito y el culito estaba completamente limpio. Me atreví, dado que seguía tan dormido como antes, a besarle en el pliegue de las nalgas y las fui entreabriendo para dejar pasar mi boca húmeda y curiosa, hasta llegar a flanquear el borde de su rajita. No sé si fue mi imaginación pero creí oír suspiros casi inaudibles que salieron de su boca. Ello me dio ánimo de seguir tentando con fruición el delicado tejido de su rajita. Le escarbé con la lengua intentando entrar pero estaba bien cerradito, es más, a mi me pareció que era bien pequeño para un hombre de su edad, tenía los pliegues rosados y sin marcas. Tan bello era que, decidido, me dediqué a besarlo, a lamerlo y a acariciar, con mis manos, esas dos buenas nalgas, y a apretar con mis dedos sobre sus carnes duras y potentes. Lamí y lamí, y hurgué en su culo, hasta que quise, y allí hubiera seguido una eternidad a no ser que, a la vez, sentí la necesidad urgente de tirármelo. Vértebra a vértebra y nudo a nudo, recorrí su espalda, con mis labios y mi lengua, hasta ubicarme sobre sus cervicales. La punta de mi pene se abrió camino entre sus nalgas y diestramente se ubicó al borde de su pude sentir su rajita húmeda. La duda volvió a agobiarme. "!Coño! ¿Me lo tiro?".

Me detuve, recordé a Fidel y a Hugo. Me retiré. Reflexioné y, aun así decidí que me lanzaría, que pasara lo que tuviera que pasar, sí, pero con condón. Tomé del bolsillo de mi pantalón uno de los que repartieron las putas como cotillón en la fiesta, al lado del lubricante. Debía protegerme no solo por mí sinó a mis dos amantes con quienes nunca usaba protección. También quería, en todo caso, proteger a Pedro porque uno, con certeza, nunca sabe. Para ponerme el condón me encaramé al otro lado de la cama, que era amplia, matrimonial, para que me viera, pues hacia allí dirigía su cabeza en reposo, también para mover un poco el colchón y darle otra oportunidad a despertarse. Pero no, aunque a veces creí vislumbrar un brillo entre sus párpados, Pedro no hizo señal de estar consciente y siguió, aparentemente, durmiendo su borrachera. Volví, esta vez con el dedo lleno de lubricante, para que sintiera el frío, se animara y me sacara de esta zozobra. Pero el dedo lubricado no hizo mella en la quietud de Pedro.

Reconozco, agradecido, que tengo un buen chuzo entre las piernas y si Pedro no se despertaba se lo clavaría hasta los pelos. Encontré, como dije, su culo bien apretadito, tanto que debí hacer presión para reventar la estrechez del ano, sumergí la cabeza y él apretó sus músculos y apachurró los ojos, como muy consciente. De todas formas le seguí el juego y lo penetré lenta pero inexorablemente, percibiendo que él disfrutaba de cada centímetro que le metía. A veces abría la boca como si le doliera pero no emitía ningún sonido, o apretaba el entrecejo. Yo paraba y me concentraba en gozar del pedazo que ya había entrado moviéndolo con suavidad. Al fin sentí que la estrechez del culo había sido vencida, me incorporé sobre mis brazos para empujar mi pene decidido, y poder verlo perderse detrás de la cortina de vellitos. Le espoleé hasta que ni se miraba el preservativo y así, sintiendo el culo ya bien relajado, lo matraqueé de lado, y empujando hasta el fondo y sacando hasta el prepucio, mi pene de su cuerpo, y volviéndolo a encajar bien profundo. Volví a caer sobre su espalda. Metí mi mano por debajo de sus brazos fuertes y redondos y lo tomé por los hombros haciendo fuerza para empinarme porque sentía el preludio de lo que fue un largo y detenido orgasmo. Hasta que descargue toda mi leche y caí sofocado y satisfecho a descansar mi cabeza sobre su espalda nudosa de piel impecable.

3

La noche siguiente Fidel hizo pizzas en su casa y después de comer vimos una película en un nuevo DVD que su mamá se sacó en una rifa. Nos ubicamos en la sala, frente al televisor, porque sus padres estaban de viaje. Esa noche dormiríamos los tres en su habitación. Comenzamos a ver la última de "El Señor de los Anillos", pero terminamos, desnudos, besándonos y lamiéndonos los cuerpos en una actividad en la que ninguno de los tres quedaba postergado. Esa noche yo quería que me cogieran ambos, primero Hugo que lo tiene más pequeño y que es guapo y rubio, luego que siguiera Fidel, que me apretara fuerte con su cuerpo moreno y que me empujara, duro, todo su tremendo pene robusto y grueso. Elevé mi trasero y miré a Hugo. Sus sagaces ojos azules, fijos en los míos, denotaban lujuria. En su boca se advertía cierto rictus algo malsano que, en vez de repeler, atraía, ya sea por sus preciosas facciones, su boca gruesa y roja, o por los mostachos incipientes, los vellitos bajo su barbilla o las patillas que resbalaban hacia sus mejillas, que brindaban un aura dorada a su faz, que nunca había tocado hojilla, y se mantenía muy tersa y perfecta. A la vez, Fidel, lo custodiaba ya marcando la mínima distancia posterior, le pellizcó las tetillas y, atrayéndolo a sí mismo con una mano en el abdomen, y apuntando a buscar el culito para clavar su cañón bien erguido. Yo lo que quería era ya sentirlos dentro de mí, de una vez, y calmar mi ardor interno, mas cuando observé que Hugo, sin dejar de mirarme, reculó y apoyó sus manos en la alfombra parando su blanco traserito, buscando que se efectuara la penetración de Fidel en él, me metí debajo de su cuerpo en pos de tomar su pene en mi boca.

Comencé a lamerlo y a masturbarlo, después lo chupé con pasión. La cara de Hugo quedó a nivel de mi pene y lo engulló como solo él sabía. El sesenta y nueve no se concreto porque Fidel, al ver que asomé mi cabeza entre las piernas de Hugo, se sorprendió, bajó y miró extasiado mientras como yo mamaba. A su vez se puso a mamarle el culo a Hugo. Y después vino a besarme, tuve que sacarme el pene de la boca para corresponderle, claro. Fidel me señaló con su dedo el culito de nuestro amigo y yo supe que yo debía buscarlo con la boca. Y tanto me gustó que me pegué a él como la ventosa de un pulpo. Me excité demasiado cuando sentí que el pene de Fidel se había colocado sobre mi mejilla. Guao. Que escozor siento todavía cuando lo escribo. Salté para llenar mi boca con ese precioso trozo de carne que vibraba como un poste eléctrico. Mientras tanto, como sabía que mi boca era sólo un preludio, comencé a hundir los primeros centímetros de mi dedo medio en el culo de Hugo el cual lo tomó como si lo esperara. Se lo aflojé un poquito pero ya no hubo remedio, el pene había salido de mi boca y quería dirigirse al objetivo. Yo mismo lo tomé entre mis dedos y, sin dejar mi boca lejos, lo conduje. Saboreé y vi, desde un palco de honor, como, a pocos centímetros de mis ojos, se enterraba la gruesa cabeza del pene de Fidel en el culo rosadito de Hugo. La verga de Fidel, el culo de Hugo y mi boca eran una sola cosa que se perdía entre mares de saliva.

Pero antes de que Fidel lograra encajárselo todo, Hugo tuvo un orgasmo, creo que no pudo detenerlo porque estaba bien excitado con lo que le hacíamos, y derramó su leche sobre mi cuello y mi pecho. De inmediato se separó impidiendo que Fidel siguiera dándole porque le molestaba. El pene de Fidel salió encabritado, echando candela, y buscando otro culo desesperadamente para apagar el fuego que lo consumía. Enseguida tomé lubricante y con un dedo aflojé mi culito porque sabía que Pedro ya venía caliente y me lo iba a querer empujar duro y rápido. Lubriqué un poco más su pene y me puse de espaldas ya predestinado. Fidel se vino sobre mí y me dio dos sonoras nalgadas para que elevara mi trasero y me dispusiera porque me quería penetrar ya. Muy excitado, no se le antojaban más preludios, lo que quería era calar profundo, me tomó por las caderas elevándolas en el aire unos centímetros y me abrió las nalgas y miró. Mi culito se chorreaba por recibir ese tratamiento pero rompí la posición, reflexioné a tiempo, antes de que se efectuara ninguna penetración en mí.

-¿Qué pasa? –preguntó Fidel, con ansiedad, manteniendo su pesado pene vibrando en el aire.

-Ya va, muchachos, antes quiero decirles algo –comunique con cierto tono dramático.

-Pero ¿tiene que ser ya?, mira como me tienen –dijo Fidel señalando hacia la enorme excitación que marcaba su verga.

-Sí, es importante, debo decirlo ahora. Es que..., es que, ¡coño!, anoche les fui infiel, tiré con otro tipo.

Se me anudó la garganta y se hizo una situación incómoda. Fidel, que era más inexpresivo, quedó mirando al techo. Hugo apagó, desde el control remoto, el televisor. El silencio duró unos minutos en los que nadie más habló. Yo también me quedé elucubrando figuras en el techo para distraerme de la situación. Sentía que la leche que había derramado Hugo sobre mi pecho se diluía y comenzaba a resbalar produciéndome escalofríos. Me levanté y fui al baño a lavarme. Me limpié con papel y mientras me friccionaba frente al lavamanos para lavar la que se había secado, me miré al espejo. Encontré mi mirada limpia y mis ojos claros. Temía sí, por un lado estaba a punto de romper una relación que era fuerte, yo no sabía qué cosa sería mi vida sin esos dos que estaban en la sala. Por otro lado me preocupaba enormemente el solo pensar la posibilidad que Pedro estaba completamente inconsciente y que yo había abusado de él. ¡Sí coño! Pero no me arrepentía de nada de lo que había pasado.

-Cuéntanos pues, ¿que pasó?, ¡coño!, ¿cómo pasó? ¿No y que éramos solo nosotros tres? Ese fue el pacto, ¿no? –rugió Fidel cuando volví a la sala.

-El pacto era que si alguien lo hacía tenía que contarlo y yo lo estoy contando.

-Coño pero no te das cuenta que así corremos el riesgo de contraer una enfermedad, recuerda que nosotros tiramos al pelo.

-Él no tiene ninguna enfermedad, estoy seguro, además usamos condón.

-¿Cómo sabes que no tiene ninguna enfermedad? –intervino Hugo.

-Porque sí, porque yo sé quien es él.

-¿Quién es él? ¿Lo conocemos? –preguntó Fidel.

-No importa quien es él. Sólo que lo hicimos, que fue con condón y que lo estoy contando.

-¿Es que no nos tienes la suficiente confianza para decirnos quien es? –sugirió Hugo.

-No me manipules, hasta te pareces a mi mamá –le contesté.

-No es manipulación es que tienes que decirnos con quien tiraste. Si no hay confianza, esta relación, que parecía idílica, se va por el caño del retrete.

-No, por favor, yo los amo a ustedes. Créanme, es que no puedo decirlo, involucro a otra persona que no quiere que nada de eso se sepa, puedo hacerle mucho daño y no quiero eso.

-No nos tienes confianza –recalcó Hugo.

Fidel se levantó con su pene ya apagado, buscando su calzoncillo entre el desorden de ropa tirada sobre el piso.

-Odio esta película –dijo Hugo que era quien la había llevado.

La extrajo del aparato y la colocó en el estuche para guardarla en el morral. Y comenzó también a buscar sus calzoncillos.

-Fue Pedro –confesé –, pero, por favor, no deben decirlo, pudiera salir herida mucha gente de mi familia, ¿entienden?

-¿Pedro? ¿Pedro tu cuñado? –Intervino, curioso, Hugo, subiéndose un esplendoroso calzoncillo blanco –, hasta te perdono si me cuentas. ¿Cómo fue eso? ¡Coño! ¿Te tiraste a Pedro?

-Yo sabía que era gay, no me extraña. Yo no confío en esos machotes –añadió Fidel.

-Lo dirás por ti mismo –intervino Hugo, riendo, refiriéndose a la poderosa musculatura de Fidel.

-Precisamente –respondió este levantando el brazo para mostrar sus bíceps y poniendo carita de loca.

Me hicieron contarlo todo, con los más entreverados detalles. Hugo hasta se excitó de nuevo, y acarició su pene por encima del calzoncillo blanco, mientras yo relataba. Los comentarios y preguntas de Fidel vagaban entre la pura inteligencia y lo pacato. Eso lo hacía interesante y sugerente.

-¿Y no se despertó nunca? –preguntó.

-No, después yo me bañé, al salir del cuarto apagué la luz y me fui al sofá pero no pude dormir de la impresión que todo eso había causado en mí. Me entró una pesadumbre triste y un remordimiento crudo por haberlo hecho sin saber si él, en verdad, estaba borracho perdido, por haberme aprovechado.

-Claro que estaba borracho sinó no se hubiera dejado –recalcó Hugo riendo.

-Esa noche no pude dormir. Llegó la mañana y entonces sí caí rendido sobre el sofá. Cuando desperté ya el día estaba bien entrado y Pedro estaba preparando comida. Lo vi de lejos moviéndose en la cocina. Se acababa de bañar y actuaba normalmente. Cuando la comida comenzó a oler me atreví a levantarme y, para salir de las dudas que me amedrentaban, fui a saludarlo.

-No recordaba nada de lo que pasó en la noche –acertó Fidel.

-¿Cómo lo supiste?

-¿Y tú esperabas otra cosa?

-No, es verdad, yo lo miré profundamente tratando de percibir si, en serio, no recordaba nada o si estaba fingiendo. Hasta que me preguntó si, durante la noche, había hecho algo indebido.

-¿Y qué le contestaste? –preguntó Hugo, impaciente.

-Que no, claro, ¿qué le voy a decir? ¿Ah? No, anoche, cuando estabas bien borracho, te cogí. Claro que le dije que no, que no había hecho nada. Decidí entonces, actuar como si nada hubiera pasado y me puse a recoger el desorden que había quedado de la fiesta, pero él me dijo que dejara de hacer eso y me fuera a lavar para, después, desayunar ya que había contratado a una señora para que viniera, en la tarde, a limpiar.

-¿Y que más pasó?

-Más nada, desayunamos y fuimos a casa. Todo de lo más normal, como si nada hubiera pasado. Ya en casa, Claudia le cayó a preguntas, entre curiosa y pícara, de cómo había estado la fiesta de despedida de soltero. Pedro comentó que no recordaba nada de la fiesta y que había bebido hasta emborracharse. Tenía planes para subir a El Ávila, me invitó para que fuera con él y Claudia, yo le dije que tenía ya mis planes y que no podía. Claudia sí fue, ahora parece que comienza a gustarle el deporte.

-Todo eso que cuentas me parece extraño –exclamó Hugo –, casi no lo creo. Pero bueno, si tú lo dices, debe ser así.

-¿Qué te extraña, qué cosa no puedes creer? –indagué a la vez.

-Coño. ¿Que qué me extraña? Bueno, yo me imagino a Pedro es bombeándote duro a ti. Y tú chillando como un becerrito, tal como te gusta –exclamó riendo.

-A mi me gusta todo. A ti también te gusta que yo te dé ¿no?, y a Fidel también le gusta. Eso le gusta a todo gay.

-A mi tampoco me gustan los roles tan definidos –intervino Fidel –, y si viene de Pedro acepto cualquier cosa.

-Supongo que me habrá hecho un regalo más, por mis dieciocho años –dije –, fue algo especial que quiso darme y que nunca más pasará; o, talvez, como si quisiera conocer, a través de mi, un mundo al que nunca llegará a conocer totalmente porque pasado mañana es su boda con Claudia.

-Si es así es un reprimido –afirmó Fidel –, ¿y no le dirás nada a Claudia?

-Por supuesto que no, ¿cómo crees?

-Va a hacerla infeliz.

-No veo por qué. Yo también quiero casarme algún día, para tener hijos.

-Yo pienso que debe haber estado borracho perdido y así mismo te lo tiraste.

-No, yo sentía que estaba despierto. Estoy casi seguro.

-Casi.

Yo lo que quería era continuar tirando con mis dos amantes y miraba el tieso y provocativo bocado que, se manifestaba por debajo del calzoncillo de Hugo. Fidel se mantenía pensativo sobre el sillón.

-¿Qué le dirías tú si, después de que se casen, él y tu hermana, Pedro te dice que estuvo consciente de lo que pasó esa noche y que quiere repetir?

-Le diría que… bueno, coño… no sé.

Afortunadamente Hugo me hizo volver a la situación.

-Tengo ganas de perdonarte –dijo, marcando con su mano, lo que había debajo del calzoncillo blanco al que yo no le quitaba la mirada –. No me importa que lo hayas hecho con Pedro, yo también, si tuviera la oportunidad lo haría con él.

Miré a Fidel quien se mantenía absorto, con la mirada fija en la pared.

-¿Y tú qué piensas? –le pregunté a Fidel.

-No tengo nada que perdonarte porque tú no has ofrecido disculpas. No estás arrepentido. Y no te recrimino, yo no lo estaría si me hubiera tirado a un tipo como Pedro.

No me aguanté más y fui a besar el pene de Hugo a través del calzoncillo blanco que se había convertido en un fetiche para mí. No pude menos que echar una mirada a sus hermosos pectorales y a su abdomen trabajado que denotaba hasta el más pequeño músculo. Besé los suaves pelitos rubios que bajaban del ombligo. Antes de seguir volteé la cabeza hacia Fidel, elevé mi traserito ansioso hacia él.

-Cógeme, por favor.